viernes, 22 de octubre de 2021

Industrias del hogar: mujeres, raza y moral en el México posrevolucionario

 

El acto cotidiano de transformar ingredientes en alimentos, tomó una especial relevancia
en el México de los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Esto debido en parte, a la asociación
de la comida con el nacionalismo posrevolucionario, enmarcado en un discurso de salud,
nutrición, trabajo y raza. Uno de los objetivos del estado nación, como lo muestra el trabajo de
Benedict Anderson, era crear un sentimiento de identidad y orgullo entre todos los habitantes
de un territorio delimitado1. Eso, en el caso de México, implicaba responder a las siguientes
preguntas: ¿Qué es ser mexicano y cuáles son los valores e historia que nos identifican? El
presente trabajo explora cómo se construyó dicha idea a través de las prácticas cotidianas, en
especial, la comida. Para ello me centraré en el análisis de los textos sobre economía doméstica
escritos por la maestra Ana María Hernández.
El estudio de la alimentación resulta fundamental para comprender la relación entre
género, etnicidad y clase en la formación de los estados-nación. Si bien autores como Jeffrey
Pilcher, Paulo Drinot y Stefan Pohl-Valero han explorado la creación del estado-nación desde
una perspectiva culinaria y de nutrición, es necesario retomar dicho tema con una perspectiva de
género2. Este artículo muestra la importancia que tuvieron las mujeres como reproductoras de
ideas y prácticas alimenticias, y en esa medida su participación en la creación del estado-nación.
Sin embargo también enfatiza la consolidación de un estado patriarcal que buscó ocupar el lugar
del pater familias en el hogar.
Ideas sobre género, raza, clase y modernidad se entretejen en el discurso de mestizaje
que surge entre 1920 y 1950. La idea de México como una nación mestiza fue acuñada por intelectuales como José Vasconcelos y Manuel Gamio, representada por artistas como Diego
Rivera y diseminada por miles de maestros como lo muestra el trabajo de Mary Kay Vaughn3.
El objetivo era transformar a los habitantes de México en mestizos: una mezcla entre españoles
e indígenas, pero donde la cultura española dominaba sobre la indígena. El mestizo tenía
que hablar español y comer pan de trigo, utilizar cubiertos y vestir “como la gente decente”. El
mexicano moderno debía de ser disciplinado y trabajador, debía reproducir el ideal de la clase
media inspirado en su equivalente europeo y estadounidense. La creación de la nación mestiza
se da en el siglo XX, pero es heredera de ideas y prácticas que inician décadas atrás, en especial
durante el régimen de Porfirio Díaz (1877-1910).


