jueves, 31 de diciembre de 2015

¿Eran los romanos rubios y de ojos azules?

Hic niger est, hunc tu, romane, caveto
“De aquello que sea negro, protégete, romano”
(Dicho romano)

Con el latín malus, “malo”—a su lado yo pongo μέλας (“negro” en griego)—acaso se caracterizaba al hombre vulgar en cuanto a hombre de piel oscura, y sobre todo en cuanto a hombre de cabellos negros (hic niger est—“éste es negro”), en cuanto habitante preario del suelo italiano, el cual por el color era por lo que más claramente se distinguía de la raza rubia, es decir, de la raza aria de los conquistadores, que se habían convertido en los dueños. —Nietzsche, Genealogía de la moral.
Nota: Para información sobre los avances hechos en materia de clasificación racial, pinchar: aquí.
El caso romano es prácticamente idéntico al caso griego. ElYouTube que encabeza el artículo [omitido aquí] es un fragmento de la serie Roma, donde se recrea un combate entre galos y romanos. La serie tenía tremendas pifias, grandes burradas, mentiras varias y soplapolleces en abundancia. Pero estaba curiosa la ambientación, la marcha de los acontecimientos históricos, las legiones en acción, el esplendor de los palacios imperiales, los tejemanejes en los callejones de Roma, etc. Uno de los protagonistas de la serie era un centurión (el del silbato).
Era rubio.
¿Pero cómo pueden ser tan fascistas, tan nordicistas, tan nazis, tan anti-María-Teresa-de-Calcuta, tan eurocéntricos y tan racistas estos medios de comunicación? Si tuviesen un mínimo de cultura (como yo) deberían saber que los romanos eran de fenotipo mediterráneo (como yo) y etcétera.
Cosas como estas se han escuchado más veces de lo que se pueda imaginar. Y se siguen escuchando ornitorrincadas similares, incluso de parte de gente que, por su admiración a Roma, obviamente habrán leído algo de lo que escribieron esos sobrios y tenaces soldados que eran los romanos. ¿O no?
En este post se presentan los testimonios de puño y letra de romanos de carne y hueso. Olvidaremos las películas y los iletrados metidos a sabihondos, para dejar que los mismos romanos nos expliquen cómo se veían a sí mismos.


