martes, 5 de enero de 2016

LA GUERRILLA ESPIRITUAL

El cura Manuel Santra Cruz Lloidi y su partida guerrillera
La tradición védica o indo-aria es la tradición viva mas antigua de la tierra, y se remonta, como mínimo, a 5000 años de antigüedad. En ella, podemos descubrir la metafísica esencial originaria de las tradiciones indo-europeas, seguramente en las formas mas puras, que llegará subrepticiamente hasta la católica mediante la absorción de las prexistencias clásicas y egipcias, además del componente abrahamico.
Si bien actualmente nos han llegado depauperadas y tergiversadas por el pensamiento moderno, es imprescindible entender que todas las tradiciones serias hablan de lo mismo: la evolución de la consciencia a un plano espiritual superior.
Se trata de la ascensión del “Yo interior” hacia eso que le llaman Dios, Paraíso, Iluminación, Nirvana o conciencia universal; una ascensión que parte de la condición animal del ser humano, con un psique subyugado por el instinto, el deseo, los impulsos, las emociones… y que, con la victoria sobre todos ellos, con la emancipación del alma respecto la dependencia hacia respecto a los objetos de sensación, y siguiendo los preceptos establecidos por las diferentes tradiciones (tales como la contemplación, la meditación, el conocimiento puro, la devoción, la virtud…) la conciencia individual trasciende y se une a la supra-conciencia universal originaria.

El Bhagavad-guita, una de las obras mas famosas de la tradición védica, habla de diversos caminos para llegar hasta lo que se entiende por Dios. El Tao Te King sugiere la senda de la “no-acción”. La contemplación fue el método que utilizó Buda para llegar al despertar bajo la higuera sagrada, tras 49 días de meditación. Es la misma senda con el que, con toda probabilidad, combatió Jesús a Satanás (la tentación) en sus 40 días de ayuno en el desierto. Fue la meditación, a su vez, el procedimiento con el que vio Mahoma al arcángel Gabriel, en una de sus solitarias noches en la cueva de Hira. Mientras, la cabalá judía busca la iluminación mediante el conocimiento, a partir de la interpretación de las escrituras sagradas. 
Incluso la ciencia, que se basa en el conocimiento del cosmos mediante la deducción de principios y leyes universales a partir de la razón y la experiencia, es, a mi parecer, uno de los caminos para llegar a un grado superior de existencia.
La voluntad de trascender espiritualmente a lo divino superando la condición animal del ser humano es la substancia constante en toda tradición generadora de civilización. Es, en definitiva, el motor de toda civilización.
LA ARISTOCRACIA
Así, en la organización social tradicional, la distinción y jerarquía de las castas era, en su origen, espiritual: hasta el punto de determinar los estamentos según el grado de progresión en la conquista extranatural y en la victoria del cosmos sobre el caos.
La tradición indo-aria conocía, fuera de las cuatro grandes castas, una distinción aun más general y significativa, que se refiere precisamente a la dualidad de las naturalezas espiritual/material, la distinción entre los arya y los shudra. Los primeros son los “nobles” y los “re- nacidos” por la iniciación, constituyen el elemento “divino”, draivya; los otros son los seres que pertenecen a la naturaleza, aquellos cuya vida no posee en propiedad ningún elemento sobrenatural y que representan pues el substrato “demoníaco” – asurya– sub-personal e impuro de la jerarquía, gradualmente vencida por la acción formadora ejercida por la tradición, en la sustancia de las castas superiores, desde el “padre de familia” hasta los brahmana.
LA REALEZA
La propia figura de la monarquía tradicional parte del origen de la dualidad material/espiritual o terrenal/celestial, siendo el puente de unión entre ambos mundos. “Era conforme a la costumbre de nuestros ancestros que el rey fuera igualmente pontífice y sacerdote” decía Mario Servio Honorato, en alusión al concepto único de una divinidad real y de una realeza sacerdotal.
En el extremo oriente, Lao Tse decía: “Así, al coronarse un emperador, y nombrar a sus tres ministros, mejor que llevar jade en las manos, y presentar la cuadriga, vale más cumplir con Tao”, siendo el Tao un camino a la iluminación. En el Bhagavad-Guita podemos ver que las dos familias enfrentadas de la realeza, los Kuravas y los Pandavas, son descendientes de Krishna, la encarnación de Dios en la tierra. 
En Egipto, los faraones fueron considerados seres casi divinos durante las primeras dinastías y eran identificados con el dios Horus (ojo de Horus = glándula pineal). En el cristianismo, Christus Rex es uno los nombres de Jesús que procede de las Escrituras. Y, por último, el sabio gobernante del comunismo platónico no es sabio por el conocimiento del entorno material, es sabio por conocedor del “kósmos noetós” o el mundo inteligible.
En definitiva, las familias reales de las tradiciones civilizadoras son, simbólicamente al menos, los descendientes de aquel primer Rey que había encontrado a Dios y había regresado imponiéndose mediante la divinidad adquirida. Moises sería un perfecto ejemplo de ello.

