jueves, 7 de enero de 2016

UNA HERENCIA MONSTRUOSA: MESTIZAJE Y MODERNIZACIÓN EN CHILE


Existe una fi gura legendaria en la historia colonial de Chile que ha capturado
el imaginario nacional del país por su perversidad, crueldad y desenfreno sexual.
Se trata de la Quintrala o doña Catalina de los Ríos y Lisperguer; una opulenta
encomendera, mestiza, sádica y vengativa, con inclinaciones naturales a la violencia,
a la brujería y al abuso de poder que en diversos momentos de su vida la arrastran a
cometer asesinatos contra su padre, sus amantes y sus esclavos. Cuenta la leyenda
popular que al regresar de una de sus frecuentes veladas sangrientas, la Quintrala se
encuentra en su casa con una imagen del Cristo de la Agonía y, al sentirse juzgada
por la mirada implacable del cristo, le ordena a un esclavo que se lo lleve de la sala.
Mientras el esclavo obedece las órdenes y se dispone a llevar a la calle la imagen
religiosa, la Quintrala se para en frente de la misma y le grita: “Yo no quiero en mi
casa hombres que me pongan mala cara. ¡Afuera!”

Si la leyenda popular conecta la imagen monstruosa de la Quintrala con fuerzas
mágicas y sobrenaturales, donde se mezclan el catolicismo y las religiones indígenas,
Joaquín Edwards Bello, a principios del siglo XX, haciéndose eco de restos de
discursos médicos y manuales de pedagogía, retoma la leyenda y explica de manera
racional la conducta transgresora de esta mujer a sus lectores modernos:

Mi diagnóstico de la Quintrala, en sucesivas deducciones, es el siguiente: Irritación
nerviosa por el mestizaje germano indio, educación restrictiva, sobreestimación,
aislamiento y crueldad en el hogar, padres estrictos y de etiqueta, desconocimiento
de las realidades materiales… hasta el punto de producir en ella un movimiento
alocado de rebeldía, de inquietud y curiosidad por el hombre. (26-27)


En este traspaso del pecado al sistema nervioso, la concupiscencia de la carne
adquiere nuevos signifi cados y los fenómenos de brujería y posesión empiezan
a explicarse como fenómenos patológicos asociados a las deformaciones del
instinto y la degeneración racial. Desde su origen en el imaginario popular chileno
hasta las representaciones teatrales más actuales, la vida de la Quintrala ha sido
recogida en múltiples versiones. Esta legendaria fi gura fue leída en el siglo XIX por
la historiografía liberal como la encarnación de los males del pasado colonial y la
barbarie latinoamericana y reapropiada en el XX como símbolo de reivindicación
del movimiento de mujeres. Desde las versiones orales narradas por el pueblo hasta
las versiones cinematográfi cas y teatrales más recientes, sobre la monstruosidad de
la Quintrala se pueden leer una serie de fi cciones en torno a diversas subjetividades
que conformarán el origen de la nación chilena. Si la fundación de la nacionalidad
requiere de la negociación de conceptos de raza, género y etnicidad, en Chile, el
cuerpo enfermo de esta mujer ofrece un espacio de negociación a partir del cual
explicar las contradicciones del proceso de fundación de la nacionalidad dentro
de los límites de la modernización liberal. En otras palabras, el cuerpo mestizo de
la Quintrala se vuelve una herramienta retórica para explicar las contradicciones
del proyecto del estado liberal a la hora de integrar el pasado, colonial e indígena,
al futuro de la nación. De esta manera, del lenguaje mágico y sobrenatural de la
leyenda pasamos al lenguaje racializado y a las especulaciones biológicas que
transformarán la herencia de la nación y posibilitará el surgimiento de un Chile
regenerado donde la historia del país vuelve a coincidir con la historia de sus
familias más prominentes.

Al lograr resolver los confl ictos internos y consolidar el estado con anterioridad
al resto de América Latina, Chile se imagina a sí mismo, desde muy temprano, como
la “raza privilegiada de América” (Collier y Sater 103). En este trabajo me gustaría
explorar las contradicciones sobre las que se funda esta temprana consolidación del
estado moderno y analizar las relaciones entre el surgimiento del estado nación y la
aparición de una literatura sobre la regeneración de la población como mecanismo
de creación de una ciudadanía chilena. Me gustaría proponer que al resolver los
confl ictos territoriales y políticos entre liberales y conservadores antes que en el
resto del continente, Chile ubica al patrimonio biológico de la nación en el centro
de las discusiones políticas sobre las que se funda la nacionalidad.

