domingo, 22 de agosto de 2021

EUGENESIA DE LA HISPANIDAD Y REGENERACIÓN DE LA RAZA

 


Palabras preliminares

Escribimos la presente monografía abrumados por un medio ambiente que justificaba el descorazonamiento y desesperanza reflejados en el prólogo. Al abandonar nuestro hogar, el 18 de julio, para incorporarnos al glorioso Movimiento Nacional, yacían en la mesa de trabajo las galeradas que hoy recuperamos, gracias a la diligencia del editor. Experimentamos idéntica alegría que el padre que encuentra al hijo perdido durante unos meses y apresúrase a mostrarlo a los amigos, aunque sea raquítico y deforme, por parecerle hermoso y dotado de altas cualidades estéticas.

Ha cambiado el panorama nacional y renacen potentes las virtudes de la raza, después de verterse a torrentes sangre juvenil en los campos de batalla. Millares de vidas en flor se ofrendaron en holocausto del ideal patriótico. La que parecía juventud frívola y aletargada ha sorprendido al mundo con sus gestos epopéyicos.

Ni se han agotado los manantiales de energía y de vitalidad de la raza, ni tampoco su virilidad; pero el límpido y generoso caudal necesita canalizarse, para que no se pierda en las ruidereñas lagunas de la intriga y del arrivismo.

Creará la guerra la estirpe de caballeros de que está necesitada la Nueva España, y se revalorizarán las ejecutorias de hidalguía espiritual.

Signos distintivos de los bandos en lucha serán, aristocracia en el pensamiento y sentimiento de los caballeros de la Hispanidad; plebeyez moral en los peones del marxismo.

Tiene en sus manos la juventud española la regeneración de España, a costa de renunciamientos y sacrificios. Son los jóvenes quienes deben dar un ejemplo que no puede esperarse de una masa social contaminada por los virus democrático y marxista. Todavía flotan en el ambiente las inmorales corruptelas que carcomieron la sociedad española liberaloide y nos llevaron al alzamiento militar contra el abyecto Gobierno que la representaba. Vivirá alerta la juventud contra los corruptores sociales infiltrados en nuestras filas para restarle espacio vital, para pervertirla nuevamente.

Lástima sería que la generosa sangre vertida en el altar de la Patria no fecundase el venero de virtudes raciales y que en el terreno tan costosamente regado brotasen la maleza y la cizaña. A fin de evitarlo, deben reunirse los jóvenes, formando grupos de selectos, precisamente de caballeros de la Hispanidad, tan admirados y admirables en la guerra como en la paz. No se entregue la juventud hispana a sus seculares enemigos, e incube en sus espíritus la idea de ser selectos, mediante el sacrificio de toda tendencia egoísta y sensual.

El Autor, Burgos, 22 marzo 1937.

 

Prólogo

 

Contemplamos el panorama nacional profundamente doloridos. Cierto es que aumenta la afición al deporte; que contendemos, incluso con alguna fortuna, en los torneos internacionales; que los jóvenes se alistan en las filas de los Legionarios de la Salud o instituciones similares: vislumbramos pródromos de revigorización física de la raza. Empero trátase de fugaces destellos, y la triste realidad es que increméntase más cada día el cretinismo racial iniciado en las postrimerías de la dinastía austríaca, hallándonos al borde de la desaparición de la raza a partir del último heroico esfuerzo de la guerra napoleónica.

Parece como si se hubieran agotado los manantiales de energía y vitalidad de la raza. Atribuyen algunos el agotamiento a la inoculación de savias y virus exóticos, inadecuados a la especial fisiología del conglomerado de pueblos que, luego de innúmeros cruzamientos, ha cristalizado en un genotipo de propiedades tan peculiares, que necesita para vivir estar sometido a temperaturas extremas, atmosféricas o ideológicas.

Del grado degenerativo de la antaño viril raza hispánica sabemos tanto los médicos como los moralistas, sociólogos y políticos. Balmes, Menéndez y Pelayo, Nocedal, Silvela, Costa, Ganivet, Unamuno, Ortega Gasset y otros pensadores aplicaron cantáridas que apenas produjeron escozor en la paquidérmica epidermis del cuerpo racial. Quizás debieron inyectar forzadamente el reconstituyente, en lugar de limitarse al anuncio de panaceas. Acaso el alcaloide activo estuviera diluido en excesiva cantidad de excipiente. O la degradación haya llegado a tal grado que sea imposible galvanizar un cadáver.

Mientras subsistieron los hidalgos, templo de la caballerosidad, redoma continente de esencias y virtudes patrióticas, contaba la raza con una fuerza de reserva. Absorbidos los restos de la pequeña nobleza por la burguesía engendrada por una democracia aplebeyada, el instinto de adquisitividad hipertrofiábase en perjuicio de cualidades ancestrales excelsas. El fenotipo amojamado, anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro redondeado, ventrudo, sensual, versátil y arrivista, hoy predominante. Tiene tan estrecha relación la figura corporal con la psicología del individuo, que hemos de entristecernos de la pululación de Sanchos y penuria de Quijotes.

Sin pretensiones de originalidad, ni alardes literarios, queremos contribuir en la medida de nuestras modestas posibilidades a la regeneración de la raza. Abocetamos en la presente monografía temas que adquirirán amplio desarrollo en manos especializadas y más expertas. Contamos con la indiferencia de las masas. Ilusiónanos la esperanza de entusiastas ignorados, futuros apóstoles de los postulados eugenésicos conductistas, germen de la nueva aristocracia racial, incubada al calor de supremos ideales.

La aristocracia racial brotará del pueblo ansioso de alcanzar la investidura de selecto. La regeneración de la masa necesita de la autorregeneración del individuo. El autoperfeccionamiento de muchos terminará a la larga por regenerar a la inmensa mayoría. Renuncian el sabio y el atleta a infinitos goces y placeres si quieren mantener el vigor del ingenio o del músculo. También habrá de renunciar a la sensualidad el superselecto que quiera ser tronco de noble descendencia.

Discutida y discutible la órbita de la eugenesia, también sus fines y medios, renunciamos a la infalibilidad. Señalamos un camino, posiblemente equivocados, mas el trato con dementes nos ha enseñado la causa de la locura, la más triste de las degradaciones humanas. Por eso creemos que luchando contra la locura hacemos política racial, pues preservando al espíritu de enfermedad, también resguardamos al cuerpo de muchas enfermedades e impedimos la degeneración del genotipo.

Trazamos las presentes líneas mirando a nuestros hijos, a las futuras generaciones, nacidas posiblemente en un ambiente más puro que el actual, propicio al florecimiento de aquellas virtudes raciales que fueron pasmo y envidia del mundo en pasados siglos. Sembramos en terreno árido y pedregoso, cuyo mantillo desapareció arrastrado por torrentes y tempestades desatados por las bajas pasiones. Labradores minifundistas, trabajamos de sol a sol en el cultivo de nuestra parcela, sin desanimarnos la desolación del latifundio hispano. Descansaremos satisfechos en el crepúsculo de nuestra vida si el leve jardín que cultivamos ha merecido algún que otro gesto de benevolencia.

 

Madrid, marzo, 1936.

 

Programa de higiene racial

Geneticistas y conductistas

 

Dos tablas maravillosas, joyas del Museo del Prado, muestra del inmortal genio de Alberto Durero, representan a nuestros primeros padres en momentos de plácida felicidad. Contempla extasiado Adán la espléndida hermosura de Eva, que, fascinada por la serpiente, no corresponde en aquel momento a la admiración y embeleso de su compañero. Resplandecen los desnudos cuerpos de armonía en las proporciones, impecabilidad de las líneas, exuberancia de la salud. La florida adolescencia de la magnífica pareja no merecerá tilde del más exigente de los eugenistas; y con dificultad comprendemos que de tan bello tronco hayan brotado frutos como los monstruos retratados por Velázquez. Si la Naturaleza prodiga tales fenómenos al cabo de los siglos, débese a que el bello edificio humano ha sido corroído por las injurias del tiempo y ha sufrido intoxicaciones e infecciones que menoscabaron su primitiva belleza y salud, surgiendo en el transcurso del tiempo tipos deformes.

Entendía Platón por Eugenesia el cultivo de la virtud en los padres para transmitírsela a los hijos como legado en aras de noble descendencia. Desde que Galton resucitó el vocablo, se ha escrito demasiado y se ha hablado mucho más todavía de eugenesia, deformando los primitivos conceptos del filósofo griego y del sociólogo británico. Se ha desfigurado equivocadamente el primitivo concepto eugenésico galtoniano, que por sus principios concedía a la eugenesia jerarquía de ciencia social, virando, impulsada por influencias materialistas, hacia una orientación arteramente biológica o antropológica, con la cual ha conseguido reducir sus horizontes, sin alcanzar verdadera independencia científica. Partiendo del postulado positivista de que el individuo debe ser sacrificado en beneficio de la comunidad, se ha circunscrito la eugenesia a la selección de los individuos antropológicamente perfectos, cometiendo para lograrlo graves atentados contra la libertad individual, pues con tales preceptos eugenésicos retrocedemos a tiempos de ominosa esclavitud, en beneficio de una pseudocivilización cuyas conquistas no han logrado, por cierto, la felicidad del hombre moderno.

Existen actualmente dos tendencias doctrinales que aspiran ambas en igual manera al mejoramiento de la personalidad humana, tendencias que olvidan en sus exclusivismos que la formación de la personalidad humana depende a la vez de la herencia y de los factores ambientales y externos que influyen en el desarrollo. Proclaman los conductistas que la educación y el medio ambiente son capaces de moldear a nuestro antojo el ser humano a los fines de obtener el biotipo que deseamos: la educación lo sería todo; la herencia, nada. Piensan, en cambio, los geneticistas y antropólogos que la herencia impónese al hombre, y que la salud de la especie no puede encontrarse en otra parte que en el mejoramiento de la herencia, importando muy poco la educación y las influencias externas.

