sábado, 9 de enero de 2016

MESTIZAJE, REPRESENTACIONES DEL OTRO E INTERCULTURALIDAD EN LA CONFORMACIÓN HISTÓRICA DE CÓRDOBA, ARGENTINA


Uno de los sueños de los historiadores, por lo menos de algunos entre los cuales me incluyo consiste en recuperar aspectos de la vida de las personas comunes que vivieron en el pasado. Cómo transcurrían sus días, qué les apasionaba, a qué temían, en qué creían, cuáles eran sus valores, sus rasgos de emotividad, de sensibilidad, entre tantos tópicos imaginados. Pero también me ha intrigado siempre pensar cómo se veían, que apariencia ofrecían en un contexto vital que era con seguridad bien diferente de la postal romántica que nos ofrecen no pocas novelas históricas. 

En una sociedad en la cual todo estaba por hacer y la pobreza era componente obligado de la realidad vital de la mayoría de las personas. De ella surgen imágenes de hombres y mujeres que debían poseer salud y fortaleza física singular para afrontar la adversidad de una, vista desde hoy, durísima existencia, en la cual los antibióticos eran ininmaginables, los tratamientos la mayoría de las veces resultaban contraproducentes, inadecuados y de consecuencias virulentas para el organismo. 


Tiempos de ausencia de cura cierta o aproximada de la mayoría de las enfermedades: venéreas, cáncer, ceguera, diarreas sangrantes, reuma, artrosis, enfermedades respiratorias, padecimientos mentales, inhabilitación total o parcial, amputación de miembros resultantes de multiplicidad de hechos posibles. Cuando además la muerte “de parto” constituía la principal causa de defunción para las mujeres, y la mortalidad perinatal en los recién nacidos era aceptada  con naturalidad cotidiana y paciencia franciscana esperando esas madres tener mejor suerte en el siguiente alumbramiento. 

Una vida material donde era inexistente el mínimo confort para la mayoría de la población. Con niños, ancianos y mendigos deambulando predominantemente descalzos y en andrajos, y abundancia de gente vistiendo ropas readaptadas heredadas de generaciones anteriores, no inusualmente descoloridas y raídas. Tiempos en los cuales el alimento y especialmente el agua eran escasos y esta última de acceso dificultoso, y en la cual la mugre, los insectos, parásitos y roedores convivían con, y en los humanos con total naturalidad. Ni qué hablar de la efímera conservación de la dentadura, de la fugacidad de una piel tersa y sin arrugas, de la generalidad de cabellos poco o nada higienizados, atiborrados de liendres mal disimuladas.

La fuente y el enfoque interdisciplinar

 El hallazgo en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba de una fuente excepcional en su género en el contexto de Argentina y de Latinoamérica, referida a las características físicas de miles de individuos de sexo masculino cordobeses en los inicios del siglo XIX nos ha permitido pasar de la simple especulación a brindarnos un panorama de algunas posibles certezas en relación al aspecto que ofrecían nuestros antepasados. 

El corpus documental corresponde al año 18191 y consiste en un registro de 8.831 milicianos de la Provincia de Córdoba empadronados en distintas compañías y guarniciones militares en toda el área provincial. Los datos consignados con frecuencia variable consisten en, apellido y nombre de cada miliciano, filiación, edad, estado civil, origen geográfico, color y apariencia del cabello, barba, cejas y ojos. Tamaño y forma de la nariz, estatura, marcas particulares, ocupación. El cruce de información de distintas variables se utilizó como recurso metodológico a los fines de evaluar niveles de coherencia en los resultados obtenidos en las categorías analizadas.

Como es sabido, el objetivo con el cual se procede a la confección de un padrón o listado de población sobrepasa intenciones estrictamente demográficas. Siguiendo a   Andreazza2 sostenemos que lejos de constituir un entrenamiento de positivismo histórico, lo que se pretende es localizar las categorías “vivas” utilizadas por los actores que las confeccionaron, en este caso para describir los hombres listados. En ese sentido, entendemos con la mencionada autora que las taxonomías constituyen un poderoso instrumento para el análisis socio-cultural. Esta investigación propone constituir una experiencia de diálogo interdisciplinar. 

