domingo, 22 de agosto de 2021

‘LA RAZA ENTRA POR LA BOCA’: ENERGÍA, ALIMENTACIÓN Y EUGENESIA EN COLOMBIA, 1890-1940


Stefan Pohl-Valero
Universidad del Rosario

El hombre mismo cuando trabaja constituye un verdadero motor; porque, en efecto, transforma en trabajo la energía calorífica contenida en los alimentos y todos reconocen la analogía entre el hombre considerado como motor y el motor térmico.


RESUMEN
A principios del siglo XX se empezó a estructurar en Colombia un campo de investigación sobre el trabajo y la fisiología de la alimentación que giró en torno a la analogía del cuerpo humano como una máquina térmica transformadora de energía. A partir de la unidad energética de las calorías, los alimentos se tradujeron en la cantidad de combustible que necesitaba consumir el cuerpo-máquina para su óptimo desempeño de acuerdo al trabajo realizado y las condiciones ambientales. El objetivo de este artículo consiste en destacar el papel que jugó esta concepción energética del cuerpo en la forma como se configuraron una serie de campañas educativas y de higiene pública llevadas a cabo en Colombia entre 1890 y 1940. Se argumenta que estas acciones de ingeniería social destinadas a lograr la “regeneración fisiológica” de la población formaron parte del movimiento eugenésico local, toda vez que el ideal de producir cuerpos eficientes para el trabajo fue concebido, a la vez, como una característica que se podía heredar y así mejorar a las futuras generaciones de trabajadores. Con esto se destaca un aspecto inexplorado en el significado histórico y local de “lo biológico” y su relación en la forma como se entendieron los problemas sociales de esa época. Al historizar al mismo tiempo “lo social” y “lo biológico” se propone una vía de investigación alternativa a la habitual distinción entre lo natural y lo cultural presente en parte de la historiografía sobre la eugenesia y la raza.


 Versión en español de: Stefan Pohl-Valero, “‘La raza entra por la boca’: Energy, Diet, and Eugenics in Colombia, 1890-1940”, Hispanic American Historical Review 94, no. 3 (2014): 455-486.
1 Alberto Borda Tanco, “El motor humano”, Anales de Ingeniería 21, no. 251-252 (1914): 210-213, 210.
2 Jorge Bejarano, Alimentación y nutrición en Colombia (Bogotá: Editorial Cromos, 1941), 6.
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INTRODUCCIÓN
Si a finales del siglo XVIII el filósofo alemán Immanuel Kant sistematizaba la idea de que la humanidad se podía dividir y jerarquizar de acuerdo a su capacidad de ilustración, liderazgo y emancipación en una escala cromática en cuya cúspide estaba la raza blanca y debajo de ella la raza amarilla, negra y roja respectivamente,3 un siglo después el intelectual y político mexicano Francisco Bulnes proponía una clasificación racial diferente: la raza del trigo, la raza del arroz y la raza del maíz. Reproduciendo la jerarquización racista de Kant, Bulnes no dudaba en afirmar, basándose en análisis nutritivos de estos alimentos, que los pueblos del maíz tenían una incapacidad para la democracia dado que “el maíz ha sido el eterno pacificador de las razas indígenas americanas y el fundador de su repulsión para civilizarse”, mientras que los del trigo (europeos) eran los habían alcanzado “el mayor grado de desarrollo físico y mental”.4 Aunque de forma ambigua, con un lenguaje similar que articulaba nociones de raza y condiciones nutricionales, y bajo un horizonte conceptual que entendía el cuerpo humano y social como una máquina térmica transformadora de energía,5 la élite intelectual colombiana de finales del siglo XIX y primeras cuatro décadas del siglo XX buscó restaurar las fuerzas de una población pobre –indígena y mestiza– que insistentemente se pensó débil e inferior racialmente pero susceptible de mejoramiento fisiológico y hereditario para lograr la civilización y el progreso de la nación.
Este proyecto de ingeniería social se empezó a estructurar en las últimas décadas del siglo XIX, cuando médicos, ingenieros y abogados colombianos construyeron un incipiente campo de saber sobre el trabajo que apropió y articuló nociones de la termodinámica, la física médica, la economía política y la fisiología de laboratorio. En el centro de estas investigaciones se encontraba el ideal de optimizar la productividad de los trabajadores desde un punto de vista energético, con lo cual la alimentación se empezó a entender fundamentalmente como la fuente de energía –medida en la unidad termodinámica de las calorías– necesaria para accionar de forma eficiente la máquina humana.


3 Al respecto, ver Santiago Castro-Gómez, La hybris del punto cero. Ciencia, raza e ilustración en la Nueva Granada (1750-1816) (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2005), 40-41.
4 Francisco Bulnes, El porvenir de las naciones Hispano-Americanas ante las conquistas recientes de Europa y Los Estados Unidos (México: Imprenta de Mariano Nava, 1889), 19 y 11. Para detalles sobre Bulnes, ver Jeffrey Pilcher, ¡Que vivan los tamales! Food and the making of Mexican identity (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1998), cap. 4.
5 Sobre esta analogía como elemento fundamental de la modernidad, ver Anson Rabinbach, The Human motor: energy, fatigue, and the origins of modernity (Berkeley: University of California Press, 1992); Stefan Pohl-Valero, Energía y cultura. Historia de la termodinámica en la España de la segunda mitad del siglo XIX (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana/Universidad del Rosario, 2011). Para un repaso historiográfico sobre la influencia que generó, en el contexto europeo, una imagen de la naturaleza articulada por las leyes de la termodinámica en la concepción moderna del cuerpo, la sociedad, la cultura y la economía, ver, Stefan Pohl-Valero, “Termodinámica, pensamiento social y biopolítica en la España de la Restauración”, Universitas Humanística 69 (2010): 33-58. Para el contexto latinoamericano, este tipo de estudios son todavía muy incipientes. Ver, por ejemplo, Diego P. Roldán, “Discursos alrededor del cuerpo, la máquina, la energía y la fatiga: hibridaciones culturales en la Argentina fin-de-siècle”, História, Ciências, Saúde – Manguinhos 17, no. 3 (2010): 643-661.
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El objetivo principal de este artículo consiste en mostrar el papel que desempeñó esta conceptualización energética del cuerpo productivo –y la definición de una alimentación racional para su optimización y su salud– en la forma como la noción de raza adquirió nuevos significados en el pensamiento social de las élites colombianas y en las estrategias que se instauraron para lograr lo que ellos llamaron la regeneración del pueblo trabajador, entre 1890 y 1940. Adicionalmente se destaca que los discursos y campañas destinados a esta termodinámica social fueron entendidos por sus propios protagonistas como uno de los elementos claves en el heterogéneo movimiento eugenésico local, toda vez que la regeneración fisiológica que se proponían lograr sobre los cuerpos fue concebida, a la vez, como una característica que se podía heredar y así mejorar a las futuras generaciones de trabajadores. Al articular en un mismo marco de análisis histórico la metáfora del motor humano, nutrición y nociones de raza, tal como lo sintetizan los dos epígrafes citados, este estudio de caso propone una vía de investigación poco explorada en la forma como se pensó y se trató de intervenir lo social en la primera mitad del siglo XX. Y a la vez intenta señalar que la distinción entre lo biológico y lo cultural, que ha servido para clasificar y periodizar los discursos racializados de ese siglo, en este caso se vuelve mucho más difusa.
Diversas investigaciones que han abordado la medicalización de la sociedad, la noción de raza y la eugenesia en el contexto colombiano de principios del siglo XX, le han prestado especial atención a una serie de debates públicos que realizaron médicos y pedagogos en el Teatro Municipal de Bogotá en 1920 y que luego se publicaron bajo el nombre de Los problemas de la raza en Colombia.7 Varios de estos análisis históricos han identificado dos posturas generales entre los intelectuales involucrados: una mirada “biologicista”, basada en un determinismo hereditario y geográfico que comprendía que para mejorar la raza colombiana era necesario instaurar fundamentalmente políticas de fomento de inmigración de “raza blanca europea” (además de leyes prenupciales y campañas de esterilización), y una mirada “culturalista” que veía en la implementación de reformas y políticas sociales como campañas educativas e higiénicas la solución a lo que las élites entendían como el “problema” de cómo lograr que Colombia entrara al escenario de las naciones civilizadas y modernas.8 Esta separación entre los biologicistas y los culturalistas, ha sido entendida desde posturas bipartidistas tradicionales colombianas (unos corresponderían a una mirada más conservadora y los otros a una más liberal)9, teorías hereditarias diferentes (eugenesia dura informada por el mendelismo y eugenesia blanda informada por el neo-lamarckismo,


6 Al respecto, ver, Stefan Pohl-Valero, “Energía, productividad y alimentación: la configuración de un campo de saber sobre el trabajo para la optimización del cuerpo humano y social en Colombia, 1870-1920”. [En elaboración].
7 Luis López de Mesa, ed., Los problemas de la raza en Colombia (Bogotá: El Espectador, 1920).
8 Para análisis historiográficos sobre el mencionado debate, ver Catalina Muñoz, “Estudio introductorio. Más allá del problema racial: el determinismo geográfico y las ‘dolencias sociales’”, en Los problemas de la raza en Colombia, ed. Luis López de Mesa (Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2011), 11-60; Carlos Ernesto Noguera, Medicina y política. Discurso médico y prácticas higiénicas durante la primera mitad del siglo XX en Colombia (Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2003), 19-31.
9 Catalina Muñoz, “To colombianize Colombia: Cultural politics, modernization and nationalism in Colombia, 1930-1946”, Ph.D. Thesis, University of Pennsylvania, 2009.