Durante el Porfiriato algunos intelectuales influenciados por las ideas del Darwinismo
social, mostraron consternación en torno a la influencia negativa de algunos alimentos sobre el
comportamiento social y la salud de las clases bajas4. La élite porfiriana consideraba que la dieta
de los pobres, que consistía en maíz, frijoles y chiles, era inferior. Dichas percepciones se ven
reflejadas en los textos del senador Francisco Bulnes para quien la raza del maíz, es decir los
indios, era claramente inferior y carecía de toda esperanza5. La llamada “gente decente” veía
de forma repulsiva la dieta del pueblo. Además de considerar antihigiénico e incivilizado comer
sentado en el piso y usar las manos en vez de cubiertos6.
Dichas ideas se reproducen en voz de Julio Guerrero, afamado sociólogo y criminólogo,
quien en 1901 publicó La génesis del crimen en México. De acuerdo con Guerrero la mala
nutrición era causa del atraso social. “La clases inferiores comen aún poca carne (…) y el
consumo se limita a los domingo y días de fiesta. Los huevos jamás entran en el menú del
proletario, que consiste en tortillas de maíz en vez de pan de harina, verdolagas, frijoles, nopales,
quelites, calabazas, fruta verde o podrida, chicharrón y sobre todo, chile en abundancia, como
guiso o condimento”7. Guerrero criticó severamente el consumo de alimentos de origen indígena
como los tamales y los insectos, y los definió como “una repostería popular abominable”8. Para
solucionar dicho “problema”, Guerrero promovió la adopción de la cocina francesa y española.
El discurso de los intelectuales de inicios del siglo XX desde Bulnes hasta Vasconcelos
se encontraba fuertemente influenciado por el desarrollo de la eugenesia9. El problema del indio,
como fue denominado por los intelectuales de la época, se trató de entender como un problema
racial. La disyuntiva se encontraba en cómo definir la raza. Como un conjunto de características
inmodificables, es decir esenciales, a cada grupo racial o bien como algo sujeto a modificación
por medio principalmente de la educación. Intelectuales porfirianos como Bulnes y Guerrero
consideraban que los indios y el proletariado eran inferiores, sus posibilidades de cambio eran
limitadas o nulas. La transformación de México debería seguir un camino como el argentino al
atraer migrantes blancos de Europa. Si bien el gobierno de Porfirio Díaz intentó implementar
dicha política, no tuvo mucho éxito10.
Tras la revolución mexicana (1910-1920) dichas ideas se ponen en tela de juicio,
los intelectuales y políticos que toman el poder en las décadas de 1920 y 1930 adoptan una
visión más progresista en cuestión de raza11. El indígena, argumentan, puede transformarse en
mestizo y ser parte de la nación mediante la educación12. Para ello el gobierno posrevolucionario se embarcó en una cruzada contra el analfabetismo liderada por el entonces secretario de
educación, José Vasconcelos13. De acuerdo con Manuel Puig Casauranc, quien sucedió en
el cargo a Vasconcelos, “el pueblo de México, el indio de México y el mestizo de México no
son elementos étnicos inferiores, sino grupos sociales abandonados” y su integración se daría
mediante mejoras socioeconómicas y culturales14.
Dichas mejoras implicaban la adopción de nuevas conductas y prácticas en el hogar
inspiradas en el ideal de clase media. Lo interesante de este proceso es que si bien la postura de
Vasconcelos es muy diferente a la de Bulnes, el ideal de modernidad resulta semejante: la cultura
europea y después la estadounidense. En esta medida podemos observar las continuidades
entre el Porfiriato y el periodo posrevolucionario. Desde una perspectiva de género, las mujeres
continúan siendo las responsables de criar a los hijos, de cuidar la salud y alimentación de la
familia además de ocuparse de todas las labores del hogar. Su espacio no era la calle, sino la
casa y sus principales características eran la abnegación y el sacrificio. También desde una
perspectiva racial observamos continuidades entre el Porfiriato y el México posrevolucionario.
El México moderno pertenecía al mestizo y el indígena asimilado a una clase trabajadora
que aspiraba a convertirse en clase media. El mestizo se blanqueaba al adoptar las prácticas
culturales de occidente en todos los aspectos, y el que más nos interesa en este texto: el de la
alimentación y las prácticas cotidianas dentro del hogar.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, los hábitos alimenticios de los sectores populares,
tanto urbanos como rurales, fueron objeto de preocupación entre médicos y autoridades de salud
quienes argumentaron que el tener una dieta balanceada y una cocina limpia eran elementos
fundamentales para el desarrollo de una nación sana y productiva. William French analiza el
interés que tuvo tanto el estado como la clase media en educar a las mujeres de estratos bajos
desde finales del siglo XIX. El principal objetivo era transmitir valores identificados con la clase
media como lo eran: ahorro, disciplina, higiene, puntualidad y sobriedad. Con ello su buscaba
generar una clase obrera sin vicios, eficiente y confiable, además de enfatizar que sus prácticas
y valores eran inferiores y por ello requerían ser modificados; además de presentar a la clase
media como el ejemplo a seguir.
Una de las preocupaciones principales de la clase media, como lo demuestra Susie
Porte y Katherine Bliss, era la presencia de las mujeres en los espacios públicos. Las clases
medias asumían que laborar fuera de casa conllevaba a desatender el hogar y en especial a los
hijos. El trabajo fabril incitaba a la degeneración moral al estar hombre y mujeres interactuando
en un mismo espacio y ponía a las mujeres en riesgo de caer en las garras de la prostitución. Por
ende, la educación de las mujeres enfatizó su labor en el hogar como algo esencial para mejorar
la vida de la familia de clase trabajadora15.
Tras la revolución dicha preocupación continuó, adoptando una terminología
revolucionaria y enmarcada en un discurso no sólo moral, sino también científico. Los médicos
y creadores de políticas públicas enfatizaron la importancia de la vivienda limpia y ventilada, de
mantener a los animales fuera de casa, del baño, de no cocinar al ras del piso, de incrementar
el consumo de proteína animal y mejorar la dieta. En otros trabajos he explorado la creación del estado benefactor, los discursos de nutrición y el papel de las mujeres en la implementación de
políticas públicas, programas como los desayunos escolares, las enfermeras visitadoras, los
comedores familiares, y los subsidios a alimentos específicos como la leche16. En este texto me
avocaré al análisis de un par de libros escritos por la maestra Ana María Hérnandez y publicados
durante el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940). En ambos Hernández muestra
un interés por transformar los hábitos cotidianos de obreros y campesinos con el fin no sólo de
mejorar su nivel de vida, sino de transformar sus prácticas culturales e imitar el estilo de vida de
la llamada gente decente, es decir la clase media.
Los sectores medios, como lo muestran los trabajos de William French en Mexico, David
Parker en Perú y Brian Owensby en Brazil, se autodefinían como moralmente superiores a las
clases bajas y las clases altas. Las clases medias en México buscaron adoptar las prácticas
culturales de las clases altas, a la vez que enfatizaban el valor del trabajo y la limpieza, dicho ethos
era propio de la nueva generación de profesionales tales como médicos, enfermeras y maestras.
En cuestión racial, en México las clases medias se blanqueaban a través de la educación, no sólo
formal sino también en referencia a las prácticas cotidianas, morales y de usos y costumbres. Si
bien la revolución sacudió al país y generó un reacomodo político y social, las percepciones de
clase y raza cambiaron más lentamente y en muchas ocasiones se mantuvieron intactas bajo el
discurso revolucionario como lo muestra el presente trabajo.

La educación como base de una dieta sana y una nación productiva


Durante el Porfiriato las escuelas públicas comenzaron a impartir cursos de cocina
europea, siendo la Escuela de Artes y Oficios para Mujeres uno de los mejores ejemplos17. Si
bien tras la revolución se transformaron tanto el discurso como las políticas de alimentación, en
la práctica el cambio no siempre sucedió. La comida mexicana ganó cierto reconocimiento entre
intelectuales como Vasconcelos, quien apoyó la enseñanza de “comida mexicana apropiada
para el consumo cotidiano”, pero la mayoría de las maestras e inspectoras preferían enseñar
platillos europeos a sus alumnas ya que estos resultaban más remunerativos que la cocina
nacional por lo que les garantizaban un mejor empleo, ya sea en restaurantes o casas, al concluir
sus estudios18.
A partir de 1921, el estado buscó modernizar el estado-nación sin alterar las jerarquías
sociales y los roles de género. El maestro tenía la labor de enseñar las costumbres y prácticas
“adecuadas”19. Por ende su influencia fue más allá del salón de clases y entró en el hogar con
el fin de transformar los hábitos alimenticios, las prácticas de higiene, cambiar la vestimenta,
introducir el uso de zapatos, camas, muebles, cubiertos y eliminar el consumo de alcohol. Tanto
las escuelas públicas como las privadas y religiosas compartieron los ideales de género y clase,
y ambas intentaron mejorar el nivel de vida de obreros y campesinos mediante la enseñanza de
economía doméstica e industrias del hogar.