Los primeros emperadores romanos como ejemplo de tipos raciales patricios

Examinaremos el fenotipo que presentaban los primeros emperadores romanos, por ser representativo de la raza de los patricios, de la nobilitas romana, es decir, la aristocracia dominante. Lo que me interesa no es tanto demostrar la presencia de sangre nórdica en la clase alta romana (cosa que es fácil), sino principalmente hacer ver que, además, la sangre nórdica en Roma iba indisolublemente asociada a la noción de divinidad y de ascendencia noble. Algunos pasajes de los aludidos están originalmente en griego, eso se debe a que el griego tenía gran prestigio como lengua culta, poética y filosófica, y muchos eran los romanos que se educaban en dicho idioma.
roma-octavio
• Augusto, el primer emperador romano, era “rubio” (subflavum) según Suetonio (De Vita Caesarum: Divus Augustus), y tenía “ojos azules” (glauci) según Plinio, (Naturalis Historia, XI, CXLIII):
Tenía ojos claros y brillantes, en los que gustaba de pensar que había algún tipo de poder divino, y le placía grandemente, cuando miraba intensamente a alguien, que éste dejase caer su caracomo ante el esplendor del Sol (Suetonio, De Vita Caesarum: Divus Augustus, LXXIX).
• Tiberio tenía ojos “gris-azulados” (caesii) según Plinio, (Naturalis Historia, XI, CXLII).
• Calígula tenía una “barba rubia” (aurea barba) según Suetonio (De Vita Caesarum: Caligula, LII).
• Claudio era “de cabello gris-blanco” (canitieque) según Suetonio (De Vita Caesarum: Divus Claudius, XXX), y “de ojos grises” (γλαυκόφθαλμος) según Malalas (Chronographia, X, CCXLVI).
• Nerón era “rubio o pelirrojo” (subflavo), tenía “ojos gris-azulados” (caesis) según Suetonio (De Vita Caesarum: Nero, LI), y descendía de una familia nombrada por su clara pigmentación.
De la familia Domicia, dos ramas han adquirido distinción, los Calvini y los Ahenobarbi. Los segundos tienen como el fundador de su raza y origen de su apellido a Lucio Domicio, a quien, mientras volvía del campo, se le aparecieron jóvenes gemelos de majestad más que mortal, así se dice, y le pidieron que llevase al Senado y al Pueblo las noticias de una victoria que era aun desconocida. Y como señal de su divinidad, se dice que acariciaron sus mejillas y convirtieron su negra barba a un tono rubicundo, como el del bronce. Esta señal fue perpetuada en sus descendientes, gran parte de los cuales tienen barbas rojas. (Suetonio, De Vita Caesarum: Nero, I.)
• Galba era de cabellos gris-blancos (μιξοπόλιος) según Malalas, (Chronographia, X, CCLVIII), y de ojos azules (caeruleis) según Suetonio (De Vita Caesarum: Galba, XXI).
• Vitelio era “pelirrojo” (πυρράκης) y de ojos “grises” o “azules” (γλαυκός) según Malalas (Chronographia, X, CCLIX).
• Vespasiano era “de cabellos gris-blancos” (πολιός) y “de ojos del color del vino” (οινοπαης τους οφθαλμούς), aunque no se sabe si esto se refiere a vino tinto (moreno) o vino blanco (verdes), según Malalas, (Chronographia, X, CCLIX).
• Tito, según Sieglin (Die blonden Haare der indogermanischen Völker des Altertums, 109), era “rubio”.
• Domiciano era “rubio” (ξανθός) y “de ojos grises o azules” (γλαυκός) según Malalas, (Chronographia, X, CCLXII).
• Nerva era “de cabellos grises” según John V. Day (Indo-European origins).
• Trajano era “de cabello dorado” (caesaries) según Sieglin (Die blonden Haare der indogermanischen Völker des Altertums, 109). Pero no olvidemos que Trajano no era romano, sino español de sangre celta, y por lo tanto no deberíamos tenerlo en cuenta a la hora de intentar definir el fenotipo de la aristocracia romana de origen patricio.
• Adriano, procedente de una familia noble romana establecida en Hispania, era “de cabello oscuro” (κυανοχαιτα) según Sieglin (Die blonden Haare der indogermanischen Völker des Altertums, 112), y “de ojos grises o azules” (γλαυκόφθαλμος) según Malalas, (Chronographia XI, CCLXXVII).
Curiosamente, a pesar de que es descrito como “de cabello oscuro”, en la misma estatua de la imagen quedan trazos de pintura dorada en su cabello y en su barba. Antiguamente, las estatuas eran pintadas según los colores del “modelo” original. Sus rasgos faciales responden al tipo nórdico.
• Antonio Pío era “de cabellos grises-blancos” (πολιός) y con los ojos “del color del vino” (οινοπαης τους οφθαλμούς) según Malalas, (Chronographia, XI, CCLXXX).
• Lucio Vero era “de cabello rubio” (flaventium) según Sieglin (Die blonden Haare der indogermanischen Völker des Altertums, 110).
• Comodo era “de pelo rubio” (ουλόξανθος) y “de ojos azules o grises” (υπόγλαυκος) según Malalas, (Chronographia, XII, CCLXXXIII):
Comodo era de una apariencia impactante, con un cuerpo bien modulado y una cara bella y viril; sus ojos eran ardientes y brillantes; su cabello era naturalmente rubio y rizado, y cuando salía a la luz del Sol, brillaba con tal fuerza que algunas personas pensaban que polvo de oro se esparcía sobre él en las apariciones públicas, pero otros lo consideraban sobrenatural y decían que un halo celeste brillaba en torno a su cabeza. (Merodio, Historia del Imperio, I, VII, V.)
Por tanto, nos encontramos con que:
• De los 18 emperadores de Augusto a Comodo, 9 eran rubios o pelirrojos, 5 tenían el pelo gris o blanco, de 3 no tenemos constancia del color de su pelo, y sólo uno (Adriano) era descrito como de cabellos oscuros.
• De los 18 emperadores de Augusto a Comodo, 9 tenían ojos azules o grises, 2 tenían ojos “del color del vino” (lo que signifique eso, tomémoslo como morenos), y de 7 no tenemos constancia en cuanto al color de sus ojos.
Muchos de los emperadores alcanzaron el poder siendo hombres avanzados, de cabellos grises o blancos y, sin embargo, a muchos se les describía como de ojos claros. Si tuviésemos registros de su aspecto cuando eran jóvenes, es probable que una proporción significativa de ellos tuviese cabello claro. De los 9 emperadores con cabello claro, sabemos que al menos 5 tienen los ojos claros, y de los otros 4 nada sabemos en cuanto al color de sus ojos. De Tiberio, por ejemplo, no sabemos nada sobre sus cabellos, quizás porque era calvo cuando ascendió al poder. Y lo mismo reza para Otón, que se rapaba y llevaba peluca. Tampoco sabemos nada acerca del aspecto físico del “emperador filósofo”, Marco Aurelio, padre de Comodo y un soberano de primera. Otros muchos emperadores (como Julio César), sin ser rubios, eran altos y tenían una complexión muy blanca, rubicunda, o sonrosada.
A partir de Comodo, renuncio a dar más descripciones de emperadores:
1- Porque comenzaron a ascender al poder individuos que no eran de origen romano, y por tanto cuyo fenotipo nada nos puede decir acerca del legado genético de la nobilitas de origen itálico y patricio.
2- Porque, en todo caso, el mestizaje estaba ya lo bastante avanzado como para que los linajes patricios originarios hubiesen perdido su sentido. En aquella época, era común que las mujeres de la alta sociedad romana, hiciesen rapar las melenas de esclavas germanas para confeccionarse pelucas de pelo rubio.