10 hasta posturas teóricas foucaultianas: un bando reflejaría una estrategia de disciplinamiento sobre el individuo, mientras el otro una estrategia de regulación sobre la población.11 De forma diacrónica, también se ha señalado que en términos generales la mirada biologicista fue la imperante en el pensamiento social de las élites durante los gobiernos conservadores de las primeras tres décadas del siglo XX, mientras que a partir de la llegada de los liberales al poder en la década de 1930 se generó un desplazamiento en la forma de entender a la población articulada ahora por saberes que comprendían que el problema era más de orden social y cultural que biológico.12
La literatura internacional sobre la historia de la eugenesia ha profundizado y complejizado este tipo de análisis, destacando la importancia de hacer estudios comparativos y señalando sus múltiples conexiones transnacionales, así como la diversidad de apropiaciones de la ciencia del “buen engendramiento” y su papel en diferentes proyectos de reformas sociales y construcción de nación, ciudadanía y roles de género.13 También se ha destacado la importancia de un mayor análisis del desarrollo histórico de las ciencias biológicas como una de las fuentes fundamentales de las ideas eugénicas.14 Por ejemplo, hace ya más de una década Frank Dikötter señalaba los complejos y múltiples significados que había tenido la eugenesia en diversos países y su profunda influencia –atravesada por diversas ideologías racistas– en el pensamiento social de todo el espectro ideológico. Una multitud de intelectuales y médicos de todo el globo, señalaba Dikötter, se embarcaron en lo que ellos entendían como una “forma moralmente aceptable y científicamente viable de mejorar la herencia humana”,15 frente a los miedos y ansiedades de la modernidad y la búsqueda de progreso social y económico. No obstante, en su concepción histórica de una mirada biologizada de la sociedad, como elemento estructurador de los variados movimientos eugenésicos, Dikötter seguía apegado a la tradición historiográfica que ha vinculado esta mirada fundamentalmente a las teorías evolucionistas –aunque diversas– y a la metáfora de la sociedad como un organismo:


10 Jason McGraw, “Purificar la nación: eugenesia, higiene y renovación moral-racial de la periferia del Caribe colombiano, 1900-1930”, Revista de Estudios Sociales 27 (2007): 62-75; Andrés Klaus Runge y Diego Alejandro Muñoz, “El evolucionismo social, los problemas de la raza y la educación en Colombia, primera mitad del siglo XX: El cuerpo en las estrategias eugenésicas de línea dura y de línea blanda”, Revista Iberoamericana de Educación 39 (2005): 127-168.
11 Javier Sáenz; Óscar Saldarriaga y Eduardo Ospina, Mirar la infancia: pedagogía, moral y modernidad en Colombia, 1903-1946 (Bogotá: Uniandes, 1997), vol. 2, 90; Santiago Castro-Gómez, “Razas que decaen, cuerpos que producen. Una lectura del campo intelectual colombiano (1904-1934)”, en Biopolítica y formas de vida, ed. Rubén A. Sánchez (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2007), 197-142, 108.
12 Además de las dos referencias de la cita anterior, ver Zandra Pedraza, “El debate eugenésico: Una visión de la modernidad en Colombia”, Revista de Antropología y Arqueología 9 (1996): 115-159; Daniel Díaz, “Raza, pueblo y pobres: Las tres estrategias biopolíticas del siglo XX en Colombia (1873-1962)”, en Genealogías de la colombianidad. Formaciones discursivas y tecnologías de gobierno en los siglos XIX y XX, ed. Santiago Castro-Gómez y Eduardo Restrepo (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2008), 42-69; Muñoz, “To colombianize Colombia”.
13 Para un panorama reciente de este tema, ver Alison Bashford y Philippa Levine (eds.), The Oxford Handbook of the History of Eugenics (Oxford: Oxford University Press, 2010). Para el caso de América Latina, trabajos pioneros son Nancy Stepan, The Hour of Eugenics: Race, Gender, and Nation in Latin America (Ithaca: Cornell University Press, 1991); Dain Borges, “Puffy, Ugly, Slothful and Inert: Degeneration in Brazilian Social Thought, 1880-1940”, Journal of Latin American Studies 25 (1993): 235-256. Para Colombia, ver, por ejemplo, Álvaro Villegas Vélez, “Nación, intelectuales de elite y representaciones de degeneración y regeneración, Colombia, 1906-1937”, Iberoamericana 7, no. 28 (2007): 7-24; McGraw, “Purificar la nación”.
14 Philippa Levine y Alison Bashford, “Introduction: Eugenics and the Modern World”, en The Oxford Handbook of the History of Eugenics, ed. Alison Bashford y Philippa Levine (Oxford: Oxford University Press, 2010), 3-25, 4.
15 Frank Dikötter, “Race Culture: Recent Perspectives on the History of Eugenics”, The American Historical Review 103 (1998): 467-478, 467.
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Eugenics was not so much a clear set of scientific principles as a “modern” way of talking about social problems in biologizing terms: politicians with mutually incompatible beliefs and scientists with opposed interests could all selectively appropriate eugenics to portray society as an organic body that had to be guided by biological laws. […]. Powered by the prestige of science, it allowed modernizing elites to represent their prescriptive claims about social order as objective statements irrevocably grounded in the laws of nature.16
Evidentemente, esta idea de que la sociedad era “un organismo sujeto a las mismas leyes de la evolución de los organismos vivos”17 fue un elemento fundamental en el llamado proceso de medicalización de la sociedad. Para el caso colombiano –al igual que para otros países de América Latina– esta concepción de evolución pareció ser más de corte neo-lamarckiano que darwiniano y mendeliano, lo que ayudó a darle al movimiento eugenésico local unas características particulares.18 Desde que Dikötter publicara su artículo, la historia de la eugenesia ha ampliado considerablemente sus perspectivas y campos de análisis,19 pero todavía es muy poco frecuente encontrar investigaciones sobre este tema que integren en la noción de biología de la época –y en la consecuente idea de la biologización de la política y la sociedad– aspectos como la analogía del cuerpo máquina y la fisiología de la nutrición.
Es mi intención proponer en este artículo que al prestarle atención justamente a la construcción cultural de un campo de saber fisiológico sobre el trabajo y la alimentación articulado por la analogía del cuerpo humano como una máquina transformadora de energía, el análisis histórico de la eugenesia se puede enriquecer en varios aspectos. Por un lado, permite desenmarañar algunos de los múltiples significados que se construyeron en torno a “lo biológico” y por lo tanto acercarnos de forma más histórica a los sentidos que se le otorgaron a lo que solemos llamar como una “mirada biologizada” de los problemas sociales. A su vez, esto nos permite historizar al mismo tiempo “lo biológico” y “lo social”,20 lo cual implica un replanteamiento de la distinción entre una mirada biologicista y una mirada culturalista que tanto parte de la historiografía local como internacional ha utilizado para periodizar el desarrollo


16 Dikötter, “Race Culture”, 467-68.
17 Carlos Ernesto Noguera, Medicina y política. Discurso médico y prácticas higiénicas durante la primera mitad del siglo XX en Colombia (Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, 2003), 108-109.
18 Stepan, The Hour of Eugenics; Noguera, Medicina y política; McGraw, “Purificar la nación”. No obstante, la presencia de una “eugenesia negativa” para el caso argentino ha sido destacada por Andrés H. Reggiani, “Depopulation, Fascism, and Eugenics in 1930s Argentina”, Hispanic American Historical Review 90, no. 2 (2010): 283-318.
19 Ejemplos recientes son, Marisa Miranda y Gustavo Vallejo, eds., Darwinismo social y eugenesia en el mundo latino (Madrid: Siglo XXI, 2005); Bashford y Levine, eds., The Oxford Handbook.
20 Sobre alimentación y la construcción de lo social, ver James Vernon, “The Ethics of Hunger and the Assembly of Society: The Techno-Politics of the School Meal in Modern Britain”, The American Historical Review 110, no. 3 (2005): 693-725.


histórico del pensamiento social racializado del siglo XX. Acá, en vez de asumir que la realidad se deja compartimentar de forma nítida entre aspectos culturales y aspectos naturales21 y que los conocimientos producidos para dar cuenta de estos aspectos son fácilmente separables, se propone un enfoque que entiende que los saberes científicos y el orden social se producen de forma conjunta (mirada co-produccionista) y que el estudio de la naturaleza y de la sociedad es performativo toda vez que ayuda a configurar las realidades (biológicas y sociales) que intenta estudiar.22
Como han señalado historiadoras de las ciencias de la vida como Donna Haraway y Nelley Oudshoorn, problematizar la división moderna entre cultura y naturaleza permite, por un lado, entender esta separación ontológica como una construcción cultural particular que justamente ha impuesto formas de conocimiento diferenciadas (disciplinas científicas separadas) para abordar estos aparentemente irreconciliables ámbitos (por ejemplo la diferencia creada por las mismas ciencias sociales entre sexo (natural) y género (cultural)), y por el otro, abordar las teorías científicas sobre lo natural no simplemente como un reflejo transparente de lo que está allá afuera (organismo, sexo, genes, hormonas, etc.), sino como una serie de discursos y prácticas mediadas, entre otras cosas, por estereotipos culturales sobre el hombre y la mujer y en general por relaciones asimétricas de poder.23 Siguiendo algunos de estos planteamientos, estudiosos de la raza como Peter Wade proponen que esta vía teórica puede aportar poder explicativo en el marco de una historiografía anglosajona que tradicionalmente ha producido una noción histórica de raza muy rígida en la que se pasa de un racismo biológico a uno cultural. Como menciona Wade, esta periodización historiográfica del racismo (del biológico del siglo XIX y principios del XX al cultural de mediados del XX en adelante)
involve the naturalisation of culture and the culturalisation of nature: this dual dynamic makes it unclear what is being talked of as natural and what cultural in a given context and thus provides the possibility of seeing the natural as cultural and the cultural as natural. […] Enquiry into what ‘nature’(and blood, genes and biology) mean in a given context helps us to see the flexible ways racial discourses work.24
Así, en el presente ensayo se aborda la analogía de cuerpo-máquina como un artefacto cultural anclado en un contexto histórico particular que ayudó a desnaturalizar la fuerza de trabajo de la población y al mismo tiempo a naturalizar el ideal de una sociedad industrializada y


21 Sobre la diferenciación ontológica entre lo natural y lo cultural como una construcción propia del pensamiento occidental moderno, ver Bruno Latour, Nunca fuimos modernos. Ensayo de antropología simétrica (Buenos Aires: Siglo XXI, 2007).
22 Sheila Jasanoff, “Ordering knowledge, ordering society”, en States of knowledge: the co-production of science and social order, ed. Sheila Jasanoff (London: Routledge, 2004), 13-45; Stefan Pohl-Valero, “Perspectivas culturales para hacer historia de la ciencia en Colombia”, en Historia cultural desde Colombia: categorías y debates, ed. Max S. Hering Torres y Amada Carolina Pérez (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia / Pontificia Universidad Javeriana / Universidad de los Andes, 2012), 399-430.
23 Donna Haraway, Simians, Cyborgs, and Women. The Reinvention of Nature (New York: Routledge, 1991); Nelly Oudshoorn, Beyond the natural body: An archeology of sex hormones (London: Routledge, 1994).
24 Peter Wade, Race, Nature and Culture (London: Pluto Press, 2002), 15.

regida por una ética del productivismo energético.25 Esta termodinámica social permitió ensamblar una serie de saberes, prácticas e instituciones que en conjunto ayudaron a configurar una realidad determinada de la naturaleza humana y por lo tanto estrategias particulares de gobierno sobre la población. En este proceso, la alimentación se convirtió en un campo de investigación e intervención social articulado por el lenguaje, a la vez natural y cultural, de la fisiología energética de la nutrición y por una concepción particular de la herencia que desde el campo de la puericultura entendió que la máquina humana optimizada para el trabajo podía heredar esa condición.
 