En uno de los países considerados más blancos de Hispanoamérica, las elites
liberales chilenas, discuten de manera casi obsesiva, hasta ya entrado el siglo XX,
las infl uencias ambientales y el legado racial de la nación. En el diagnóstico de
los males heredados de la colonia, modernizar la nación será en Chile, más que
erradicar a los pobladores originarios de América como plantea Sarmiento en el
Facundo, regenerar su sangre y corregir la herencia monstruosa asociada a la mezcla
racial. Una de esas primeras fi cciones en torno a la regeneración de la nacionalidad
tiene que ver precisamente con el mito de la Quintrala. La fi gura monstruosa de
esta mujer legendaria cautiva al historiador Benjamín Vicuña Mackenna quien en
1877 publica Los Lisperguer y la Quintrala. Doña Catalina de los Ríos. El texto de
Vicuña constituye la primera versión escrita de la leyenda popular y el historiador
así lo reconoce en su texto:

No queremos hacer cuenta abultada del trabajo que esta empresa ha podido
costarnos. Bastará decir que ni uno solo de los cronistas e historiadores, tanto
antiguos como modernos, ha mencionado siquiera el nombre de esta mujer, que
desde hoy pasará a ocupar un sitio preferente entre los más notorios y abominables
delincuentes de cualquier país del mundo. (10)

En el texto de Vicuña, el personaje la Quintrala está construido casi en el
límite entre un estudio de caso y la representación del “salvaje” de la literatura
romántica latinoamericana: “Doña Catalina de los Ríos, como las fi eras dañinas y
bravas, mordía a sus presas los miembros de su cuerpo antes de matarlas. Era una
chacal hembra pero no era una mujer” (114).1 Con la publicación de la leyenda,
esta mujer, con “impía crueldad de monstruo” (110) se volverá crucial a la hora
de pensar el origen de la nacionalidad chilena. A partir de ella, Vicuña se propone
reconstruir la historia social del pueblo chileno y, sobre todo, recrear el linaje de
la nación, a través del trazado de una nueva genealogía donde la sangre criminal
de los Lisperguer va a regenerarse en su escritura. El mismo Vicuña en su libro
sostiene que “como ha anunciado uno de los genealogistas en Santiago el que no
es Lisperguer es mulato” (10) y entre ambas opciones, Vicuña prefi ere ubicar el
origen de la nación en el mestizaje europeo e indígena de los Lisperguer, que a
pesar de sus tendencias criminales y pecaminosas será siempre más propenso al
blanqueamiento que la raza negra.

En el traspaso de la cultura popular a la cultura letrada en el siglo XIX, el mito
pierde su riqueza narrativa y adquiere un tono de pericia médico-legal, donde
se mezclan la moral y los nuevos avances de la medicina presentes en la nueva
sensibilidad decimonónica. Al mismo tiempo, en ese traspaso, pasamos de la
monstruosidad provocada por un desorden a la ley natural a una monstruosidad
originada en la conducta donde el monstruo pone en entredicho cierta prohibición
de la ley civil o religiosa. En ese sentido, la Quintrala, como mujer que se entrega
a una sexualidad desenfrenada e improductiva y en su carácter de propietaria de
una encomienda, ofrece un campo de anomalía para el futuro de la nación, propicio
para la intervención de una persona califi cada y avalada por el discurso de verdad
que ofrece la historia:

Por otra parte, el presente estudio no será solo un episodio aislado, un rasgo biográfi co
de la era colonial: es un cuadro más o menos imperfecto y mal bosquejado, pero
fi el y curioso, de esa misma era. No es doña Catalina de los Ríos un tipo en la
vida tenebrosa de nuestros mayores, pero en los accidentes que rodearon su cuna,
en su educación, en su vida de encomendera y cortesana, tiene de seguro algo
que aprender el historiador y no poco que meditar con provecho y enseñanza el
fi lósofo social. (11)

Vicuña Mackenna escucha el mito popular y lo interviene a través de la
historiografía; en esa intervención, la memoria colectiva es reemplazada por la voz
del experto que inaugura un nuevo lugar de enunciación donde fronteras entre el
historiador y el médico son todavía borrosas. De esta manera, al entrar a la escritura,
el mito adquiere el carácter de un discurso científi co que servirá como una especie
de estructura de recepción y ordenamiento del monstruo creado por la imaginación
popular, y así la magia y la brujería que habían cautivado la imaginación del pueblo
pasan a explicarse como un accidente generado por el encuentro sexual entre un
alemán y una india americana. Además de este accidente, su condición de mujer
que reclama una sexualidad que no es necesariamente canalizada en el seno de la
familia, y es dueña de las tierras más ricas de Santiago y sus alrededores, constituye
todo un campo de transgresiones que requieren la intervención del saber de un
experto. Más adelante el historiador escribirá:

Nosotros, sin embargo, no vamos a estudiar ni contar la vida de aquella aristocrática
raza, mitad alemana, mitad india, a la luz de los blasones, sino de la fi losofía social
e histórica que sus cruzamientos domésticos y su infl uencia política marcan, porque
la leyenda de esa familia es la vida verdadera de la colonia y de su siglo. (12)