Los dioses, los itálicos, los patricios y los orígenes de roma

Retrocedamos alrededor del año 1200 AEC y trasladémonos a Italia. En aquella época, Centroeuropa era zona de multiplicación de la estirpe indoeuropea y estaba en plena ebullición. Desde lo que hoy es Alemania, una protocivilización semibárbara de la edad de hierro, que la actual arqueología llama Cultura de los Campos de Urnas, estaba lanzando grupos migratorios en todas las direcciones. Entre estas oleadas estaban los celtas, los helenos, los ilirios y los itálicos (también llamados italos o italiotas).
En aquella época, los itálicos, probablemente confederados con algunos grupos ilirios como en el caso de los dorios, irrumpieron en Italia.
Eran un pueblo que, en contraposición a los habitantes nativos de Italia, eran patriarcales en vez de matriarcales, rubicundos antes que morenos, incineraban a sus muertos en vez de enterrarlos, traían consigo todo un panteón de dioses heroicos y guerreros, hablaban un idioma indoeuropeo, rendían un cierto culto bélico y mostraban una simbología solar más orientada al cielo que a la Tierra.
Itálicos fueron los pobladores de yacimientos como la Cultura de Villanova. Los posteriores conflictos “civiles” que la historia feminista denomina como de “matriarcado vs. patriarcado”, así como los retazos que han quedado en la mitología en lo tocante a la lucha heroica de personalidades indoeuropeas contra entes telúricos nativos como serpientes, se refieren realmente a un enfrentamiento espiritual, desencadenado por la llegada de un pueblo minoritario, agresivo y marcial que no se mezclaba con la población aborigen y que pugnaba por dominar la zona.
Bajo un rígido ritualismo religioso, el 21 de Abril de 753 AEC, los jefes de algunos clanes itálicos fundaron la ciudad de Roma. Durante dos siglos, Roma vivió bajo el despotismo y la tiranía de los reyes etruscos, cabezas de una civilización degenerada y siniestra: sacrificios rituales, orgías, matriarcado, homosexualidad, opulencia lujosa, pedofilia, ocio decadente, etc. Los etruscos procedían de Asia Menor, se autodenominaban a sí mismos rasena (“los elegidos”, igual que los judíos) y, no obstante la herencia que tenían (que no representaba sino la decadencia de algo superior a ellos), eran un pueblo condenado.
La situación de tributo romano a Etruria duró hasta que, en el año 509 AEC, los romanos se alzaron contra los etruscos y expulsaron al rey etrusco, Tarquinio el Soberbio, de sus tierras. Las leyendas quieren que esta insurrección itálica (que fue una “rebelión sagrada” de indoeuropeo contra preindeuropeo, de patriarcado contra matriarcado) estuviese motivada por la violación de Lucrecia, una hermosa, honrada y virtuosa mujer de familia romana, a manos de Sexto Tarquino, hijo del rey etrusco —y lascivo como todo su pueblo, en contraposición a la puritana moralidad de los latinos.
Lucrecia se suicidó por honor y, siendo esto la gota que colmaba el vaso de la paciencia romana, los patriarcas iniciaron una rebelión contra los etruscos que desembocó en el derribo de la monarquía etrusca, la fundación de la República romana y la erradicación sistemática y casi total de la memoria etrusca. (Comparable sólo al “genocidio” y a la completa destrucción de Cartago, la mortal enemiga de Roma, considerada como reencarnación del espíritu etrusco-oriental, y en cuyos campos echaron los romanos sal para que nada volviese a crecer allí.)
 