LA LEY


El sentido que tenía la Ley para el hombre de la Tradición se relaciona estrechamente con las ideas que acaban de ser expuestas. Es decir, en su concepción tradicional, no es ley la norma que mantiene el orden social, sino el “camino” que se ha de seguir para alcanzar el estado superior de la conciencia o la iluminación.
En los vedas encontramos el Dharma, que tiene varios significados (religión, ley natural, conducta correcta, virtud… ) y se determina por una serie de deberes, derechos, leyes, conductas, virtudes y modos de vivir recopilados en la tradición, y cuyo fin es la liberación del alma del samsara o del ciclo de nacimiento, muerte, vida y encarnación. 
Posteriormente, las leyes por las que se regirá el Estado y las sociedades se nutrirán directamente de estas leyes naturales o divinas, hasta la llegada de la modernidad. Homólogos al Dharma son el Tao, la Ley Divina cristiana, la Sharia o la Halajá judía, por citar ejemplos conocidos.
Cabe mencionar que la utilidad de la ley en el sentido moderno, es decir, en tanto que utilidad material colectiva, no fue nunca el verdadero criterio en la antigüedad: era un aspecto juzgado accesorio y considerado como la consecuencia de toda ley, en la medida en que era de carácter divino.

EL ESTADO


El Estado moderno como forma de organización y administración de la sociedad, fundamenta su razón de ser en criterios estrictamente funcionales y operativos, siendo esa visión profana de las cosas una cualidad de la era actual.
Tradicionalmente, el Estado tenía, por el contrario, un significado y una finalidad trascendentes y no inferiores, aunque la Iglesia católica en occidente dijera lo contrario por intereses políticos: era una expresión del “supramundo”, y una vía hacia él en base a la ley que permite la elevación del alma en su progreso gradual ascendente.
La idea que el Estado extrae su origen del demos y encuentra en él el principio de su legitimidad y de su consistencia, es una perversión ideológica típica del mundo actual, que atestigua esencialmente una regresión. Con ella se vuelve a concepciones que fueron propias de formas sociales materialistas, desprovistas de una consagración espiritual. 
Una vez tomada esta dirección, era inevitable que se descendiera cada vez más bajo, hasta el mundo colectivista de las masas, la democracia absoluta (un hombre=un voto, independientemente de su cualidad espiritual), la idea del hombre como simple máquina, un simple número, cuyo valor se fundamenta únicamente en su capacidad productiva y consumidora.
Según la concepción tradicional, el Estado está por el contrario, respecto al pueblo, en la misma relación que la idea y la forma. Se trata aquí de dos polos (ideal,espiritual/terrenal, material) entre los cuales se establece una tensión que se resuelve con una transfiguración y un ordenamiento de la naturaleza determinado por lo alto, mediante las leyes divinas emanadas de la tradición. 

ETNIAS Y PUEBLOS


El tradicionalismo rechaza tanto el igualitarismo como el racismo biológico, como concepciones derivadas de la modernidad materialista. No niega, en absoluto, las evidentes diferencias fisiológicas entre las etnias y las razas, mas las considera accesorias.
De la misma forma que ocurre con los individuos de una misma sociedad diferenciados en estamentos espirituales, cada comunidad etno-cultural se determina según el grado de evolución de su alma, siendo las características sociales, culturales, tecnológicas o raciales, en buena medida, una expresión de dicha evolución en su forma exterior.
La tradición es, en una palabra, información. Es conocimiento que hemos heredado de nuestros padres, mientras que éstos lo heredaron de sus padres, y cuyo origen se remonta a las épocas míticas de los antepasados mas lejanos. Así, la tradición se transmite en esta larga cadena temporal de generaciones como eslabones enlazados entre sí, y a medida que cada generación crea, descubre y atesora nuevos conocimientos y experiencias, la tradición va depurándose y enriqueciéndose con los nuevos aportes.
Así, el idioma de las primeras palabras que oíste de tu madre, los cuentos y las historias que te hicieron soñar en tus primeros años, la cultura y el conocimiento adquiridos en la escuela y los libros, los valores y las leyes morales por la que riges tu vida, el Dios que consolará tu alma en tu último momento… todo esto es tradición.
La tradición es el alma de los pueblos y las etnias, y dependiendo del nivel espiritual de cada una de ellas, habrá pueblos mas avanzados que otros (siendo la cultura, la moral, el arte y otros factores, la expresión de medida del grado de evolución.).
La misma ciencia es, en su origen, producto de una superioridad espiritual de la consciencia. Toda voluntad de conocer los fenómenos del cosmos y descubrir las leyes que la determinan es una voluntad que, en su esencia primordial, trata de comprender la divina obra, porque el universo es el “cuerpo” del alma de Dios. Así, un pueblo creativo, explorador y con sed de conocimiento, es un pueblo que busca a Dios y, por tanto, un pueblo en una fase espiritual, en una fase de la conciencia colectiva mas avanzada que una comunidad primitiva que se limita a saciar sus instintos y deseos mas básicos, sin ir mas allá.
Para acabar, hay que matizar que la Tradición no ve la historia como un camino lineal ascendente. Esa visión es una ilusión de la exaltación decimónica del progreso. De la misma forma que un pueblo puede llegar a cotas de ascensión mas altas que el resto, también puede tropezar y caer al abismo si olvida o se equivoca de camino. Tal y como muchos intuyen, esta es la situación general de los pueblos de occidente en este preciso instante, y lo es desde que la modernidad hizo aparición en escena.
Cada etnia representa un camino concreto en la evolución espiritual