Al diferenciarse de la historiografía colonial, en la que importa solo la
heráldica, y al transformar la voz del pueblo, el discurso historiográfi co adquiere,
en el texto de Vicuña, el poder de normalizar el mito. Sin embargo, en el proceso
de normalización, el historiador no intentará borrar el saber del otro, la función
de la norma no será excluir el saber popular, tampoco rechazarlo, sino corregirlo.
En La Quintrala, de Vicuña Mackenna, los monstruos del pasado, aquellas arpías
medievales, mezcla de pájaros y mujeres, que implicaban una transgresión a la ley
natural, darán lugar a los nuevos monstruos del presente, “esos monstruos trivializados
y empalidecidos” que Foucault asocia a los seres incorregibles que se resisten a
las técnicas de domesticación modernas (Los anormales 295). La monstruosidad
de la Quintrala, como la de esos monstruos modernos que describe Foucault, está
unida al surgimiento de un discurso de expertos en torno a la perversidad en el
que predominan términos como orgullo, empecinamiento, lascivia y pereza. La
monstruosidad, entonces, más que la deformidad física o una transgresión a la
ley natural, será ese límite borroso entre la enfermedad y la defi ciencia moral
(Los anormales 299). Se trata de monstruos cotidianos que, como en el caso de la
Quintrala, se niegan a ofrecer sus cuerpos a las tecnologías de intervención moderna
que intentan convertirlos, guiarlos y transformarlos en los cuerpos productivos que
necesita el futuro de Chile.

En el proyecto historiográfi co liberal iniciado por Vicuña Mackenna, el trastorno
narrativo, sexual y racial de la Quintrala se convertirá en un campo de intervención
privilegiado en el proceso de construcción y regeneración de la nación moderna, ese
espacio inmune a cualquier tipo de heterogeneidad que imaginaron los intelectuales
latinoamericanos del siglo XIX. El cuerpo y la moral incorregible de la Quintrala,
atravesados por el discurso religioso de la confesión y las poseídas de la época
colonial, nos remiten a la memoria popular donde los límites entre el pasado y
el presente, y la cultura europea y la cultura indígena, apenas se distinguen. Ese
trastorno temporal y cultural se convertirá para Vicuña Mackenna en un obstáculo
a la hora de construir el futuro de la nación y será el historiador quien a través de
la higienización del mito nos ayudará a restablecer el orden temporal que requieren
las nuevas retóricas del progreso. De esta manera, a través de la normalización del
mito, la nación quedará purifi cada de su propio pasado. El mito popular le ofrece al
historiador un origen ominoso para la nación, pero al mismo tiempo se constituye
en un principio de inteligibilidad para corregir el pasado y entender el presente. La
herencia monstruosa del pasado indígena y colonial refl ejada en el mito popular
de la Quintrala le va a ofrecer al historiador un campo de anomalías alrededor del
cual éste desarrollará una serie de tecnologías de intervención políticas necesarias
para la creación de la nación moderna; entre esas tecnologías, la traducción del
mito a la historiografía liberal será crucial.

La mujer perversa y criminal, la mestiza enferma e indomable se explica en el
texto de Vicuña Mackenna a partir del surgimiento de la pericia médico-legal que
Foucault ubica a principios del siglo XIX. Para Foucault, cuando lo patológico entra
en escena, la criminalidad desaparece ya que la ley no puede castigar al loco. Sin
embargo, con la creación de la pericia médico-legal, las fronteras entre terapéutica
y castigo, enfermedad y responsabilidad, medicina y penalidad, hospital y prisión,
comienzan a borrarse:

En términos generales se puede decir lo siguiente: la pericia contemporánea
sustituyó la exclusión recíproca del discurso médico y el discurso judicial por
un juego que podríamos llamar de la doble clasifi cación, médica y judicial. Esta
práctica, esta técnica de la doble califi cación, organiza lo que podría llamarse el
dominio de la perversidad. (Los anormales 40)

Para Foucault, alrededor de este dominio va a surgir la voz del experto
enunciando ciertos elementos biográfi cos como la maldad, la pereza, el orgullo o
la lascivia que van a prefi gurar, generalmente en la infancia, la escena del crimen
(41). Vicuña asume la voz del experto a lo largo del texto para explicar el origen
de los crímenes de las Lisperguer y presenta a la infancia como esa temporalidad
propensa a la “enfermedad”: “Y esa familia, mezcla de tantas razas, traía la pubertad
anticipada desde su primera precoz y voluptuosa niñez, especialmente, en las
mujeres” (Quintrala 154). La voz del experto aparece también para diferenciar su
propia historia de la leyenda popular:

Los casos de impúdica y feroz liviandad de que la tradición inculpa a doña
Catalina de los Ríos son varios, y todos, más o menos horribles. Pero nosotros
no haremos caudal de ellos, porque escribimos una historia social, estrictamente
verdadera y conforme a documentos fehacientes, dejando a otros lo pintoresco
y abultado. (71)

Sin embargo, el gran monstruo que se esconde detrás de las diversas anomalías
de la Quintrala, la fi gura esencial alrededor de la cual se organizan otras instancias
del saber, como la pedagogía o la sexualidad, es el discurso de la degeneración
racial que logrará detectar el monstruo del mestizaje:

Y a fi n de explicarse a sí propio, a través de los años y con más acierto, el observador
moderno esos horrores, conviene notar desde luego que, aparte de la educación
viciosa, de los malos ejemplos del hogar y de las propensiones generatrices de su
ser y de su sexo, tuvo doña Catalina de los Ríos una extraña y terrible mixtión de
sangre, porque si por su padre y su abuela, la Encío era de estirpe genuina de España,
por su madre dona Catalina Lisperguer y Flores (Blumen) era dos veces alemana
y una vez india chilena… ¿Había en esta mezcla de raza fundidas rápidamente en
un solo tipo algo que predisponía al crimen y al mal? (Quintrala 65)

Es por eso que al diagnosticar los males hereditarios el texto de Vicuña se
convierte en una lección edifi cante para el futuro de la joven nación. Establecer
esta especie de biografía de la nación a través de la narración de la historia de la
familia Lisperguer va a permitir desarrollar una serie de procedimientospara analizar,
reconocer y en última instancia regenerar las almas y los cuerpos transgresores del
pasado y transformarlos en los cuerpos útiles, dóciles y productivos de los futuros
ciudadanos chilenos.

HISTORIA CHILENA Y MESTIZAJE:
CONSENSO, SABER HISTÓRICO Y SABER POPULAR

Para Vicuña, la regeneración de la nación –que, en cierto sentido, se opone
al discurso de exterminio, desarrollado por ejemplo por Sarmiento y Alberdi en
Argentina– es posible porque Chile puede crear una nación viable mucho más
temprano que el resto de las repúblicas latinoamericanas. En Chile, contrariamente
a lo que ocurre en otros países latinoamericanos, se desarrolla una política de
consenso entre conservadores y liberales quienes, a pesar de sus fricciones, llegan
a acuerdos políticos que harán cada vez más borrosas sus propias diferencias. De
modo que el proceso de reconciliación de los liberales con el pasado autoritario
del gobierno conservador de Diego Portales será construido cuidadosamente a
través de la historiografía. El papel preponderante dado a la historia en esta época
de reconciliación nacional ha llevado a algunos historiadores a relacionar el
surgimiento del sentimiento de la nacionalidad con el entusiasmo por la narración
de la historia nacional. Para Rénique, Vicuña Mackenna reivindicará, por un lado,
a los caudillos liberales que habían quedado afuera de la historia ofi cial a través
de la escritura de la biografía de los héroes de la independencia exiliados de dicha
historia ofi cial (13). Vicuña busca conciliar en la escritura de la biografía de los
hermanos Carreras y de O’Higgins los dos proyectos de nación que se disputaban la
dirección del estado chileno. En ese sentido, el proyecto historiográfi co de Vicuña
tendría como objetivo integrar a los caudillos liberales a la historia de la nación,
buscar una imagen de reconciliación de la historia que había sido quebrada en los
decenios de 1820 y 1830 y que lo habían mandado al exilio por complotar contra
Portales (14). Después de la guerra de Independencia contra España y frente a
una América Latina dividida y gobernada por diferentes caudillos, Chile aparece
en la historia política latinoamericana como una excepción. En palabras de Tulio
Halperin Donghi, en el siglo XIX, Chile gana un prestigio sin precedentes frente al
resto de las repúblicas latinoamericanas, y es precisamente en esta época donde
aparece la noción, admirada por varios de sus vecinos, de un país en el que, a pesar
de los confl ictos, la política será siempre ordenada y estará en manos de hombres
civilizados.