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Recreación de Roma durante la República. Préstese atención a la forma de los barcos de la izquierda, tan reminiscentes de los drakkar escandinavos.

Con la expulsión del poder etrusco, se nombraron dos pretores (posteriormente cónsules) que ocupaban el vacío de poder creado. Quedó fundada, pues, la República Romana, marcada por las luchas sociales entre patricios (nobles) y plebeyos.
En aquella época, el Populus Romanus original se dividía en 30 curias (tribus o clanes), cuyo origen se perdía entre las gentes itálicas de antes de la invasión. Las curias estaban encabezadas por los patres (padres) de las gens (familias), esto es, los patriarcas fundadores del clan y de cada familia que lo componía. Cada gens o familia se consideraba descendiente de un genio o patriarca fundador semidivino, al que se rendía culto doméstico como ídolo protector de la casa y de sus descendientes.
Si asimilamos que, para los romanos, una gens o familia era toda una institución social, estatal, militar y religiosa, podemos comprender la importancia de los genios y los patres como jefes de esta pequeña célula imperial, a quienes correspondía el liderazgo social, político y militar, así como los puestos dirigentes en el característico culto religioso romano, donde se confundían Júpiter, el Estado, el patriarca, el Senado, la Legión y la familia. No era de extrañar, pues, que fuesen considerados como semidivinos y de altísima sabiduría.
Los patres fueron los que dieron su nombre a la casta de los patricios, es decir, los pertenecientes a su sistema de familias y clanes, la aristocracia, la primera nobilitas, que se diferenciaba de la plebs o plebe—es decir, los pueblos que no entraban en el orden de clanes itálicos. En un principio, los varones patricios eran los únicos ciudadanos romanos, los únicos que militaban en la Legión, los únicos a quienes les era dado llegar a senadores y los únicos que disfrutaban de todos los derechos y deberes asociados tradicionalmente a la ciudadanía romana.
Posteriormente, tras la “universalización” y “cosmopolitización” de Roma durante el Imperio, los patricios pasaron a formar una aristocracia sobre el resto de pueblos de Italia, englobados en laplebs. Los patricios como clase social, y de entre ellos, los patrescomo cabeza de familia, son probablemente la expresión más exaltada del patriarcado y el patriotismo propio de los indoeuropeos en oposición al narcótico matriarcado de los pueblos preindoeuropeos de Europa, decadentes y “demasiado” civilizados.
Pasaremos a examinar ahora a los patricios y a los dioses romanos bajo el punto de vista del fenotipo, tras haber visto a los primeros emperadores romanos, la mayoría de origen patricio.
• Lucio Cornelio Sila (138-78 AEC), el cónsul y dictador romano, que era de ascendencia patricia, tenía pelo rubio, ojos azules y una complexión rubicunda:
Su dorada cabeza de cabello lo hacía un hombre de aspecto extraordinario, ni tenía ninguna vergüenza, tras las grandes acciones que había realizado, en testificar a sus propias grandes cualidades. Así, gran parte de su opinión era en cuanto a agencia divina (Plutarco, De Vita: Sylla).
Cuál fuese lo demás de su figura aparece en sus estatuas; pero aquel mirar fiero y desapacible de sus ojos azules se hacía todavía más terrible al que lo miraba, por el color de su semblante, haciéndose notar a trechos lo rubicundo y colorado mezclado con su blancura; y aun se dice que de aquí tomó el nombre, viniendo a ser un mote que designaba su color. Así, un decidor de mentidero de los de Atenas le zahirió con estos versos: “Si una mora amasares con la harina, tendrás de Sila entonces el retrato”.
Marco Porció Catón “el Censor”, más conocido como Catón el Viejo (234-149 AEC), el pronunciador de la famosa frase Ceterum censeo Carthaginem esse delendam (“Por lo demás, creo que Cartago debe ser destruida”) en todos sus discursos, era rubio de ojos azules según Plutarco:
Era en su figura rubio y de ojos azules, como lo dio a entender, no mostrándosele muy aficionado, el que hizo este epigrama: A ese rubio, mordaz, de ojos azules, a Porcio, aun muerto, estoy que en el infierno no le ha de recibir la hija de Ceres (Plutarco,Marco Catón).
• Popea Sabina (30-65 EC), la mujer de Nerón, famosa por su belleza en toda Roma, era muy blanca y pelirroja.
Notamos que los romanos, como los griegos, veían la pigmentación clara como un signo de lo “divino” o lo “sobrenatural”. Algunos pueden interpretar este hecho en cuanto a que la pigmentación clara era rara entre los romanos. Pero examinando convenciones de nombres, queda claro que las facciones claras eran bastante comunes entre los patricios. Según Karl Earlson:
Una vez que habían llegado a una cierta etapa en sus vidas, los patricios ganaban su nombre personal adicional (cognomina), que a menudo estaba basado en el aspecto físico que poseían. Nombre como Albus indican piel clara; Ravilla, ojos grises; Caesar [César], ojos azules; Flavius [Flavio], pelo rubio; Rufus [Rufo], pelo rojo; Longus [Longo], alta estatura; Macer, una constitución esbelta. Todos estos nombres eran comunes entre los patricios.
Así, el autor latino Quintiliano, en Institutio Oratoria (I, IV, XXV), observa que un hombre llamado Rufo o Longo, tiene tal nombre por sus características corporales: porque es pelirrojo o alto. Plutarco (Coriolano XI) establece que dos hombres, uno pelirrojo y otro moreno, podían distinguirse porque el primero se llamaría Rufus y el segundo Niger. Aelio Espartano, en Historia Augusta: Aelio (II, IV), sugiere que los Césares ganaron su nombre por el hecho de que el fundador de su gens tenía ojos azules (oculis caesiis). El lexicógrafo Sexto Pompeyo Festo, en De verborum significatu (CCCLXXVI ss), establece que el nombre Ravilia deriva de “ojos grises” (ravis oculis), y el nombre Caesulla de ojos azules (oculis caesiis). Julio Paris, en De nominibus Epitome, VII, proporciona ejemplos de nombres de mujeres que, según dice, tienen su origen en la pigmentación de quienes los ostentaban: Rutila (pelo rojo), Caesellia (ojos azules), Rodacilla (complexión rosada), Murrula y Burra (cabello rojo o complexión rubicunda).
He proporcionado todas estas citas para demostrar que estos nombres no eran puramente arbitrarios, sino que estaban, de hecho, basados en características físicas, y que estas facciones no eran raras entre ciertos estratos de la sociedad romana.
Incluso cuando los patricios habían casi desaparecido, aun tenían los romanos el recuerdo de los antiguos patres como seres semidivinos que llegaron a Italia, fundaron Roma, “romanizaron” a la Península y legaron el Patriarcado a esas tierras, junto con una mentalidad fuerte y un sistema político duradero, eficaz y que perduró por siglos. Los antiguos antepasados patricios seguían siendo considerados en Roma como un patrimonio común del cual enorgullecerse.
Karl Earlson resume cómo sigue los hallazgos de Sieglin en cuanto a la pigmentación de los patricios y su identidad como casta:
Wilhelm Sieglin [Die blonden Haare der indogermanischen Völker des Altertums, 1935], recopiló los detalles de los patricios romanos cuyos nombres indican cabello claro. Produjo la siguiente lista: 7 Flavi, 20 Flaviani, 10 Fulvi, 121 Fulvii, 27 Rubrii, 26 Rufi, 24 Rufii, 36 Rufini, 45 Rutilii y 13 Ahenobarbi. Esto desbarata completamente la aserción de Sergi de que “Los romanos también tenían sus Flavi, que indica que las personas de complexión clara no eran comunes y requerían un nombre especial, pero no indica que el tipo germánico fuese considerado aristocrático ni dominante” (Sergi: 1901, 20). Obviamente, tales personas no eran escasas.
Sieglin también determinó que entre las familais Iulii, Licinii, Lucretii, Sergii y Virginii, el nombre Flavius era muy común; Rufi era a menudo visto entre las familias Antonii, Caecilii, Coelii, Cornelii, Geminii, Iunii, Licinii (a menudo también Flavii), Minucii, Octavii, Pinarii, Pompei, Rutilii, Sempronii, Trebonii, Valgii y Vibii; Rufini se encontraba frecuentemente entre las gensAntonia, Cornelia, Iunia, Licinia, Trebonia and Vibia. Sieglin observa que esta lista podría ser, desde luego, aumentada, bajo la luz de investigaciones mayores.
Además de todo esto, Sieglin también compiló una lista de 63 romanos rubios o pelirrojos, a los que se les había hecho una referencia definitiva en cuanto al color del cabello; muchos de estos individuos eran patricios. También encontró referencias a 27 divinidades rubias (incluyendo Júpiter, Venus, Mercurio, Diana, etc.) y 10 personalidades heroicas rubias. [1]
El hombre hace a los dioses en su propia imagen: de modo que estos dioses rubios nos hablan de la naturaleza racial de los primeros romanos. (En la Eneida, Virgilio se refiere a Mercurio, Lavinia, Turno y Camila como “de cabellos dorados”.) Su lista de rubios incluye Eneas, el antepasado mítico de los latinos (también era rubio su hijo Ascanio o Julo), Rómulo y Remo, los gemelos fundadores de Roma; Augusto, el primer emperador romano, e incluso Roma, que simbolizaba a la misma ciudad de Roma.
Mientras que la mayoría de históricos de cabello claro de Sieglin eran patricios, la mayoría de los 17 romanos morenos sobre los que encuentra referencias, eran plebeyos o libertos.