En efecto, préstamos conceptuales, técnicas y miradas amplias provenientes de la antropología, la sociología y la historia social de la población contribuyen al delineamiento de percepciones, comportamientos y valores culturales en clave histórica. Conviene destacar la convicción, ante semejante despliegue de información de los reclutas, que estamos ante una forma de control evidente de masas de pobladores del común destinadas a la defensa del territorio.

Enrolados, la mayoría de ellos, compulsivamente a las fuerzas provinciales. Por otra parte es necesario señalar que las particularidades físicas de los milicianos que proporciona esta fuente es entendida en este trabajo como una representación y por tanto como una construcción perceptiva de rostros y cuerpos por parte de los oficiales que realizaban las notaciones. En efecto, si bien los oficiales también hallan un lugar en los registros consignándose su nombre y apellido, la reglamentación les eximía de la consignación de sus señas particulares, estableciéndose así una clara diferenciación con el estamento miliciano mas bajo.

 Córdoba al despuntar el siglo XIX

Según Assadourian y Palomeque3 la exportación de ganado mular por Salta si bien importante, habría comenzado a decaer entre 1808 y 1809, retrayéndose a 31.000 cabezas anuales, en un proceso asociado a un descenso de la producción minera alto  peruana iniciado en 1800, agravada a partir de los acontecimientos revolucionarios. Respecto de la exportación de cueros a Buenos Aires, que a su vez ésta enviaba al exterior, éstos contribuían con alrededor del 10% del total de la exportación. 

Un tercer rubro productivo consistía en la exportación de textiles desarrollada por las mujeres de las unidades domésticas campesinas principalmente adultas, pero también niñas y ancianas, según se comprobó en otra investigación4 . Estos tejidos confeccionados en Córdoba eran de algodón, destinados al consumo regional y los de lana, que se exportaban a Buenos Aires, el litoral y Paraguay, alcanzando estas exportaciones su más alto nivel (alrededor de 100.000 piezas anuales) en la primera década del siglo5 .

Los curatos del Norte (Río Seco, Tulumba e Ischilín) en el circuito del Camino Real, constituían una zona de importancia de circulación intensa de hombres y animales, en comunicación con las ferias ganaderas y el mercado altoperuano, afectado seriamente en esta época por las guerras revolucionarias contra España. En el área Central, Anejos poseía establecimientos rurales que producían frutas, legumbres y artículos de primera necesidad que proveían a la capital. 

Especialmente en las zonas aledañas a la ciudad, como Mendiolaza, Unquillo, Río Ceballos, Ascochinga, Saldán y Alta Gracia se levantaban establecimientos rurales, en cuyas viviendas, familias acomodadas de la ciudad distribuían su tiempo de residencia entre el campo y la ciudad6 .Los establecimientos rurales se beneficiaban del permiso de vaquear el ganado cimarrón que se extendía al este hasta los límites de la provincia de Santa Fe y al sur, mas allá de Río Cuarto7 (Celton 1993:155,6). 

Sus tierras conformaban un espacio de llanuras fértiles (aptas para el cultivo y la cría de distintas especies de animales) ubicadas entre la ciudad capital y la frontera con el indio, sobre las cuales los vecinos de la ciudad iban avanzando. La cercanía de la frontera con los indígenas no reducidos del este (mocovíes
 y abipones del Chaco) y del sur (pampas y aucas) hizo que la ocupación de esa zona se produjera más tardíamente que la del área serrana avanzándose paulatinamente hasta fines del siglo XVII e interrumpiéndose durante la primera mitad del siglo XVIII por los ataques indígenas. El avance recomenzaría a mediados del siglo XVIII, a partir de la paz lograda, aunque con enfrentamientos intermitentes en ambas fronteras8 .

Desde los tiempos coloniales fuertes y fortines se levantaron en los límites extremos del territorio a los fines de salvaguardar a las poblaciones y ciudades de los enemigos externos. Los fortines, generalmente a orillas de un río o laguna formaban asimismo escudos protectores frente a posibles ataques y constituían fuentes de aprovisionamiento de agua para la tropa y el ganado. Era en ellos donde permanecían apostados la mayoría de los milicianos, de forma mas o menos estable.