NUTRICIÓN, ENERGÍA Y RAZA
En las dos primeras décadas del siglo XX, se empezó a reflejar el incipiente interés de los médicos colombianos por conocer los hábitos y cualidades alimenticias de las poblaciones de las diferentes regiones del país y por intentar que el Estado regulara su alimentación y condiciones laborales de acuerdo a la moderna ciencia de la nutrición. Como lo comentara en 1911 el médico e higienista conservador Pablo García Medina, quien jugaría un papel fundamental en la consolidación y centralización de la higiene pública en Colombia,26 “la defectuosa alimentación de nuestra clase obrera debe hacernos meditar sobre las funestas consecuencias que ella tiene no solamente sobre la salud individual y colectiva, sino sobre el porvenir de la raza; y si algún papel importante desempeña la higiene moderna en los pueblos es, ciertamente su relación con los problemas sociales que en la hora actual preocupan a la mayor parte de los Gobiernos del mundo, y a cuya solución puede contribuir de una manera eficaz”.27 La concepción de García Medina sobre el funcionamiento del organismo humano era claramente energética:
En el hombre, como en todo organismo en actividad, se desarrolla constantemente energía, la cual se manifiesta en los movimientos que ejecutamos, en el calor que produce nuestro cuerpo, en la electricidad que se desarrolla en los tejidos, etc. etc. Los órganos toman del exterior los alimentos necesarios para producir esta energía.28
Así, para este higienista el “porvenir de la raza” estaba íntimamente conectado con la posibilidad de que la clase obrera tuviera una dieta calórica adecuada en relación con el tipo de


25 El concepto de “artefacto cultural” como vía metodológica de análisis para la historia de la ciencia se desarrolla en Pohl-Valero, “Perspectivas culturales”. Para un panorama histórico general sobre la concepción del cuerpo-máquina como artefacto cultural, ver Iwan Rhys Morus, “Introduction”, en Bodies/Machines, editado por Iwan Rhys Morus (New York: Berg, 2002), 1-14.
26 Al respecto, ver Emilio Quevedo et al., Café y gusanos, mosquitos y petróleo. El tránsito de la higiene hacia la medicina tropical y la salud pública en Colombia, 1873-1953 (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2004), 167.
27 Pablo García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera en relación con el alcoholismo”, Revista de Higiene. Órgano del Consejo Superior de sanidad de Colombia 6, no. 88 (1914): 161-176, 161. Este artículo se publicó originalmente en 1911 en la Revista médica de Bogotá. Órgano de la Academia Nacional de Medicina 29, no. 345-346 (1911):107-119.
28 García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera”, 171-172.


trabajo que realizaba, así como la vestimenta necesaria y condiciones habitacionales que ayudaran al balance energético de sus actividades.29
Uno de los trabajos pioneros que mencionaba García Medina sobre estos temas era el del médico Manuel Cotes, que en 1893 presentó en el Primer Congreso Médico Nacional un estudio sobre el “Régimen alimenticio de los jornaleros de la Sabana de Bogotá”. En el centro de su análisis se encontraba el objetivo de aumentar la “potencia productiva del país” en la medida que se pudieran realmente “restaurar las fuerzas aniquiladas por el trabajo” a través de lo que se empezó a llamar la alimentación racional.30 Cotes, que en el futuro sería presidente de la Junta Departamental de Higiene del Magdalena, realizó un estudio minucioso sobre más de 200 trabajadores, categorizando a tres tipos de obreros e indicando el salario promedio y régimen alimentario de cada uno de ellos. A partir de esto, estableció que la alimentación que tenían era insuficiente para suplir el gasto energético que ocasionaban sus actividades laborales y que esto podría generar “la bancarrota de la máquina viviente”.31 Cotes instaba a los participantes del Primer Congreso Médico Colombiano en reconocer la importancia de inculcar en los escolares y trabajadores una higiene y régimen alimentario que les enseñara a cómo convertirse en máquinas eficientes para el progreso de la nación y que el estado vigilara y regulara el salario de los jornaleros para que fuera suficiente para suplir sus “necesidades vitales” de alimentación, habitación y abrigo.32
Como para García Medina y otros médicos de la época, Cotes entendía que la alimentación jugaba un papel central para el “mejoramiento de la raza”. El concepto de raza utilizado en estos discursos era ambiguo, aludiendo algunas veces a la población colombiana en general y otras veces a grupos regionales, p.ej. la “raza antioqueña”, o a comunidades indígenas. El mismo Cotes se preguntaba por las capacidades físicas, morales e intelectuales de los “indios de la Sabana de Bogotá”, o la “tribu chibcha”, recalcando que “las fuerzas físicas y morales de un pueblo se desarrollan ventajosamente en razón directa y precisa de los alimentos que usa”.33 Para Cotes los “chibchas” habían tenido en épocas de la conquista y durante la colonia una alimentación “sustanciosa y reparadora, prueba de lo cual es la robustez e inteligencia de esta raza poderosa y rica”. Haciendo una fuerte crítica al periodo republicano y en particular a las políticas del liberalismo económico de mediados del siglo XIX que “tuvieron la increíble decisión de suprimir los resguardos indígenas”, se lamentaba de que se hubiera truncado la configuración de una raza mestiza ideal para el trabajo en las condiciones atmosféricas y climáticas de las alturas.34 Según Cotes, el freno de su progreso y la causa de su debilidad racial se desprendía de la combinación de elementos políticos (liberalismo económico: desaparición de los resguardos), sociales (mala instrucción y bajos salarios) y fisiológicos (desgaste de la máquina humana por la mala alimentación):


29 García Medina, “La alimentación de nuestra clase obrera”, 172 y 174.
30 Manuel Cotes, Régimen alimenticio de los jornaleros de la Sabana de Bogotá: Estudio presentado al Primer Congreso Médico Nacional de Colombia (Bogotá: Imp. de La Luz, 1893), 41-42.
31 Cotes, Régimen alimenticio, 6.
32 Cotes, Régimen alimenticio, 47-48.
33 Cotes, Régimen alimenticio, 24.
34 Cotes, Régimen alimenticio, 25 y 26.


Y si dichos gobiernos [republicanos] hubieran atendido a la instrucción de aquellas gentes, y adoptado medidas positivas para que el salario hubiera sido suficiente a compensar el gasto de trabajo prestado, ese pueblo, libre, inteligente y laborioso, rodeado de los afectos entrañables del hogar, habría sido la sólida base de una nueva raza formada por cruzamiento y selección con las mejores condiciones físicas para vencer las acciones atmosféricas y climáticas de estas alturas, mejor que ninguna otra raza inmigrante.35
Con respecto a los trabajadores de otras regiones, la clasificación de sus capacidades laborales y morales también se supeditaba al tipo de alimentación que tenían y por tanto a la cantidad de energía que ingerían. De acuerdo a estadísticas del consumo de carne en las diferentes regiones del país, Cotes destacaba el “absurdo fisiológico” de que su consumo disminuía en la medida que aumentaba la altitud. Era ésta una de las razones por las cuales los obreros de “la Costa y los antioqueños tengan mayor resistencia al trabajo que los boyacenses y los sabaneros, puesto que su alimentación de aquellos es superior a la de éstos, lo que, por lo mismo, los hace ser más robustos y más inteligentes”.36 Igual argumento esgrimía García Medina en un estudio sobre los peones de los llanos del Casanare. Aunque su alimentación, aseguraba este médico, era limitada y poco variada (principalmente arroz, yuca, plátano y gran cantidad de carne y café), era lo suficientemente nutritiva, lo que repercutía en que tuvieran gran fuerza muscular, resistencia a la fatiga, y fueran “inteligentes, locuaces y valientes”. En contraste, los habitantes de la cordillera eran “débiles, anémicos y perezosos”, dado que comían mucha menos carne que los llaneros.37 No en vano el médico Carlos Michelsen, en uno de los primeros trabajos de higiene alimentaria en la ciudad de Bogotá, no dudaba en afirmar, basándose en estudios nutricionales y estadísticos, que “la grandeza, el poder, la fuerza y la moralidad de las naciones bien administradas, se desarrollan en proporción directa con el consumo de carne.”38
Por su parte, el ingeniero y viajero naturalista Miguel Triana señalaba en 1913 las claves para lograr el progreso de la sociedad y la “regeneración” de la población colombiana, desde una perspectiva igualmente energética aunque opuesta a la clasificación racial regional mencionada anteriormente. Este ingeniero destacaba que en la altiplanicie andina, a pesar de que era donde “la locomoción es fatigosa, donde el corazón invierte mayor cantidad de esfuerzo para distribuir la sangre en las diversas regiones del organismo humano y donde la temperatura gélida impone al labriego para la producción agrícola mayor suma de trabajo”, era justamente el lugar donde mejor se podían aprovechar la “multitud de fuerzas que la montaña esconde.”39 Las condiciones climáticas y fisiológicas de las alturas, aseguraba Triana, eran las que habían formado en los serranos sus amplias capacidades de trabajo y un carácter “valiente, parsimonioso, perseverante y pensador”, a diferencia de los “hijos de la llanura” que “son más débiles en todo sentido que


35 Cotes, Régimen alimenticio, 25.
36 Cotes, Régimen alimenticio, 39.
37 Citado en Cotes, Régimen alimenticio, 45-46.
38 Carlos Michelsen, “Carne”, Revista de Higiene, 1, no. 4 (1887):55-59, 55.
39 Miguel Triana, “Sociología de la montaña”, El Gráfico, 4, n.123 (1913): s.p., 1 [primera página del artículo].


éstos.”40 Esta “sociología de la montaña”, como él mismo la nombró, indicaba el camino para que los “compatriotas de sangre indígena”, a lo largo de toda Colombia, salieran de la “clasificación de las razas inferiores”, cuando supieran aprovechar y optimizar sus recursos energéticos.41 La sociología que proponía Triana reflejaba en toda su extensión el paradigma energético en que se inscribía, en la medida que aseguraba que “el grado de civilización y cultura podría medirse en unidades mecánicas de termodinámica. La vida psíquica y los progresos sociales representan, en último análisis, puros consumos de calor.”42 Como lo comentara el ingeniero civil Alberto Borda Tanco en 1914, “el hombre mismo cuando trabaja constituye un verdadero motor,” y el “máximum de trabajo útil [que puede producir un obrero]”, era medible justamente con la unidad termodinámica de la energía. Borda sugería que los factores que determinaban la cantidad de trabajo diario producida por el “motor humano” eran análogos a aquellos que afectaban el motor térmico: “la raza,” o “la marca del motor”; “la salud” y la “abundancia y la cantidad de alimento y de aire,” o el “buen estado [del motor]”, etc.43
Las palabras de estos higienistas e ingenieros reflejaban los complejos e interconectados aspectos fisiológicos, sociales y morales con los que las élites buscaban producir una población idónea en términos energéticos para lo que ellos entendían que debía ser el progreso y modernización de la nación. Estos discursos e incipientes investigaciones de termodinámica sociales se enmarcaban en el contexto político conservador de una regeneración institucional de corte centralista e intervencionista frente a la alegada inestabilidad política causada por los gobiernos liberales federalistas de la mitad del siglo XIX, y que después de la guerra civil de los Mil Días y la pérdida de Panamá, se decantaría por un espíritu más pragmático en la búsqueda del desarrollo económico para el progreso de la nación.44 La idea de forjar una “nueva raza”, tal como lo comentaba Cotes, captaba en toda su dimensión un aspecto importante de este proyecto regeneracionista de reformas sociales y morales.45 Proyecto que en su aspecto fisiológico-energético, no sólo buscaba producir una clase obrera eficiente, sino que ayudaba a generar, aunque de forma contradictoria, clasificaciones étnicas y regionales jerárquicas y reduccionistas.
En las primeras décadas del siglo XX se evidenció así una creciente preocupación por parte del gremio médico para que el Estado interviniera en aspectos sociales tales como la regulación de sueldos y precios de la alimentación, las condiciones higiénicas laborales y la enseñanza en materia de higiene y regímenes alimentarios. Todas éstas, fueron cuestiones que se pensaron y propusieron, por lo menos en parte, a partir del ideal de lograr maximizar el rendimiento de la máquina humana y evitar su supuesto debilitamiento racial. Aunque con la llegada de los gobiernos liberales en la década de 1930, los discursos y acciones políticas sobre el trabajo y la