La idea de Chile como el único país latinoamericano en el que no se ha
interrumpido el proceso de modernización es atribuida, por lo general, a la existencia
de una estructura social en la que coexisten un pequeño grupo de criollos de clase alta
sin grandes divisiones económicas junto a una mayoría de campesinos generalmente
mestizos y pobres que no entrarán a la vida política del país sino hasta el siglo XX.
A esta estructura de clase habría que agregarle la falta de diversidad regional según
la cual, contrariamente a lo que ocurriría en México o Argentina donde el interior
ofrece una fuerza alternativa al poder de la capital, las provincias del norte y del sur
de Chile no tendrían el poder económico necesario para contrarrestar la hegemonía
de Santiago. Sin embargo, la relativa estabilidad política del país no responde solo
a una situación geográfi ca y social supuestamente favorable, por el contrario fue
construida cuidadosamente por los partidos conservadores a partir de la década
del treinta bajo de dirección política de Diego Portales. Frente a las convulsiones
internas que se dan en México y en Argentina que culminarán con la llegada al
poder de Santa Anna y Rosas, Portales, a pesar de su autoritarismo, es percibido
como la causa que inhibe esa tradición violenta de caudillos fuertes que amenazará
al resto del continente. De modo que, bajo un gobierno fuerte y centralizado, Chile
consolida el estado, delimita sus fronteras nacionales y somete la diversidad cultural
del país con anterioridad al resto de los países latinoamericanos.

Este proceso de consolidación del estado nacional fue percibido en el exterior
como un camino sin interrupciones hacia el progreso. Mientras en Argentina el
gobierno de Rosas obstaculizaba el sueño modernizador de Sarmiento y en México
la guerra contra los Estados Unidos desestabilizaba las fronteras nacionales, Chile,
paraíso del progreso para intelectuales como Bello y Sarmiento, parecía dirigirse
de manera casi providencial a cumplir el sueño de la civilización.

La batalla contra el pasado español, la pacifi cación de la Araucanía y el traslado
de la civilización que fl orecía en Santiago al interior del país, parecían obstáculos
insignifi cantes al lado de la virulencia de las luchas internas bajo el gobierno de
Rosas en Argentina o la extravagancia casi grotesca con la que Santa Anna dirige
la vida política de México. En el marco de esta estabilidad política creada por el
gobierno de Diego Portales, se produce un importante desarrollo cultural que va a
originar la noción de Chile como la república modelo de Sudamérica; el país parecía
estar a salvo de la violencia dictatorial, la barbarie de los gauchos, e incluso su
propia población indígena había sido integrada al proyecto nacional a través de La
araucana, un poema épico que no dejaba ninguna duda de que el indígena podía
integrarse, al menos simbólicamente, a la gran tradición de la cultura occidental. De
modo que Chile se encontraba a salvo de los males que los intelectuales liberales
diagnosticaban en el resto de América Latina.

Benjamín Vicuña Mackenna entendía que uno de los secretos de la estabilidad
política e institucional en Chile era la intervención electoral, que el poder ejecutivo
manipulaba las elecciones y que el congreso era generalmente elegido por el
presidente. Es así que en la república modelo de Sudamérica, donde el producto
de las haciendas y las minas llegaba al resto del mundo a través de las reformas
que fomentaban el libre comercio, todo levantamiento que intentara modifi car este
punto en la constitución fue derrotado.

La civilización, el progreso, el libre comercio, el telégrafo y el ferrocarril serán
los términos evocados por los conservadores cada vez que tienen que reprimir las
revueltas de los jóvenes liberales, quienes ven con pesimismo cómo la república
democrática era desplazada en la década del treinta por el régimen autoritario de
Diego Portales.

En 1853, Benjamín Vicuña Mackenna deja Chile tras participar en un
levantamiento político en contra del gobierno conservador de Manuel Montt.
Después de un recorrido que se inicia en San Francisco e incluye México y el sur
de los Estados Unidos, llega a Boston y queda sorprendido frente a la hospitalidad
de sus habitantes. Cansado de sufrir “el calor y la ociosidad de la tierra caliente”
(Páginas de mi diario 101) se alivia al llegar a Nueva Inglaterra y reconoce sentirse
“quite at home” (153) en el seno de una familia puritana. En su diario de viaje,
mientras recuerda su visita en casa de la familia de uno de sus compañeros de
viaje norteamericanos, parece olvidarse de los confl ictos políticos que lo habían
obligado a dejar su país y escribe: “Yo me complazco, tal vez, en recordar estos
incidentes, no por su originalidad, sino en cuanto ligan mi memoria y mi gratitud
a los únicos días en el extranjero en que he podido tener la ilusión de que no había
dejado del todo mi patria…” (158). En la memoria del viajero llegar a Boston es
llegar a Chile; de esta manera Vicuña Mackenna traza un mapa que no sólo le
permite redefi nir la identidad de su país sino delimitar el lugar que ocupará Chile
en relación al resto del continente: en su imaginación no hay nada en México ni en
la América española que le recuerde a su patria. Para Vicuña, Chile parece haber
alcanzado ya la modernización política y cultural que se había interrumpido en el
resto de América Latina. Si Sarmiento en Confl ictos y armonías de las razas en
América todavía insiste en que Argentina debe parecerse a los Estados Unidos, en
1852 Vicuña reconocía satisfecho en el seno de una familia yankee que Chile ya
había alcanzado la utopía de la modernización.