Entre 1934 y 1940 el presidente Cárdenas estableció la llamada educación socialista
que promovía la escuela laica y mixta además de la educación sexual como parte del programa
de estudios básicos o primarios. En esta medida el programa de Cárdenas buscaba continuar
la labor iniciada por los gobiernos revolucionarios, asimilar a los grupos marginados mediante la
educación y el discurso de mestizaje. La escuela socialista, en palabras de Hernández:
formará a las nuevas generaciones, transformando a diez millones de parias en una patria de
hombres libres, que llevarán a cabo la revolución social, sólo ellas realizarán la emancipación
de la mujer; la lucha efectiva de clases; las nuevas Leyes del Trabajo y Agrarias, más justas
para los trabajadores y la formación de la SOCIEDAD SIN CLASES20.
La administración de Cárdenas insistió en la educación de la mujer, sin embargo el
objetivo principal del género femenino continuó siendo el cuidado de su familia y el criar hijos
sanos y fuertes. La forma de mejorar su nivel de vida era en primer lugar acceder a la educación,
ya fuera formal mediante la escuela o informal mediante textos como el de Hernández. Durante
el Cardenismo, la educación pública buscó que los ciudadanos mexicanos fueran leales al
estado-nación en vez de a la Iglesia Católica. No obstante, promovió valores identificados con
el catolicismo tales como la sumisión, la obediencia y el recato. La educación de las mujeres
subrayó las divisiones de género en el trabajo y enfatizó que el lugar de las mujeres era el hogar.

Recetarios para obreras y campesinas


Con el fin de dar consejo a las mujeres de escasos recursos, la maestra Ana María
Hernández publicó a mediados de 1930 una serie de libros sobre economía doméstica y
cocina. Hernández fue profesora del Departamento de Enseñanza Técnica, inspectora del
Departamento Federal del Trabajo y activista. Formó parte del comité ejecutivo del Frente Único
Pro Derechos de la Mujer (FUPDM), asociación fundada en 1935 con el fin de aglutinar en un
organismo independiente a las mujeres que militaban en el Partido Comunista Mexicano y el
Partido Nacional Revolucionario. Hernández luchó en el corto plazo por incrementar el número
de molinos de nixtamal y por el reparto de tierras entre campesinos desposeídos. A largo plazo,
el FUPDM buscó el sufragio femenino y acabar con el fascismo21.
Para el movimiento feminista posrevolucionario las mujeres eran pieza fundamental en la
vida familiar y en el orden social. Por ello, las clases de economía doméstica y cocina resultaban
esenciales en la educación femenina. Cabe destacar el carácter conservador del movimiento
feminista mexicano, el cual exaltaba las llamadas cualidades femeninas como la abnegación y el
sacrificio y enfatizaba el papel de la mujer como madre en el hogar. El trabajo de Hérnandez se
enmarca en dicho contexto22.

Los libros de Hernández tenían como fin llegar a aquellas mujeres que carecían de
acceso a escuelas vocacionales, reservadas en su mayoría para mujeres de clases media
baja urbana. Hernández buscó introducir ciertos valores como le ética del trabajo, disciplina,
higiene, orden y ciertos gustos en los sectores de escasos recursos. Aún estando en casa las
mujeres campesinas debían organizar su semana de manera estructurada, es decir imitando la
organización laboral, lo cual les permitiría mejorar su calidad de vida como lo afirma la maestra.
Los lunes y martes lavarás la ropa, miércoles coserás y pegarás los botones y lo que te falte,
jueves plancharás la ropa y viernes harás la limpieza general de la casa, el sábado te bañarás
y bañarás a los niños que no van a la Escuela, para que el domingo estés lista y descansar.
De esta manera tendrás tiempo para todo y todo estará siempre arreglado y ordenadito23.
El ideal de la organización permeó todos los ámbitos de la vida, y el quehacer doméstico
no fue una excepción. Las mujeres tenían que trabajar metódica y sistemáticamente para realizar
sus labores domésticas de manera eficaz. Aunque Hernández despreciaba los efectos negativos
del capitalismo, admiraba la disciplina del trabajo fabril. La maestra aconsejaba a las mujeres
crear un plan semanal de trabajo para que sólo laboraran ocho horas, y tuvieran tiempo para
descansar, ir a la escuela y practicar algún deporte24. Al hacer esto, Hernández buscó transferir
percepciones de trabajo e ideales de bienestar propios de la clase media urbana al campo.

 