40 Triana, “Sociología de la montaña”, 1.
41 Triana, “Sociología de la montaña”, 2.
42 Triana, “Sociología de la montaña”, 1.
43 Aberto Borda Tanco, “El motor humano”, Anales de Ingeniería 21, no. 251-252(1914): 210-213.
44 Al respecto, ver Jesús Antonio Bejarano, “El despegue cafetero, 1900-1928”, en Historia económica de Colombia, ed. José Antonio Ocampo (Bogotá: Presidencia de la República, 1997), 231-279.
45 Sobre el proyecto moral, social y racial del periodo político de la Regeneración, ver Hayley Froysland, “The regeneración de la raza in Colombia”, en Nationalism in the New World, ed. Don H. Doyle y Marco Antonio Pamplona (Athens and London: The University of Georgia Press, 2006), 162-183.


salud de los trabajadores pasaron, en términos generales, de un paternalismo informado por el ideal católico de la caridad a una posición más populista que intentó integrar y cooptar al movimiento obrero, esta dimensión energético/racial para aumentar la fuerza productiva del país siguió estructurando la forma de concebir e intervenir algunos de los problemas sociales de los trabajadores.46
En efecto, si en 1920 los agricultores colombianos leían con interés que la termodinámica y la nutrición estaban aportando nuevas soluciones al llamado problema entre capital y trabajo, en la medida que permitían “calcular el combustible necesario al trabajo de la máquina hombre” y por lo tanto definir el jornal del obrero de forma científica,47 años después, en 1935 aparecía en la misma revista de agricultura una conceptualización de la alimentación y el cuerpo igualmente energética y que reflejaba en toda su extensión los interconectados aspectos naturales y culturales que articulaban el horizonte conceptual para definir y solucionar la “cuestión social”:
Cuando las cuestiones de debilitamiento de la raza, de la disminución de los nacimientos, mejoramiento de la suerte de los trabajadores, salarios, pensiones, obreros, leyes de asistencia a los viejos, a los enfermos y a los incurables, ocupan la opinión pública; cuando los socialistas dicen que la cuestión social es una cuestión de estómago, hay que enseñar cuál es el rendimiento que mejor se puede obtener de la máquina humana. Los mecánicos, electricistas, agrónomos, no ignoran el manejo de las máquinas, pero no conocen las necesidades alimenticias.48
También para Laurentino Muñoz, médico liberal y director del Departamento Nacional de Higiene en 1938, la “tragedia biológica del pueblo colombiano” se basaba en buena parte en una mala nutrición que no lograba “vigorizar la raza” y en un Estado que no había sabido dirigir correctamente la forma de “aprovechar las energías humanas con fines nobles y redentores”.49 Así, la mayoría de los colombianos se encontraban en un estado de “miseria fisiológica”, cuyas “fuerzas biológicas apenas le alcanzaban para vegetar”, pero no para “producir y crear
46 Desde una historia institucional y sociopolítica de la salud pública en Colombia, Mario Hernández ha caracterizado el sistema de salud nacional entre 1910 y 1929 como uno guiado por instituciones de beneficencia regidas por el ideal católico de la caridad, aunque con la creciente presencia de una comunidad de médicos con intenciones de modernizar la salud a través de una Higiene pública y privada de corte estatal. Este proceso se vería intensificado en el contexto de una incipiente consolidación de la “clase obrera” durante la década de 1920, aunque el gobierno seguiría con una política de poca intervención estatal. La década de 1930 es caracterizada por Hernández como un periodo en el que tanto liberales como conservadores coincidían en darle al estado un papel protagónico en la gestión de obreros, desempleados y pobres. Es en este periodo que se empieza a consolidar un proceso de transformación de la beneficencia a la asistencia pública comandada por el estado. Con la creación del Ministerio de Higiene, el Seguro Social, la Caja Nacional de Previsión y otras instituciones, en la década de 1940, se parece consolidar un sistema de salud pública estatal que, no obstante, estuvo estructuralmente fragmentado al dividir sus servicios e instituciones para pobres, los trabajadores por sectores de presión y ricos. Mario Hernández Álvarez, “La fractura originaria en la organización de los servicios de salud en Colombia, 1910-1946”, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 27 (2000): 7-26.


47 R. G. C., “Modo de obtener la eficiencia del trabajador”, Revista Nacional de Agricultura 13, no. 187 (1920): 226-229, 227-28.
48 Alberto Borda Tanco, “Ciencia de la alimentación. Motor humano y motor animado o de sangre”, Revista Nacional de Agricultura 26, no. 367 (1935): 12-15, 14.
49 Laurentino Muñoz, La tragedia biológica del pueblo colombiano. Estudio de observación y de vulgarización (Bogotá: Ediciones Antena, 1939), 22.


riqueza.”50 El horizonte de productivismo energético en el que se inscribía su discurso se reflejaba a la hora de discutir la jornada laboral de los obreros. Muñoz sustentaba su defensa de reducir el horario de los obreros a 8 horas en el supuesto de que así se evitaría la “fatiga fisiológica”, esto es el desgate de la máquina viviente,51 y con esto se mejoraría el rendimiento de los trabajadores:
Con el motivo del establecimiento de la jornada de ocho horas en nuestro País, se hizo la observación de que la economía particular y la del Estado, se perjudicarían enormemente porque el obrero colombiano no da el rendimiento de otros países en donde la Higiene defiende a la masa humana y el alcohol no destruye al hombre: la observación es justa en cuanto a la condición orgánica del trabajador nuestro inferiorizado por las enfermedades y por la intoxicación alcohólica, pues en esas condiciones por necesidad su esfuerzo aprovechable es mínimo; pero por esa misma situación orgánica el obrero colombiano ha menester que la tarea no lo lleve a la fatiga entendida esta palabra en un sentido fisiológico; con una jornada de 8 horas el obrero colombiano enfermo en su mayoría, siquiera goza del descanso y en las horas activas, a pesar de su estado, dará mejor rendimiento que en 10 o 12 horas de trabajo continuo.52
Esta percepción energético/racial de la “cuestión social” se vio igualmente reflejada en las labores realizadas por el Ministerio de Higiene, Trabajo y Previsión Social, creado en 1939. Una de las primeras cartillas que publicó el Ministerio dentro de su campaña educativa, fue un estudio sobre la alimentación de la clase obrera en Bogotá que incluía, entre otros, tipos de familia, niveles de ingreso, alimentos ingeridos y sus precios en el mercado, así como la composición química de sus nutrientes, valores calóricos y vitamínicos. La “insuficiencia alimentaria” de los obreros identificada en este estudio –que no lograba compensar el gasto energético de sus actividades laborales–, era señalada como causa principal del proceso “degenerativo” de la población.53 Este tipo de trabajos, aseguraba el Ministerio, debían ser ampliamente divulgados para “hacer comprensible al público las bases de la política biológica” que el gobierno intentaba desarrollar y para “formar una clara conciencia sanitaria en todas las clases sociales del país.”54
En general, es posible argumentar entonces que el horizonte conceptual que ayudó a estructurar el pensamiento social de las élites entre 1890 y 1940 tuvo un elemento común basado en el ideal de producir sujetos trabajadores más productivos en el marco de una economía capitalista. Esta ingeniería social destinada a la “vigorización racial” y “regeneración fisiológica” de la población –y que transitaba entre “políticas biológicas” y “políticas sociales”–, se configuró discursivamente durante el periodo conservador de la Regeneración y tuvo una clara resonancia


50 Muñoz, La tragedia biológica, 1.
51 Sobre la configuración del concepto fisiológico de fatiga a finales del siglo XIX, ver Rabinbach, The Human Motor.
52 Muñoz, La tragedia biológica, 140-141.
53 José Francisco Socarrás, Alimentación de la clase obrera (Bogotá: Imprenta Nacional, 1939), 37.
54 Socarrás, Alimentación de la clase obrera, 3
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institucional y de acción política durante la Republica Liberal.55 Pero antes de explorar las acciones desplegadas por esta termodinámica social, es importante destacar que la misma concepción energética del organismo –y la idea de que el organismo optimizado podía heredar esa condición, como veremos más adelante– se pueden entender como un lenguaje construido en un contexto cultural particular y no simplemente como la porción biológica del pensamiento social. Dicho de otra forma, no es que existieran saberes claramente diferenciados y acotados para los compartimentos naturales y culturales de la realidad que se intentaba aprehender y gestionar, sino que esa realidad adquirió una forma particular cuando se ensamblaron una serie de saberes, prácticas e instituciones. En nuestro caso, ese ensamblaje giró en torno a al artefacto cultural del cuerpo-máquina.