Sobre la desaparición de los patricios y el mestizaje de los romanos originarios

¿Qué fue de los patricios? Fueron marchitándose con el tiempo. En las numerosísimas conspiraciones e intrigas del Imperio, era común que, tras la formación de dos partidos enfrentados y la victoria de uno sobre otro, el vencedor hiciese asesinar al jefe del partido enemigo, a su familia y a todas las familias afines a él. “Los fuertes se destruyen entre sí y los débiles continúan viviendo”, dijo George Bernard Shaw. Es indiscutible que estos tejemanejes seudomafiosos diezmaron enormemente a la clase patricia. Si a esto añadimos el mestizaje ante una mayoritaria población plebeya, la inmigración de esclavos procedentes de Siria, las provincias de Asia Menor, Egipto y África, y el desangramiento de la flor y nata patricia en los campos de batalla, comprenderemos que los patricios no hayan durado demasiado durante el Imperio, en vista de situaciones tan disgenésicas.
En un jornal sobre Occidente y su futuro, es apropiado terminar este artículo recordando brevemente el destino de la clase alta romana. Entre los pueblos indoeuropeos, los romanos ofrecen un ejemplo especialmente útil, ya que dejaron masas de registros escritos, facilitando a los posteriores historiadores el determinar qué fue de ellos. La evidencia encontrada en textos antiguos implica que esta clase alta descendía principalmente de indoeuropeos que tenían un tipo físico decididamente noreuropeo, aunque eso no es algo que uno lea en libros modernos sobre la historia de Roma.
En Roma, sin embargo, la clase alta siempre fue una minúscula minoría. En vez de proteger sus intereses, se permitió a sí misma el atrofiarse poco a poco. Consideremos una funesta estadística. Conocemos alrededor de 50 clanes patricios en el Siglo V antes de Cristo, pero para la época de César, en el tardío Siglo I después de Cristo, sólo 14 de estos clanes había sobrevivido. La decadencia continuó en la época imperial. Conocemos las familias de casi 400 senadores romanos en el año 65 DC, pero sólo una generación después, todo rastro de la mitad de estas familias había desaparecido (John V. Day, Indo-European Origins).
Por ejemplo, en los tiempos de César conocemos a 45 patricios, de los cuales sólo uno está representado por la posteridad para cuando Adriano asciende al poder. Los Aemilsi, Fabii, Claudii. Manlii, Valerii y todos los demás, con la excepción de Comelii, han desaparecido. Augusto y Claudio ascendieron 25 familias al Patriciado, y para el reinado de Nerva, han desaparecido todas menos 6. De las familias de casi 400 senadores registrados bajo Nerón en el año 65, se ha perdió todo rastro de la mitad en los tiempos de Nerva. Y los registros están tan completos que se puede asumir que estas estadísticas representan con bastante precisión la desaparición de la estirpe masculina de las familias en cuestión. (Cf. Tenney Frank, “Race Mixture in the Roman Empire”, American Historical Review, Vol. XI, 1916).


Conclusión

¿Eran los romanos, pues, rubios?
Depende de lo que entendamos por “romanos”. Los romanos originales no descendían de los habitantes originales del suelo italiano, sino de los itálicos (o italios, o italiotas, o como os plazca llamarlos) y seguramente también de grupos ilirios, es decir, invasores indoeuropeos que entraron en Italia desde el Norte, procedentes de lo que hoy es el sur de Alemania. Estos invasores primigenios, de los cuales descendían los latinos (que fueron los más influyentes, y quienes acabaron dando su idioma al Imperio), los sabinos (considerados por Plutarco “una colonia de los lacedemonios” —los espartanos), los umbríos, los samnitas y todos los clanes patricios que fundaron Roma y la República, sí eran mayoritariamente nórdicos, y constituyeron además el fundamento de la élite política y militar del Imperio.
