viernes, 22 de enero de 2016

El antiracismo como religión política. Racismo antiblanco

Los recientes acontecimientos en Italia, en que cientos de subsaharianos negros se manifestaron contra el asesinato de varios de su etnia por un militante de la extrema derecha blanca al grito de “¡Italianos racistas!”, demanda un esfuerzo de reflexión sobre un asunto extraordinariamente embrollado por los aparatos de propaganda del poder político, académico, mediático, partidista y económico, aunque en sí mismo es bastante simple y fácil.

            Uno de sus elementos más preocupantes es la persistencia del racismo antinegro al mismo tiempo que el ascenso vertiginoso del racismo antiblanco.

            La creencia de que existe un tipo de racismo y sólo uno, que se vincula con los fascismos, en particular con el nazismo y su fúnebre mito de la raza aria, no resiste la observación más simple. Por ejemplo, el Partido Pantera Negra, que logró un cierto predicamento en los años 60 del pasado siglo en EEUU, hoy desaparecido, era una formación cien por cien de ideología racista, para la que los blancos eran el mal, en bloque, y los negros, no menos en bloque, el bien.

            El racismo de los Pantera Negra fue admitido por casi todos, especialmente entre los blancos, porque venía envuelto en unos argumentos victimistas y acompañado de unos análisis históricos y actuales sin fundamentos objetivos, fabricados precisamente para mantenerlo.

            Su solución programática al muy real racismo antinegro, entonces bastante poderoso en ciertos ambientes de EEUU, era la “República negra”, esto es, la constitución de un Poder Negro en un territorio concreto, lo que llevaba aparejado realizar una labor de limpieza étnica contra los miembros de las otras razas, no sólo de la blanca. Esta aberración, copiada de los planes urdidos por los nazis para ser aplicados en ciertos territorios del Este europeo, fue admitida sin presentar críticas por millones de mujeres y hombres blancos, por dos razones. Una, que estaban abrumados por sentimientos de culpa prefabricados por el Estado y el capital. La otra que consideraban a las personas negras con criterios paternalistas, a través de una ideología condescendiente y prepotente, la de la “ayuda”, que les impedía tratarlas en pie de igualdad y no como niños, lo cual incluía el discrepar de ellas y presentarles críticas cuando fuese apropiado. El paternalismo es una forma de racismo. Eso significa que el vehemente “antirracismo” de millones de blancos era y es una forma peculiar de racismo.

            Lo cierto es que el Partido Pantera Negra fue tan racista como el Ku Klux Klan. Éste racista antinegro y aquél racista antiblanco.

            Otra desagradable expresión de racismo antiblanco, que ha afectado a millones de personas en todo el mundo, se dio con el ascenso político de B. Obama en EEUU, en los años 2008 y siguientes. Dado que Obama es negro, la prensa y los profesionales del “antirracismo”, tan generosamente financiados siempre por el par Estado-capital, en especial la progresía y las ONGs, promovieron una ola de simpatía sin precedentes hacia él: ¡le estaban juzgando por el color de su piel! La cosa fue tan tremenda que tales racistas se negaban en redondo a admitir que Obama, como cualquier otro ser humano, debía ser juzgado por sus actos exclusivamente, y no por sus rasgos étnicos, en sí mismos irrelevantes en un sentido u otro.

            El examen de los hechos indica que el racismo es un problema muy grave que va mucho más allá de una de sus concreciones, la que se dirige contra la gente negra y otras etnias “de color”. Hay muchas formas de racismo, por ejemplo, el de ciertos norteafricanos contra la gente negra, que tiene hoy en Libia una de sus expresiones más a lamentar, cuyo fundamento histórico es que ese país ha sido por siglos uno de los puntos clave de la trata de esclavos negros en el mundo islámico, activa (y en cierta medida, sigue siéndolo en algún área, como Mauritania) hasta hace muy poco, dada la pertinaz resistencia de las sociedades islámicas a abolir la esclavitud admitiendo la dignidad y valía sustantivas del ser humano sólo por serlo.

            Lo cierto es que, mientras el racismo antinegro está en regresión por todo el mundo, el racismo antiblanco, mantenido por algunos sectores de varones negros aquí y allá (en tanto que negocio particular sustentado en el victimismo), y sobre todo por blancos de ideas “radicales”, está en constante ascenso, sin que nadie se enfrente a él.        

            Explicar por qué muchas y muchos blancos son racistas antiblancos es algo bastante complejo. Lo cierto es que el “antirracismo” ha sido convertido en una religión política, para ser más exactos, en la más agresiva e irracional de las religiones políticas en curso, en relación con la cuestión de la inmigración pero también y sobre todo por motivos mucho más profundos y, desde luego, inconfesables, que se intentarán ir desvelando en este trabajo y en otros.