Medio ambiente y herencia participan en la formación y desarrollo del hombre, demostrando tanto la observación como la experiencia que la contribución proporcional de los factores exógenos y endógenos varía para cada individuo, sin que en la inmensa mayoría de los casos podamos determinar su fuerza respectiva. Ejercen los genes inexorable influencia sobre el individuo y le imponen caracteres cuyo desarrollo completo depende de que se dejen desenvolver libremente las influencias ancestrales o se modifiquen mediante fuerzas ambientales. Las semejanzas en la forma corporal, estatura, rasgos fisonómicos, temperamento y personalidad de hijos de los mismos padres, educados en igual manera, son de origen ancestral, pero siempre existirán entre ellos diferencias impresas por la actuación del medio ambiente.

 

Bases biológicas de la eugenesia

Persigue la eugenesia geneticista la selección de los elementos procreadores, a fin de que padres biológicamente perfectos procreen hijos sanos y mejoren progresivamente las razas. Trátase de una selección de los genes, basada biológicamente en una serie de principios, que, según Mestre Medina (Joaquín Mestre Medina, Herencia y Eugenesia, Bilbao 1935), son los siguientes:

Tendencia natural de las especies a conservarse en el tiempo, sin perjuicio de modificarse y poder evolucionar por efecto de la selección, transmitiéndose, a la par que esa facultad conservadora, los caracteres nuevos grabados en el germen de las estirpes.

Conocimiento de un «substrátum» efectivo de los fenómenos hereditarios, localizado en los cromosomas nucleares de las células sexuales, perfectamente estudiado con la más exquisita experimentación y universalmente admitido.

Sistematización matemática de los hechos ocurridos en los cruzamientos, que parte de los trabajos de Mendel y que ha demostrado su certeza al coincidir perfectamente con los modernos resultados de la investigación cromosómica.

Reiterado estudio estadístico de hechos de esta naturaleza, iniciado por la escuela galtoniana, indispensable para substituir en el hombre los métodos experimentales, donde son imposibles.

Descubrimiento de la teoría de las mutaciones, explicativa de los cambios que el medio opera en el patrimonio hereditario adquirido.

Existencia de fenómenos de contraselección en los procesos degenerativos de las razas, compensados por la reacción antidegenerativa natural.

Los precedentes postulados, principios o fórmulas biológicas que sirven de base a la eugenesia geneticista, surgen de la aplicación de una serie de métodos que permiten determinar si un carácter es hereditario o adquirido, si en caso de ser hereditario sigue o no las leyes mendelianas, base de la moderna genética.

De la exposición de los precedentes principios infiérese que la eugenesia se fundamenta en el conocimiento y aplicación práctica de las leyes de transmisión de los caracteres hereditarios y adquiridos; pero para que sea una ciencia exacta precisa probar si en nuestra especie rigen las leyes mendelianas de la herencia. Parece lógico que el hombre esté supeditado a idénticas leyes hereditarias que los mamíferos, animales pequeños y plantas; pero hasta la fecha no han podido comprobarse en la especie humana las leyes de la herencia con la misma facilidad que en otras inferiores.

Hemos de tener presente en primer término que en el hombre compensa la selección natural en mayor escala que en los animales, las diferencias biológicas transmitidas por herencia y que tienden a mejorar la raza, debido a que la inteligencia preside la lucha por la existencia. Por otra parte, el hombre hállase sumergido en un medio ambiente artificial y que perjudica sus condiciones de vitalidad, por entregarse a placeres y tóxicos que degeneran sus propiedades biológicas transmisibles por herencia.

Tiene la selección natural por sí misma la virtud de eliminar los caracteres hereditarios desfavorables, pero no crea favorables, sino que vigoriza los existentes. Pero la intensidad y las directrices de la selección las condiciona siempre el medio ambiente, que el hombre puede modificar artificiosamente. Prácticamente es imposible seleccionar los hombres, clasificándolos en vigorosos y sanos y enfermos e inválidos, para cruzar los primeros e impedir la procreación de los últimos, pues en los cruzamientos entre hombres intervienen una serie de factores que impiden la perfecta selección.

En lo que a las enfermedades respecta, prodúcese una selección relativa, puesto que el número de descendientes del individuo enfermo disminuye en relación a los descendientes del individuo sano. Sabemos que los sordomudos se casan más frecuentemente que los ciegos, pero más raramente que los normales. Los asténicos e hipoplásicos están afectos simultáneamente de debilidad constitucional y genésica, disminuyendo con ello las probabilidades de procreación. La mayoría de las enfermedades mentales y nerviosas trastornan en tan alto grado la vida social del individuo, que las posibilidades de fecundación descienden considerablemente. La selección de los homosexuales es automática, por ser en ellos frecuente la infecundidad. Los psicópatas tienen menos probabilidades de procrear que los normales, a causa de sus frecuentes reacciones antisociales, y también por suicidarse con frecuencia. Los morfinómanos suelen tener escaso número de hijos, por hallarse inhibido su instinto genésico, al contrario que los alcohólicos, cuya descendencia suele ser numerosa, pero de tan escasa vitalidad que la mortalidad infantil es terrible en las familias de alcohólicos.

La eugenesia ha de estudiar otros factores que los biológicos, pero como en ella es fundamental el conocimiento de la herencia, abordaremos inmediatamente tan interesante asunto.

 

Antropología social

La antropología social (O. V. Verschaner, loc. cit.) es una ciencia dedicada al estudio de los fenómenos antropológicos en los grupos sociales humanos. Investiga la antropología social si la pertenencia a determinado grupo social está ligada a la posesión de determinadas propiedades somáticas o psíquicas y si tales propiedades distinguen a unos grupos humanos de otros. Tales grupos sociales pueden estar unidos por propiedades biológicas o por las características de determinada civilización. La tendencia moderna no es considerar la familia propiamente dicha (padres e hijos) como grupo social, sino como unidad biológica. La unidad social está constituida, en el caso de la familia, por los lazos familiares establecidos por las costumbres o las leyes, o los comunes amores y necesidades. Son factores que agrupan a los hombres en unidades sociales: la amistad, la profesión, las ideas políticas, &c.

La pertenencia de un individuo a un grupo social hace que sea influido, en manera permanente o pasajera, por los restantes sujetos del grupo. La influencia mutua será tanto mayor cuanto mayores sean las trabazones sociales entre los individuos de la unidad social. Puede decirse en términos generales que el incremento de la civilización y de la técnica intervienen para que el hombre se halle pesadamente envuelto en el medio ambiente social, mientras ha perdido influencia el medio ambiente natural.

Las condiciones de la vida natural del hombre han experimentado una modificación radical consecuentemente a su vida en perpetua relación social. Quizás escape a tal influencia ambiental la vida intrauterina, pero de todas suertes está sometido el feto indirectamente a los daños que pueda sufrir la madre y también a la vida de ésta durante la gestación.

Durante la vida extrauterina la influencia del medio ambiente es directa y permanente. La alimentación artificial, los vestidos infantiles incómodos y estrechos, la falta de aire y de luz y tantos otros factores sociales pueden perjudicar el desarrollo del lactante, mientras pueden influir beneficiosamente sobre el organismo la lucha contra la mortalidad infantil, la difusión de las medidas higiénicas en el pueblo, &c. Pasada la infancia, las circunstancias ambientales sociales son muchas veces de decisiva influencia sobre la raza: por ejemplo, la alimentación, el vestido, la vivienda, el ejercicio, las influencias psíquicas paternas, docentes y de otros hombres, la clase de trabajo, los goces de la vida, la posición social, &c.

Las influencias ambientales mencionadas hállanse en muchos casos determinadas por mecanismos sociales, de manera que los grupos de individuos están influidos por el medio ambiente, en su desarrollo, con arreglo al grupo social a que pertenecen, aunque sus propiedades hereditarias sean semejantes. Pero hemos de determinar si las distintas propiedades antropológicas de los grupos sociales son transmisibles por herencia, perdiendo interés para el antropólogo si tales investigaciones resultan negativas.

Interesa especialmente a la antropología social el conocimiento de si las resultantes de las propiedades individuales hereditarias de un grupo social humano pueden ser influidas u originarse, total o parcialmente, por algunas o todas las condiciones de vida externa del grupo. El problema es de trascendencia, puesto que intentamos conocer la medida en que los cambios del medio ambiente pueden producir variaciones en las propiedades biológicas hereditarias, ya que en último término implican para el hombre un cambio en el medio ambiente cada progreso en la civilización, cada adelanto en la técnica, cada nuevo invento que mejore sus condiciones de vida. El descubrimiento de la electricidad, del vapor, del transporte por el aire, significan cambios en el medio ambiente, como también el de los rayos X, o el de las ideas filosóficas y sociales de Kant, Spengler, Marx, Stalin, &c. El comunismo, por ejemplo, ha determinado en Rusia un cambio radical en las condiciones del medio ambiente, que quizás haya influido sobre las cualidades biopsíquicas de la raza eslava.