Sin embargo, en la Roma posterior, estos grupos formaron una minoría aristocrática, dominando a una plebe que sí era de origen preindoeuropeo y, posteriormente, incluso esclavos semitas y negros. Acabó habiendo mezcolanza entre todos estos grupos. Con el tiempo, los números de la casta nórdica dominante se marchitaron. Y, con ellos, se marchitó su firme influencia patriarcal, sobria y autoritaria, en favor de la disolución del Imperio, expresada en su cosmopolitismo, su multiculturalismo y su proliferación de los esclavos.
El resto de la historia posterior al esplendor imperial romano y a sus grandes hombres, ya nos la conocemos, y transcurre en una repente agonía decadente, salpicada por comilonas, fiestas, orgías, vino, esnobismo, falsa sofisticación, saltimbanquis, homosexuales, modas estúpidas, gordos, pelucas rubias hechas con cabellos robados a germanas, mestizos, pacifistas, esclavos envalentonados, mujeres “liberadas”, cristianos fanáticos y burgueses corrompidos que renegaban de su propia patria. [2]
El fantasma de la antigua Etruria, muerto por los antiguos patriarcas latinos, había vuelto a renacer. Ante esos monstruos decadentes —que ya nada tenían que ver con los semidioses patricios o con sus rudos y patrióticos soldados campesinos—, el “bárbaro” germánico era realmente un héroe auténtico, puro, duro, fuerte, noble, idealista, sencillo y valiente, en cuya limpia sangre aguardaban las fuerzas ocultas de la humanidad indoeuropea, prestas para dar a luz y hacer germinar al poder europeo de milenios posteriores. Pienso en las palabras del historiador Arthur de Gobineau:
¿Qué era, en lo físico y en lo moral, un romano de los siglos III, IV o V? Un hombre de talla mediana, de constitución y aspecto endebles, generalmente moreno, encerrando en las venas un poco de sangre de todas las razas imaginables; creyéndose el hombre primero del Universo, y, para probarlo, insolente, rastrero, ignorante, ladrón, depravado, dispuesto a vender su hermana, su hija, su esposa, su país y su soberano, y dotado de un miedo insuperable a la pobreza, al sufrimiento, a la fatiga y a la muerte. Por lo demás, no dudando de que el Globo y su cortejo de planetas no hubiesen sido creados sino para él únicamente. [3]
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Frente a ese ser despreciable, ¿qué era el bárbaro? Un hombre de rubia cabellera, de tez blanca y rosada, ancho de espaldas, grande de estatura, vigoroso como Alcides, temerario como Teseo, hábil, ágil, no sintiendo temor de nada, y de la muerte menos que de lo demás. Ese Leviatán poseía sobre todas las cosas ideas justas o falsas, pero razonadas, inteligentes y que pugnaban por difundirse. Dentro de su nacionalidad, había nutrido el espíritu del alimento de una religión severa y refinada, de una política sagaz, de una historia gloriosa. Hábil en meditar, comprendía que la civilización romana era más rica que la suya, y buscaba el porqué de ello.
No era en modo alguno esa criatura turbulenta que ordinariamente nos imaginamos, sino un adolescente muy atento a sus intereses positivos, que sabía cómo componérselas para sentir, ver, comparar, juzgar, preferir. Cuando el envanecido y miserable romano oponía sus artimañas a la astucia vital del bárbaro, ¿quién decidía la victoria? El puño del segundo. Cayendo como una masa de hierro sobre el cráneo del pobre nieto de Remo, aquel puño musculoso le mostraba de qué lado se hallaba entonces la fuerza. ¿Y de qué modo se vengaba entonces el humillado romano? Lloraba, y pedía a los siglos futuros que vengasen a la civilización oprimida en su persona. ¡Pobre gusanillo! Se parecía al contemporáneo de Virgilio y de Augusto como Shylock al rey Salomón. (Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, Libro Tercero, Capítulo VII.)
En resumen: no se ha sostenido que todos los romanos fuesen del tipo nórdico. Se ha sostenido que la sangre nórdica predominaba entre los invasores itálicos, que eran los antepasados de la posterior aristocracia romana dominante, únicos ciudadanos romanos auténticos, que impusieron su ethos en todo el Imperio y difundieron en él su espíritu, marcando al “estilo romano” con un sello inequívocamente nórdico.
“¿Son los germanos un pueblo sano y natural que superará la decadencia de los romanos?” (Tácito, Germania).