            En los sucesos de Italia hace unas semanas encontramos lo habitual, la inmensa mayoría de la población, blanca y no blanca, condena el racismo contra las personas negras, lo que es muy loable, pero nadie levanta su voz para censurar el racismo de algunos  individuos negros contra los blancos, porque acusar sin fundamento a otros de racismo, en particular a toda una comunidad humana sólo por el color de su piel, es una aflictiva forma de racismo.

            De lo que se trata es de negar y repudiar el racismo en todas sus formas, y no sólo en una, rechazando toda idea de superioridad o privilegios a favor de una raza, es más, negándose a otorgar al color de la piel y demás rasgos físicos externos, sean los que sean, ninguna significación de importancia.

            Las religiones políticas son formaciones ideológicas muy peculiares. Su discurso es simple, para poder repetirlo una y otra vez en la forma de propaganda y consignas, y se desentiende por completo de la cuestión de la verdad. No apelan a la reflexión sino a las emociones y los estados de ánimo más primarios. Quien discrepa es presentado como un ser diabólico, como un no-humano que puede y debe ser linchado. Negarse a comulgar con el sistema de creencias de la religión política de turno es presentado como un pecado más que nefando, algo del todo intolerable. Los adeptos se crean y mantienen por un colosal uso del terrorismo verbal, fomentando el pánico a divergir y por medio de la manipulación más inescrupulosa de las emociones, el victimismo sobre todo.

            En el mundo maniqueo y enloquecido propio de esta religión política se establece quien es el Bien, o Dios (en este caso la gente negra), y quien es el Mal, o Satán (las personas blancas), explicándose todo a través de la pretendida lucha eterna, o poco menos, entre las razas. Su verdadera meta es más prosaica: culpabilizar a gran escala y con enorme intensidad a las poblaciones mayoritarias, para lograr destruir psíquicamente al sujeto, haciéndole dócil y sumiso al poder constituido, más apto aún para ser humillado y explotado por el capital.

El Partido Panteras Negras no tuvo un programa revolucionario. Deseaba un Estado, negro, un capitalismo negro y, también, un patriarcado negro. Esto es, quería lo que tenía la sociedad blanca dominante, no se proponía superarla, únicamente imitarla. Le movió la envidia hacia los blancos, no el deseo de crear una sociedad mejor y superior. Nunca fueron un partido revolucionario, sólo racista antiblanco. Eso explica lo que uno de sus jefes, Eldridge Cleaver, cuenta en “Alma encadenada”. Sin pesar ni sentimientos de culpa, narra que en su juventud se divertía violando a mujeres blancas. Así de terrible era su racismo, así de inmundo y machista.

Esto era obvio pero casi nadie se atrevía a discrepar, en especial entre las y los blancos, al estar dominados por atroces y autodestructivos sentimientos de culpa y pesar inducidos, que una minoría de varones negros explotaban a placer para su beneficio particular. De los pocos que elevaron la voz contra el reformismo pro-sistema de los Panteras Negras fue T.J. Kaczynski, aunque no tocó el problema de fondo, el racismo antiblanco. Es a remarcar que éste es creído y difundido, sobre todo, por personas blancas, lo que es bastante esclarecedor.

Los Panteras Negras tuvieron un problema bastante grave con la misoginia. Dado que sólo estaban preocupados por una cuestión, el racismo antinegro, todo lo demás lo tomaban tal cual de su entorno político e ideológico, incluida la marginación de la mujer. Hubo muy pocas féminas en sus filas, como es comprensible. Las fotos en que ellos, varones negros, aparecen en poses pseudo-heroicas, con boina, fusil y chaquetón de cuero, lo que les daba un aire de machotes que repele, no ayudó a la integración de las mujeres en la lucha.

El racismo era tan grave en ellos que, al parecer, no admitían que personas blancas formasen parte del Partido.

Si Cleaver hubiese estudiado la historia probablemente habría puesto en cuestión sus perversas convicciones. La caza y esclavitud de personas negras con su posterior traslado a América, que se inició a finales del siglo XV, tiene una doble responsabilidad, blanca, sin duda, pero también negra. Eran las oligarquías africanas las que realizaban la primera parte del negocio, capturar esclavos y esclavas, por medio de operaciones bélicas muy sangrientas e inhumanas, y llevarles a los lugares de embarque en la costa de África occidental subsahariana. Allí estas desventuradas gentes eran vendidas a los negreros europeos, portugueses, españoles, holandeses, ingleses o franceses, por armas, alcohol, telas y baratijas.