Se ha valido la antropología social especialmente de la estadística para formular algunas conclusiones respecto a la condicionabilidad social del hombre en relación con sus propiedades biopsíquicas; pero son todavía mucho más importantes las investigaciones efectuadas en gemelos univitelinos, con objeto de averiguar la importancia que el medio ambiente social ejerce en la modificación de las cualidades hereditarias. Pártese del hecho, tan conocido, de que los gemelos bivitelinos suelen presentar algunas diferencias en sus caracteres antropológicos aunque estén sometidos a idéntico medio ambiente y se dediquen a igual clase de trabajo. Los gemelos univitelinos apenas se diferencian uno de otro en tales condiciones.

Se observaron durante algún tiempo dos gemelos univitelinos, de los que uno era grabador y otro aserrador de árboles, ocurriendo al cabo de los años que el último se hacía mucho más robusto y aumentaba sus diámetros transversales, también la talla, mientras que el gemelo sometido a una vida sedentaria, aumenta de peso y alarga su cuerpo.

Pudo también estudiarse un caso sumamente demostrativo de cuatro gemelos, una de cuyas parejas era bivitelina y otra univitelina, ambas sometidas durante la infancia al mismo medio ambiente. Los gemelos univitelinos apenas podían diferenciarse, mientras que los bivitelinos, no solamente presentaban diferencias en su aspecto somático y medidas antropológicas, sino también diferían en que uno de ellos mostraba aficiones y aptitudes para el trabajo mental, mientras el otro se conformaba con el trabajo manual.

Hemos de llegar a la conclusión de que las diferencias observadas en los gemelos bivitelinos son, en parte, debidas a la herencia, y en parte al medio ambiente, mientras que las que se observan en los univitelinos débense exclusivamente al medio ambiente.

 

Segregación

 

Agradezcamos al filósofo Nietzsche la resurrección de las ideas espartanas acerca del exterminio de los inferiores orgánicos y psíquicos, de los que llama «parásitos de la sociedad». La civilización moderna no admite tan crueles postulados en el orden material, pero en el moral no se arredra en llevar a la práctica medidas incruentas que coloquen a los tarados biológicos en condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la progenie de las taras que los afectan.

El medio más sencillo y fácil de segregación consiste en internar en penales, asilos y colonias a los tarados, con separación de sexos. Cuentan la mayoría de los países en su archivo legislativo preceptos que mantienen a criminales, delincuentes, mendigos y vagabundos encerrados en establecimientos y en condiciones tales que sea imposible o difícil la paternidad. Preténdese además modificar las condiciones psicopatológicas de los internados a beneficio de una reeducación que eleve sus aptitudes morales y para el trabajo.

Belgas e ingleses han prestado extraordinaria atención al problema de la separación y reeducación de los indeseables biológicos. Clasifícanse los tarados en grupos de imbéciles, alcohólicos, perversos, peligrosos, &c., según su edad, sexo, antecedentes psicopatológicos y demás circunstancias que impongan una separación y régimen especial en la vida y reeducación. Durante el tiempo previsto sométense los internados a una vida higiénica, reeducación cultural, moral y aprendizaje remunerado de un trabajo, concediendo, cuando llega el caso, períodos de libertad condicional y vigilada. La privación definitiva de libertad o el alta llegan a su tiempo, según el comportamiento del individuo y resultados obtenidos.

A primera vista, ningún método de segregación de los indeseables puede ofrecer ventajas que superen al internamiento en los asilos y colonias de reeducación; pero el método ofrece graves inconvenientes y sus resultados no han sido, por desgracia, muy satisfactorios.

La segregación ha de limitarse: por parte de los inferiores biológicos, a los inválidos, que necesariamente han de ingresar en los hospitales de incurables o vivir a expensas de la familia; por parte de los tarados psíquicos, a los delincuentes conocidos que no hayan escapado a la acción de la policía y a los psicópatas menores de edad e incorregibles cuyos padres busquen en el internamiento la paz del hogar y su tranquilidad personal. Los enfermos mentales apresurase la familia a internarlos en el manicomio en seguida que representen un peligro o una carga.

Ni en el grupo de indeseables somáticos ni en el de los psíquicos es completa la segregación. Un repaso de la lista de enfermedades y defectos transmisibles por herencia (capítulo VI) nos informa de su infinito número y variedades y de la imposibilidad de segregación en muchos casos, donde tampoco es necesaria. Mayor importancia tendría la segregación de los inferiores biológicos minados por la tuberculosis, la sífilis o las intoxicaciones, que necesariamente han de engendrar una progenie paupérrima; pero ello es imposible, por razones sociales y económicas fáciles de vislumbrar.

La segregación del grupo numeroso de psicópatas antisociales es la que ofrece mayores escollos. Estos individuos inestables, vagabundos, estafadores, dipsómanos, cleptómanos, pendencieros, paranoides, pululan en los bajos fondos sociales, llevan una vida ajustada a sus tendencias instintivas, sin estar sometidos a ley alguna, mirados con indiferencia, si no con complacencia, por la sociedad, para la que son peligrosos, no obstante lo cual tolera sus malos hábitos.

En el supuesto de que una legislación perfecta y la suficiencia de medios económicos permitieran la segregación de los antisociales, no son, ciertamente, muy alentadores los resultados obtenidos en la inmensa mayoría de estos sujetos. Luego de haber pasado algunos años en el reformatorio y de haber guardado una conducta normal, de haberse transformado el antisocial en un sujeto moral y trabajador, al salir del establecimiento parece como si la energía antisocial almacenada tuviera necesidad de expansión, y vuelven, quizás con mayor pertinacia, a sus antiguos malos hábitos y costumbres.

No puede fundamentarse la higiene racial en la segregación de los psicópatas antisociales; en primer término, porque puede ocurrir que la descendencia no posea las taras de las progenitores, además de que únicamente podremos impedir la reproducción durante el espacio de tiempo, breve o prolongado, de permanencia en el correccional o reformatorio.

 

En defensa de los imbéciles

 

Los imbéciles o inferiores mentales están condenados a la segregación, y más modernamente a la esterilización, contra la que se revuelven sociólogos, economistas, filósofos, moralistas y hasta teólogos, sin que falten denodados paladines que defiendan los postulados eugenésicos geneticistas.

Es muy difícil decidirse por uno u otro campo: en primer lugar, por los amplios grados de la deficiencia mental, y en segundo lugar, por la variedad y complejidad de los factores etiológicos de la oligofrenia congénita o adquirida en los primeros años de la vida.

Algunos propugnan la esterilización de los individuos que no alcancen determinado grado de inteligencia, porque el déficit intelectual coloca en condiciones de inferioridad para la lucha por la vida, incapacita para subvenir a las necesidades materiales de los hijos, e inhabilita para proporcionar a la prole la necesaria educación. Adúcese también que la oligofrenia suele ser compañera inseparable de la miseria, del alcoholismo, de la sífilis y de toda suerte de lacras sociales. Como además suele ser muy numerosa la descendencia de los débiles mentales, todavía aumentan las dificultades para criar y atender la prole.

Admitimos que el progenitor deficiente mental está en condiciones de inferioridad respecto de las personas inteligentes para mantener y educar a sus hijos; pero ¿sólo prosperan en la vida los inteligentes? Creemos todo lo contrario, pues observamos frecuentemente que las dotes éticas y la constancia en el trabajo suplen con exceso las escasas facultades intelectuales, logrando mucho más el oligofrénico trabajador que el holgazán inteligente. Son muchos los que desperdician sus talentos y aptitudes, derrochando preciosas facultades en la frivolidad y el escándalo, mientras que mediocres afanosos logran ascender en jerarquía social gracias a la continuidad en el esfuerzo. Tenemos el ejemplo de nuestros «indianos», aldeanos ni muy cultos ni muy inteligentes, que han llevado a cabo magníficos negocios en Sudamérica y hoy ocupan puestos de decisiva influencia social.

La herencia de la debilidad mental de grado mediano o leve está por demostrarse de un modo concluyente. Únicamente sabemos que el promedio de buenas capacidades es mayor cuanto más elevado el nivel social de una familia; pero ello no quiere decir otra cosa sino que las familias que tienen medios para educar a sus hijos con buenos maestros logran en el transcurso de las generaciones la elevación del nivel mental familiar.

El análisis de numerosos trabajos dedicados al estudio de la herencia de la debilidad mental llévanos a la conclusión de que la transmisión hereditaria no es un hecho fatal. Cierto es que en las familias oligofrénicas abundan los inferiores mentales, los psicópatas, los delincuentes, los amorales; pero escapan a la tara hereditaria elevado porcentaje de individuos. La abundancia en tales familias de degenerados débese más bien a la influencia de variadas causas exógenas, sobre las que debe intervenir tanto la eugenesia como la higiene mental, la higiene general, la sociología y la economía.

 

Eugenesia positiva

 

Hemos visto que la eugenesia geneticista ofrece una orientación eminentemente negativa, pues sus medidas tienen por objeto eliminar de la paternidad al mayor número posible de inferiores biológicos y psíquicos. Cierto es que también alienta y propaga la reproducción de los selectos biopsíquicos, pero sucede en la práctica que tales selectos tienen escasas aficiones a la paternidad, o muchas mujeres selectas son estériles, y también ocurre que los hijos de padres seleccionados resultan raquíticos o tontos.

Sabida es la importancia, que la genética concede al estudio de los caracteres transmitidos a los gemelos univitelinos, pues son dos individuos distintos que se han repartido por igual la masa hereditaria, y los cromosomas presentan idénticas cualidades. Los gemelos univitelinos poseen la misma constitución genética, y, consecuentemente, habrían de ser idénticos en su configuración corporal, en su fisonomía, en su temperamento, en sus reacciones caracterológicas, además de padecer también las mismas enfermedades endógenas.

