martes, 1 de diciembre de 2015

Los problemas de Cavalli-Sforza con el concepto raza


Son notables y paradigmáticos y su análisis es provechoso. En Genes, pueblos y lenguas (págs. 34-35), dice lo que sigue en un epígrafe titulado precisamente ¿Qué es una raza?:
    
«Una raza es un grupo de individuos que se pueden reconocer como biológicamente distintos de los demás. “Reconocer” asume, en la práctica, un solo significado: la diversidad entre una población a la que se quiere llamar raza y las poblaciones cercanas tiene que estar demostrada estadísticamente, es decir, debe ser estadísticamente significativa a cierto nivel de probabilidad convencional. Este es un criterio clásico para asegurarnos de que realmente existe una diversidad observada, y no se debe simplemente a los caprichos del azar».
    
Hasta aquí nada que objetar, ¿no?
    
Pero ahora (pág. 35) empiezan los problemas, o mejor, los falsos problemas:
    
«(…) ¿en qué punto de divergencia genética hay que poner el límite para dar una definición de la diferencia racial? Dado que la divergencia aumenta de un modo absolutamente continuo, parece evidente que la definición siempre será arbitraria. En la práctica, se puede generalizar diciendo que hay diferencias, muy pequeñas, incluso entre dos aldeas vecinas, pero que son insignificantes; y que al aumentar la distancia geográfica, la distancia genética también aumenta, pero sigue siendo insignificante con respecto a la distancias que se encuentran entre individuos de la misma población. Si hallamos la diferencia entre dos individuos escogidos al azar en Europa, repetimos la operación con muchas parejas y hacemos la media, y luego la comparamos con la diferencia media entre un africano y un europeo, se encuentra un aumento muy moderado (en el segundo caso). ¿Vale la pena que los nazis armen tanto jaleo por esto?»
    
¿Y vale la pena ignorar que en genética la proporcionalidad no siempre existe? Este argumento de Cavalli-Sforza huele algo a falacia de Lewontin. Como el libro citado es de divulgación, Cavalli-Sforza puede permitirse el lujo de sostener semejante cosa y quedar bien ante ciertos comisarios ideológicos y ante un público programado por la ideología de la corrección política; cuando trabaja no puede permitírselo, y hace como si las razas existieran. Pero es que, además, la falacia de Lewontin ya ha sido refutada. Es humo marxista, nada más. Pero es que si nos ponemos a comparar proporciones, encontramos que los humanos tenemos muchas más similitudes genómicas que diferencias con respecto a los chimpancés. ¿Será irrelevante la diferencia genómica entre estas dos especies? ¿Vale la pena que los antropólogos armen tanto jaleo por esto y se inventen una ciencia nueva, la antropología, cuando podrían utilizar la etología de los chimpancés para analizar a las sociedades humanas? A esto y justamente a esto nos lleva este modo de razonar digamos lewontiniano.
    
    
Respecto a la premisa de la que Cavalli-Sforza parte para responder a su pregunta acerca de diferencias y límites significativos para una raza cualquiera, es decir, respecto a esta premisa: «dado que la divergencia aumenta de un modo absolutamente continuo»,  hay que señalar desde ahora mismo que es completamente falsa. La divergencia entre los humanos no aumenta de un modo absolutamente continuo. Existen barreras genéticas. Él mismo las introduce en su argumentación al hablar del método de Barbujani y Sokal acerca de la delimitación de barreras genéticas. No las niega, aunque sí trata, de varias maneras, de minar su importancia, argumentando que «la variación mínima que permita hablar de barrera genética se elige de forma arbitraria, de modo que satisfaga el criterio de significación previamente elegido» (pág. 36), que «la frecuencia genética no es una propiedad de un punto de la superficie geográfica (…) sino de una población que ocupa una zona de cierta extensión. Probablemente el mejor procedimiento sería considerar los pueblos y las ciudades pequeñas como “puntos” en el espacio geográfico. Pero las grandes ciudades no se pueden comparar con puntos, no son homogéneas genéticamente y habría que subdividirlas mucho» (pág. 36), que «las barreras halladas con este procedimiento casi nunca permiten definir un área cerrada, y por lo tanto una población incluida en esa área»(págs. 36-37) y que «en cualquier caso, estas diferencias entre vecinos siempre son pequeñísimas, y sólo se descubren con un gran número de genes» (pág. 37).
    