  La imagen anterior muestra algunos de los elementos centrales del hogar de clase media
como son la mesa, la decoración y el reloj. Lo adecuado en ojos de Hernández era tomar los
alimentos en una mesa en vez de sentarse sobre un petate al ras del piso25. La mesa se encuentra
decorada con un mantel y florero para mostrar que aún con pocos recursos se puede generar
un espacio agradable. La habitación está bien ventilada, característica fundamental de la casa
higiénica ya que los médicos enfatizaban la importancia de que entrara aire a las habitaciones. El
reloj, ayudaría a mantener horarios y orden en el trabajo. Por último, se destaca la presencia de
un cuadro con una representación típica de un indígena ataviado con sarape y sombrero en un
primer plano y al fondo una fábrica, haciendo referencia a la audiencia del libro: los campesinos
y obreros.
De acuerdo con la maestra, una casa limpia y la buena mesa eran la clave para mantener
feliz a la familia, en especial al hombre a quien se le consideraba como el principal proveedor.
Hernández afirma “…que tu compañero obrero que salga del taller, no se sienta cansado en
tu mesa, ese es el secreto de la felicidad del hogar. Hermana, compañera, aprende y serás
la verdadera mujer de hogar para hacer feliz a los tuyos”26. Dicho texto muestra una visión de
clase media de aquellos que como la maestra buscaban transformar la sociedad mexicana sin
modificar los roles de género. El lugar de las mujeres, para Hernández, era el hogar y su labor era
hacer feliz a los miembros de su familia y en particular, al hombre quien en su papel de proveedor
era esencial para reproducir dicha estructura familiar. Una de las formas de hacerlo feliz era
cocinando ricos y variados platillos con un presupuesto limitado y eso era lo que Hernández
prometía enseñar a sus lectoras.
La revolución social que inspiraba a la maestra Hernández no era el de una revolución
de género, sino una transformación social y cultural sin poner en riesgo el patriarcado. Las mujeres debían complacer a sus maridos y sacrificarse a sí mismas por la felicidad de su familia.
Hernández continúa:
La mujer se hizo para el hogar, y aún cuando no queramos allí está nuestro lugar, si tenemos
hijos, no podremos dejarlos abandonados a su propia suerte, es mentira que podamos
trabajar fuera de él. La educación de los hijos exige sacrificios muy grandes que las madres
mexicanas siempre han hecho por ellos, la fama de nuestras mujeres recorre el mundo por
su virtud y abnegación y no la debemos perder.27
Sin embargo era una realidad que la situación económica no le permitía a las clases
bajas vivir de un sólo sueldo aunque así lo desearan. De acuerdo con datos oficiales, en 1930
el porcentaje de mujeres que eran parte de la población económicamente activa era 6.7; en
1940 las mujeres representaban el 7.38 por ciento mientras que en 1950 alcanzaron el 13.62
por ciento de la población económicamente activa28. Ciertamente, la cifra real era más alta, ya
que muchas mujeres trabajaban desde casa lavando ropa ajena o cociendo, o eran trabajadoras
domésticas. La participación de las mujeres en la economía, sobre todo de mujeres casadas y
con hijos, se percibía como algo negativo en especial entre los sectores de clase media quienes
consideraban que los llamados “hogares abandonados” eran la causa de la decadencia, el vicio
y la disolución social. La solución para Hernández fue el trabajo disciplinado y remunerativo en el
hogar. Por ello en 1937 Hernández publicó Industrias del hogar para la mujer obrera y campesina
de México. Este trabajo intenta proporcionar a las mujeres el conocimiento para que desde la
casa contribuyan a la economía.
La maestra narra que en una visita a Chihuahua, estado localizado al norte del país
en donde el ganado vacuno y caprino tiene gran preponderancia, le preguntó a las mujeres
por qué no vendían cajeta (dulce hecho a base de leche). A lo que ellas respondieron que por
que no sabían. Hernández veía en este caso, como en muchos otros del país, una oportunidad
desaprovechada. Su libro intentó solucionar dicho problema al proveer la información necesaria
para facilitar la creación de pequeños negocios familiares que reactivaran la economía, mejoraran
las condiciones de vida de los campesinos y permitieran a las mujeres volver al espacio al que
pertenecían: el hogar29.
El primer paso para que las mujeres tuvieran el tiempo de crear una industria doméstica
era pasar menos horas al lado del metate30. El proceso de hacer tortillas, desde desgranar y
cocer el maíz en una solución de agua y cal (nixtamalización), hasta la molienda y la preparación
de tortillas antes de cada alimento llevaba a las mujeres alrededor de seis a ocho horas diarias31.
Por lo que Hernández exhortó a la mujer campesina a liberarse de la esclavitud del metate
declarando “¡Guerra al metate!” como lo muestra la siguiente imagen32.

Hernández exhortó a las mujeres a organizarse para llevar un molino de nixtamal a sus
comunidades. Incrementar el número de molinos de maíz, de acuerdo con Hernández, daría a
las mujeres campesinas el tiempo que las mujeres de clase media tenían por la presencia de
trabajadoras domésticas. Al dejar de moler a mano el maíz podrían avocar más tiempo a su
familia y a su hogar, además de establecer una industria doméstica. “Sólo así cambiará tu vida y
podrás dedicarte a tu gallinero; a tu porqueriza; a tu huerto y a explotar en unión de las mujeres
de tu ejido una industria campesina”33.
Hernández enfatizó que aunque las mujeres vivieran en un mundo moderno, ellas debían
preservar sus valores tradicionales. En otras palabras, el cambio social y el arribo de la tecnología
como lo era el molino de nixtamal, no debía alterar los roles de género ni las relaciones de poder
dentro de la familia y de la sociedad: la mujer tenía que continuar siendo el pilar de la familia, la
responsable del quehacer doméstico y de la crianza de los hijos. Aunque la maestra alentara a
las mujeres a organizarse en ligas femeniles para traer molinos sus pueblos y en el caso de las
obreras a participar en sindicatos, su objetivo principal era mostrarles que podían ganar dinero
trabajando desde casa si establecían una industria doméstica. Al hacer esto se “emanciparían
de los amos”, es decir, se convertirían en su propio jefe y evitarían la explotación de que eran
objeto en las fábricas34. Además las mantendría lejos de la competencia y el contacto con otros
hombres, lo cual también se consideraba un riesgo para la moral35.

Las personas de buen gusto consumen siempre un buen pan


En Industrias del hogar se promueve la producción de alimentos como gelatinas, dulces,
caramelos, fruta cristalizada, jaleas, mermeladas, salsas, chiles en vinagre, pan y embutidos.
Hernández sugiere que estos productos son muy populares particularmente en las ciudades. De
este modo se muestra el interés de transformar a las clases bajas mediante la adopción de los hábitos y prácticas de las clases medias urbanas. Un alimento novedoso a finales de los años
treinta era el sandwich preparado con pan de caja y jamón de cerdo. La venta de sandwiches de
acuerdo con Hernández “tiene mucha aceptación, como lo tienen el pan Ideal y otros. Tú puedes
hacerlos y venderlos para loncherías, cantinas o preparar los sandwiches y venderlos también”36.
Hernández invitaba a sus lectoras a que aprendieran panadería y charcutería. Los productos de
ambas industrias serían la base para preparar sándwiches y venderlos en cantinas y loncherías
donde, de acuerdo con Hernández, eran ampliamente aceptados37.
Incrementar el consumo de trigo y proteína animal fue una de las preocupaciones
principales desde finales del siglo diecinueve. En la década de 1920, Vasconcelos afirmó que
el atraso económico no terminaría sino hasta que los grupos indígenas suplieran las tortillas de
maíz por el pan de trigo. Rafael Ramírez, director de educación rural en la misma época, afirmó:
“los niños deben aprender no sólo español, sino que también deben adquirir las costumbres y
prácticas que son claramente superiores a las de ellos. Deben de aprender que los indios nos
llamas gente de razón no sólo porque hablamos español, sino también porque nos vestimos y
comemos diferente”38. Por ello, no es sorprendente encontrar que entre las industrias domésticas
sugeridas por Hernández se encuentre la panadería y la charcutería en vez de la preparación de
tamales, enchiladas, tacos, atoles u otros productos a base de maíz.