Dos gemelos univitelinos pueden ser tan semejantes de cuerpo que difícilmente se distinguen uno de otro. En sus hábitos y costumbres parecen también iguales. Cuando se trata de una enfermedad endógena –por ejemplo, locura o hipertiroidismo–, pueden incluso padecerla en las mismas fechas y con idénticos síntomas. Pero cada uno de ellos tendrá una personalidad diferente, será distinto el nivel intelectual, o uno más aplicado que el otro; también las aficiones y aptitudes profesionales marchan por camino diferente. Tales diferencias resultan de que la personalidad psicológica individual se superpone, adapta, configura, y termina por subyugar a la personalidad somática. La diferencia entre dos gemelos univitelinos será tanto mayor cuanto más grande sea el nivel intelectual de uno de ellos, pues únicamente se parecen las inteligencias rudimentarias o mediocres.

Racionalmente suponemos que el mejor medio de impedir la degeneración de la raza será multiplicar los selectos y dejar que perezcan los débiles, para que no predominen en la masa de población. Si mejoramos los inferiores, si los colocamos en condiciones favorables de subsistencia, perjudicaremos a los selectos, cuyas ideas e inventos serán aprovechados por los degradados y mediocres, que, nutriéndose a expensas de la actividad vital de los fuertes, terminan por dejarlos exhaustos.

Dice Nietzsche en una de sus obras más vulgarizadas, en el Ocaso de los Dioses, que «la compasión hacia los degenerados, la igualdad de los derechos de los inferiores, constituye la mayor de las inmoralidades, pues se tiene por moral lo contrario a la naturaleza». Inhumano el concepto, tampoco refleja exactamente los principios de la moral, al menos de la moral cristiana, predominante en el mundo civilizado. Los inferiores orgánicos y mentales tienen tanto derecho a reproducirse como los selectos, encargándose la Naturaleza de velar por estos derechos con sus numerosas excepciones a las llamadas leyes de la herencia.

A nuestro entender, para impulsar la regeneración de la raza, mejor que selección de los biotipos, perfeccionamiento de los fenotipos, mediante una acción constante sobre cada individuo para mejorarlo física y moralmente. En esta acción consiste la eugenesia positiva, pues otra es materialmente imposible, y más imposible todavía reglamentar la reproducción de los humanos como la de los animales.

Parécenos que mucho más que las condiciones antropológicas de los progenitores influyen en la descendencia, por razones que ampliamente expondremos, las ideas morales y culturales del pueblo. Han fracasado los intentos de mejorar artificialmente la calidad biológica de los inferiores. No creemos que haya sido seguido de resultados prácticos el ensayo propuesto por Lossen de actuar mediante los rayos Roentgen sobre los elementos germinales contenidos en las glándulas sexuales. La técnica biológica moderna ha de tardar mucho en lograr mediante artificios que una tara hereditaria de carácter dominante se transforme en recesiva.

Observamos, por otra parte, que un cuerpo social entregado a la baja sensualidad de las naciones decadentes, una sociedad preocupada exclusivamente de su mejoramiento material, una cultura fomentadora del egoísmo, una moral subjetiva e individualista, podrán proporcionar, en el mejor de los casos, padres capaces de engendrar magníficos ejemplares humanos desde el punto de vista de la salud corporal, triunfadores en las olimpíadas, hércules atléticos; pero también creará un pueblo bárbaro y materializado, de potentes músculos y cerebro microgiro, esclavo de su fuerza física.

Sería absurdo un programa de mejoramiento eugenésico del pueblo fundamentado en la eliminación de los indeseables. Hay que mejorar los más aptos para el perfeccionamiento de 1a raza, lo cual reclama una previa selección, por otra parte no siempre fácil de efectuar. Frente a la selección natural, dominante en los gobiernos oligárquicos y aristocráticos, tenemos la selección artificial, que únicamente es factible en los países de organización estatal y marxista. La experiencia esta a favor de la selección natural, de la aristocrática, que favorece a los superdotados, pero simultáneamente también a los inferiores biológicos, aunque sin perjudicarlos.

Múltiples son las pruebas a favor de la selección natural. Hace muchos siglos que llamó Teofrasto la atención acerca de la diversidad de costumbres, caracteres, vicios y virtudes de los griegos, no obstante estar situada toda la Grecia bajo el mismo cielo y educados sus habitantes de la misma manera. Enseña la sagaz observación del discípulo de Aristóteles que siempre existirán atletas y enclenques, estúpidos y genios, superhombres e imbéciles, por idénticas que sean las condiciones climatológicas, la alimentación y otros factores higiénicos que influyen sobre el individuo.

 

Eugenesia e higiene racial

 

Dice el profesor Fischer, de Berlín, que antes de planear los medios y objetivos de una política nacional eugenésica, deben sacarse conclusiones exactas acerca de lo que sabemos de las leyes de la herencia, han de estudiarse las condiciones demográficas del país, y tenerse también presentes las ideas culturales que influyen, consciente e inconscientemente, sobre el pueblo. Tienen importancia los postulados del profesor alemán, porque si bien es cierto que los grandes progresos efectuados en los últimos lustros por la genética nos permiten formular un pronóstico hereditario biológico, todavía ignoramos si los hijos heredan las propiedades psíquicas de los padres, y en virtud de qué leyes tiene lugar tal transmisión hereditaria. Acaso tenga razón Mussolini para decir que, por no ser igualmente inteligentes el hombre y el caballo, también han de ser distintas las normas de su crianza, fundamentando en esta distinción su política racial.

Los políticos nacionalsocialistas inclínanse del lado del fundador del fascismo, estableciendo fundamental diferencia entre eugenesia e higiene de la raza, al contrario que los políticos liberales y marxistas, quienes pretenden se olvide la palabra higiene de la raza, para substituirla por la anodina de eugenesia. Ha constituido honda preocupación de los directivos de la política nacionalsocialista el estudio de todos los problemas biológicos relacionados con el mejoramiento de la raza, polarizándolos en un aspecto higiénico social, con el grave inconveniente de promulgar atrevidas medidas legislativas por mera preocupación antisemita, tal la esterilización de los tarados neuropsíquicos, que ya ha merecido en otro párrafo nuestra atención.

Quiere el doctor Mestre Medina (loc. cit.) que el verdadero concepto de la higiene racial sea impersonal y sin fronteras, tendente al cuidado y mejora de las generaciones humanas presentes; no con vista a las pasadas, sino con la esperanza puesta en las futuras, para que ni se agoten ni empeoren sus caracteres hereditarios, y a ser posible los perfeccionen, ideas que el autor mencionado ha tomado de Graf, quien considera que el punto de partida de todas las tendencias de la higiene racial no está en la distinción entre las diferentes razas humanas, sino en la selección de los potenciales hereditarios beneficiosos, para evitar los perjudiciales.

El autor español última y repetidamente mencionado, no cree en la existencia de una raza. Entiende por raza la población de una nación en un momento cronológico, producto de las más diversas mezclas de genotipos y de nuevos cruzamientos. Pronúnciase en contra de la llamada comúnmente política racial, que más bien parece detener la evolución natural de las razas precisamente en aquel punto en que nuestras conveniencias nacionales o nuestra sensibilidad lo consideran más agradable o conveniente, pero privándose quizá de conducirla a otro mejoramiento. Considera la selección racista como una selección de castas, retrógrada, pues al cruzarse genes de tipos antropológicos distintos, no se perjudicarían y hasta sobrevendrían mejoras.

Si pudiéramos separar lo corporal de lo anímico, en la unidad cuerpo-espíritu que constituye el hombre, tendrían sobrada razón Graf y Medina; pero a la luz de la biología contemporánea, después de los modernos estudios de la escuela de Kretschmer, francamente evolucionista, confírmase la unión de cuerpo y espíritu mantenida por Aristóteles y Tomás de Aquino. Llegados a tal conclusión científica, la política racial hemos de orientarla en el sentido de mejorar el fenotipo, no de conservar el genotipo, y el fenotipo es regional, local; esto es, racial. No obstante lo dicho, los principios de la política racial son universales, aplicables a todos los pueblos y a todas las razas, progresando eugenésicamente el pueblo que mejor aplique los principios en que creemos radica la higiene de la raza.

Los modernos pensadores hablan de higiene de la raza en el sentido de un perfeccionamiento de los hombres superiores pertenecientes a ella, mientras que la eugenesia limítase a la conservación de los genes sanos de la totalidad del pueblo. El caudal hereditario de una raza está corroído, en la esfera somática, por las infecciones o intoxicaciones que haya podido sufrir el plasma germinal en el curso de las generaciones, o por las agresiones de un medio ambiente poco apropiado para la conservación del cuerpo; en la esfera moral y afectiva, está constituido el caudal hereditario por virtudes y vicios, bondad y perversidad, generosidad y egoísmo. La higiene racial exaltaría las cualidades excelsas de la raza actuando conjuntamente sobre el individuo y sobre el medio.

Han seguido los geneticistas el equivocado camino de proponer exclusivamente medidas negativas, restrictivas, para mejorar la especie. En cambio, la higiene racial, por hallarse sustentada por la higiene mental tanto como por la física, se apoya en la biología, fundamenta sus principios en la psicología aplicada, tiende a neutralizar también las desviaciones instintivas de la personalidad que, deformando los sentimientos, influyen sobre las restantes esferas de la actividad psíquica. Por eso, en la defensa de la salud psíquica del pueblo aparecen estrechamente unidas la moral tradicional y la higiene mental, aunque sus medios sean distintos.

 

Higiene mental e higiene racial

 

Repetidamente hemos hablado en los precedentes párrafos, de constitución biopsíquica, de personalidad, de genotipo y fenotipo, conceptos que, para mejor comprensión de los principios de la higiene racial, conviene explicar brevemente.

