viernes, 28 de diciembre de 2018

¿Por qué es negado el racismo antiblanco? Parte III


(Primera parte: http://cienciayraza.blogspot.com/2018/12/por-que-es-negado-el-racismo-antiblanco_45.html
(Segunda parte: http://cienciayraza.blogspot.com/2018/12/por-que-es-negado-el-racismo-antiblanco_28.html


 
 

a ignorancia, negación o trivialización del racismo antiblanco entre personas blancas sin motivos para ignorarlo, negarlo o trivializarlo (como el caso, por ejemplo, de los distintos agentes inmigracionistas, que sí tienen un interés en hacerlo) tiene varias causas, todas ellas relacionadas. Analizándolas, tomamos conciencia del enemigo al que nos enfrentamos y nos ponemos en disposición de idear estrategias que rompan esta infame impunidad del que el racismo antiblanco disfruta. Las causas son las que siguen: 

5. La discriminación positiva, forma más frecuente de manifestación del racismo antiblanco, es legal. 

En el artículo Formas elementales del racismo antiblanco hice una distinción analítica entre racismo antiblanco informal, ejercido por personas racialmente no europeas y a título puramente individual, y racismo antiblanco formal o institucional, que es el ejecutado por individuos que actúan como agentes de alguna institución u organización, sea ésta pública o privada. El primero es ilegal aunque, en la práctica, como acabamos de comentar, se persigue poco o nada. El segundo es legal en su forma de discriminación positiva, que es la manera en que más aparece, aunque no la única. Es evidente que esta legalidad se sustenta en el poder y en los intereses, no en la razón o en la justicia, pero legalidad, justa o injusta, legalidad es, y los efectos perjudiciales de que la discriminación positiva sea legal se dejan sentir, naturalmente, en los que sufren la discriminación negativa que toda discriminación positiva conlleva, que en España y en el resto de Europa suelen ser los nativos. No todo racismo antiblanco institucional se manifiesta como discriminación positiva; por ejemplo, la interpretación de los acontecimientos que efectúan los medios de comunicación, que es tendencialmente contraria a las personas de raza blanca, y que se trató en el punto uno, entra en el capítulo de racismo antiblanco institucional. 


 
Pero aquí interesa analizar la discriminación positiva. Al ser ésta legal, no es llamada racismo por ninguna de las instituciones involucradas en el etiquetado social. Este racismo no consta como racismo, pero lo es. Lo real es que la discriminación positiva en función de la raza entra en contradicción con los fundamentos de sociedades dotadas de regímenes político-jurídicos que se dicen respetuosos del principio de igualdad y de no discriminación de las personas en función de la raza o la etnia a la que pertenezcan. Hay quién niega que la discriminación positiva es una práctica racista, pero hay que ser muy estúpido, o estar muy dominado por la endofobia, o tener intereses concretos en la práctica de la discriminación positiva (bien como beneficiario directo, bien como agente intermediario, y ya vimos en los puntos tres y cuatro la amplitud de las subvenciones a lobbies involucrados en la discriminación positiva), para no comprender o admitir que, dado que mediante esta política lo que se reparten son recursos (bienes y servicios entendidos en sentido amplio), y que dado que los recursos son limitados, toda discriminación positiva a favor de un grupo racial o étnico concreto conlleva necesariamente una discriminación negativa contra otro, que en España y en la mayoría de los estados europeos, tal y como acabamos de señalar, indefectiblemente es la etnia nativa. Es todo un espectáculo político ver a individuos que dicen combatir la discriminación en todas sus formas defender a la vez la discriminación positiva. Sus palabras los delatan: ellos mismos reconocen ser aquello que dicen combatir, es decir, discriminadores. No pasa nada, ellos aseguran que su discriminación es positiva, que es buena. Esto nos aporta indicios de que estos individuos tienen una relación no demasiado equilibrada con la moral. 

6. El dominio discursivo de la intelectualidad progresista, que ama a los inmigrantes y aborrece a la clase trabajadora nativa española (o europea), consolida estos procesos. 

Se dijo arriba que el racismo antiblanco goza de impunidad, y que ésta es tanto discursiva (a nivel microsociológico o interpersonal, así como a nivel macrosociológico o institucional) como, en la práctica, legal. También se dijo que esta impunidad se manifiesta en el discurso como ignorancia, negación y trivialización de este tipo de racismo e incluso, bajo determinadas condiciones, como justificación y reivindicación. Pues bien, lo que se sostiene ahora es que la impunidad de la que disfruta el racismo antiblanco es, en parte, consecuencia del dominio que la intelectualidad progresista tiene de los aparatos ideológicos de los distintos estados en los que semejante casta medra. 
 