NOTAS:
[1] Los dioses romanos estaban emparentados con los dioses de otros pueblos indoeuropeos, e idénticos a ellos antes de que los pueblos indoeuropeos se desparramasen por toda Eurasia. Así, Júpiter (“Dios Padre”) procede del mismo dios primigenio del que proceden el Zeus helénico, el Perun eslavo, el Perkunnos báltico, el Indra hindú, el Taranis celta, el Tiri del Oeste de Irán (o el Tishtrya de Persia), el Donnar alemán, el Thur anglosajón o el Thor escandinavo—aunque Thor era pelirrojo. Venus equivale a la Afrodita helénica o a la Freya escandinava, con las que compartía su condición de rubia y su título de “Dorada”. Mercurio equivale al Hermes helénico, y en el Norte su relevancia fue mucho mayor, pues era Wotan y Odín, padre de los dioses, dios de la sabiduría, de la iniciación y de la guerra. Diana es la Dievana eslava, la Artio céltica, la Artemis helénica y parece probable que también la Anahita irania.
[2] Esto suena. Será porque la decadencia de Roma, por ser escaparate de Occidente, fue un anticipo de lo que está siendo ahora la decadencia occidental, también caracterizada por un descenso en picado de la pureza de sangre y del prestigio de ésta.
[3] Esta combinación también resulta extrañamente familiar y actual, quizás porque es lo que está predominando hoy en día, no sólo alentado desde arriba, sino merced a la disolución de la sangre nórdica.




(Source: nacionalismocriollo.wordpress.com)
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