Sin esas oligarquías negras la trata de esclavos negros no podría haberse realizado. Hasta bien entrado el siglo XIX los europeos no podían penetrar en África negra, debido a que no soportaban las condiciones medioambientales. Cuando lo intentaban morían todos, como sucedió con varias expediciones portuguesas que se atrevieron a marchar hacia el interior. Por eso la primera parte de la operación la hacían los poderes autóctonos, esto es, individuos negros, que usaban a sus coterráneos como mercancías para lograr abastecerse de los productos que les ofrecían los europeos.

Así pues, la responsabilidad de la esclavitud de las y los negros llevados a América se distribuye, mitad por mitad, entre negros y blancos. Si Cleaver deseaba protestar contra los que, hacía siglos, habían encadenado a sus ancestros tendría que haber dirigido su furia contra los habitantes de África tanto como contra los de Europa. Dicho de otro modo, la cuestión no era de razas sino de poder y de codicia. El victimismo, una vez más, carece de fundamentos en la realidad. Es sobre todo una ideología inducida con fines oscuros.

Quienes comenzaron la trata de esclavos fueron los musulmanes norteafricanos y europeos. Al-Andalus, ya desde el siglo IX, traía regularmente a la península Ibérica grandes contingentes de esclavos negros, una parte de los cuales para servir en el ejército regular andalusí. Se sabe que el famoso califa cordobés Abd al-Rahman III era un racista antinegro furibundo, que se recreaba torturando a las personas que tenían la piel tostada. En la batalla de las Navas de Tolosa, Jaén, en el año 1212, el gran jerarca de los almohades, Al Nasir, dirigió a sus tropas desde una tienda protegida por un multitudinario entramado de esclavos negros encadenados, armados con lanzas y atados a estacas. Este hecho muestra lo habitual que era el uso a gran escala de esclavos subsaharianos por los musulmanes de al-Andalus.

Fueron los portugueses los primeros europeos que aprendieron, a partir del siglo XIV, de los musulmanes las malas artes de la esclavitud, que en los pueblos libres del norte de la península Ibérica estaban olvidadas desde hacía siglos. Para fomentar la trata, crearon factorías en lugares estratégicos de la costa africana, adonde las élites negras de los territorios próximos les hacían llegar las caravanas de esclavos a permutar por bienes europeos. A continuación aquéllos eran cargados en barcos y llevados a América.

Ciertamente, en el Nuevo Continente eran sometidos a esclavitud por los blancos, lo que es espantoso. Pero no más espantoso que la esclavitud a gran escala impuesta por Roma en su tiempo, cuando millones de personas, blancas, eran encadenadas por las élites romanas, también blancas, sin que ello genere en el presente ninguna forma de victimismo. En al-Andalus los muy activos mercados de esclavos y esclavas de Córdoba, Almería y otras ciudades no traficaban con personas negras, salvo minoritariamente, sino con blancas, en particular con mujeres, cazadas cimitarra en mano en los territorios del norte (Cataluña, Vasconia, León, Galicia, Castilla, Aragón, etc.). Eran mercados para la compra-venta de, en primer lugar y sobre todo, mujeres blancas, destinadas a lugares más que terribles, los harenes islámicos de la cuenca mediterránea. Y esa situación se mantuvo durante siglos, desde el VIII al XIV ó XV, y debió de afectar a cientos de miles, y probablemente millones de féminas.

Sin embargo, todo eso no ha suscitado, ni de lejos, el muy virulento victimismo que en ciertos sectores, negros y blancos, ha ocasionado la trata de esclavos hacia América. Sería interesante saber por qué. Sea como fuere, no parece decente culpar a las personas de lo que hicieron sus antepasados, y menos aún servirse de tales mañas ni para fines políticos ni para el lucro particular.

Las personas negras han sido y son víctimas de otras igualmente negras quizá en la misma proporción que de la gente blanca. Recordemos el caso de hutus y tutsis en los años 90 del siglo XX, en lo que fue una de las mayores carnicerías de la historia de la humanidad, pues casi un millón de personas negras africanas resultaron asesinadas por otras, también negras. En realidad, cosas terribles pasan en lo más profundo del África negra casi a diario, y en ellas el racismo de los blancos tiene poco o nada que ver. Es más bien el racismo de los negros el que suele contar, como en el caso de hutus y tutsis, que se despreciaban racialmente los unos a los otros.




(Source: consciencia-verdad.blogspot.com)
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