Unas páginas más adelante y después de haber sufrido las inclemencias del clima
de Nueva Inglaterra, Vicuña recuerda en su diario las palabras del historiador W.
H. Prescott: “Qué habría sido de la América del Sud con su maravillosa naturaleza,
poblada por las razas del norte” (167). Esta visión de la América española, lanzada
como expresión de deseo de un historiador norteamericano, se convertirá en el
programa político de los intelectuales liberales del siglo XIX latinoamericano. Cómo
convertir las formas de vida primitivas asociadas a los pobladores de América
Latina en la raza disciplinada y moderna de América del Norte, cómo corregir
y someter la diversidad de la barbarie hispanoamericana a la ley racional de la
civilización que el viajero descubre en su viaje por América del Norte. Después
de atravesar las tierras turbulentas de Santa Anna, Vicuña presiente que Chile
tiene ciertas ventajas frente al resto de América Latina y presentará a su país como
una república modelo. Al carecer de una tradición de caudillos violentos y de las
intensas divisiones regionales que amenazaron el proceso de modernización en el
resto de América Latina, en Chile, la guerra sobre la barbarie se vuelve una guerra
en torno al patrimonio moral y biológico de la nación.

Si, como plantea Julio Ramos, los estados nacionales se consolidaron a partir del
sometimiento de la heterogeneidad latinoamericana a la homogeneidad que requería
de cuerpos dóciles y ciudadanos subordinados a las leyes que exigía un incipiente
mercado, en el caso chileno la barbarie latinoamericana se verá atravesada por el
discurso de la regeneración. Dentro de ese discurso, el mestizaje será presentado
como una anomalía en el cuerpo social de la nación. En otras palabras el mestizo
será el anormal y se convertirá casi automáticamente en una herramienta de análisis
al diagnosticar los males de la nación. Detectar esa especie de monstruosidad que
se encuentra en el origen de la nacionalidad será fundamental para desarrollar un
dispositivo de gobierno de las almas y los cuerpos en el proceso de creación de
una ciudadanía moderna.

En una visita a Buenos Aires durante el gobierno de Rosas, inspirado por el
recuerdo de la gesta independentista, Vicuña escribe:

Después de la independencia, Chile ha tenido dos revoluciones: la de 1829 y la de
1851. Aquella la hizo el Pasado. La última fue la expresión del presente agitado
y laborioso. Falta hoy día la Revolución del Porvenir!
Y ella aparece augusta en el horizonte sin sangre de batalla, sin sogas de horcas,
ni cadenas de prisioneros, ni listas de proscriptos, porque ella es la obra de la
inteligencia laboriosa y fecunda, de la fe y del amor, del alma y de la conciencia,
de las ideas que han de operar en un día no remoto la regeneración del linaje
humano… (386)

Si el pasado está marcado por la guerra entre españoles y criollos y el presente
por los confl ictos entre liberales y conservadores, la guerra futura no será una
guerra que tiene como sustrato relaciones sociales o políticas, no habrá batallas,
ni exilio, ni siquiera sangre; será una guerra de ideas, una guerra que logre
intervenir y normalizar el origen de la nación, una guerra alrededor de la cual se
organizarán distintas instancias de saber en torno a la renovación de la vida. En
cierto sentido Vicuña prefi gura o se anticipa a las ideas de Spencer que sostienen
que las sociedades se desarrollan y se organizan de acuerdo a las mismas reglas
que los organismos vivos. Esta revolución del porvenir como la llama Vicuña no
será una batalla en el sentido guerrero sino que estará asociada a la renovación de
la vida, la regeneración de la nación ya no estará ligada a la lucha entre distintos
sectores que se disputan determinados privilegios, sino a la transformación de los
hombres. La lucha por la civilización ha dejado de ser un confl icto político y social
para convertirse en un dispositivo de intervención para lograr el mejoramiento de
lo humano, en otras palabras, se trata de intervenir sobre la vida para crear futuros
chilenos agentes del progreso. Lo biológico, tradicionalmente excluido de la política,
se vuelve parte integral de la misma y nos remite al discurso médico asociado con
la enfermedad que prefi gura la aparición del crimen que amenaza el futuro de la
nación: la reproducción entre un alemán y una india americana, que ha provocado
la degeneración de la raza chilena. Vicuña vuelve a este momento en la vida de
la nación reiteradamente en su texto sobre la Quintrala: “En cuanto a la manera
como vino a ajustarse aquel fatal consorcio de dos familias, en que las afi nidades
del crimen producirían un ser deforme en la maldad, diremos desde luego lo que
como verdad ha llegado hasta nosotros” (57).