Ninguna de estas objeciones es suficiente para menoscabar el concepto de barrera genética, cuya existencia, de todas formas, es demostrable empíricamente. Tampoco le quitan fuerza. Con respecto a la primera de las objeciones, podemos preguntar: ¿cuántos fenómenos y conceptos en las ciencias naturales y en las ciencias sociales funcionan exactamente así, mediante criterios de significación arbitrariamente elegidos, y no por ello dudamos de su existencia o de su utilidad? Por lo que hace a la segunda, hay que decir que nadie nos aseguró que fuera sencillo identificar las barreras genéticas existentes. También que, de todas formas, esta segunda objeción nada más que nos habla del conocido proceso de intercambio poblacional entre el campo y la ciudad, y la casi constante atracción de esta última en un tiempo reciente pero ya relativamente largo. La objeción tercera no debe ser considerada stricto sensu una objeción. Existen barreras que cierran perímetros y otras que no lo hacen, ¿cuál es exactamente el problema con esto? Por último, la cuarta objeción es una reedición de lo ya comentado cuando hemos hecho referencia a que la proporcionalidad no siempre está presente en la genética.
    
Para terminar, por ahora, con el asunto de las barreras genéticas, tengo que decir que, por poner un ejemplo, se me ocurren innumerables tipos humanos intermedios entre el español medio de hoy y el norteafricano medio actual. Pero estos tipos humanos, estos fenotipos intermedios, no existen en la realidad (sino como casos individuales). Existe una barrera genética importante que responde a la importantísima barrera geográfica que supone el estrecho de Gibraltar.
    
    
Me da la impresión de que a casi ningún concepto se le exige tanto como al de raza para darle carta de naturaleza. ¿Existen los colores? Es que entre el rojo y el azul hay infinitas variedades intermedias, dado que infinitos son los números y, por tanto, infinitas las proporciones de rojo y azul que pueden combinarse. Nunca he oído a un mezclador de colores de un comercio de pinturas afirmar que los colores no existen. ¿Son más listos que los científicos? De momento digamos que demuestran bastante más sentido común que la mayoría de ellos. ¿O será que los científicos tienen unas subvenciones a la investigación que mantener y cualquier afirmación no políticamente correcta las ponen en peligro?
     
Más adelante, propone Cavalli-Sforza una falsa alternativa a la raza:
    
«Los zoólogos también están renunciando a utilizar el concepto de raza, por ser demasiado impreciso. Prefieren hablar de población, un concepto que no es biológico, sino estadístico: es el grupo de individuos que ocupa un área determinada, cualquiera que sea. La definición de las poblaciones observadas debe permitir la  recogida de nuevas muestras de individuos, si es posible y necesario. Por supuesto, la elección de las poblaciones por examinar tiene que ser atinada, para que lleve a conclusiones interesantes». (pág. 210)
    
Pero es que resulta que la inmigración masiva hacia Europa no hace sino reforzar la necesidad metodológica de la raza en los estudios genéticos. Si en un estudio de los componentes principales genéticos en Europa se tomara la población conjunta de lugares como Vic u otros igualmente afectados por la inmigración masiva, el trabajo de Cavalli-Sforza dejaría de tener sentido y tendría que dedicarse a otra cosa, pues no llegaría a obtener conclusión alguna. Lo mismo que el pintor tiene necesidad de utilizar los colores para hacer su trabajo, Cavalli-Sforza y el resto de genetistas de poblaciones tienen necesidad de utilizar el concepto de raza, aunque en ocasiones lo nieguen o lo guarden debajo de la cama para que el dueño del dinero y de los honores académicos no lo vea.Curiosamente los mesticistas, que primero niegan la raza (“sólo una raza, la raza humana”) para, a continuación, decir lo positivo que es el mestizaje, también lo utilizan porque, si no hay raza y todos somos tan parecidos, ¿qué mezcla podría hacerse?




(Source: circulo-identitario-nietzsche.blogspot.com)

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