CUERPO MÁQUINA Y TERMODINÁMICA SOCIAL
Uno de los discípulos del higienista conservador García Medina fue el pediatra Calixto Torres Umaña quién en su tesis de grado de medicina realizó una detallada investigación sobre las capacidades metabólicas de los habitantes de Bogotá y Tunja. En este trabajo de 1913, Torres realizó un repaso del desarrollo histórico de la nutrición, destacando que esta ciencia había logrado su máximo desarrollo al lograr integrar efectivamente en su concepción del metabolismo la primera ley de la termodinámica: “el principio de la conservación de la energía se aplica, pues, al animal tan exactamente como a la máquina de vapor”.56
Esta analogía, que empezaba a estructurar la forma de estudiar e intervenir la alimentación y capacidad laboral de la población, no debe ser considerada como un reflejo o explicación transparente de la naturaleza humana encarnada en el discurso biológico de la fisiología de la nutrición. Como bien lo ha señalado Donna Haraway, fue en el contexto industrial europeo de la segunda mitad del siglo XIX que “scientists materially constituted the organism as a laboring system, structured by a hierarchical division of labor and an energetic system fueled by sugars and obeying the laws of thermodynamics”.57 El ya clásico trabajo de Anson Rabinbach sobre los vínculos modernos entre economía, salud y productividad, es un estudio detallado del proceso de cómo se construyó la naturaleza humana en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX en torno a la concepción moderna del cuerpo como un motor termodinámico.58 Como he analizado en otro lugar, en el contexto colombiano de esa misma época, esta analogía sufrió un complejo proceso de apropiación, donde elementos culturales, religiosos, económicos y epistemológicos jugaron un papel en la forma como el pensamiento social, tanto de las elites conservadoras como liberales, terminó por integrar en su horizonte de verdad una interpretación del cuerpo que, aunque materialista y considerada inicialmente como fuente de desorden social, permitió cuantificar las potencialidades de trabajo de la población mientras reducía su existencia real –física e


55 La historia y sociología del trabajo en la Colombia de la primera mitad del siglo XX no le ha prestado mayor atención a la dimensión racial en sus análisis. Un trabajo novedoso al respecto, para el caso de Perú, es Paulo Drinot, The Allure of Labor. Workers, Race, and the Making of the Peruvian State (Durham: Duke University Press, 2011).
56 Calixto Torres Umaña, Sobre metabolismo azoado en Bogotá (Bogotá: Ed. Arboleda & Valencia, 1913), 14-15.
57 Donna Haraway, Modest Witness@Second Millennium. FemaleMan Meets OncoMouse: Feminism and Technoscience (London: Routledge, 1997), 97.
58Rabinbach, The Human Motor.

intelectual– a una mera condición de transformación y optimización energética.59 Si a mediados del siglo XIX se destacaba el “doloroso error” de “algunos escritores que han equiparado al hombre con una máquina”,60 en los primeros años del siglo XX la concepción de que “todo trabajador es una máquina que sufre deterioros y que necesita continuamente repararse [y que] la fuerza con que actúa esta maravillosa máquina humana es la energía”61 se había convertido en un elemento estructurador en la forma de abordar la realidad social.
El estudio de Torres Umaña era un fiel reflejo de cómo esta concepción energética del organismo-máquina, profundamente relacionada con la representación de una sociedad industrial y productiva,62 ayudó a su vez a definir algunos de los “problemas sociales” que se percibían como los más apremiantes de la nación colombiana. De hecho, la investigación de este médico fue presentada en el segundo Congreso Científico Panamericano que se realizó en 1916-17 en Washington, como un ejemplo de los intereses de investigación nacional más relevantes.63 Por iniciativa de la delegación norteamericana, se le pidió al gobierno colombiano que escogiera a los ponentes locales para este congreso, siendo el médico Carlos Esguerra, presidente de la Academia de Medicina de Bogotá, el que sentó los criterios para escoger los trabajos científicos que se presentarían: “de acuerdo con la Academias y Facultades científicas, [que el Gobierno] abriera un concurso sobre temas que, inscritos en el programa del Congreso, tuvieran interés nacional y correspondieran a las ciencias que cultivan nuestras Academias y que el Gobierno enseña en las Facultades que forman la Universidad.”64 El hecho de que un trabajo inscrito en la fisiología energética de la nutrición fuera elegido para representar los intereses investigativos de Colombia, demostraba la percepción de que este campo de saber era central para afrontar –pero a la vez definir–, como el mismo Torres lo señalara, “nuestros más trascendentales problemas.”65
Su trabajo partía de mediciones fisiológicas y químicas realizadas en Bogotá y Tunja que, una vez comparadas estadísticamente con la media europea, adquirían significado social sobre las capacidades de progreso de la población colombiana y sobre la superioridad o inferioridad racial de diferentes fisiologías regionales y nacionales. Esta cuantificación de la diferencia se basó en las mediciones promedio de la temperatura corporal, de la capacidad torácica, del número de


59 Pohl-Valero, “Energía, productividad y alimentación”.
60 Así lo aseguraba un manual de economía política con el que se estudiaba esta ciencia en la Colombia de la década de 1860. Gorgonio Petano y Mazariegos, Manual de economía política (París: Rosa y Bouret, 1859), 110.
61Sz, “El ahorro de energía”, Cromos 9, no. 196 (1920): 33.
62 En esa época se empezaba a producir en algunas ciudades de Colombia, como Medellín y Bogotá, un lento proceso de industrialización y urbanización que poco a poco iría cambiando el modelo de producción colonial al fabril moderno. Para académicos como Santiago Castro-Gómez, no sólo fue la implementación de una nueva forma de producción la que generó políticas para producir sujetos modernos, sino justamente el deseo y la virtualidad de esa industrialización, lo que aún antes de sus condiciones materiales estructuró esas políticas y gobierno de la vida. Santiago Castro-Gómez, Tejidos Oníricos. Movilidad, capitalismo y biopolítica en Bogotá (1910-1930) (Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2009).
63 Calixto Torres Umaña, “La nutrición en la altiplanicie de Bogotá”, en Proceedings of The Second Pan American Scientific Congress. Section VIII Part 2, ed. Glen Levin Swiggett (Washington: Government Printing Office, 1917), 52-104.
64 Citado en, Ministerio de Instrucción Pública, República de Colombia, “Undécima parte. Segundo Congreso Científico Panamericano de Washington”, en Memoria del Ministro de Instrucción Pública al Congreso de 1916 (Bogotá: Imprenta Nacional, 1916), 149.
65 Torres Umaña, “La nutrición”, 52.


glóbulos rojos y de la composición química de la orina que Torres obtuvo de muestras poblacionales catalogadas como “clase obrera” y “clase acomodada”. Al comparar estos resultados con los obtenidos en estudios similares realizados en poblaciones europeas y al comprobar que “nuestro suelo es suficientemente rico en materiales nutritivos y que nuestros productos alimenticios nada tiene que envidiar a los de las zonas templadas”, Torres concluía que “nuestra raza […] está atacada de un principio de degeneración fisiológica que la incapacita para defenderse contra las agresiones de la altura.”66 Así, aunque los alimentos locales eran suficientemente nutritivos, la capacidad metabólica de su asimilación por parte de la población de la altiplanicie, incluso de las clases acomodadas, era inferior a la población europea, lo cual repercutía en una mayor disposición a adquirir ciertas enfermedades y en una menor capacidad de trabajo.
Parecía ser que la máquina humana local era menos eficiente en su capacidad de transformar la energía de los alimentos en trabajo físico e intelectual que la ubicada en otras latitudes.67 Aunque la altitud era una de las causas inmediatas de esta disminución de la eficiencia humana, Torres señalaba que era muy probable que si se hicieran las mismas mediciones en habitantes de otras regiones del país, se obtendrían resultados similares, ya que, además de la altura, el hecho de encontrarse Colombia en la zona tropical ecuatorial, sin estaciones y con características atmosféricas particulares, podía repercutir en esta inferioridad biológica. Una generalización de esta visión energética y jerárquica de las razas la resumía muy bien unos años después un reportero de la revista cultural Cromos al asegurar que era la capacidad de desarrollar “energía” de las “razas rubias” [de europeos y norteamericanos] la que “nos subyuga en el extranjero” y la que “provoca en nosotros reverencia, temor, sumisión.”68
La consolidación de esta termodinámica social y su incipiente papel en las políticas de estado para el gobierno de la vida, se vio reflejado de forma patente en la educación que recibían los maestros de escuela. En 1917, en respuesta a las demandas de una mayor educación de la higiene para la población, el gobierno designó como texto oficial para la enseñanza de la nutrición en las Escuelas Normales de Colombia, un tratado escrito por el médico y químico Rafael Zerda Bayón y titulado Química de los alimentos, adaptada a las necesidades económicas e higiénicas de Colombia. El Ministerio de Instrucción Pública compró tres mil ejemplares del libro para distribuirlas en estos centros educativos que tenían como función formar a los futuros maestros de las escuelas públicas de toda Colombia.69 Con esto, se pretendía asegurar que los maestros tuvieran los conocimientos suficientes para transmitirles a la niñez colombiana las bases de una higiene alimentaria que mantuviera la salud y que lograra un equilibrio energético entre lo


66 Torres Umaña, “La nutrición”, 64.
67 Sobre un análisis comparativo de las diversas concepciones que tuvieron médicos mexicanos y peruanos sobre la cuestión de la patología o normalidad fisiológica de las “razas de las alturas” en esa misma época, ver Laura Cházaro, “La soledad 'local' y el cosmopolitismo nacional. La fisiología respiratoria de americanos y europeos en el contexto colonial, siglo XIX”, en Saberes locales. Ensayos sobre historia de la ciencia en América Latina, ed. Frida Gorbach y Carlos López Beltrán (Michoacán: El Colegio de Michoacán, 2008), 123-145.
68 Gonzalo París, “Energía”, Cromos 5, no. 132 (1918): 161.
69 Consejo de Estado, Sala de lo Contencioso Administrativo, 27 de marzo de 1917. Archivo digital del Consejo de Estado: http://www.consejodeestado.gov.co/


que consumían y lo que gastaban en el trabajo. En el texto, Zerda Bayón definía la ciencia de la alimentación como un análisis termodinámico para optimizar la capacidad productiva del cuerpo:
Termoalimentación es el estudio de la naturaleza de los alimentos necesarios para sostener un número de calorías compatible con la buena salud durante el trabajo. [...] La alimentación racional es la cantidad rigurosamente necesaria para sostener la vida en la más completa salud. […] La alimentación completa debe satisfacer las necesidades orgánicas y ser de buena calidad y en cantidad relacionada con los trabajos a que está sometido el hombre.70
En los primeros años del siglo XX se publicaron también diversos manuales de higiene destinados a escolares y madres que le prestaban especial atención al régimen alimenticio de los niños. Como uno de ellos señalaba en 1905, “atribuida la degeneración visible de nuestra raza a la acción del medio, a la vaga e indefinida del tiempo, no hemos fijado la atención en los verdaderos agentes de nuestra debilidad y decadencia.”71 Su autor, el médico José Ignacio Barberi en conjunto con Torres Umaña y otros médicos, fundaron años después, en 1917, la Sociedad de Pediatría de Bogotá como una iniciativa para atacar justamente esos “agentes de debilidad y decadencia”. El objetivo de la sociedad era
Desarrollar y perfeccionar entre nosotros el estudio de las enfermedades de los niños, favorecer su crianza y atenderlos con sus enfermedades; con tal fin propondrá por fundar consultorios gratuitos en los distintos barrios de la ciudad, tratará de establecer la institución conocida con el nombre de “Gotas de Leche” y se preocupará por divulgar por todos los medios posibles la manera de criar los niños de acuerdo, con las ideas higiénicas modernas, para lo cual, sus miembros dictarán conferencias periódicamente a las madres que desean mejorar la salud de sus hijos. Será pues, ésta una Sociedad científica y docente a la vez que de beneficencia.72
La creación de la “Gota de Leche”, se llevó a cabo en Bogotá un año después. Aunque esta institución, destinada a proporcionar leche a los niños pobres cuyas madres no tenían la capacidad de atender adecuadamente su lactancia, ha sido generalmente entendida como un programa de beneficencia social propio del ideal católico de la caridad,73 su existencia se enmarcaba también en un campo científico sobre la alimentación y la higiene pública. De hecho, se designó a la Sociedad de Pediatría para que dirigiera la “parte científica de la institución”, la cual definió en términos calóricos las raciones de leche que deberían consumir los críos de acuerdo a su edad y peso. Varios médicos de la época realizaron pasantías en estas instituciones y realizaron sus tesis de medicina sobre análisis químicos y calóricos de la alimentación que recibían estos niños, así como sobre la reconstrucción estadística del “tipo racial exacto [del niño