 El Reglamento del 14 de enero de 1801 establecía la prestación de servicio de milicias al Rey desde los 16 a los 40 años de edad de todo varón físicamente apto. Por el Norte, la amenaza mayor eran los indios del Chaco a los que se sumaban salteadores santiagueños, por el NO hacían de protección natural tanto las salinas grandes como los cordones serranos, sin embargo las montoneras de los llanos riojanos causaban innumerables inconvenientes que afectaban el transcurrir cotidiano de los vecinos. Las fronteras N0-S debían sostener ataques repetidos y continuados y proteger los caminos que comunicaban a Buenos Aires o Santa Fé con Mendoza y Chile, o las provincias del Norte. 

Las líneas de frontera, estructuradas durante el período colonial, fueron mantenidas durante el período independiente y reorganizadas luego del pronunciamiento de Aerquito, al asumir el poder local el Gobernador Juan Bautista Bustos en 1820 9 .

Los empadronamientos oficiales de población que la Monarquía española mandó efectuar en sus territorios americanos desde los tiempos coloniales (que se repitieron con distintas objetivos durante el siglo XIX) estaban orientados a procurar el  mapa poblacional, a detectar hábitos culturales de los habitantes, evaluar la mano de obra activa y las posibilidades concretas de aprovechamiento de las riquezas de la región. 

A modo de ejemplo conviene resaltar, entre los datos que la superioridad consideró de interés relevar en el recuento de población de 1813, tras el cambio de Régimen político en 1810, información sobre individuos que podríamos considerar excluidos del orden social planeado, designándolos con diversos calificativos, los más frecuentes: “vagos”, “malentretenidos” y hasta “malévolos” y “dormilones” ubicados en la campaña cordobesa, a quienes se registró prolijamente con datos de sexo, edad y estado civil. 

También fueron especificados enfermos e inválidos con las designaciones de “lisiado”, “baldado”, “inútil”, “ciego”, etc. según la patología observada, posiblemente con el propósito de calcular el porcentaje de población considerada inservible a los objetivos del Nuevo orden político y los brazos disponibles para hacer frente a las guerras de emancipación10. Como puede apreciarse, existían desde los tiempos monárquicos en nuestros territorios antecedentes de prácticas de identificación y control social de la población, entre las cuales el listado de milicianos de 1819 constituye un ejemplo paradigmático. ¿Pero quiénes eran estos hombres meticulosamente registrados en el padrón? Según el denominado “nuevo” reglamento de 1801 destinado a organizar las milicias, se designaba como miliciano destinado a la defensa de las fronteras a “todos los hombres hábiles entre 16 y 45 años que debían servir por un término no menor de 10 años ni superior a 20 excepto que fueran voluntarios”. 

Constituían excepciones a conformar estos cuerpos disciplinados: comerciantes y mercaderes de conocido caudal, abogados, escribanos, mayordomos y capataces de las haciendas de consideración, médicos, boticarios, notarios, administradores de rentas, maestros de escuela, religiosos, hijos únicos legítimos de madre viuda y quien mantuviese hermanos huérfanos o menores de 10 años. Cabe concluir, como afirma Marcela González 11, que en definitiva, quienes integraban estos cuerpos eran individuos sin recursos ni educación que debían habituarse a permanecer en un medio hostil defendiendo un orden desconocido para ellos, en condiciones humanamente límites. Varios artículos de esta ordenanza se ocupan además prolijamente de la prevención de los intentos de deserción de estas tropas, lo cual no puede asombrar según se desprende de lo dicho.

Dimensiones sociales y culturales de los cuerpos. Colores, aspectos, alturas, edades, ocupaciones

 Utilizamos el concepto de “representación” en el sentido de construcción mental que individuos de una misma sociedad y época comparten acerca de algo12. Coherente con esta línea de pensamiento, entendemos a los datos aportados por las fuentes como un instrumento de acceso a representaciones mentales y prácticas sociales derivadas, poniendo de manifiesto un sistema de valores y rasgos del pensamiento colectivo de la sociedad estudiada. 

