martes, 11 de agosto de 2015

¿Negro o mulato?

Por encima de las incidencias inevitables de las primarias, la rivalidad entre Hillary Clinton y Barack Obama parece engrosar las aguas de un raudal permanente en la política norteamericana: la lucha cívica por la igualdad entre los ciudadanos de diferentes razas. Para muchos se trata hoy de colmatar simbólicamente -con el acceso de un negro al sillón presidencial- el viejo abismo entre la raza blanca y la raza negra, dando todo su calado al lema e pluribus unum que, con un significado meramente territorial, campea desde el inicio en el escudo y el sello de los Estados Unidos. Blancos y negros, sí. Pero Barack Obama, que proclama su mezcla y se enorgullece de ella ¿es un negro o es un mulato?
Ya en la única Constitución que han tenido los EE UU quedó planteado con toda claridad el principio iusnaturalista de la igualdad de todos los hombres. La tensión que una declaración de tal clase podía generar en un país birracial, y montado sobre una estructura radicalmente desigual, no podía en aquél entonces ser identificada. Las causas que concurrían a impedirlo no eran tan sólo las chocantes diferencias en el aspecto físico que, haciendo el efecto de librea natural o «uniforme innato» separan ostensiblemente una raza de la otra, sino el abismo cultural, social, económico y jurídico que se abría entre ellas.
Pero ni siquiera decir que la negra y la blanca eran dos razas polarmente distintas en todos los aspectos y matices basta para describir fielmente la situación. Para esto hubiera sido necesario destacar un hecho que no suele ser tomado en cuenta ni por políticos ni por los historiadores: la población blanca de la Norteamérica de entonces, procedía en abrumadora mayoría de las islas británicas y de países del Norte de Europa como los principados alemanes o los Países Bajos. Al lado de las diferencias religiosas que siempre influyen en la idea que se tiene de los demás, están las cuestiones de índole histórico. Las estirpes de las cuales procedía la población blanca de los EE UU carecían de la experiencia del trato asiduo con razas de diferente color y, por eso precisamente, tendían, sin más, a ignorarlas o a considerarlas totalmente extrañas al grupo, cuando no enemigas.
En cambio, tal experiencia, sí que estaba viva entre las poblaciones blancas originarias del Sur y del Occidente de Europa continental, que habían precedido a los ingleses en la exploración y asentamiento en el Sur y en el Centro del Nuevo Continente. Tal era el caso de españoles y portugueses; como lo era también el de los italianos que, desde el primer momento estuvieron con los españoles en el descubrimiento, conquista y colonización de las tierra americanas.
Acostumbrados al trato en guerra o en paz, en intercambio y comercio o en plena rivalidad, con los pueblos moros (es decir, de piel oscura) del levante mediterráneo; e incluso, por lo que se refiere a los portugueses, con los indios del Oriente, lusos, españoles e italianos estaban muy habituados al contacto humano con pueblos que contrastaban con los europeos por su físico, por sus costumbres, por su credo religioso, por su atuendo y por sus sistemas de organización y de gobierno y por el grado de su inserción en la historia universal.
No es de extrañar que con el indio que encontraron en el Nuevo mundo y con los negros que fueron llevados allá, las gentes del Sur de Europa adoptasen la misma actitud que con el moro: se procuraba, en primer lugar, su bautismo y su conversión, que significaba algo así como un primer nivel de homologación de la población sin que esto supusiese el negar o ignorar las diferencias de que se partía. Era el comienzo de un proceso de asimilación que culminaría dando lugar en la América española al extenso sector de los ladinos, primero indios versados en el habla castellana y después mestizos con la misma habilidad. Como daría lugar al negro horro, es decir, al negro libre que se ejercitaba por lo regular en oficios y en el pequeño comercio. Existían barreras raciales, pero estas eran relativamente superables por la pasión o por el amor entre hombre y mujer, por la buena suerte, por la habilidad personal, o por lo que hoy llamaríamos enchufe. Y, en el caso de los indios, por razones de la Historia, los traxcaltecas, aliados de Cortés en la primera hora, dieron oficiales al ejército real hasta el siglo XVIII. Es conocido el caso de que sería después San Martín de Porres que ingresa en la orden de predicadores, pese a ser bastardo y mulato, solo por ser hijo reconocido de un caballero español y una negra horra. Como era el caso también de los llamados indios principales, que vestían como castellanos y estaban autorizados a poseer caballerías y a portar armas. Uslar Pietro refleja en sus novelas -referidas al ambiente venezolano- los celos de los orgullosos mantuanos frente a los mulatos o pardos que por la vía de la riqueza habían adquirido la condición jurídica de blancos.
En cambio, en las colonias inglesas de América, la jerarquización social paralela a la racial, cristalizó en un status jurídico férreo que subordinaba los negros a los blancos, y que era considerado garantía de la paz social y salvaguarda de la civilización en el Nuevo Continente. La situación de inferioridad jurídica, cultural, económica y social de los negros era tanto más acentuada cuanto más próximo estaba a ellos el antecedente africano, pues la población negra no dejó de incrementarse después de la independencia con la importación de nuevos esclavos desde el continente de origen. Por cierto, los veloces veleros conocidos con el nombre de clippers, fueron una creación conjunta de los negreros y de los carpinteros y maestros de atarazanas de Massachussets. Los clippers estaban destinados a burlar el cerco de los barcos de guerra que perseguían el tráfico esclavista. En otras palabras, en aquellos Estados Unidos recién emancipados de la Corona Británica, nada contribuía a la sedimentación de los estamentos mulatos, intermediarios entre el negro y el blanco, ni a la producción de situaciones que ayudasen a paliar esa polaridad extrema.
En efecto, los mulatos, que en Hispanoamérica constituían, y constituyen de alguna manera un puente natural que atenuaba las diferencias polares entre negros y blancos, en Estados Unidos eran totalmente inoperantes como categoría intermedia. Sencillamente no se les tomaba en cuenta. Por esa razón son asimilados, en nombre y en consideración, a los africanos puros. A unos y a otros se les designa con un hispanismo o lusitanismo léxico: negro (pl.egroes) que en inglés es palabra despectiva que alude directamente a la raza, puesto que para el color ya se posee la palabra black.
Esta es la razón de que Barack Obama, claramente un mulato sea llamado negro. Esta es la razón del rechazo que este negro, que en realidad es mulato, sufre entre los blancos pobres del Sur y esta es la razón de que el reverendo Jeremiah Wright lo haya tomado, haciéndole un flaco favor, como pretexto «negro» para echar en cara a los Estados Unidos -olvidando la guerra civil- su pasado esclavista, llegando incluso a proclamar el carácter justiciero del atentado terrorista del 11-S. De aquellos polvos vienen estos lodos.


(Source: diariovasco.com)
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