70 Rafael Zerda Bayón, Química de los alimentos, adaptada a las necesidades económicas e higiénicas de Colombia (Bogotá: Imp. del Comercio, 1917), 151-52.
71 José Ignacio Barberi, Manual de higiene y medicina infantil al uso de las madres de familia (Bogotá: Imp. Eléctrica, 1905), iii.
72 AGN. República, Ministerio de Gobierno, sección 4ta Personerías Jurídicas, tomo 6, ff. 131-32.
73 Beatriz Castro, Caridad y beneficencia, en el tratamiento de la pobreza en Colombia 1870-1930 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2007).


colombiano] en las distintas edades.”74 Esta institución, de iniciativa privada pero que contó cada vez más con apoyos gubernamentales, fue presentada en 1919, tal como lo comentara el higienista liberal Jorge Bejarano, como un espacio para formar “bellos ejemplares de raza y vigor” y para lograr la “renovación de los pueblos.”75 En 1933, al inicio de un periodo liberal tras más de cuarenta años de gobiernos conservadores, existían unas 30 Gotas de Leche y Salas Cuna en 17 ciudades de Colombia, que preparaban un promedio de 150.000 teteros al mes.76
Tanto las Gota de Leche como los comedores escolares, que se establecieron en diferentes ciudades de Colombia en la década de 1930,77 buscaban inculcar en madres y niños los principios de una alimentación científica y que aprendieran a concebir sus cuerpos como máquinas térmicas que debían estar en óptimas condiciones para transformar la energía de los alimentos en trabajo productivo. Las colonias de vacaciones escolares, iniciadas al final de esa década, representaron un excelente ejemplo de estos laboratorios de ingeniería social en donde se congregaban adolescentes campesinos de diferentes regiones del país por periodos de tres meses para su “restablecimiento fisiológico” a través de un régimen higiénico que incluía educación física y una alimentación racional.78 Los comedores como las colonias eran coordinados por el Ministerio de Educación, que a su vez inició en 1935 una importante campaña de difusión cultural popular denominada la Biblioteca Aldeana.79 El contenido de estas bibliotecas, que deberían llegar a cada uno de los municipios del territorio nacional, incluía, en primer lugar, una serie de cartillas técnicas con conocimientos prácticos para la población campesina. El conocimiento energético de la alimentación y del funcionamiento del cuerpo-máquina fue un tema central en varias de estas cartillas. Tal como lo expresaba uno de estos textos,
Nuestro cuerpo es una máquina preciosa que necesita de especial solicitud. Sus varias piezas deben funcionar en perfecta armonía. […] Como toda máquina, el cuerpo necesita de alimento para trabajar. Este alimento, sin embargo, debe estar de acuerdo con la naturaleza de cada máquina. […] Cuando el alimento es adecuado y tiene en cada órgano su conveniente desarrollo, la máquina produce buen trabajo. Pero si el alimento no es adecuado, o está mal preparado en cualquiera de sus varias fases, sobreviene la enfermedad.80


74 Jorge Andrade, Contribución del estudio del recién nacido (Bogotá: Editorial Minerva, 1922), 10-11.
75 Jorge Bejarano, “Las Gotas de Leche. Su significado y valor social”, Cromos 8, no. 181 (1919): 189-190.
76 Para los datos estadísticas de esta institución entre los meses de octubre y noviembre de 1933, ver “Gota de Leche y Salas Cunas: Movimiento en el mes de Noviembre de 1933”, Revista de Higiene, Órgano del Departamento Nacional de Higiene, 3, no.3-4 (1934): 162-163.
77 Según el informe de Calixto Torres Umaña en la Décima Conferencia Sanitaria Panamericana y la Tercera Conferencia Panamericana de Eugenesia y Homicultura, realizadas conjuntamente en Bogotá en 1938, en Colombia existían 638 “restaurantes escolares, destinados a procurar comida gratuita a escolares mal alimentados”, distribuyendo alimentación a 100.000 niños. Calixto Torres Umaña, “Alimentación”, en Oficina Sanitaria Panamericana, Actas de la décima Conferencia Sanitaria Panamericana (Bogotá: Oficina Sanitaria Panamericana, 1938), 468.
78 Norberto Solano Lozano, “Colonia escolar de vacaciones”, en Educación Nacional. Informe al Congreso 1938. Anexo I (Bogotá, Editorial ABC, 1938), 34.
79 Sobre la Biblioteca Aldeana, ver Renán Silva, República Liberal, intelectuales y cultura popular (Medellín: La Carreta Editores, 2005).
80VV.AA., Nuestros alimentos, (Bogotá: Imprenta Nacional, 1935), 7-8.


Así, todas estas instituciones y campañas culturales abogaban por que la población empezara a percibir su propio cuerpo como una máquina que podía ser regulada para su mejoramiento productivo. Esta capacidad de auto-regulación hizo que estos espacios, incluyendo el mismo cuerpo, e incluso las cocinas de los hogares colombianos, se entendieran a su vez como laboratorios sociales de regeneración fisiológica, de optimización de la máquina humana. Otra de las cartillas de la Biblioteca Aldeana lo expresaba de forma elocuente: “si de las sustancia que un individuo ingiere como alimentos no puede el laboratorio de su cuerpo tomar lo que necesita para todos los fines mencionados [para construir y reponer sus tejidos, para regular sus funciones, para promover su desarrollo y su salud y para obtener la energía necesaria en la conservación del calor y en la ejecución del trabajo]”, se arruinaría su salud y su resistencia vital. E igualmente, se esperaba que gracias a la ciencia de la nutrición “la cocina [se convierta en] un laboratorio donde las materias primas que son los alimentos crudos o en estado natural, deben ser transformados en comida sana y digerible y no en tósigos tanto más perniciosos en cuanto más agradables pudieran resultar al gusto.”81
Este proyecto de termodinámica social también se vio reflejado en las labores divulgativas del Ministerio de Higiene, Trabajo y Previsión Social. En 1940, un año después de su creación, el Ministerio publicó una cartilla sobre Higiene integral y alimentación del niño en la que se proponía el “mejoramiento de las condiciones biológicas, sociales y morales de las nuevas generaciones”82, a través de una alimentación racional de la población. Como lo señalaban sus autores, el campo de investigación de la nutrición debía incluir análisis sobre “producción, transporte, consumo, educación, valor energético y biológico de los alimentos y de sus mezclas, fijación del salario vital, de tal manera que se establezca una correlación justa entre el poder adquisitivo del trabajo y el costo de las necesidades biológicas (alimentación, habitación, vestido, diversiones).”83 Uno de los resultados esperados de las campañas del Ministerio consistía en optimizar lo que no dudaron en llamar la “energía social” del país:
Si el organismo no recibe alimentos suficientes y apropiados en cantidad y calidad, no podrá desarrollarse normalmente ni reparar sus tejidos, ni defenderse de las infecciones por falta de inmunidad [...], ni mucho menos estará en capacidad de desarrollar la energía necesaria para el trabajo. Este último aspecto del problema es el más importante y el que presenta mayores dificultades, pues para conseguir que el pueblo pueda nutrirse correctamente en cantidad y calidad, se necesita la intervención directa del Estado sobre los factores industriales de la producción, transporte, distribución y consumo de los alimentos, y también sobre la educación, que naturalmente debe ocupar el primer plano. Todos los gobiernos, en defensa de la salubridad pública, intervienen para suministrar agua potable a las poblaciones; con mayor razón deben intervenir para


81 Ricardo Bonilla, “Alimentación defectuosa”, en VV.AA, Las doce plagas mayores (Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 1935), 5 y 15. (Las cursivas son mías).
82 Rubén Gamboa Echandía y Héctor Pedraza, Higiene integral y alimentación del niño (Bogotá: Imprenta Nacional, 1940), 6.
83 Gamboa Echandía y Pedraza, Higiene integral, 51.


normalizar los múltiples factores que atañen a la alimentación, ya que ella es la fuente de la energía social y base de la defensa de la salud individual y colectiva.84


PUERICULTURA, HERENCIA Y ALCOHOLISMO
En el prólogo de la mencionada cartilla de 1940, se destacaba que las “campañas de protección infantil y materna que adelanta el Gobierno Nacional”, se inscribían en el campo científico de la “puericultura”, cuyos más notables progresos se habían alcanzado en el campo de la alimentación.85 La puericultura era entendida por los autores de la cartilla como un elemento central de la eugenesia destinado a evitar taras hereditarias (“elementos disgénicos”) ocasionados en gran parte por la mala alimentación de madres y niños.86 De hecho, la ciencia de la puericultura, como una rama de la pediatría que no separaba en su enfoque lo biológico y lo social, había acaparado el interés de varios médicos colombianos desde principios del siglo XX. Uno de sus principales promotores en Francia, Adolphe Pinard, tuvo gran repercusión en Colombia, traduciéndose su libro La puericultura (crianza de los recién nacidos) en 1907 por una editorial bogotana.87 Esta ciencia, que los seguidores de Pinard en Colombia definían como aquella que “trata de la investigación de todos los conocimientos concernientes a la reproducción, conservación y mejoría de la especie humana”88, se entendió como una fuente fundamental para el mejoramiento de la raza. Varios médicos colombianos destacaban la idea de Pinard de que se podría evitar las taras de los niños antes y después de su procreación a través de medidas adecuadas y que eran entendidas como eugénicas:
La puericultura antes de la procreación no es sino una medida profiláctica que se toma para impedir el número considerable de taras que hacen o pueden hacer del individuo una carga para la sociedad, en lugar de un elemento activo y útil. Eso se propone la eugenesia, y preservando en sus esfuerzos, llegará un día a hacer de la herencia, no la fuerza ciega que transmite males, sino la encargada de rodear de dones la cuna del niño.89
Una de las concepciones fundamentales que informaban la puericultura y que permitió concebir la alimentación de padres y niños como una campaña eugénica era la idea neo-lamarckiana de la herencia de características adquiridas.90 Como lo explicaba el médico José


84 Gamboa Echandía y Pedraza, Higiene integral, 50.
85 Para la historia de este término acuñado en Francia y sus relaciones y diferencias con el término inglés de eugenesia, ver William H. Schneider, Quality and Quantity: The Quest for Biological Regeneration in Twentieth-Century France (Cambridge: Cambridge University Press, 1990), chap. 3
86 Gamboa Echandía y Pedraza, Higiene integral, 4. El primer capítulo de la cartilla explicaba la noción de eugenesia y defendía “medidas eugénicas” como “la esterilización, la lucha contra la mezcla de razas inferiores, la reglamentación de la inmigración, la reglamentación del matrimonio, la educación moral y sexual, la reeducación de los anormales y las medidas de higiene social” (6). No obstante, el grueso de la cartilla se dedicaba al componente nutricional de la puericultura.
87Adolphe Pinard, La puericultura (crianza de los recién nacidos) (Bogotá: Lib. Americana, 1907).
88 José Ignacio Vernaza, Higiene escolar (Bogotá: Arboleda & Valencia, 1912), 11.
89 Herman Gartner, Notas sobre puericultura pre-natal (Bogotá: Ed. Colombia, 1922), 11.
90 Para detalles sobre el movimiento eugenésico en Francia y su enfoque neo-lamarckiano y “positivo”, ver Schneider, Quality and Quantity.