Creemos con Agnes Heller13 que las percepciones no son inmutables a lo largo del tiempo y que si bien en principio todos los hombres son capaces de percibir todo lo que sus órganos sensoriales le permiten, cada individuo percibe solo lo que su saber cotidiano le presenta como digno de ser percibido. Respecto de las formas de percepción del cuerpo, David Le Breton (2002) en Antropología del cuerpo y modernidad14 explica cómo cada cultura construye el ideal de cuerpo y se lo cree tal como lo concibe, dejando en claro que el cuerpo sólo existe cuando el hombre lo construye culturalmente. 

Respecto de la connotación social del “color” de la piel, siguiendo a Torres, Max S. Hering15 al ser tal vez lo primero que se percibe de una persona, se convierte en objeto de significación mediante el cual se regula la interacción humana. La asignación de significado al color retoma una larga tradición d según la cual el tizne de la piel se  explicaba, desde una perspectiva médica, mediante la constitución humoral del cuerpo16 . Este argumento se derivaba de la tradición fisiognómica mediante la cual se procuraba captar la bondad o la maldad de un individuo con base en su apariencia física.

En forma muy sintética y con la responsabilidad, desde el punto de vista metodológico de tener que tomar decisiones agrupando, reagrupando y catalogando categorías de las distintas taxonomías ofrecidas por la documentación, proporcionamos el resultado que las fuentes propusieron. Los mismos recogen un predominio de individuos de tez trigueña y blanca (37,86%; 35,33% respectivamente), morenos, colorados y negros (23,12%; 2,24%; 1,45%). Como puede apreciarse los milicianos de tez estrictamente negra parecen haber sido una minoría en las tropas destinadas a la defensa de la frontera atribuible por una parte al proceso de avanzadísimo mestizaje alcanzado en la época y por otro a la renuencia con la que los amos cordobeses escatimaban la participación de sus esclavos en actividades que no les resultaban productivas, escondiéndolos y negándolos con distintos argumentos para evitar su incorporación a las tropas.

 La denominación de “moreno” podría asociarse a un cambio de designación referida al elemento negro en el período republicano, si bien ello está en discusión. Individuos de cabellos preponderantemente negros (84,05%) y crespos (74,29%). Sujetos mayoritariamente de aspecto lampiño, por ausencia de vello y hábito de rasurarse (50,59%) aunque con presencia también de barba cerrada (41,00%); predominando en las barbas el aspecto encanecido (82,54%). Hombres con narices de tamaño regular (59,41) y de apariencia gruesa (36,40%); cejas negras y ojos marrones, de una estatura intermedia entre 1,52 y 1,68 cm.

 Del cruce de información se obtuvo que una correspondencia en las personas de apariencia de tez obscura con el cabello de color negro. En los individuos de tez trigueña predominó el cabello crespo, igualmente en morenos. Los de tez negra presentaron fuerte predominio de cabello de apariencia motosa, y los individuos identificados como blancos fueron los que mostraron mayor niveles de calvicie. Especialmente morenos, colorados y trigueños fueron identificados como de aspecto de barba lampiña. Los de tez blanca presentaron las narices mas largas y los morenos y trigueños las de tamaño intermedio. La apariencia de nariz gruesa predominó notablemente en negros, trigueños y morenos; la delgada en blancos, y en valores inferiores en trigueños. En blancos y trigueños fue abundante la notación de los ojos pardos; ojos negros en morenos y negros; ojos miel en colorados.

En general los estudiosos han utilizado la antropometría para evaluar la evolución de los niveles de vida, bienestar y calidad de la nutrición de una población17. En ese sentido los resultados al respecto en España parecen coincidir para distintas áreas geográficas en un deterioro del nivel de vida biológico de la población en las décadas centrales del siglo XIX18. En esta investigación no resulta posible indagar en la evolución de las tallas dado que poseemos información sobre la misma en un solo año sin factibilidad de comparación con otros períodos. Nuestro objetivo es por lo tanto aproximarnos a perfiles de estatura que nuestros antepasados cordobeses de carne y hueso pertenecientes a los sectores populares pudieron llegar a tener en las distintas regiones del territorio.