Al regreso del exilio, Vicuña entenderá la historia como un vehículo para
llevar adelante su proyecto de regeneración de la patria, la historiografía junto a
las reformas arquitectónicas que realiza como intendente de la ciudad de Santiago
serán dispositivos fundamentales para ordenar el desorden político de los años de
lucha entre liberales y conservadores, pero la historia será también el lugar elegido
para narrar la regeneración de la herencia biológica, un dispositivo para corregir
la herencia monstruosa del mestizaje chileno, y aquí la reescritura del mito de la
Quintrala ocupará un lugar fundamental. Será precisamente Vicuña Mackenna,
a través de su proyecto de transformación de la ciudad de Santiago, basado en
modelos científi cos franceses, una fi gura central en la formación de un discurso de
intervención social en relación a la salud de la población. Como parte de la nueva
utopía urbana que imagina Vicuña, se llevan a cabo una serie de obras públicas
y se construye el muro sanitario para proteger la salud de la población. Entre las
reformas arquitectónicas que impulsa como intendente de Santiago los criterios
estéticos y disciplinarios parecen no tener límites demasiado claros y la sanidad y
la higiene de la ciudad van a reemplazar el discurso religioso de la moral. Como
muestra Leyton Robinson en su artículo sobre la transformación de Santiago, hay
siempre en los planes de Vicuña un signifi cado social de la belleza citadina, en ese
sentido, la renovación del cerro Santa Lucía tendrá como objetivo crear formas
higiénicas de recreación social. Además de en la arquitectura, será en la narración
de la historia donde Vicuña encontrará la forma de establecer el consenso político
que necesita la nación para poder entregarse a la tarea modernizadora que había
sido interrumpida en el resto de América Latina. En ese sentido la publicación de
La Quintrala es clave, ya que en este texto Vicuña expresa de manera explícita su
intención de limpiar a la nación de su propio pasado a través de la escritura:

Y así como sin pasión ni propósito de secta iremos vengando el pasado, depurándolo,
así correrá la pluma feliz y casi ufana al trazar las páginas honrosas de esa extraña
raza, generatriz de la nuestra, que produjo a la vez héroes y monstruos, ángeles
y arpías. (10)

A través de la pluma feliz de la historia Vicuña se propone trazar la biografía
de la nación para romper con la fatalidad del mito y, de esta manera, entregarse
a construir la utopía del futuro. Si antes había escrito la biografía de los héroes,
ahora es necesario redactar la biografía del monstruo. Como Sarmiento en el
Facundo, Vicuña traza la biografía de la barbarie, pero a diferencia de Sarmiento,
que al fi nal del Facundo resuelve los confl ictos entre la civilización y la barbarie
por la intervención casi mágica del progreso, Vicuña no deja que el azar resuelva
el destino de Chile, al contrario, en la regeneración del país interviene una voz
califi cada. A través de la narración de la historia de varias generaciones de familias
aristocráticas de origen vasco, el historiador logra corregir y purifi car aquel origen
ominoso de la patria en la sangre mestiza de la Quintrala. La escritura de la historia
y la profusión de sangre vasca se vuelven una especie de saber de reparación del
pasado. En esta regeneración de la sangre, Vicuña irá mostrando cómo la sangre
criminal de los Lisperguer se irá purifi cando a través de la mezcla con sangre de
familias ilustres:

Pero, descendiendo de las regiones del misticismo y sus patrañas a que nos ha
conducido un momento el solo propósito de dar a conocer por entero una época
no estudiada todavía, cúmplenos ahora referir cómo los Lisperguer de Purutún,
convertidos ya en Amaza, se tranformaron después en Azúa, enseguida en Marín
de Póveda por último en Cortés, todo en el espacio de un siglo... (18)

El texto de Vicuña crea una voz que es a la vez la del historiador y la del médico
que se constituye en una fi gura central a la hora de legitimar los campos de saber
y de poder sobre los que se funda la nación. En otras palabras, la historia como
procedimiento retórico logra devolverle a Chile un pasado limpio, donde la sangre
indígena se minimiza o desaparece por la transfusión de sangre de la aristocracia
española, un pasado sin violencia ni transgresiones que será instrumental a la hora
de imaginarse a sí mismo como república modelo de la utopía modernizadora
latinoamericana.

En la escritura de La Quintrala, Vicuña cumple el sueño que había imaginado
en el seno de una familia protestante durante su viaje por los Estados Unidos: el de
un Chile modelo, regenerado a partir del aporte de sangre de la aristocracia española.
Vicuña es selectivo en cuanto a la inmigración y jamás imagina un desierto poblado
de trabajadores protestantes como en la utopía de Sarmiento; el corte con el pasado
no es defi nitivo como en Argentina: Vicuña rescata en la colonia el aporte de la
inmigración vasca y en ella deposita su sueño de regeneración. Es por eso que,
en el proceso de reescritura del mito, Vicuña pone en el centro de la discusión la
herencia biológica de la Quintrala: el texto narra desde los orígenes de la familia, su
degeneración por la mezcla de sangre alemana e indígena y su regeneración a partir
de la sangre de la familia Irarrázabal. Si la familia de la Quintrala, y su constante
abuso del poder, es asociada al pasado colonial y a la fl uidez con que en ese pasado
se mezclaban la sangre, la cultura y la religión, el futuro será imaginado como el
restablecimiento de la justicia republicana, pero también como ese lugar donde se
restablecen fronteras restringidas entre las clases y las razas. La relación entre el
pasado y el futuro es compleja en Vicuña, ya que, si bien La Quintrala admite una
lectura alegórica del abuso de poder en la época colonial, es precisamente en ese
pasado colonial donde encontraremos también la semilla de la regeneración:

Pero el enlace que dio mayor realce, esplendor y nueva vida al astro de los
Lisperguer… fue el de la más discreta, más pura y casta entre las castas hijas del
castizo Juan Rodolfo Lisperguer y doña Catalina Lorenza de Andía Irarrázabal.
(186)

Contrariamente a lo que ocurre con la sangre de doña Catalina Lorenza de
Andía Irarrázabal que logra purifi carse y borrar las contaminaciones raciales, esto
es, la sangre de los Lisperguer, la sangre convulsionada de doña Catalina de los
Ríos Lisperguer no admite el proceso de purifi cación. La lascivia y obstinación
de la Quintrala no se regeneran ni con el matrimonio ni con la educación, ni con
su exilio de Santiago y el contacto con el aire puro de los campos de La Ligua. Si,
como plantea Foucault, la convulsión es un paso adelante en la historia política
del cuerpo que surge como reacción al confesionario y a las tecnologías modernas
que intervienen el cuerpo deseante, el cuerpo convulsionado y monstruoso de la
Quintrala, retenido por la memoria popular, tendrá que desaparecer para que la
nación se regenere en ese otro cuerpo dócil de doña Lorenza Irarrázabal quien
para Vicuña “fue la mejor matrona de su siglo y la más fecunda mujer de su ciudad
natal, como esposa y como santiaguina, tuvo un doble heroísmo, común empero,
en las chilenas, porque dio a su esposo y su patria doce hijos y enseguida murió de
parto” (176). Con Lorenza Irarrázabal, se regenera la nación y muere la escritura,
su cuerpo dócil, sano y productivo, ya no necesitará ser intervenido por la historia.
Chile ha conseguido una madre saludable y conveniente para sus futuros ciudadanos,
saludable porque a través de su sangre aristocrática Chile logra la añorada utopía de
regeneración y conveniente porque, al morir en el parto, no alcanzará a mezclarse
con esas otras madres monstruosas que años más tarde volverán a la Quintrala
para poner en entredicho el contrato social republicano que retacea la ciudadanía
a las mujeres.

Por último me gustaría señalar que La Quintrala es un texto vacilante entre la
historia y la fi cción, pero el autor prefi ere evitar la ambigüedad y para ello decide
crear un apéndice al fi nal del texto donde acumula todos los documentos históricos
que dan fe de la existencia de la familia Lisperguer y de la veracidad de su narración.

De esta manera, Vicuña Mackenna ubica su libro en el campo de la historiografía y,
a pesar de reconocerle cierta cualidad mítica, literaria y sociológica, prefi ere poner
de relieve, en todo momento, el valor documental e histórico del mismo. Vicuña
Mackenna recoge de las voces populares la historia de la Quintrala, pero a la hora
de legitimar su trabajo elige una disciplina más segura para su escritura. Pareciera
que la narración de una verdad supuestamente objetiva y ejemplar, fundamental a
la hora de lograr una reconciliación con el pasado, justifi ca desde el siglo XIX en
Chile la intervención de la memoria popular.


CITAS


Esta descripción de la Quintrala, donde los límites entre la vida humana y la vida animal se desdibujan,
es común en las descripciones de los indios/as en obras claves del siglo XIX como La cautiva de
Esteban Echeverría o el Martín Fierro de José Hernández.


BIBLIOGRAFÍA

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Universitaria, 1969.

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_____ Los anormales. Buenos Aires: FCE, 2000.

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Leyton Robinson, César. “Historia de la ortopedia urbana 1870-1930”. Caber
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Ramos, Julio. Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y
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Rénique, José Luis. “Benjamín Vicuña Mackenna: exilio, historia y nación”.
Cyberayllu (18 de octubre de 2005). http://www.andes.missouri.edu/andes/
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Vicuña Mackenna, Benjamín. Los Lisperguer y La Quintrala. Doña Catalina de
los Ríos. Santiago de Chile: Sudamericana, 2001.
_____ Páginas de mi diario durante tres años de viaje. Obras Completas v. Santiago:
Universidad de Chile, 1936.





(Source: revista-iberoamericana.pitt.edu)

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