Salazar en su tesis de grado de 1921, las células germinativas podían degenerarse por acción directa de ciertas enfermedades e intoxicaciones de los padres. Estas degeneraciones actuaban sobre “los gérmenes que aún no se han conjugado, por intermedio de sus portadores, creando, en su origen, lo que se ha llamado ‘defectos hereditarios’”. El alcoholismo de los padres, por ejemplo, aunque fuera reciente antes de que naciera el niño, podían generar alteraciones en el protoplasma de las células germinativas, produciendo “generaciones patológicas que continúan amenazando a varias generaciones sucesivas, en forma de vicios o defectos hereditarios”.91 Como ha señalado Nancy Stepan, para el caso de Brasil, Argentina y México, los fuertes vínculos culturales de América Latina con Francia (en especial en la educación médica) así como algunos valores católicos de estos países (que condenaban prácticas como la esterilización) fueron factores importantes en la forma como fue apropiada y articulada una eugenesia “blanda” informada por las nociones neo-lamarckianas de la herencia y su énfasis en campañas de salud pública.92
El propio Torres Umaña, seguidor de los postulados neo-lamarckianos y promotor de la puericultura, no dudaría en afirmar que “fuera de la generación y de la herencia no hay en la biología un problema tan trascendental como el de la nutrición.”93 En medio de este creciente interés por el estudio científico de la alimentación para el mejoramiento y porvenir de la raza, no sorprende que el mismo Torrres Umaña fuera uno de los invitados a discutir en 1920 los “problemas de la raza en Colombia” ante un público abarrotado en el Teatro Municipal de Bogotá.94 La presentación de Torres fue, de hecho, un resumen de los resultados de su ya mencionada investigación metabólica de 1913, y en la que volvía a asegurar que era “un hecho experimentalmente comprobado que existen en nosotros [los habitantes de la altiplanicie cundiboyacense] signos de debilidad biológica”, pero a la vez que la ciencia y la higiene podían “suplir lo que la naturaleza no ha alcanzado a realizar en su proceso de adaptación.”95 Poniendo como ejemplo a los trabajadores de Puerto Rico, destacaba cómo la higiene moderna los había logrado transformar en “hombres robustos”, cuyo cambio favorable “se va acentuando más en sus descendientes porque si heredan los caracteres adquiridos en sentido desfavorable, con mayor razón los que son fruto de un restablecimiento en virtud de la fuerza biológica que tiende a llevar a los individuos hacia sus tipos ancestrales.”96 De acuerdo a lo visto en el apartado anterior, es evidente que para Torres Umaña la herencia de la robustez adquirida implicaba la idea de la optimización energética del cuerpo máquina.
Como bien señala Catalina Muñoz, el mencionado debate racial de 1920 no era nuevo y ya habían interesado a la élite de mediados del siglo XIX en su búsqueda del progreso económico de la nación. Pero ahora, señala Muñoz, bajo el nuevo contexto económico y social de principios del siglo XX, se volvían a formular inquietudes similares relacionadas con las capacidades de la


91 José Salazar Estrada, Mortinatalidad (Bogotá: Imprenta del comercio, 1921), 8.
92Stepan, The Hour of Eugenics, 17. Para Colombia, ver Noguera, Medicina y política.
93 Calixto Torres Umaña, Problemas de nutrición infantil (París: Eds. Franco-Ibero-Americana, 1924), 9.
94 Luis López de Mesa, ed., Los problemas de la raza en Colombia (Bogotá: El Espectador, 1920).
95 Calixto Torres Umaña, “Cuarta Conferencia”, en Los problemas de la raza en Colombia, ed. Luis López de Mesa (Bogotá: El Espectador, 1920), 176 y 180.
96 Torres Umaña, “Cuarta Conferencia”, 178.

población para avanzar en la modernización del país. En medio de una incipiente industrialización, construcción de infraestructura comercial tecnológica y de incursión en mercados internacionales, así como por la emergencia de tensiones sociales protagonizadas por diversos actores (clase obrera, mujeres, estudiantes), las élites se enfrentaron al “reto de dar sentido a una realidad social cambiante”, apoyándose en teorías geográficas y médicas que “les brindaban herramientas que usaron creativamente para entender y ordenar su realidad.”97 Lo importante acá, es señalar que el campo de saber sobre la alimentación y el trabajo, enmarcado en la representación del cuerpo humano como una máquina térmica –símbolo a su vez del ideal de modernización al que Colombia intentaba incursionar–, supuso desde inicios del siglo XX uno de los elementos fundamentales para asignarle una dimensión energética a la noción de raza y al movimiento eugenésico local. El cuerpo máquina podía ser regulado a través de la alimentación –esto es, su combustible–, para lograr tanto su regeneración fisiológica como su optimización productiva y luego heredar esta condición para encaminar el ingreso de la nación en la tan ansiada modernidad.
En efecto, si en 1911 el mencionado higienista conservador García Medina aseguraba que con una alimentación adecuada el pueblo trabajador colombiano podría producir en el futuro generaciones que “en vez del germen de la decadencia que hoy llevan, tendrían el vigor fisiológico necesario para salvar la raza de la degeneración que la abate”,98 en 1935 una de las cartillas sobre nutrición del proyecto cultural liberal de la Biblioteca Aldeana, indicaba que las deficiencias causadas por el descuido alimentario del niño en su periodo prenatal y posnatal eran incorregibles posteriormente, siendo así que “se hace necesario, pues, aplicar a los niños desde ahora mismo los conocimientos que hoy tenemos sobre alimentación, para ir estructurando sus cuerpos y fomentando su salud y vigor de modo tal que las generaciones que vienen superen a la nuestra.”99 En ambos discursos la analogía del cuerpo como una máquina termodinámica estaba presente, y la alimentación era entendida justamente como el combustible que la podría mejorar productiva y hereditariamente.
Desde esta perspectiva, el consumo de alcohol y sus consecuencias laborales y “degenerativas” fueron ampliamente discutidas. Tal como lo comentaba el médico José María Lombana Barreneche al iniciarse el siglo XX, el alcoholismo, y en particular el constante consumo de chicha –una bebida indígena extraída a partir de la fermentación del maíz y muy popular entre campesinos y obreros– era la principal fuente de que se levantaran “generaciones hambreadas y degeneradas física y moralmente; porque es necesario no perder de vista que la raza entra por la boca; pueblo bien alimentado, pueblo vigoroso, trabajador, independiente, altivo; nación de porvenir por sus adelantos en la industria, las artes y las ciencias.”100


97 Muñoz, “Estudio introductorio”, 16.
98 García Medina, “La alimentación”, 170.
99 Ricardo Bonilla, “Alimentación defectuosa”, en VV.AA, Las doce plagas mayores (Bogotá: Ministerio de Educación Nacional, 1935), 16-17. En esta cartilla los alimentos eran definidos como “todas las materias de que el cuerpo hace uso para construir y reponer sus tejidos, para regular sus funciones, para promover su desarrollo y su salud y para obtener la energía necesaria en la conservación del calor y en la ejecución del trabajo.” (5).
100José María Lombana Barreneche, “Prevención del alcoholismo”, Revista Médica de Bogotá 23, no. 277 (1903): 801-809, 804.


En el marco de un debate que llevaba más de 100 años sobre las medidas de regulación que se deberían adoptar sobre el consumo de la chicha para la buena moral, la salud y el orden público de la población, a principios del siglo XX el registro de los argumentos se había transformado notoriamente, incluyendo además de sus consecuencias de degeneración hereditaria un aspecto energético.101 Apelando a una especie de sociología energética espontánea por parte de los trabajadores, García Medina explicaba las razones por las cuales los trabajadores consumían la famosa bebida. La debilidad moral o las malas costumbres se habían desplazado a favor de una explicación de equilibrio energético condicionado por los requerimientos de trabajo:
Una de las causas del abuso de la chicha es, sin duda, la alimentación insuficiente de la clase trabajadora […] En todo tiempo y en toda zona el hombre siente necesidad instintiva de usar estimulantes del sistema nervioso, y de ahí el empleo de las bebidas fermentadas y de otras más o menos excitantes como el té y el café, todas las cuales se han tenido erróneamente por alimentos. Cuando la alimentación es escaza o deficiente en ciertos principios, en relación con el esfuerzo que hay que emplear para la ejecución de un trabajo y reparar las pérdidas de los tejidos, hay necesidad de hacer uso de esos estimulantes cuya excitación pasajera engaña al organismo. Acostumbrase así el trabajador a buscar en los productos alcohólicos la energía que le falta, y de aquí pasa fácilmente al abuso, cada días más creciente, de una sustancia que, usada moderadamente, puede serle útil, pero que luego lo conduce a la ruina completa. Llega entonces el alcoholismo, no por placer sino por una necesidad de su organismo, que puede satisfacer mejor por otros medios […].102
Desde la perspectiva del productivismo energético, la solución no era simplemente prohibir el consumo de chicha, lo cual equivaldría a vaciar el tanque de la máquina social productora, sino prepararla debidamente, bajar su grado de alcohol y combinarla con otros principios alimenticios, o por lo menos encontrarle un sucedáneo. Así, con la consolidación de la alimentación racional, la chicha, preparada debidamente, fue considerada por varios químicos y médicos, ya no como la bebida que “embrutecía el pueblo”, sino como el combustible más barato que podía poner en acción a la máquina humana.103 Por ejemplo, Zerda Bayón en su ya mencionado manual sobre Química de los alimentos destacaba la importancia de bebidas como el café y la chicha, dado que sus características químicas propiciaban en el organismo una buena disposición para el trabajo y el ejercicio y desarrollaban más energía, disminuyendo el sentido de fatiga. Aunque las bebidas alcohólicas eran presentadas como peligrosas para el hombre en la sociedad (generaba violencia, indolencia y pereza al trabajo), la chicha era presentada por Zerda Bayón como “la primera bebida alimenticia con que cuentan gran número de poblaciones de la República”. Su uso era