GUERRA TOTAL A LA MODERNIDAD


Se habla tanto de ella… pero, ¿Que demonios tiene que ver la modernidad con todo esto?
La modernidad no es tecnología avanzada, música electrónica o arte vanguardista. Va mucho mas allá: es producto de diversos cambios dados en el pensamiento filosófico occidental, que se resume en: la desacralización de la vida.
Hemos demostrado que las instituciones en las que se fundamenta la civilización (los estamentos, la realeza, la ley, el estado, la tradición, la cultura…) tienen su origen en la búsqueda de Dios. Estas instituciones no tienen ni la mitad de valor por sí mismas, en ausencia de su objetivo primordial.
La conciencia individual es la expresión de una conciencia universal. A partir de ser seres conscientes, el mas alto de los objetivos que ha movido todas y cada una de las acciones superiores del ser humano ha sido la búsqueda de Dios como conciencia universal para regresar a él. Uno puede desentenderse de esta visión metafísica del hombre y mantenerse en el escepticismo, pero no podrá negar que lo que hace excepcional al ser humano es precisamente ese lado opuesto a su animalidad, esa capacidad de trascender a lo material, al simple cumplimiento de las necesidades y deseos terrenales, desarrollando ideas abstractas, creando nuevos mundos a partir de expresiones artísticas como la música o la literatura, interpretando el cosmos mediante un lenguaje propio en el anhelo intrínseco de la verdad (Evidentemente, para ello es requisito tener la barriga llena). El simple hecho de que en el interior de todas las consciencias resida el lenguaje universal de la lógica y las matemáticas, como el lenguaje mas riguroso de conocer el mundo, implica una trascendencia enorme en el ser humano.
Los romanos veían divinidad en todas las facetas de la naturaleza, al igual que los hindúes o las tradiciones del extremo-oriente. Las deidades relacionadas con los fenómenos naturales, los númenes o los espíritus de los antepasados no son mas que símbolos que expresan la sacralidad de la vida.
Por contra, el desencanto con la Iglesia Católica que derivó en el protestantismo junto con la euforia producida por los avances científicos y el desarrollo tecnológico, en especial la mecánica clásica, hicieron creer al hombre occidental, durante un instante de la historia, que no hay tal Dios, que el universo es mucho menos misterioso y mas ordinario de lo que parece, que los fenómenos naturales se pueden explicar con fórmulas matemáticas simples, y que, en consecuencia, el hombre también ha de ser, en última instancia, una maquina determinada por leyes físicas. Por desgracia el daño ya estaba hecho cuando la mecánica cuántica, la teoría de la relatividad y los avances en la astronomía recuperaron el carácter misterioso y metafísico de la naturaleza.
La modernidad nace de esta vorágine de negación de la naturaleza divina. De la negación de Dios nace el materialismo, que somete a su limitada medida todo lo que hace trascender al ser humano. Y del materialismo nacen las enfermedades que amenazan con acabar con todo lo bello que hemos heredado: el ateísmo, el igualitarismo, el capitalismo como adoración del becerro de oro, el hedonismo…
Un buen ejemplo para entenderlo es el idioma: el idioma es mucho mas que una herramienta de comunicación: es tradición viva heredada, y como tal cada lengua registra en sus entrañas las ideas, conceptos y recuerdos primordiales imposibles de ser expresados en otros idiomas (el Bhagavad guita no se puede entender en su totalidad si no se lee en Sánscrito). Nos habla también de la historia del pueblo portador del idioma. Por ejemplo, en el euskera las palabras “aizkora” y “aiztoa” (hacha y cuchillo) tienen el substrato “haitz-” que significa roca o piedra. Este dato ya determina que los antepasados vascos aún no conocían los metales cuando dieron nombre a estas herramientas.
Por desgracia, el euskera jamás fue elevado a categoría sagrada, a diferencia del hebreo, y la modernidad destructora solo concibe el valor a un idioma según su funcionalidad y operatividad (para comunicarse cuando se viaja, para obtener trabajo, para relaciones comerciales…). El euskera no es un idioma útil en el sentido material, y esa es la razón por la que se extingue paulatinamente. Con su extinción desaparecerá la cualidad identitaria que hace único al pueblo vasco; así, la desaparición del euskera irá seguida por la del pueblo vasco (proceso que ya está en marcha).