Aunque a primera vista podría parecer un fenómeno misterioso, el control de los aparatos ideológicos por parte de unos intelectuales progresistas en estados regidos por élites económicas de ideología liberal, tiene una razón muy sencilla: lo conveniente que le resulta al capital mundialista la extensión entre la población de la ideología del marxismo cultural, que es, a fin de cuentas, la predominante en el discurso de los intelectuales progresistas. Dos ejemplos. El progresista, en tanto que marxista cultural, es inmigracionista, y esto es lo que le viene bien al capital. La inmigración masiva, contraparte demográfica de otras mundializaciones (económica, social, política, cultural, etc.) impuestas por el desarrollo del capitalismo (mundialización o globalización como fase ulterior del capitalismo), es decir, la inmigración masiva como elemento consustancial a esta fase del capitalismo en que nos encontramos, es justificada por la intelectualidad progresista ante el pueblo que, subyugado a su discurso o forzado por el mismo, termina aceptando lo que antes temía o rechazaba. Rinden así estos progresistas un servicio impagable a la superburguesía, haciendo un trabajo que a la intelectualidad nominalmente burguesa y de ideología liberal le resulta imposible hacer, dado su reducido favor popular. El progresista es feminista. El feminismo ha aportado y aporta grandes servicios al capitalismo, como forma complementaria a la inmigración masiva de expandir el ejército industrial de reserva y así desplomar salarios y reventar convenios colectivos duramente logrados a base de la lucha de los trabajadores. Revisando otros aspectos característicos del progresismo (como el rechazo de la autoctonía, de lo étnico y de cualquier vinculación orgánica de las personas de raza blanca, combinado con un interesado indigenismo entendido como ideología de oposición a las etnias europeas, todo ello combinado, sin empacho alguno, con cosmopolitismo, al más puro gusto liberal) observamos lo mismo: la ideología progresista es útil para las élites liberales y en esta utilidad reside la base de su control delegado de los aparatos ideológicos que la superburguesía liberal domina. En un sentido general, el progresismo provoca disolución social, algo muy deseable para una élite liberal que pretender organizar la sociedad con el mercado como único regulador social. 

En la típica narrativa progresista, el individuo de raza blanca tiene, necesariamente, un papel negativo que interpretar. El progresismo, en tanto que marxismo cultural, es una ideología endófoba, es decir, hostil por principio a los nativos europeos, y xenomaníaca. Ya se explicó en su momento el porqué. Los progresistas desprecian a los nativos por no haberles alzado al poder, mediante la revolución o como fuera. Por esta misma razón, y sobre la base de un desconocimiento absoluto de naturaleza política de las masas inmigrantes, aman a estas masas. La incapacidad para comprender la historia, o la consideración de una historia sesgada, está en la base de la otra razón por la que los intelectuales progresistas desprecian u odian a los nativos. Así, para esta gente, los fenómenos coloniales europeos a partir de la Edad Moderna cobran exclusividad en lo que hace al fenómeno colonial y al sojuzgamiento de unos pueblos por otros. Considera que los estados europeos tienen contraída una grave deuda con el resto del mundo y que son culpables. Intenta por todos los medios, absurdamente autoerigida en conciencia crítica de ellos, extender la culpa y hacerles pagar por lo que, según dice, hicieron. Ignora necesariamente para ello, porque si no el esquema se caería en un momento, el resto de la historia mundial y las distintas imposiciones coloniales y conquistas territoriales que unos y otros pueblos, europeos o no europeos, han protagonizado. De modo que la intelectualidad progresista también ama a los inmigrantes porque quiere hacerse perdonar, o mejor, pretende que la sociedad de cada estado europeo se haga perdonar por estos inmigrantes. Aquí hacen su aparición complejos procesos psicológicos, en los que no están ausentes sentimientos ciertos de inferioridad personal del propio intelectual progresista (problema personalísimo al que pretende dar solución social), que hacen aparecer y situar en el primero plano incomprensibles preocupaciones de reparación histórica de los blancos a los no blancos, que además de unilaterales y arbitrarias son imposibles, porque la historia ni retrocede ni se detiene. Con este bagaje ideológico, es evidente que la influencia ideológica y cultural de la intelectualidad progresista en los estados de Europa sólo puede acentuar la endofobia y los fenómenos de ignorancia, negación y trivialización del racismo antiblanco. En los casos más acentuados genera la justificación e incluso la reivindicación de esta forma de racismo. 

7. El reconocimiento del racismo antiblanco es contrario a la ideología dominante. 
 
El progresismo, que es la ideología dominante en las masas de Europa a causa del control que la intelectualidad progresista tiene de los aparatos ideológicos en los estados europeos, no puede reconocer la existencia del racismo antiblanco, pero sí se muestra extraordinariamente dispuesto a ver racismo contra los no blancos en todas partes. En la ideología progresista predomina el marxismo cultural y en su relato el blanco siempre tiene un papel negativo en la historia, al contrario que el no blanco. Las razones de esto están dadas en el punto anterior. El racismo, según esta narrativa, será inherente y exclusivo del blanco, y el no blanco siempre será la víctima. La ideología progresista es la dominante a nivel popular, con lo que la impunidad para el racismo antiblanco está servida. Esta impunidad se manifiesta, como se dijo al principio de este artículo, como ignorancia, negación y trivialización del racismo antiblanco y, en sus variantes más exacerbadas, como justificación y reivindicación de este tipo de racismo. La élite conformada por la hiperburguesía o burguesía mundialista, que es de ideología liberal, está interesada en la extensión entre las masas de la ideología progresista, porque, tal y como se ha explicado antes, esto le permite vencer resistencias populares a la globalización; por esto admite el control progresista de los productores ideológicos destinados a las masas. La élite obtiene el fruto cierto de la pasividad de la población europea, amedrentada por el racismo informal y también por el racismo formal o institucional, hecho que le permite profundizar más y más en la globalización (que también es demográfica), es decir, en el capitalismo.







(Source: taringa.net) votar

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