Los términos personalidad y constitución biopsíquica son equivalentes, sinónimos también de carácter, definiéndose personalidad como el conjunto de disposiciones hereditarias mediante las cuales se caracteriza la idiosincrasia individual, desarrolladas y enriquecidas a beneficio de la experiencia. El «genotipo» equivale al soma hereditario y comprende todas las propiedades contenidas en las gónadas que se transmiten a la descendencia según ciertas leyes. Denominase «paratipo» a la totalidad de los factores ambientales que actúan sobre el ser durante el curso de su evolución vital. De la actuación del paratipo sobre el genotipo resulta el «fenotipo», entendiéndose por tal aquello que nos ofrece un individuo en el momento de nuestra observación.

La personalidad está incluida en el fenotipo, elemento que comprende a la vez cualidades físicas y psíquicas heredadas y adquiridas; en el genotipo hallamos únicamente cualidades heredadas, por ejemplo, el orgullo y la forma de la nariz de ciertas familias; en el paratipo, únicamente cualidades adquiridas, verbigracia, la perversión moral consecutiva a la encefalitis epidémica.

Es importante saber, porque en ello radica la esencia de la higiene racial, que las propiedades constitucionales de las gónadas que imprimen su carácter al genotipo, pueden modificarse gracias a la influencia del ambiente, modificación que es tanto más profunda cuanto más precoz y prolongadamente se ejerce la influencia ambiental sobre las propiedades heredadas. Claro está que la modificación debida al ambiente puede ser favorable o desfavorable para el fenotipo, siendo la misión del higienista de la raza procurar que la modificación resulte beneficiosa para el individuo y sus descendientes.

Colígese de las precedentes nociones el camino que debemos seguir en la higiene racial: seleccionar y mejorar los genotipos, e impedir que degeneren los fenotipos, evitando o neutralizando los agentes morbosos que puedan actuar sobre aquéllos. La eugenesia geneticista hemos visto que se ha orientado en un trabajo de selección; consiste, por una parte, en anular los genotipos deficientes para que no se reproduzcan, y por otra parte, en facilitar la abundancia de los mejores para que se prodiguen. Pero esto no es suficiente, y para que el fenotipo sea perfecto hemos de trazar amplio programa a la higiene racial, que actúa principalmente sobre el medio ambiente, conforme quieren los conductistas.

La atmósfera pura, presupuesto determinado grado favorable de calor y humedad, favorece el desarrollo de las plantas cuando sus raíces reciben de la tierra el suficiente alimento. También el hombre se desarrolla espléndidamente cuando la higiene crea condiciones ambientales propicias, pero no solamente físicas, sino también morales, pues hemos de atender al alma y al cuerpo si queremos que las tendencias instintivas perjudiciales al desarrollo de la personalidad no anulen otras tendencias que contribuyen a su perfeccionamiento. Para ello es preciso que el individuo se halle continuamente sumergido en una atmósfera sobresaturada de moralidad, a gran tensión ética, con objeto de que sus emanaciones se incrusten en el fenotipo y se transformen en fuerzas instintivas susceptibles de transmitirse hereditariamente. Pretende la higiene racial obtener genotipos perfectos a fuerza de crear fenotipos ideales.

Cuando nos enfrentamos con la higiene racial en la forma que la hemos concebido, rozamos constantemente las prácticas de la higiene integral, pero principalmente las de la higiene mental, pues corresponde a ésta y a la higiene racial señalar los rumbos de la educación infantil, con el fin de modificar las tendencias afectivas perversas del niño y substraerle a vivencias perniciosas; inculcar al joven principios éticos y estéticos que le aparten de la sífilis, del alcohol y del libertinaje; dirigir la educación sexual de la juventud para evitar la formación de complejos afectivos subconscientes, espinas psíquicas causa de futuras neurosis; elevar el nivel cultural del pueblo y dulcificar las relaciones sociales, como medio de paliar los conflictos internos creados incesantemente en la lucha por la vida. Siguiendo las prácticas de la higiene mental, influimos sobre el porvenir de la raza, puesto que pretendemos una educación del pueblo en principios de severa moral, cultivamos sentimientos altruistas y mantenemos un ambiente espiritual que permite, conforme al principio platoniano, transmitir a los hijos los altos valores espirituales de los padres y obtener noble descendencia.

Concepto de la raza

 

Los intelectuales materialistas se han revuelto contra el concepto, netamente genérico, de la raza, que quieren aplicar en un sentido estrictamente biológico. Todavía existen algunos pueblos, indios, negros, judíos, japoneses, que, gracias a un aislamiento endogámico, conservan relativa pureza. La mayoría de los pueblos hállanse constituidos por el cruzamiento de genotipos diferentes y numerosos, no pudiendo hablarse en ellos de raza, si concedemos al concepto una aplicación exclusivamente zoológica.

Cuando Oswald Spengler habla de raza, no lo hace en el sentido que hoy está de moda entre los semitas de Europa y América, esto es, en un sentido darwinista-materialista. Dice el mencionado filósofo que la pureza de raza es un término grotesco, ante el hecho de que hace milenios que se han mezclado todas las especies y estirpes, habiendo acogido gustosas al extranjero, precisamente las estirpes guerreras, las más ricas y sanas en su porvenir. Lo que importa no es la raza pura, sino la raza fuerte que un pueblo integra. La mujer de raza no quiere ser «compañera» o «amante», sino «madre», y madre de muchos hijos. La mera reflexión sobre el número de hijos deseado o temido delata la extinción del instinto de perduración de la raza. El hombre quiere tener hijos esforzados que continúen y acrecienten en el futuro, más allá de su propia muerte, su nombre y sus hechos, lo mismo que él se siente heredero del renombre y de la obra de sus mayores.

Creemos, con Spengler, que lo que importa es la raza fuerte que integra el pueblo o nación. Raza fuerte en cuerpo y en espíritu, como tantas veces hemos repetido. Al hablar nosotros de raza, nos referimos a la raza hispana, al genotipo ibérico, que en el momento cronológico presente ha experimentado las más variadas mezclas a causa del contacto y relación con otros pueblos. Desde nuestro punto de vista racista, nos interesan más los valores espirituales de la raza, que nos permitieron civilizar tierras inmensas e influir intelectualmente sobre el mundo. De aquí que nuestro concepto de la raza se confunda casi con el de la «hispanidad».

No podemos los españoles hablar de pureza del genotipo racial, menos quizás que otros pueblos, pues las repetidas invasiones que ha experimentado la península han dejado sedimento de variadísimos genotipos. Mezclados los antiguos iberos con griegos y latinos, han sufrido las invasiones africanas, las infiltraciones judía, germana, gala e incluso nórdica, de manera que más que de una raza trátase de un pueblo sometido a muchas influencias civilizadoras y cruces de genotipos.

En la raza ibérica no existe unidad en el biotipo, y así el vasco nos ofrece una figura corporal, un temperamento y un carácter que le hacen muy distinto del andaluz, del catalán, del gallego y del castellano. Pero la raza ha rebasado los límites territoriales y ha poblado o repoblado muchas naciones americanas, infundiéndoles no solamente caracteres biológicos, sino ideas, hábitos, idioma, religión y cultura, de manera que el argentino, el peruano, el chileno, el mejicano, ofrecen tales semejanzas con el castellano, por ejemplo, que podemos hablar de unidad racial. Empero repetimos que no hemos de dar importancia ni al ángulo facial ni al color de la piel, porque lo que llamamos raza no está constituido exclusivamente por las características biológicas que pueden transmitirse al través del plasma germinal, sino por aquellas que son luz del espíritu, como el pensamiento y el idioma.

Depurada la civilización ibérica primeramente en el crisol hispano-romano-visigótico, pulimentada por la influencia arábiga, alcanza el máximo esplendor en el Siglo de Oro, para declinar, a partir de entonces, en triste decadencia. A pesar de la decadencia política internacional y de la merma del poderío guerrero, el pensamiento español subsiste vigoroso y mantienen los pensadores españoles su prestigio hasta mediado el siglo XVIII. Todavía iluminan el mundo chispazos del ingenio hispano después de los grandes desastres que nublaron los postreros años del rey inmortalizado por Velázquez y el reinado de su cretino vástago. Consúmase la decadencia con la guerra de sucesión, comenzando con la dinastía borbónica una invasión de aventureros, cortesanos y lacayos franceses, irlandeses y saboyanos, carcoma de España, culpables de la ruina de la filosofía hispana, baluarte de la raza.

La política racial tiene que actuar en nuestra nación sobre un pueblo de acarreo, aplebeyado cada vez más en las características de su personalidad psicológica, por haber sufrido la nefasta influencia de un círculo filosófico de sectarios, de los krausistas, que se han empeñado en borrar todo rastro de las gloriosas tradiciones españolas. Somos en la actualidad, tanto desde el punto de vista biológico como psicológico, un pueblo inculto, arrivista, materializado. Podríamos remozarnos con el recuerdo de glorias pasadas, pero hasta de esto se quiere despojarnos, y una prensa a sueldo del marxismo internacional se ha dedicado, con finalidades políticas, a derribar los ídolos de nuestra historia. El hecho de substituirse en un grupo escolar el nombre de Lope de Vega por el de un obscuro maestro argentino, revela claramente lo que puede esperarse de nuestra «raza».