 El mayor desafío que plantea este tipo de estudios, según remarcan los trabajos especializados constituye la conversión de medidas en pies, pulgadas y líneas según constan en la documentación, al sistema métrico decimal. Existe una discusión y bastantes dudas respecto de las equivalencias en las medidas de pies a centímetros. llegando a la conclusión que los sistemas utilizados pudieron haber variado bastante según el lugar y el momento histórico. Según los datos que proporcionan estos estudios, convivían en las fuentes documentales tres sistemas métricos, a saber, la medida castellana (el pie del marco de Burgo) según la cual el pie equivalía a 279 mm. La aplicación de este sistema de medida resulta muy dudosa por la escasa altura que tendrían los individuos al realizarse la conversión por mas desnutrida que fuera la población, por lo cual su utilización resulta poco probable según Cámara Hueso19. Por lo cual, aún existiendo una medida francesa, la denominada pies del Rey (pied de roi) con una conversión de 325 mm, de adoptarla nosotros se habría elevado ostensiblemente la altura en relación a la medida anterior, por lo cual optamos por la particular decisión de tomar una medida intermedia entre la castellana y la francesa, esto es, la medida inglesa, que equivalía a 304 mm. por cada pie a modo de promedio. Se aclara que los resultados quedan sujetos a revisión en función de nueva información que podamos hallar al respecto.

De acuerdo a ello, y ya traducidas las medidas al sistema métrico decimal, en la tabla 10 presentamos los resultados obtenidos diferenciando tres rangos de altura, individuos de menos de 152 cm.; un rango intermedio, conformado por los milicianos de entre 152 cm. y 168 cm. y los mas altos de mas de 168cm. Como puede observarse y era de esperar se obtiene que, sin tener en cuenta la edad ni el color de la piel, predominan en el conjunto los individuos que para la época podría considerarse de altura intermedia integrándose en este sector mas del 90% de los milicianos. Los puntos medio de la altura de los milicianos fueron calculados en 136,5; 161 y 192 cm en cada rango. El individuo más bajo del listado que se pudo identificar figuraba como de 120 cm, y el más alto de 214 cm de estatua. En todos los grupos socio-étnicos los individuos más jóvenes presentaron la estatura mas baja. Asimismo en los individuos que alcanzaron los rangos superiores predominaron los de edades intermedias, coherente con personas de desarrollo vital en etapa de plenitud física. En los de rango de altura intermedia predominaron los trigueños, blancos y morenos, en ese orden, en edades también intermedias o sea económicamente activas. En efecto, nuestros antepasados no debían estar demasiado bien alimentados según puede constatarse al evidenciarse una desproporción de alturas intermedias de los cordobeses actuales con las de los milicianos de 1819.

  La edad media de estos hombres calculada para toda la provincia alcanzó los 31,72 años, bastante elevada dada la esperanza de vida en la época que rondaba los 40 años. La ocupación económica asignada a estos hombres fue la labranza en forma casi excluyente, lo cual explica su desesperación por desertar siempre que la situación se lo permitiese a fin de atender las faenas que reclamaban sus brazos de cuyo producto se alimentaban sus familias de cuyas casas habían sido arrebatados con el impacto negativo consiguiente en el aseguro de su subsistencia.

Se entiende que los milicianos cuyas características físicas fueron desnudadas por la mirada de sus superiores contemporáneos en el padrón analizado eran cordobeses comunes y “del común”, gentes rústicas de campaña, la mayoría analfabetos, empeñados en sobrevivir y preocupados por la subsistencia cotidiana. Apartados de sus grupos familiares, esperando en fortines y contingentes en los límites del universo provincial las vituallas que los gobiernos de turno estuviesen en condiciones y se preocupasen eventualmente de enviarles. Tuvieron asignada una tarea heroica de protección de las fronteras cuyo significado no debieron en la mayoría de los casos comprender, de allí que buscaran tan frecuentemente un consuelo a sus carencias en el recurso de la huída. 

La deserción era una preocupación grande para la oficialía. Sus cuerpos nos hablan por sí mismos. Las descripciones de sus rasgos gozan de aceptable lógica si nos proponemos asimilarlos en mayor o menor medida a unos u otros grupos étnicos, pero sobre todo dan cuenta del más claro mestizaje que caracterizó y caracteriza la historia de Latinomérica. Mestizaje biológico e intercambio cultural entre distintas etnias y calidades de individuos que compartieron tiempos y espacios construyendo una Historia común en el teatro de la vida de Córdoba.














(Source: institucional.us.es, dialnet.unirioja.es) votar

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