En la primera mitad del siglo veinte, la falta de trigo en la dieta de las clases populares
fue motivo de preocupación entre los sectores educados. En 1950, Eduardo Huarte, agrónomo
de la Secretaría de Agricultura y Ganadería afirmó que el gobierno mexicano debía incrementar
la producción y el consumo de pan de trigo, aunado a la carne, leche, huevos, fruta y vegetales
con el fin de acabar con la desnutrición39. Aunque en la década de 1940 investigadores del
Instituto Nacional de Nutriología, establecido en 1943, encontraron que el maíz y el trigo eran
virtualmente intercambiables en su valor nutricional, el pan de trigo continúo siendo considerado
como indispensable en una dieta rica y nutritiva. La preferencia que mostraron médicos,
agrónomos e intelectuales por el pan de trigo devela un desdén por las dietas indígenas y un
interés por imitar las cocinas europeas y estadounidenses. Esta misma posición la encontramos
en los recetarios la maestra Hernández y en el salón de clases40.

Como parte de la política de la Secretaría de Educación Pública, los maestros rurales
debían enseñar a las mujeres a hornear pan, pero la falta de hornos hizo difícil establecer
dicha práctica. Más aún, las personas estaban acostumbradas a preparar y comer tortillas
y no consideraban el pan como un sustituto adecuado. Por su parte, la maestra Hernández
argumentaba que los pobres no comían pan porque no les alcanzaba para comprarlo y porque
no había suficientes panaderías por lo que promovió la enseñanza de panadería y proveyó las
instrucciones para construir hornos usando latas o piedras41. Entre las recetas de pan incluidas
en el libro de la maestra están los tradicionales bolillos y teleras, panes dulces como cocoles y
conchas además de pan de caja.
Otras maestras también escribieron libros de cocina para promover la producción casera
de pan. En la década de 1940, Carmen Ramírez publicó La cocina clásica, un libro dirigido a la
clase media. Ramírez impartía clases de cocina en escuelas técnicas y vocacionales además
de tener su propia escuela de economía doméstica en la Ciudad de México42. Las estudiantes y
lectoras de la maestra Ramírez fueron mujeres que tenían suficientes recursos económicos para
poseer un horno y estaban acostumbradas a consumir pan, no obstante su libro también muestra
un interés por incrementar el consumo de trigo entre la población.
De acuerdo con Hernández, establecer una panadería en casa tenía dos funciones:
incrementar el consumo de trigo y mejorar el presupuesto familiar. La maestra aclaraba que la
panadería “es una industria de la ciudad, en donde el pan es uno de los artículos de primera
necesidad y de mucho consumo, así que muchas personas de buen gusto consumen siempre
un buen pan, haz uno, dos o tres panes y te producirán una gran utilidad”43. El argumento de
Hernández muestra que el pan no era sólo sabroso y nutritivo, sino que también era un marcador
de clase al ser consumido por las personas de buen gusto.
La repostería también formó parte del libro Cómo mejorar la alimentación del obrero y
campesino. En él, Hernández aconseja a las madres de familia a preparar pays y celebrar el
cumpleaños o santo de sus hijos con un pastel. “Los pasteles de cumpleaños son muy bonitos.
Tu puedes hacer alguno de estos poniéndoles encima unas velitas chicas, una por cada año que
tenga el niño o niña que festejes. A los pasteles de santo les pondrás su nombre o alguna palabra
cariñosa con un poco de turrón en un alcatraz”44. Hornear un pastel en vez de preparar tamales,
o servir pastel además de tamales muestra un cambio en la percepción de ciertos alimentos y
prácticas culturales.
Los tamales, un alimento tradicionalmente festivo hecho a base de maíz, fue substituido
o ensombrecido por pasteles a base de harina de trigo. Mientras que los tamales se identificaban
con el México indígena, los pasteles se asociaron a la cultura europea y estadounidense y a las
clases altas. Los tamales, cocinados a baño maría, se preparaban en casa con leña o carbón,
sin embargo preparar un pastel requería de un horno. Los pasteles se convirtieron en un símbolo
de estatus en una sociedad en la que celebrar con pastel era una práctica de la gente decente.
Aunque pocas mujeres podían hornear en casa, recetas de pasteles se difundieron a
través de revistas femeninas, recetarios y secciones de cocina publicadas en periódicos45. Para 1923, las escuelas vocacionales del estado incluían recetas de pasteles en su plan de estudios.
Chicas de clase media aprendían a hornear elaborados pasteles a pesar de las críticas de José
Vasconcelos quien prefería la enseñanza de cocina popular46. La historiadora Patience Schell
argumenta que la elaboración de pasteles decorados profusamente era una actividad idónea
para mostrar la destreza de las maestras y sus estudiantes, además de que dicha habilidad era
más remunerativa que la cocina popular lo que situaba a las estudiantes de las escuelas de
Enseñanza Doméstica muy por arriba de las tamaleras que carecían de educación profesional.
La tortillera y tamalera pasó a convertirse en la cocinera y panadera gracias a un proceso de
mestizaje culinario donde la cultura indígena pasaba a segundo plano y se afirmaba ideal europeo
y estadounidense. La dieta se había blanqueado.