Necesitamos emprender denodada lucha higiénica contra los gérmenes morbosos que carcomen la raza hispana para conducirla a la más abyecta de las degeneraciones. No se trata de volver a los valores humanos del siglo XV o XVI pura y simplemente. Trátase de reincorporados al pensamiento, hábitos y conducta del pueblo, a los fines de sanear moralmente el medio ambiente, de manera que se refuerce psicológicamente el fenotipo para que no degenere el genotipo. La política racial comprende en sus medios todo lo que enseña la biología y la higiene, pero atiende como supremo fin a la civilización dimanada de la formación filosófica, traducida siempre en sana moral del pueblo.

Se ha propuesto la segregación de los inferiores biológicos y psíquicos, y se abren las puertas de la cárcel para que influyan en la vida pública una serie de psicópatas antisociales y amorales. Se aísla a las gentes afectas de enfermedades infecciosas y no a quienes contaminan el cuerpo social con ideas disolventes que conducen a la corrupción, la criminalidad y la locura. De esta suerte es imposible una raza sana de cuerpo y de espíritu, impregnada del espíritu de la hispanidad.

 

Concepto de la Hispanidad

 

Hemos llegado los españoles a un punto de nuestro desenvolvimiento histórico sumamente delicado para el porvenir de la raza; pues o nos dejamos arrastrar por las corrientes positivistas y materialistas que dominan en la mayor parte del mundo, o, con los pueblos italiano y alemán, volvemos a la demanda de nuestros valores espirituales y raciales, que nos permitieron civilizar tierras inmensas, todavía, ligadas a la Madre España, después de un siglo de independencia, por los lazos de una civilización común.

Un patriota español residente en la Argentina, don Zacarías de Vizcarra, propuso hace pocos años que el titulado Día de la Raza se denominase en lo sucesivo Día de la Hispanidad. El concepto Hispanidad comprende y caracteriza a la totalidad de los pueblos hispanos. Un ilustre pensador, don Ramiro de Maeztu, recogió la idea del sacerdote argentino, erigiéndose en paladín de la Hispanidad. Del libro Defensa de la Hispanidad (Editorial Fax, Madrid 1934) recogemos las siguientes ideas:

Desde que España dejó de creer en sí, en su misión histórica, no ha dado al mundo de las ideas generales más pensamientos valederos que los que han tendido a hacerla recuperar su propio ser. No hay un liberal español que haya enriquecido la literatura del liberalismo con una idea cuyo valor reconozcan los extranjeros, ni un socialista la del socialismo, ni un anarquista la del anarquismo, ni un revolucionario la de la revolución.

Lo que nos hace falta es desarrollar, adaptar y aplicar los principios morales de nuestros teólogos juristas a las mudanzas de los tiempos. El ímpetu sagrado de que se han de nutrir los pueblos que ya tienen valor universal, es su corriente histórica. La corriente histórica nos hacía tender la Cruz al mundo entero.

Hizo brillar el Padre Vitoria con su doctrina de la gracia la esperanza de la salvación en todos los mortales. Con ello se salvó en el hombre la creencia en la eficacia de su voluntad y de sus méritos, idea que inspiró la legislación de las tierras americanas descubiertas. De la posibilidad de salvación se deduce la de progreso y perfeccionamiento, no solamente ético, sino también político. Es comprometerse a no estorbar el mejoramiento de sus condiciones de vida y aun a favorecerlo todo lo posible.

El ideal hispano está en pie. Lejos de ser agua pasada, no se superará mientras quede un solo hombre en el mundo que se sienta imperfecto. Cuando volvemos los ojos a la actualidad, nos encontramos, en primer término, con que todos los pueblos que fueron españoles están continuando la obra de España. Si ha de evitarse la colisión de Oriente y Occidente, existe una necesidad urgente de que se resucite y extienda por todo el haz de la tierra aquel espíritu español que consideraba a todos los hombres como hermanos, aunque distinguía los hermanos mayores de los menores.

Hace doscientos años que el alma se nos va en querer ser lo que no somos, en vez de querer ser nosotros mismos, pero con todo el poder asequible. Estos doscientos años son los de la Revolución.

El hombre inferior admira y sigue al superior, cuando no está maleado, para que le dirija y proteja. El hidalgo de nuestros siglos XVI y XVII recibía en su niñez, adolescencia y juventud una educación tan dura, disciplinada y espinosa, que el pueblo reconocía de buena gana su superioridad. Todavía en tiempos de Felipe IV y Carlos II sabía manejar con igual elegancia las armas y el latín. Hubo una época en que parecía que todos los hidalgos de España eran al mismo tiempo poetas y soldados.

Pero cuando la crianza de los ricos se hizo cómoda y suave, y al espíritu de servicio sucedió el de privilegio, que convirtió la Monarquía Católica en territorial, y a los caballeros cristianos en señores, primero, y en señoritos luego, no es extraño que el pueblo perdiera a sus patricios el debido respeto. En el cambio de ideales había ya un abandono del espíritu a la sensualidad y a la naturaleza; pero lo más grave era la extranjerización, la voluntad de ser lo que no éramos, porque querer ser otros es ya querer no ser, lo que explica, en medio de los anhelos económicos, el íntimo abandono moral, que se expresa en ese nihilismo de tangos rijosos y resignación animal, que es ahora la música popular española.

La historia, la prudencia y el patriotismo han dado vida al tradicionalismo español, que ha batallado estos dos siglos como ha podido, casi siempre con razón, a veces con heroísmo insuperable, pero generalmente con la convicción intranquila de su aislamiento, porque sentía que el mundo le era hostil y contrario al movimiento universal de las ideas.

El mundo ha dado otra vuelta, y ahora está con nosotros, porque sus mejores espíritus buscan en todas partes principios análogos o idénticos a los que mantuvimos en nuestros grandes siglos. Y es que han fracasado el humanismo pagano y el naturalismo de los últimos tiempos. El sentido de la cultura en los pueblos modernos coincide con la corriente histórica de España. Hay que salir de esta suicida negación de nosotros mismos con que hemos reducido a la trivialidad a un pueblo que vivió durante más de dos siglos en la justificada persuasión de ser la nueva Roma y el Israel cristiano.

El espíritu de la Hispanidad fortalecerá los débiles, levantará los caídos, facilitará a todos los hombres los medios de progresar y mejorarse, que es confirmar con obras la fe católica y universalista.

 

Esencia de la raza

 

La esencia de la raza radica en el patriotismo. No puede existir Raza mientras no haya Patria: habrá «población», pueblo, conjunto de habitantes de un territorio, sin características psicológicas propias que eleven y extiendan su pensamiento, y con ello su influencia, por todo el universo.

El patriotismo es un concepto muy complejo, y cada cual lo entiende a su manera. Comprende el patriotismo el territorio, la raza, los valores culturales, tales como las letras, las tradiciones, las hazañas históricas, la religión, las costumbres, etc… El concepto que tienen el intelectual, el político y el aldeano de la patria es enteramente distinto, apreciando unos el territorio, otros la raza, otros la cultura y los elementos espirituales.

El hombre normal ama el territorio nacional porque es el que le ha nutrido; quiere a las gentes de su raza porque son pedazos de su tierra y porque las entiende mejor que a las de otros países; aprecia más los valores culturales patrios porque los encuentra más compenetrados con su tierra, su gente y su alma. Hoy puede decirse que en España ha desaparecido aquel patriotismo instintivo que ya trató Cánovas de despertar con su desesperada fórmula: «Con la Patria se está con razón o sin ella, como se está con el padre y con la madre.»

Ha sido el espíritu patriótico el que ha levantado a los pueblos caídos en la miseria y en la desgracia después de la catástrofe de la Gran Guerra. Las razas que han sabido encontrarse a sí mismas, las naciones que han mirado a su historia, los pueblos que han luchado por la recuperación de sus valores espirituales y resucitado las antiguas tradiciones, éstos, cual fénix, han renacido de sus cenizas y han podido enfrentarse con el mundo entero para mantener su personalidad racial.

Mantiene el patriotismo el espíritu racial. El espíritu racial es aquella parte del espíritu universal que nos es asimilable, por haber sido creación de nuestros padres en nuestra tierra, patrimonio que nos han legado para que lo incrementemos y enriquezcamos, no para destruirlo y malbaratarlo. La raza es espíritu, España es espíritu, la Hispanidad es espíritu. Perecerán las razas, las naciones y los pueblos que por extranjerizarse no sepan conservar su espíritu.

El espíritu racista siempre ha estado latente en España, como lo pregonan los expedientes de limpieza de sangre necesarios en pasados siglos para habilitarse para los cargos públicos y pertenecer a las corporaciones gremiales. Cierto es que la limpieza de sangre se refería más bien al origen judío o morisco, pero era esto con objeto de asegurar la pureza de la fe. El extranjero que se asimilaba el espíritu de la hispanidad y la cultura hispana transformábase en exaltado patriota e hispanófilo, incorporándose gustoso a nuestra raza.

Llama la atención Maeztu (loc. cit.) acerca de que siempre se han manifestado contrarios a las supremacías raciales aquellos españoles no creyentes. Una parte de ellos son resentidos, hostiles a nuestra verdadera civilización, porque sus instintos les impulsan a combatir a sangre y fuego todo aquello que sea selecto, a causa de que su plebeyez espiritual impídeles formar en las filas de la aristocracia cultural. Otros son pedantes infatuados, sectarios de escuelas filosóficas extranjeras, astígmatas intelectuales que divisan deformado el campo visual del pensamiento universal. Para éstos carece de valor la raza hispana; les interesa tan sólo que sea fuerte la especie.

Es patriota quien quiere para su país la prosperidad, el respeto de sus derechos y su verdadero lugar en el concierto mundial. El patriotismo territorial es peligroso, porque hace olvidar que la vida de los pueblos debe ajustarse a los principios generales del derecho y de la moral. Si una nación roba y mata a otra por engrandecerse, somete a su albedrío la moral universal, es innoble en su conducta, y su pensamiento no adquirirá universalidad.