101 Para el debate sobre el consumo de chicha a finales de la colonia, ver Adriana Alzate Echeverri, Suciedad y orden. Reformas sanitarias borbónicas en la Nueva Granada 1760-1810 (Bogotá: Editorial de la Universidad del Rosario, 2007), cap. 3. Sobre la historia de la chicha y los debates y campañas higiénicas en torno a ella a finales del siglo XIX y principios del XX, ver Noguera, Medicina y política, 150-169; Óscar Iván Calvo Isaza y Marta Saade Granados, La ciudad en cuarentena. Chicha, patología social y profilaxis (Bogotá: Ministerio de Cultura, 2002).
102 García Medina, “La alimentación”, 170-171.
103 Esto no quiere decir que existiera un consenso entre los médicos nutricionistas al respecto. Tanto Calixto Torres Umaña como Jorge Bejarano fueron fieros detractores de esta bebida, pero en todos ellos existió un componente energético y hereditario en sus argumentos.


fundamental como fuente de energía barata para los cuerpos trabajadores, y una vez producida de forma higiénica bajo parámetros científicos, aseguraba Zerda Bayón, sería la bebida “más sana, agradable y nutritiva de las conocidas, perfectamente adaptable a las condiciones físicas de la organización humana en estas alturas.”104 El mismo Lombana Barreneche reconocía que la chicha “como alimento tiene cualidades importantes, es la base de la alimentación de nuestros humildes trabajadores, que apenas la acompañan de un pan negro y algún plato de mazamorra, para transformarla en la energía con la que cultivan nuestros campos o en labores de otro orden.”105
Aunque en la década de 1930 se intensificó la campaña contra la chicha y la cerveza empezó a desplazarla como la nueva bebida popular –en 1948, después de los disturbios por la muerte del político liberal y reformador social Jorge Eliécer Gaitán, se estableció una ley nacional que prohibió su consumo–, todavía en 1939 las estadísticas indicaban que los obreros de Bogotá consumían una media de 2250 gramos diarios de chicha. Para el médico liberal Francisco Socarrás, era justamente gracias a la chicha –y al hecho de que en las estadísticas alimentarias se incluyera su consumo– que los obreros de Bogotá lograban tener un consumo calórico medianamente similar a los obreros de otros países. De hecho, la bebida popular, según el estudio de Socarrás, aportaba el “50% del régimen calórico”106, y sin la cual la clase obrera estaría imposibilitada para subsistir. Su análisis de la cuestión era muy similar al de García Medina: su consumo se derivaba de un requerimiento fisiológico de balance energético, siendo “el recurso nutritivo más importante [por ser las calorías más baratas] que le dejan al obrero las alzas del mercado.”107 Socarrás, recordando el debate de dos décadas atrás sobre los “problemas de la raza en Colombia”, mantenía la idea de que la población colombiana estaba sujeta a una “decadencia de la raza” causada principalmente por una “pobreza en la alimentación”108, pero a la vez defendía el consumo de chicha debido justamente a su capacidad de aportar la energía necesaria para el pueblo trabajador.


CONCLUSIONES
A lo largo del periodo estudiado pareció existir un consenso por parte de la élite científica colombiana, tanto conservadora como liberal, de que una alimentación racional era una de las claves para el ingreso de la nación en la modernidad en tanto que ayudaría a producir una población deseada saludable y productiva. El ideal de aumentar el rendimiento del cuerpo-máquina y de lograr su regeneración fisiológica, así como la idea de que esta ingeniería social lograría producir a la larga mejores generaciones de trabajadores ayudó a configurar el problema social de la nutrición y a estructurar tanto un campo de investigación sobre las condiciones laborales y alimenticias de la población, como campañas higiénicas y educativas en materia nutricional. También ayudó a configurar instituciones como la Gota de leche, los comedores


104 Zerda Bayón, Química de los alimentos, 357 y 359.
105 Ricardo Tirado Macías y Ricardo Lombana Barreneche, “Correspondencia sobre la chicha”, Revista médica de Bogotá. Órgano de la Academia Nacional de medicina 27, no. 327 (1907): 360.
106 José Francisco Socarrás, “Alimentación de la clase obrera en Bogotá” Anales de Economía y Estadística 2, no. 5 (1939): 32.
107 Socarrás, “Alimentación de la clase obrera”, 42.
108 Socarrás, “Alimentación de la clase obrera”, 35.


escolares y las colonias vacacionales, e incluso, jugó su papel en la forma como se deberían establecer, de forma “científica”, el salario mínimo de los obreros y sus jornadas laborales.
Es importante destacar que en este proceso de construcción de lo social, la noción biológica de organismo se estructuró no sólo en torno a las teorías evolutivas y hereditarias de la época, sino también, y de forma muy importante, a partir de la analogía del cuerpo humano como una máquina transformadora de energía. Pero esta mirada “biologizada” de la sociedad –que acá hemos denominado termodinámica social–, con su lenguaje de calorías, vitalidad del pueblo, rendimiento de trabajo, energía social y regeneración fisiológica, fue una construcción cultural y no simplemente un reflejo transparente de la naturaleza humana o el compartimento biológico del discurso social. Fue en el marco de una incipiente industrialización y búsqueda de inserción en las lógicas productivas del mundo capitalista moderno, y en una cultura de la cuantificación estadística y comparativa, donde se inscribió y se apropió esta mirada materialista y energética del cuerpo que redujo su existencia a aquello que podía ser medido como una mercancía: un sistema contable energético-material de entrada de combustible y salida de trabajo. Esta termodinámica social se conectó con el movimiento eugenésico local en la medida en que los médicos y salubristas involucrados en ella se inclinaron, también debido a elementos culturales, por una concepción neo-lamarckiana de la herencia –y que tuvo gran repercusión en Colombia a través del campo nutricional de la puericultura. Así, la conformación de una fuerza de trabajo más productiva, gracias al uso racional del combustible de la máquina humana, fue entendida como una característica adquirida que se podía heredar.
Desde esta perspectiva, la heterogeneidad del pensamiento social a lo largo de la época estudiada no solo apunta al hecho de que hubo personas con una mirada biológica y otras con una mirada política a la hora de abordar los problemas de la población y su alegada degeneración racial, sino que de forma más fundamental, en ambas miradas lo natural y lo cultural estuvieron profundamente imbricados. Por lo menos en el ámbito del problema social de la nutrición y el trabajo, con elementos “tan culturales” como las tradiciones y hábitos alimentarios de la población, con elementos “tan caritativos” como la asistencia alimentaria de niños pobres, con elementos “tan sociales” como la educación de la población y sus condiciones laborales, con elementos “tan políticos” como la regulación por parte del Estado del sueldo mínimo de la clase obrera, y con elementos “tan biológicos” como las capacidades metabólicas/energéticas de los cuerpos trabajadores de las diferentes regiones y sus condiciones hereditarias, se plantea la cuestión de proponer marcos interpretativos alternativos al modelo tradicional que separa el orden natural del orden cultural y social. La sorprendente afirmación del médico Lomaba Barreneche de que “la raza entra por la boca” tal vez se deje explicar mejor desde una mirada co-produccionista como la propuesta acá y nos indica que la noción de raza transitaba, ya desde los albores del siglo XX, entre lo biológico y lo social, entre lo hereditario, lo metabólico y productivo y el medio exterior (elementos ambientales, condiciones y clases sociales y costumbres culturales) y que sus sentidos eran múltiples y ambiguos.109


109 Eduardo Restrepo también ha señalado la ambigüedad de la noción de raza entre las élites intelectuales colombianas de principios del siglo XX. No obstante, su estudio no le presta atención a la construcción histórica y

De acuerdo a lo anterior, desde un punto de vista discursivo y conceptual, pero también teniendo en cuenta prácticas concretas de intervención sobre la población, la forma como se configuró el problema de la nutrición y el trabajo en Colombia es posible enmarcarlo en una periodización que va desde finales del siglo XIX hasta la década de 1940, cuando el contexto de la guerra fría y el discurso del desarrollismo añadieron nuevos elementos en la forma de entender y abordar este problema.110 A pesar de las diferentes percepciones que tuvieron, primero, los gobiernos conservadores y luego los liberales sobre las estrategias de modernización y de gobierno del pueblo trabajador, parece factible que el horizonte de productivismo energético acá señalado fue un elemento compartido y estructurador de esas percepciones. El legado de la Regeneración conservadora en la primera mitad del siglo XX, y que el historiador Marco Palacios ha denominado “capitalismo católico”, podría incluir justamente, aunque con diferentes matices, esta termodinámica social.111
Indudablemente se requieren investigaciones más amplias para detallar las particularidades/modulaciones de este proyecto de termodinámica social, su papel en la configuración de nociones de raza y sus conexiones con la eugenesia a lo largo del periodo estudiado. Al igual que de estudios comparados regionales y nacionales. Aspectos como la normalidad/patología fisiológica de los habitantes de las grandes alturas, la jerarquización racial de acuerdo a la capacidad metabólica de diferentes grupos étnicos, o la configuración de una ciencia del trabajo preocupada por la fatiga y la vitalidad racial preocupó a múltiples investigadores desde finales del siglo XIX en muchos países de América Latina, y sus posturas y discursos se enmarcaron en diversos proyectos de construcción de la nación.112 En todos ellos, sin embargo, una mirada racializada de la población trabajadora estuvo profundamente conectada con una concepción fisiológica/energética del organismo humano.


AGRADECIMIENTOS
Los resultados de investigación de este artículo forman parte del proyecto de investigación “La ingeniería de lo social: la relación entre ciencias naturales y ciencias sociales en la construcción del cuerpo moderno en Colombia, 1870-1940”, financiado por el Fondo de Investigación de la Universidad del Rosario (FIUR DVG-101). Diferentes versiones de este texto fueron presentadas en el coloquio de profesores de la Escuela de Ciencias Humanas de la Universidad del Rosario, el Centro de Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Barcelona, el Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero de la Universidad de Valencia, en el 54 International Congress of Americanists (Viena, 2012), y en el Latin American Studies


local de los significados de la biología y sus entrecruzamientos de lo natural y lo cultural. Eduardo Restrepo. “Imágenes del ‘negro’ y nociones de raza en Colombia a principios del siglo XX”, Revista de Estudios Sociales, no. 27 (2007): 46–61.
110 Al respecto, ver Arturo Escobar, Encountering Development: The Making and Unmaking of the Third World (Princeton: Princeton University Press, 1995), cap. 4.
111 Marco Palacios, “La Regeneración ante el espejo liberal y su importancia en el siglo XX”, en Miguel Antonio Caro y la cultura de su época, ed. Rubén Sierra Mejía (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002), 261-278, 277.
112 Ver, respectivamente, Cházaro, “La soledad ‘local’”; Joel Vargas Domínguez, “La normalidad del metabolismo. La raza, el trópico y los mayas de Yucatán” [texto inédito]; Roldán, “Discursos alrededor del cuerpo”
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(Source: Stefan Pohl-Valero: Academia.edu)

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