Las normas profanas por las que la modernidad determina valor a las cosas están destruyendo nuestras identidades a marchas forzadas. Hoy será el euskera, pero mañana será el catalán, el gallego, la cristiandad, la tradición budista, la patria española, la raza blanca, los guaraníes del amazonas o los bosquimanos del kalahari.
Y que es lo que nos ofrece a cambio?? No mas de lo que estamos viendo: la uniformidad global absoluta en nombre de la eficiencia, desde el mercado único, pasando por el gobierno único hasta acabar en una cultura única ; el igualitarismo que culminará en última instancia, en una masa mestiza sin patria ni orígenes, desprovisto de todo lo humanamente humano; futuros ejércitos de máquinas productoras y consumidoras mestizas, cortadas por el mismo patrón, con deseos y anhelos programados por los mass mierda, que alimentarán un sistema que se establece como el nuevo Dios al que venerar, cuyo símbolo es un papel pintado de verde; la decadencia absoluta del espíritu; la regresión del alma al estado animal subyugado por la dependencia masiva hacia los deseos y las adicciones falsamente creadas; una sociedad enferma que busca consuelo en el abuso del acto sexual, en el hedonismo y el vicio de las drogas evasivas para paliar de su angustia existencial. Esto mismo está sucediendo hoy por hoy, y nosotros somos partícipes de ello. Los gurúes como Noham Chomsky que prometen la felicidad con el adelanto de las tecnologías y su uso correcto están mas que equivocados, y la prueba de ello es la realidad que nos rodea. Esa es mi opinión.
Si los pueblos de España así como de la India, sobrevivieron a 1000 años de expansión islamista, fue gracias a que no todas las almas fueron conquistadas. La modernidad es una amenaza muchísimo mayor para las tradiciones precisamente porque depaupera el espíritu atacándola directamente, dificultando los intentos de mantenerse fuera de su alcance.
A la modernidad no se le puede combatir con ideologías que hablan el mismo lenguaje. No se le puede combatir con el anarquismo, el comunismo o el fascismo, que son sus hijas (si bien puedan albergar elementos de interés). Es necesario un cambio de paradigma en la manera de ver las cosas. Dice Swami Satyananda Saraswati, que el gran reto de nuestra generación será mantener la sacralidad de la vida frente a la modernidad. Y éste es precisamente el cambio de paradigma: de la misma forma que la modernidad eliminó a Dios de todos los aspectos de la vida, la única posibilidad de proteger todo aquello que amamos es devolviendo la sacralidad perdida, elevándolos a una categoría sagrada, elevando nuestra conciencia y nuestra manera de ver el mundo a un estadio metafísico.
Esto no significa que debamos empezar a ir a misa los domingos gregariamente, meternos en cualquier secta New Age o convertirnos en ascetas sin sentido. Significa que debemos entender que lo principal en nuestras vidas es elevarnos como individuos enfrentándonos a las tentaciones que nos ofrece el endemoniado sistema; debemos redescubrir las tradiciones y el conocimiento olvidado releyendo las escrituras sagradas; debemos embarcarnos en la búsqueda individual de Dios; debemos valorar y defender con uñas y dientes la herencia cultural recibida de nuestros ancestros frente a la globalización masiva; debemos enfrentarnos a toda estrategia de igualitarismo cultural y mestizaje étnico, porque cada pueblo merece el derecho de hacer su propio camino. En definitiva, debemos iniciar una guerra espiritual, desde lo individual a lo colectivo. Hemos de dotarnos a nosotros mismos de sacralidad, asumir que somos parte fundamental del universo en un momento crucial en la historia y que nuestro bando es el del Bien. Debemos prestarnos militantemente al servicio de la elevación constante de nuestra vida y el entorno, según la manera de ser de cada uno. Este es mi mas profundo punto de vista.
Solo me queda recordar al escéptico que antes de que él naciera hubo un gran pensador que se pasó toda su vida combatiendo a la moral y a Dios, porque no pudo sobreponerse a su sufrimiento material particular. Mas, ¿Cual fue su último gran acto heroico antes de caer en el abismo? La compasión hacia un caballo enfermo.



(Source: soulguerrilla.com)
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