La raza es cuerpo y espíritu, y la política racial verdadera consiste en vigorizar física y moralmente al pueblo, para que fructifique su propio pensamiento tradicional, que por haber nacido de las circunstancias ambientales constituye la raigambre histórica de su existencia.

 

Regeneración de la raza

 

Sabemos que los caracteres hereditarios no se reciben exclusivamente de los padres, sino que en la masa hereditaria individual intervienen todos los ascendientes. De aquí que el saneamiento y regeneración eugenésico de un pueblo o raza requiera que se actúe sobre la «totalidad» de los individuos que le constituyen, y no limitarse a la selección de padres aislados, pues las apariencias engañan frecuentemente en biología, y la pureza de sangre –en sentido biológico– es mucho más difícil de averiguar que la limpieza de sangre que se exige para el ingreso en las Ordenes Militares aristocráticas.

La regeneración de una raza impone una política que neutralice el daño que puede venirle al plasma germinal de los agentes patógenos, tanto físicos como psíquicos, materiales como morales. Coincidimos con los nacionalsocialistas en que cada raza tiene un significado cultural particular, y unas características biopsíquicas que deben exaltarse en sus facetas excelsas. Los españoles no tememos ni hemos temido enlaces bastardos; nos hemos cruzado despreocupadamente con las más diversas razas, sin perder nuestra individualidad, antes afirmándola, mientras hemos conservado la esencia de la hispanidad que alimentaba nuestra personalidad psicológica.

Lejos de nuestro ánimo propugnar una política racial enfocada en el sentido endogámico de las sociedades primitivas. Nunca nos pronunciaremos en contra de la mezcla de las castas superiores e inferiores de nuestra raza. Pero abogaremos por una supercasta hispana, étnicamente mejorada, robusta moralmente, vigorosa en su espíritu. Para ello hemos de estimular la fecundidad de los selectos, pues en biología la cantidad no se opone a la calidad.

Dícese que las razas peligran por el incremento en la reproducción de los tarados y enfermos, e incluso afirma Grote que el médico no puede ser higienista de la raza, pues al luchar en favor de la salud de enfermos y degenerados, conserva la vida a individuos inaptos para engendrar hijos robustos. Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir acerca de la falibilidad de las leyes de la herencia y de los procesos de degeneración y regeneración; también hemos combatido los métodos propuestos por la eugenesia geneticista, habiendo de insistir todavía sobre algunos puntos capitales.

No es cierto en absoluto que la degeneración de una raza sobrevenga por contraselección, por ser menor la fecundidad da los individuos normales y vigorosos que la de los deficientes físicos y mentales. Hay una multitud de factores que influyen en la degeneración de la raza, por lo cual creemos que la regeneración de la raza estriba en el aumento de la natalidad, con objeto de que todas las clases sociales se reproduzcan proporcionalmente, a fin de que se mantenga el equilibrio en la transmisión de los valores raciales.

Compréndese que si es necesaria tal proporcionalidad en la reproducción, impónese urgentemente y en primer término una radical reforma social comprensiva de la totalidad de los factores físicos, culturales y morales, que mejore las condiciones ambientales en que se reproducen los individuos inferiormente dotados. Ha de abonarse el terreno con abonos de la mejor calidad, para que las generaciones futuras reciban rica savia, robustecedora principalmente de las cualidades de los inferiores. Únicamente así podremos despojar a los genes dañados de sus taras. Con suprimirlos nada adelantaremos, puesto que persisten las condiciones nocivas del medio ambiente que actúan sobre ellos perniciosamente.

Enemigos de la segregación y supresión de los tarados y enfermos, partidarios de mejorar sus condiciones de vitalidad, no por eso creemos que la higiene racial deba impulsar denodadamente la procreación de los inferiores. Pero tampoco hemos de limitarnos a estimular la fecundidad de los selectos. Nuestro programa tiende a despertar en los individuos de todas las clases sociales un deseo de ascender a las jerarquías selectas, aristocráticas de cuerpo y espíritu, ambicioso programa que reclama la colaboración de sociólogos, economistas y políticos. Nos referimos a los políticos de doctrina, no a los políticos de partido, porque éstos ejercen una influencia funesta y demoledora sobre la raza.

La regeneración de la raza ha de sustentarse necesariamente en la regeneración de la institución familiar, porque la familia constituida con arreglo a los tradicionales principios de la moral cristiana representa un vivero de virtudes sociales, una coraza contra la corrupción del medio ambiente, un depósito sagrado de las tradiciones. Si buscamos la exaltación de los valores espirituales del pueblo, necesitamos de incubadora y de estufa que los haga germinar y florecer, aun en contra de condiciones atmosféricas desfavorables. La familia viene a ser una especie de célula en el cuerpo social que forma la raza. El vigor y la salud de muchas células defiende al cuerpo de las infecciones e intoxicaciones, además de prestarle vitalidad. Muchas familias sanas y prestigiosas terminan por vigorizar una raza decadente.

Cultura y religión son consubstanciales con la familia cristiana, de la que irradia hacia el ambiente una influencia depuradora moral que consolida y mantiene los valores raciales. Las civilizaciones griega y romana han subsistido veinte siglos gracias a la depuración efectuada por el Cristianismo. El pueblo árabe, heredero también de la civilización griega, sufrió al cabo de pocos siglos un colapso degenerativo del que no ha logrado levantarse. Reflexionemos unos instantes sobre las bases de la institución familiar tal como la comprende el Catolicismo, y nos convenceremos del sólido apoyo que encuentra en ella la regeneración de la raza.

Las familias no pueden ser selectas si los individuos que las forman abandonan el autoperfeccionamiento de sus condiciones innatas de elevada jerarquía biopsíquica. El potencial energético racial almacenado en cada individuo necesita desarrollarse, para que no se extingan la familia y la raza.

 

Autoperfeccionamiento de los preselectos

 

La raza que no quiere estar subyugada por los inferiores y débiles de cuerpo y de espíritu debe engrandecer los biotipos de buena calidad hasta lograr que predominen en la masa total de la población. Una raza debe reproducir sus mejores elementos, no aniquilarlos, no asfixiarlos. Ha de escoger los individuos de elevado potencial biopsíquico y colocarlos en las mejoras condiciones posibles de desarrollo. Política contraria a la democrática, que ha nivelado las clases sociales, en beneficio de los inferiores, en perjuicio de los selectos, para proporcionar medios de vida a la multitud de mediocres.

Precisa un automejoramiento de los selectos en potencia. Es necesario que cada uno de nosotros modifiquemos nuestro modo de existencia, imponiéndonos una disciplina mental, una austeridad, una moral y una actividad altruista que nos haga dueños de nosotros mismos. Puesta la mira en los elevados ideales de la hispanidad, autoperfeccionándonos individualmente, llegaremos, por simpatía afectiva, a constituir grupos sociales de idénticas tendencias, donde fermenten los deseos de automejoramiento del «yo ideal» que todos nos hemos forjado.

Siempre que sintonizamos afectivamente con un tercero, tratamos de imitarle en todo o en parte: fenómeno, elemento o proceso psíquico que los psicoanalistas denominan identificación. El proceso de identificación representa las primicias de las relaciones del niño con sus familiares, pero se renueva en épocas ulteriores de la vida, cuando advertimos comunidad de deseos e intereses en otras personas. Siempre deseamos identificarnos con la persona a quien veneramos y que nos entusiasma, debido a que tal persona es el «yo ideal» a que todos aspiramos. Imitemos a los superselectos de la raza, a los personajes egregios de la ciencia, de las letras y de las armas que nos han legado el espíritu racial hispano. Nunca más identificarnos con toreros, boxeadores o caudillos políticos, astros refulgentes de un día, pronto sumidos en la sombra de la nada.

No es indiferente que el niño se identifique con el Gran Capitán o con Charlot, que se entusiasme con el detective o con el bandido, con Don Juan Tenorio o con Iñigo de Loyola. Infinitos los ejemplos de grandes hombres influidos en su niñez por determinados héroes de la antigüedad. Acaso las glorias de Napoleón engendráronse en su esfuerzo por imitar las virtudes y los pensamientos aprendidos en las páginas de Plutarco. Don Quijote hizo muchas locuras, pero aprendió caballerosidad en los libros de caballería.

Divulguemos en el pueblo, en la masa juvenil principalmente, vidas heroicas que puedan ser otros modelos de «yo ideal». Imite la juventud a los selectos y superdotados, no a los ídolos de la plebe. Es la única manera de dotar a la raza de una aristocracia espiritual que favorezca el desenvolvimiento y desarrollo de las potencialidades raciales de superior categoría.

Propone Carrel un eugenismo voluntario, haciendo comprender a los jóvenes los peligros a que se exponen matrimoniando con personas en cuyas familias existan antecedentes de cáncer, tuberculosis, &c. Igualmente que los jóvenes saben escoger muchachas con dote y sacrifican frecuentemente el amor a los intereses materiales, o se enamoran solamente de ricas herederas, deben pretender muchachas con todas las garantías exigidas por la eugenesia. El problema ofrecería muchas menos dificultades si interviniera el médico de familia como consejero, pues el consejo desinteresado del médico puede evitar muchas uniones que, desde el punto de vista biológico, han de presumirse desgraciadas.

Conformes con la proposición del sabio francés, creemos que el eugenismo voluntario debe comenzar por el mismo individuo, adiestrado desde pequeño a someterse a las reglas de la higiene, además de imponerse severa disciplina moral, para sustraerse a la influencia de un medio ambiente deletéreo. La disciplina constituye el más fuerte baluarte contra el contagio psíquico, por representar un elemento imponderable de educación de la voluntad.