Conclusiones


El trabajo de la maestra Ana María Hernández muestra su interés por inculcar las
costumbres de la clase media entre los sectores obrero y campesino. Las industrias domésticas
pretendían transformar la forma de vida y la dieta de las clases bajas ya que mediante su
establecimiento los alimentos que no se vendían en el campo o en ciertas colonias populares
llegarían a las familias campesinas y obreras y les brindarían una ganancia económica. Al
enseñarles a las mujeres a hornear pan y pasteles no sólo se esperaba que adquieran una
habilidad que les retribuyera ganancias económicas, sino también que adoptaran los valores y
prácticas culturales con las que se identificaban dichos productos, mismos que se veían como
superiores a los de tradición indígena y rural. De este modo, las clases de cocina, libros y revistas
reprodujeron los prejuicios culturales de la clase media al sugerir que sus hábitos alimenticios y
de consumo eran mejores que los de los sectores populares.
Las comunidades indígenas se transformaban en mestizas y los mestizos en mexicanos
modernos. El blanqueamiento se daba mediante la educación pero también por medio del cambio
en los hábitos de consumo y alimentación. El maestro como representante del estado trató de
reformar la vida de obreros y campesinos al dirigirse a las mujeres y en particular a las madres.
Maestras como Ana María Hernández consideraban que estos cambios eran para bien. Que
el pueblo mexicano sería mejor el día en que la pobreza se eliminara, sin embargo dicho logro
implicaba la denigración de ciertas prácticas entendidas como propias. El objetivo no era que la
mujer explotara sus conocimientos y tradiciones gastronómicas, si no que adquiriera otras. Por
un lado se puede argumentar que ya otras mujeres vendían tamales o enchiladas, por ejemplo,
y que los sandwiches eran difíciles de encontrar y por ende generarían un mayor ingreso. Sin
embargo el simple hecho de promover dicho alimento implicaba una serie de valoraciones
raciales, culturales y de clase que van más allá de la ventaja económica. Al igual que en las
escuelas vocacionales abundaban las clases de cocina y repostería europea, libros como el de la
maestra Hernández develan el valor simbólico de ciertos alimentos y la necesidad de adoptarlos
para lograr el progreso.

Al analizar la obra de la maestra Hernández podemos observar su interés en mantener
las estructuras sociales y de género al promover una educación que tenía como ideal el estilo
de vida de la clase media y el rol tradicional de las amas de casa. El interés por modernizar a la
familia mexicana no implicaba trastocar las estructuras de género, sino como asegura Mary Kay
Vaughan el estado buscó tan sólo modernizar la patriarquía . Mientras que las panaderías, por
ejemplo, eran espacios masculinos, las industrias domésticas eran presentadas como el ideal
para la mujer que al trabajar en casa evitaba el contacto con otros hombres, la degeneración
moral y la fragmentación familiar. Al trabajar en casa las mujeres resguardaban su decencia,
además de no cuestionar el predominio masculino en los espacios públicos. Del mismo modo,
al trabajar desde casa las mujeres se convertían en obreras sin los derechos de aquellas que
trabajaban en fábricas. La mujer se volvía madre-obrera-empresaria. Las mujeres no ganaban
derechos y menos aún se consideraban iguales a los hombres. Por el contrario, al presentarse
las labores del hogar y a la cocina como propias de la mujer moderna y educada, se reafirma esta
como la única opción para formar parte de la nación. De este modo la mujer mexicana seguiría
siendo la madre abnegada.

Bibliografía


Fuentes


Bulnes, Francisco. El porvenir de las naciones Hispano-Americanas ante las conquistas recientes de Europa y los
Estados Unidos. México, Imprenta de Mariano Nava, 1899.
Dirección General de Estadística. Séptimo censo general de población. México, Secretaría de Economía-DGE, 1950.
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Notas


