viernes, 24 de julio de 2015

La identidad transicional del inmigrante

El migrante trata de ser lo que es tratando de ser otro, pero sin llegar a ser completamente otro.
Claudio Chipana

Las identidades no permanecen incambiadas, son transicionales y con mayor razón la identidad del migrante.
Afirmar la identidad no es sólo decir lo que uno es, muchas veces ello supone – y con mayor razón en el caso del migrante – ir contra la corriente, contra el estereotipo y las actitudes discriminantes. A menudo las minorías migrantes deben resistir el peso de la asimilación y una aculturación impuesta.
El inmigrante es sobre todo una fuerza laboral y por ende contribuye al país recipiente aunque lo haga en condiciones desfavorables.  Contra la propaganda xenofóbica el inmigrante no es una amenaza sino un factor positivo para la economía de la nación de acogida.
Contribuye adaptándose y se adapta contribuyendo. De modo simultáneo el inmigrante cambia a la sociedad y la sociedad lo cambia a él.
Así ocurre con los millones de latinoamericanos que han partido de sus lugares de origen en busca de un mejor futuro, hacia algo que signifique el comienzo de una nueva vida.
Los latinoamericanos han formado numerosas comunidades allí donde han emigrado. Como todo inmigrante el latino debe integrarse pero a la vez que debe defender su identidad.

Los latinoamericanos salieron en masa en las últimas décadas hacia Europa, Los EEUU y otros países vecinos en América latina primariamente debido a la crisis económica provocada por las políticas neoliberales de fines de los 80s y en los 90s. En las décadas precedentes mucho salieron huyendo de las dictaduras.

El caso de los Estados Unidos tal vez sea el mejor ejemplo de cómo los migrantes pueden remodelar una sociedad.
Lo mismo pasa en ciudades como Londres cuya población migrante la ha convertido en una metrópoli multicultural.
En otras palabras, la capacidad transformadora del migrante nace de la fuerza de su identidad y de su capacidad de adaptarse al nuevo medio. Su rol es eminentemente productivo y no representan una amenaza.  En los EEUU algunos han creado el mito de “la amenaza hispana”.
El inmigrante no impone una identidad, por el contrario, si defiende su identidad es para compartirla y así contribuir a la sociedad. La afectación de la identidad del inmigrante y la identidad de la sociedad de acogida es mutua. En el largo proceso de adaptación al nuevo medio el inmigrante debe negociar su identidad sin perderla completamente. Debe perder algo para seguir siendo él mismo.
El inmigrante se organiza como  grupo minoritario o étnico  como una necesidad  para su sobrevivencia.

Para el latinoamericano el reconocimiento de su identidad  es por fuerza un reto colectivo. La organización en comunidad del migrante no es un riesgo para la “unidad nacional”, más bien favorece a la integración.
Los inmigrantes han de salvar muchas vallas como la laboral, la cultural, la idiomática y a menudo deben enfrentar la xenofobia.  En su proceso de adaptación debe redefinir su identidad, pero sin perder sus raíces.
Así, el inmigrante debe aprender a tejer una nueva historia, descubrir terrenos extraños.
En el curso de la nueva historia el migrante genera una identidad suplementaria, algo que se añade a lo que el migrante fue. Como resultado, tanto el migrante como la sociedad no permanecerán intocadas.
Las identidades marchan por vacíos y contradicciones y siempre presentan un proceso dual. El migrante trata de ser lo que es tratando de ser otro pero sin llegar a ser completamente otro.


(Source: theprisma.co.uk)
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