Somos partidarios de una disciplina social muy severa, divisando en ella la salvación de la raza, por imponer a la masa las ideas de los dirigentes responsables. La disciplina educa a las masas, por inculcar el respeto a la jerarquía, que es el respeto a sí mismo. Pero, además, contribuye al autoperfeccionamiento de los preselectos, por recibir y dar ejemplo de subordinación.

Muchos son los métodos pedagógicos de formación del carácter y de educación de la voluntad. Puede seguirse cualquiera de ellos, pues todos son buenos, con tal de que desenvuelvan la inteligencia, el sentido moral y la virilidad. El individuo aislado lucha con dificultad contra un medio ambiente materializado y corrompido; necesita asociarse en pequeños grupos con otras personas que pretendan igualmente el automejoramiento eugenésico. Diez selectos fundaron la Compañía da Jesús, cuya acción se irradia a todo el mundo y que tanto participó en la civilización de los pueblos descubiertos a partir del siglo XVI.

Las Ordenes de Caballería, las Ordenes monásticas y otras instituciones medioevales, nacidas en tiempos de lucha contra la barbarie, eran rigurosas en las pruebas exigidas a los aspirantes y en la conducta observada por sus miembros. Al relajarse los austeros principios fundamentales, también cayeron tales instituciones en franca decadencia. Quienes hayan alcanzado aisladamente cierto grado de autoperfeccionamiento deben agruparse, al objeto de que el mutuo ejemplo corrija las flaquezas y desfallecimientos.

La nación que quiera velar por el porvenir de su raza, debe crear una aristocracia eugenésica, no constituida exclusivamente por atletas, sino por selectos autoperfeccionados y ansiosos de superarse, tanto en la esfera corporal como en la espiritual y moral. Ha de estimularse por todos los medios posibles el desarrollo de las potencialidades de elevada cualidad que se descubran en jóvenes y niños, en lugar de permitir que se derrochen y esfumen en el libertinaje. Ello no quiere decir que hayamos de proletarizar la cultura.

Proletarización de la cultura

 

Más de una vez nos hemos pronunciado contra la tendencia de aplebeyar las profesiones liberales proletarizando la cultura. Ya hemos dicho en otra ocasión que la ejecutoria de hidalgo puede no ser necesaria para obtener el título de licenciado en Medicina; pero que la caballerosidad es condición ineludible para convivir profesionalmente. Hemos protestado contra las facilidades para lograr títulos universitarios. Ambiciones comprensibles han apartado a muchos jóvenes del oficio de sus padres para convertirlos en pseudoseñoritos titulados, en ejercitantes de una profesión para la que carecen de aptitudes genotípicas.

Las profesiones liberales ejercen mágica atracción sobre el hijo del artesano, del labrador y del menestral. Se ha roto la secular tradición de que el hijo siga el oficio del padre, seguramente su mejor maestro. Nada se opone a que el descendiente del portero luzca la toga del letrado o la muceta del doctor, si la ha ganado en buena lid. Pero alternar las glorias del foro o de la clínica con el mostrador del padre, mercantiliza las profesiones. El genotipo contiene incrustadas tendencias difícilmente eliminables en la primera generación.

En España carecemos de buenos artífices desde que los hijos del obrero prefieren la oficina al taller, y cambian la blusa por la americana. Han equivocado el camino en la inmensa mayoría de los casos, pues no llegan a vivir tan desahogadamente como sus padres. Con perjuicio del arte y de la industria española. Desaparecieren nuestros maravillosos artesanos, tejedores de seda, repujadores de cuero, tallistas de madera, cinceladores de metales, irisadores de azulejos que todavía asombran al mundo con sus obras anónimas. Y somos tributarios del arte y de la industria extranjeros, a cambio de tener abogados cobradores del tranvía y médicos guardias de asalto.

No tratamos de adscribir la cultura a determinada clase social, ni de impedir que las clases humildes tengan acceso a las profesiones liberales. Combatimos el aplebeyamiento y proletarización de la cultura mediante el método marxista de titular mediocres, empujando a quien carece de aptitudes por el camino de las clases intelectuales.

Los intelectuales han de ser siempre la aristocracia de la raza. Nivelar la cultura general del pueblo, constituye una quimérica ilusión: siempre habrá superdotados e imbéciles. El hombre estúpido, holgazán, inconstante, inatento, voluble, caprichoso o amoral no tiene derecho a recibir una educación cultural superior, porque la desperdiciará. Los mediocres y los inferiores intelectuales tienen perfectamente definido su puesto social, en el que pueden prosperar y engrandecerse, pero nunca entre las clases intelectuales.

La «standardización» cultural de los humanos mediante los métodos democráticos de educación termina por degenerar las razas. Es imposible formar los inferiores por los mismos métodos que los superdotados. La proletarización de la cultura hace que las universidades se conviertan en escuelas de artes y oficios. Nadie se dedicará a las ciencias especulativas, prefiriéndose las de aplicación práctica.

Afortunadamente, encierra la cultura imponente fuerza selectiva y es la creadora de las castas raciales aristocráticas. Dentro de las esferas culturales márcanse espontáneamente las jerarquías. Teólogos, filósofos, matemáticos, juristas, biólogos, etcétera, forman en el cuerpo social una especie de castas que viven cada una en su islote, sin apenas mantener relaciones ambientales. Sus ideas e inventos son recogidos por castas intelectuales inferiores, que los aplican a las necesidades de la vida práctica. Inteligencias todavía más inferiores han de contentarse con el trabajo manual.

No obstante la natural tendencia selectiva de las castas intelectuales, necesita una raza que el nivel cultural general sea elevado, en primer término para comprender el lenguaje de los selectos. Además, la cultura adquirida influye sobre el genotipo a la larga, y por eso en algunas aldeas todos son listos y en otras todos torpes. Vía libre para la cultura de todas las clases sociales. Restricciones –recuérdense los principios de la psicotecnia y selección profesional– para que los deficientemente dotados no se introduzcan subrepticiamente donde no son aprovechables.

Importa mucho al porvenir de la raza que el granjero, el artesano, el menestral, el artífice eleven su cultura, para que no se proletaricen y desciendan al analfabetismo del jornalero. También el jornalero debe recibir la suficiente instrucción para que aspire por su propio esfuerzo, constancia en el trabajo e inteligencia a llegar al grado de pequeño propietario o maestro en el oficio que ejerce. Empero cuando estas clases anhelan ascender a las intelectuales, entonces, como forzosamente han de quedar en los grados inferiores a la intelectualidad, por su masa tratarán de absorber a los mejor dotados, llevarán la lucha de clases a las profesiones liberales y las degenerarán proletarizándolas. Algunos pastores han llegado a poetas y pintores, pero su producción ha sido mediocre en la inmensa mayoría de los casos.

Más perjudicial todavía para la raza, proletarizar al profesor, al sacerdote, al maestro, al investigador, etc…. Tratase de una clase que en la vida social moderna debe considerarse aristocrática, para la que debemos vindicar el respeto y la estimación, retribuyendo dignamente su trabajo. Convertir a los intelectuales en proletarios, no solamente constituiría una vergüenza eterna para la civilización científica, sino que aniquilaría la savia más rica de la raza. Al superdotado hay que formarlo con especial cuidado, a fin de que se desarrollen en grado óptimo sus aptitudes. Las clases intelectuales han de constituir en el cuerpo social una minoría selecta, sin que por eso absorba a todas las demás fuerzas vivas de la raza.

La proletarización de la cultura extingue la inteligencia y el sentido moral de las masas, destruye la belleza y el refinamiento, aplebeya las ideas, fomenta insensatas ambiciones, desplaza a muchos biotipos del lugar social que les corresponde por sus aptitudes y degrada, al fin, la raza.

 

El doctor Antonio Vallejo Nágera (1888-1960)

Antonio Vallejo-Nájera
El coronel Antonio Vallejo Nájera era el jefe de los Sevicios Psiquiátricos Militares de Franco. Nacido en Nava, Palencia, en 1889, ha estudiadió Medicina en Valladolid e ingresó en la carrera militar. Intervino en la Guerra de África y fue agregado en la Embajada de España en Berlín. Posteriormente fue director del sanatorio madrileño de Ciempozuelos. Él dotó de base científica a la teoría política franquista, ya que afirmó y constató que el “marxismo” era una enfermedad, prácticamente, incurable. El 23 de agosto de 1938, el Caudillo autorizó la creación del Gabinete de Investigaciones Psicológicas, cuya finalidad era investigar las raíces biopsíquicas del marxismo.

 

 

 

 

 

(Source: princessewisigothe.wordpress.com, ricardodepereablog.wordpress.com)

 

 

 

 

 

 

votar

1 comentario:

  1. ya mismo te denuncio el blogsucho maldita basura blanca conspiranoica y patridiota hijo de puta! me limpio el culo con tu patria con tu raza y con la ramera cerda perra zorra y doble prostituta de tu madre escoria! a volar por los aires como carrero blanco hijo de puta! puta españa de mierda! ni razas ni patrias ni estado ni mercado ni dios ni amo!
    las razas humanas no existen bestia de mierda! a leer burro!
    y mas "guarro" sera el culo de la prostituta de tu madre cerdo!
    https://www.google.com/amp/s/www.abc.es/ciencia/abci-explicacion-cientifica-no-existen-razas-humanas-201905231227_noticia_amp.html
    sus respuestas no me importan y sus insultos risas y descalificaciones demuestran la basura que ustedes son.

    ResponderBorrar