* Lic. en Ciencias de la Cultura por la Universidad del Claustro de Sor Juana, México DF. MPhil en Estudios latinoamericanos
por la Universidad de Oxford, Reino Unido. Doctorado en Estudios sobre las mujeres por la Universidad de Manchester,
Reino Unido. Actualmente es profesora investigadora en Moravian College, Pensilvania, Estados Unidos. Una primera
versión de este trabajo fue presentada en el Congreso Internacional de Americanistas ICA, Ciudad de México. Agradezco
los comentarios de los evaluadores anónimos de esta publicación.
1 Benedict Anderson, Imagined Communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism, Londres, Verso, 1991.
2 Jeffrey M. Pilcher, ¡Qué vivan los tamales! Food and the Making of Mexican Identity, Albuquerque, University of New
Mexico Press, 1998; Paulo Drinot, “Food, Race and Working-Class Identity: Restaurantes Populares and Populism in
1930s Peru”, The Americas, Vol. 62, Nº 2, 2005, and The Allure of Labor: Workers, Race and the Making of the Peruvian
State, Durham, Duke University Press, 2011; Stefan Pohl-Valero, “La raza entra por la boca: Energy, Diet and Eugenics
in Colombia, 1890-1940”, Hispanic American Historical Review, Vol. 94, Nº 3, 2014.
3 , José Vasconcelos, The Cosmic Race: A Bilingual Edition, Trad. Didier Tisdel Jaén, Baltimore, Johns Hopkins University
Press, 1997; Manuel Gamio, Forjando patria, México D.F., Porrúa, 1916; Mary Kay Vaughan, Cultural Politics in
Revolution: Teachers, Peasants, and Schools in Mexico, 1930-1940, Tucson, University of Arizona Press, 1997, and The
State, Education, and Social Classes in Mexico, 1880-1928, DeKalb, Northern Illinois University Press, 1982.
4 El Darwinismo social es las utilización de la teoría Darwinista en torno al desarrollo de las especies para explicar la
historia de la humanidad. Dicho término fue acuñado por el filósofo ingles Herbert Spencer quien popularizó la frase “la
sobrevivencia del más fuerte”. El Darwinismo social influenció los discursos sobre eugenesia de principios del siglo XX.
Ver Thomas F. Glick, Miguel Angel Puig-Samper y Rosaura Ruiz (eds.), The Reception of Darwinism in the Iberian World:
Spain, Spanish America, and Brazil, Boston, Kluwer Academic, 2001.
5 Francisco Bulnes, El porvenir de las naciones Hispano-Americanas ante las conquistas recientes de Europa y los
Estados Unidos, México, Imprenta de Mariano Nava, 1899.Ver también el trabajo de Pilcher, ¡Que vivan los tamales!...,
op. cit., pp. 77-97 y “Tamales or Timbales: Cuisine and the Formation of Mexican National Identity, 1821-1911”, The
Americas, Vol. 53, Nº 2, octubre 1996, pp. 193-206.
6 El maestro Jorge Vera Estañol describió a la gente o personas decentes como la creciente clase media compuesta de
mestizos, quienes eran “inteligentes, educados y con ambiciones, ellos buscaban mezclarse con las clases acomodadas,
vestirse como ellos y parecerse a ellos. Sentían una gran repulsión por el trabajo manual y mecánico”. Citado por John
Lear, Workers, Neighbors, and Citizens: The Revolution in Mexico City, Lincoln, University of Nebraska Press, 2001, p.
56.
7 Julio Guerrero, La génesis del crimen en México, México, Librería de la vda de Ch. Bouret, 1901. pp. 117-118.
8 Ibid. Sobre Guerrero ver el trabajo de Ariel Rodríguez Kuri, “Julio Guerrero: ciencia y pesimismo en el 900 mexicano”,
Historias, Nº 44, 1999.
9 La eugenesia fue un planteamiento médico que tuvo como objeto mantener o mejorar las potencialidades genéticas de
la especia humana. Ver Beatriz Urías Horcasitas, “Eugenesia e ideas sobre las razas en México, 1930 1950”, Historia y
Grafía, Vol. 17, 2001; Laura Luz Suárez y López Guazo, Eugenesia y racismo en México, México, UNAM, 2005; Alexandra
Minna Stern, “Responsible Mothers and Normal Children: Eugenics, Nationalism, and Welfare in Post-Revolutionary Mexico 1920-1940”, Journal of Historical Sociology, Vol. 12, Nº 4, 1999. Sobre eugenesia en América Latina se destacan
los siguientes trabajos: Julia Rodríguez, Civilizing Argentina: Science, Medicine, and the Modern State, Chapel Hill,
University of North Carolina Press, 2006; Nancy Leys Stepan, The Hour of Eugenics: Race, Gender, and Nation in Latin
America, Ithaca, Cornell University Press, 1991; Nancy P. Appelbaum, Anne S Macpherson y Karin Alejandra Rosemblatt
(eds.), Race and Nation in Modern Latin America, Chapel Hill, The University of North Carolina Press, 2003; Pohl-Valero,
op. cit.
10 Moisés González Navarro, La colonización en México, 1877-1910, México, Talleres de impresión de estampillas
y valores, 1960 y Marcela Martínez Rodríguez, “El proyecto colonizador de México a finales del siglo XIX. Algunas
perspectivas comparativas en Latinoamérica”, Secuencia, Vol. 76, 2010.
11 La revolución mexicana explotó cuando Francisco I. Madero resultó ganador de las primeras elecciones democráticas
del siglo veinte. La revolución terminó con la dictadura de Porfirio Díaz, generando nuevas oportunidades para las clases
medias y los generales victoriosos.
12 Manuel Gamio, op. cit.; Alan Knight, “Racism, Revolution, and Indigenismo: Mexico, 1910-1940”, Richard Graham (ed.),
The Idea of Race in Latin America, 1870-1940, Austin, University of Texas Press, 1990; Joshua Lund, The Mestizo State:
Reading Race in Modern Mexico, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2012; Guillermo Bonfil Batalla, “Sobre la
ideología del mestizaje”, José Valenzuela (ed.), Decadencia y auge de identidades, México, Plaza y Valdés, 2004.
13 José Vasconcelos fue secretario de educación entre 1921 y 1924.
14 Citado por Ricardo Pérez Montfort, Estampas de nacionalismo popular mexicano. Ensayos sobre cultura popular y
nacionalismo, México, CIESAS, 1994, p. 168.
15 Katherine Elaine Bliss, Compromised Positions: Prostitution, Health and Gender Politics in Revolutionary Mexico,
Pennsylvania, Pennsylvania University Press, 2001, y “A Right to Live as Gente Decente: Sex Work, Family Life, and
Collective Identity in Twentieth-Century Mexico”, Journal of Women’s History, Vol. 15, Nº 4, 2004; William E. French, A
Peaceful and Working People: Manners, Morals, and Class Formation in Northern Mexico, Albuquerque, University of
New Mexico Press, 1996 y “Prostitutes and Guardian Angels: Women, Work, and the Family in Porfirian Mexico”, The
Hispanic American Historical Review, Vol. 72, Nº 4, 1992; Susie S. Porter, “‘And that it is custom makes law’. Class
Conflict and Gender Ideology in the Public Sphere, Mexico City, 1880-1910”, Social Science History, Vol. 24, Nº 1, 2000
y Working Women in Mexico City: Public Discourses and Material Conditions, 1879-1931, Tucson, University of Arizona
Press, 2003.
16 Sandra Aguilar Rodríguez, “Nutrition and Modernity: Milk Consumption in 1940s and 1950s Mexico”, Radical History
Review, Vol. 110, 2011; “La mesa está servida: comida y vida cotidiana en el México de mediados del siglo XX”, Revista
de Historia Iberoamericana, Vol. 2, Nº 2, 2009; “Alimentando la nación: género y nutrición en México (1940-1960)”,
Revista de Estudios Sociales, Vol. 29, abril 2008; y “Cooking Modernity: Nutrition Policies, Class, and Gender in 1940s
and 1950s Mexico City”, The Americas, Vol. 64, Nº 2, 2007.
17 El estado fundó dicha escuela en 1872 como una institución de caridad para entrenar a mujeres pobres. Ver Federico
Lazarín Miranda, “Enseñanzas propias de sus sexo. La educación técnica de la mujer 1871-1932”, María Adelina
Arredondo (ed.), Obedecer, servir y resistir: la educación de las mujeres en la historia de México, México, Universidad
Pedagógica Nacional-Miguel Ángel Porrúa, 2003; Patience A. Schell, Church and State Education in Revolutionary
Mexico City, Tucson, University of Arizona Press, 2003, pp. 9, 42, 52-55. Con relación a la educación privada de las
mujeres ver Valentina Torres Septién, La educación privada en México, 1903-1976, México, El Colegio de México-
Universidad Iberoamericana, 1997. La Iglesia Católica también educó a mujeres en otros países latinoamericanos como
Brasil, ver Susan Besse, Restructuring Patriarchy: The Modernization of Gender Inequality in Brazil, 1914-1940, Chapel
Hill, University of North Carolina Press, 1996.
18 Para una discusión en torno a las clases de cocina y economía doméstica en la década de 1920 ver Schell, Church
and State Education…, op. cit., p. 125.
19 Vaughan, The State, Education, and Social Classes in Mexico…, op. cit., pp. 184-185.
20 Ana María Hernández, Industrias del hogar para la mujer obrera y campesina de México, México, A. del Bosque
Impresor, 1937, p. 27.
21 Los objetivos del FUPDM se encuentran resumidos en un documento repartido en la reunión inaugural de dicho
organismo. Dicho volante afirmaba que los miembros del FUPDM estaban a favor del mejoramiento económico, la
evolución cultural y la adquisición de derechos políticos de las mujeres. Ver Jocelyn Olcott, Revolutionary Women in
Postrevolutionary Mexico, Durham, Duke University Press, 2005, pp. 111-112.
22 Eli Bartra, Ana Lau y Anna M. Fernández Poncela, Feminismo en México, ayer y hoy. México, UAM, 2000; Shirlene
Ann Soto, The Mexican Woman: A Study of Her Participation in the Revolution, 1910-1940, Palo Alto, R & E Research
Associates, 1979; y, Julia Tuñón Pablos, Women in Mexico: A Past Unveiled, Austin, University of Texas Press, 1999.
23 Ana María Hernández, Cómo mejorar la alimentación del obrero y campesino: libro social y familiar para la mujer
obrera y campesina mexicana, México, A. del Bosque Impresor, 1935, p. 51.
24 Hernández, Industrias del hogar…, op. cit., p. 81.
25 Hernández, Cómo mejorar la alimentación del obrero y campesino…, op. cit., p. 51
26 Ibid., p. 19.
27 Ibid., p. 147.

28 Sarah A. Buck, “The Meaning of the Women’s Vote in Mexico 1917-1953”, Stephanie E. Mitchell & Patience A. Schell
(eds.), The Women’s Revolution in Mexico, 1910-1953, Lanham, Rowman & Littlefield, 2007.
29 Hernández, Industrias del, op. cit., p. 47.
30 Metate: instrumento de piedra volcánica tallada en forma rectangular que se utiliza para moler.
31 El proceso de nixtamalización desarrollado en Mesoamérica facilita la molienda del maíz el remover la cascarilla u
hollejo, pero sobre todo transforma el valor nutricional al liberar niácina (vitamina B3), eliminando con ello el riesgo de
desarrollar pelagra atribuido en otras partes del mundo a las dietas basadas en maíz. Sobre la introducción de molinos
de nixtamal ver Dawn Keremitsis, “Del metate al molino: La mujer mexicana de 1910 a 1940”, Historia Mexicana, Vol. 33,
Nº 2, 1983 y Pilcher, ¡Qué vivan los tamales!..., op. cit., pp. 100-106.
32 Hernández, Industrias del hogar…, op. cit., p. 51.
33 Ibid.
34 Hernández, Cómo mejorar.., op. cit., p. 98; e Industrias del hogar…, op. cit., página introductoria s/n.
35 William E. French, “Prostitutes and Guardian Angels…”, op. cit., y Susie S. Porter, Working Women in Mexico…, op. cit.
36 Hernández, Industrias del hogar…., op. cit., p. 63.
37 Idem.
38 Citado en Pilcher, ¡Que vivan los tamales!..., op. cit., p. 77. Sobre comida y raza en el contexto del México colonial ver
Rebecca Earle, The Body of the Conquistador: Food, Race, and the Colonial Experience in Spanish America, 1492-1700,
Cambridge, Cambridge University Press, 2012.
39 Eduardo Huarte, El salario y la alimentación de la familia campesina en México, México, Cooperativa Artes Gráficas
del Estado, 1950, p. 13.
40 Aguilar Rodríguez, “Nutrition and Modernity”…, op. cit.; “Alimentando la nación”, op. cit.;y, “Cooking Modernity”…, op.
cit.
41 Hernández, Cómo mejorar …, op. cit., p. 135.
42 Carmen Ramírez Jiménez del Corro, La cocina clásica: recetas garantizadas por la academia de enseñanza moderna
de repostería y cocina, Vol. I, 2ª ed., México, 1950.
43 Hernández, Industrias del hogar…, op. cit., p. 53.
44 Hernández, Cómo mejorar …, op. cit., p. 146.
45 Ver Almanaque Dulce; Ana María Hernández, La última palabra sobre cocina, repostería y confitería, México, A. del
Bosque Impresor, [1936?]; Josefina Velázquez de León, Repostería Selecta, México, Academia de Cocina Velázquez de
León, 1938.
46 Schell, Church and State Education…, op. cit., p. 125.
47 Mary Kay Vaughan, “Modernizing Patriarchy”, Elizabeth Dore & Maxine Molyneux




(Source: academia.edu,.facebook.com/ArqueovivadeMexico)

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