Palabras preliminares
Escribimos la presente monografía
abrumados por un medio ambiente que justificaba el descorazonamiento y
desesperanza reflejados en el prólogo. Al abandonar nuestro hogar, el 18
de julio, para incorporarnos al glorioso Movimiento Nacional, yacían en
la mesa de trabajo las galeradas que hoy recuperamos, gracias a la
diligencia del editor. Experimentamos idéntica alegría que el padre que
encuentra al hijo perdido durante unos meses y apresúrase a mostrarlo a
los amigos, aunque sea raquítico y deforme, por parecerle hermoso y
dotado de altas cualidades estéticas.
Ha cambiado el panorama nacional y renacen potentes las virtudes de la raza, después de verterse a torrentes sangre juvenil en los campos de batalla. Millares de vidas en flor se ofrendaron en holocausto del ideal patriótico. La que parecía juventud frívola y aletargada ha sorprendido al mundo con sus gestos epopéyicos.
Ni se han agotado los manantiales de
energía y de vitalidad de la raza, ni tampoco su virilidad; pero el
límpido y generoso caudal necesita canalizarse, para que no se pierda en
las ruidereñas lagunas de la intriga y del arrivismo.
Creará la guerra la estirpe de
caballeros de que está necesitada la Nueva España, y se revalorizarán
las ejecutorias de hidalguía espiritual.
Signos distintivos de los bandos en
lucha serán, aristocracia en el pensamiento y sentimiento de los
caballeros de la Hispanidad; plebeyez moral en los peones del marxismo.
Tiene en sus manos la juventud
española la regeneración de España, a costa de renunciamientos y
sacrificios. Son los jóvenes quienes deben dar un ejemplo que no puede
esperarse de una masa social contaminada por los virus democrático y
marxista. Todavía flotan en el ambiente las inmorales corruptelas que
carcomieron la sociedad española liberaloide y nos llevaron al
alzamiento militar contra el abyecto Gobierno que la representaba.
Vivirá alerta la juventud contra los corruptores sociales infiltrados en
nuestras filas para restarle espacio vital, para pervertirla
nuevamente.
Lástima sería que la generosa sangre vertida en el altar de la Patria no fecundase el venero de virtudes raciales y que en el terreno tan costosamente regado brotasen la maleza y la cizaña. A fin de evitarlo, deben reunirse los jóvenes, formando grupos de selectos, precisamente de caballeros de la Hispanidad, tan admirados y admirables en la guerra como en la paz. No se entregue la juventud hispana a sus seculares enemigos, e incube en sus espíritus la idea de ser selectos, mediante el sacrificio de toda tendencia egoísta y sensual.
El Autor, Burgos, 22 marzo 1937.
Prólogo
Contemplamos el panorama nacional
profundamente doloridos. Cierto es que aumenta la afición al deporte;
que contendemos, incluso con alguna fortuna, en los torneos
internacionales; que los jóvenes se alistan en las filas de los
Legionarios de la Salud o instituciones similares: vislumbramos
pródromos de revigorización física de la raza. Empero trátase de fugaces
destellos, y la triste realidad es que increméntase más cada día el
cretinismo racial iniciado en las postrimerías de la dinastía austríaca,
hallándonos al borde de la desaparición de la raza a partir del último
heroico esfuerzo de la guerra napoleónica.
Parece como si se hubieran agotado los
manantiales de energía y vitalidad de la raza. Atribuyen algunos el
agotamiento a la inoculación de savias y virus exóticos, inadecuados a
la especial fisiología del conglomerado de pueblos que, luego de
innúmeros cruzamientos, ha cristalizado en un genotipo de propiedades
tan peculiares, que necesita para vivir estar sometido a temperaturas
extremas, atmosféricas o ideológicas.
Del grado degenerativo de la antaño viril raza hispánica sabemos tanto los médicos como los moralistas, sociólogos y políticos. Balmes, Menéndez y Pelayo, Nocedal, Silvela, Costa, Ganivet, Unamuno, Ortega Gasset y otros pensadores aplicaron cantáridas que apenas produjeron escozor en la paquidérmica epidermis del cuerpo racial. Quizás debieron inyectar forzadamente el reconstituyente, en lugar de limitarse al anuncio de panaceas. Acaso el alcaloide activo estuviera diluido en excesiva cantidad de excipiente. O la degradación haya llegado a tal grado que sea imposible galvanizar un cadáver.
Mientras subsistieron los hidalgos,
templo de la caballerosidad, redoma continente de esencias y virtudes
patrióticas, contaba la raza con una fuerza de reserva. Absorbidos los
restos de la pequeña nobleza por la burguesía engendrada por una
democracia aplebeyada, el instinto de adquisitividad hipertrofiábase en
perjuicio de cualidades ancestrales excelsas. El fenotipo amojamado,
anguloso, sobrio, casto, austero, transformábase en otro redondeado,
ventrudo, sensual, versátil y arrivista, hoy predominante. Tiene tan
estrecha relación la figura corporal con la psicología del individuo,
que hemos de entristecernos de la pululación de Sanchos y penuria de
Quijotes.
Sin pretensiones de originalidad, ni
alardes literarios, queremos contribuir en la medida de nuestras
modestas posibilidades a la regeneración de la raza. Abocetamos en la
presente monografía temas que adquirirán amplio desarrollo en manos
especializadas y más expertas. Contamos con la indiferencia de las
masas. Ilusiónanos la esperanza de entusiastas ignorados, futuros
apóstoles de los postulados eugenésicos conductistas, germen de la nueva
aristocracia racial, incubada al calor de supremos ideales.
La aristocracia racial brotará del pueblo ansioso de alcanzar la investidura de selecto. La regeneración de la masa necesita de la autorregeneración del individuo. El autoperfeccionamiento de muchos terminará a la larga por regenerar a la inmensa mayoría. Renuncian el sabio y el atleta a infinitos goces y placeres si quieren mantener el vigor del ingenio o del músculo. También habrá de renunciar a la sensualidad el superselecto que quiera ser tronco de noble descendencia.
Discutida y discutible la órbita de la
eugenesia, también sus fines y medios, renunciamos a la infalibilidad.
Señalamos un camino, posiblemente equivocados, mas el trato con dementes
nos ha enseñado la causa de la locura, la más triste de las
degradaciones humanas. Por eso creemos que luchando contra la locura
hacemos política racial, pues preservando al espíritu de enfermedad,
también resguardamos al cuerpo de muchas enfermedades e impedimos la
degeneración del genotipo.
Trazamos las presentes líneas mirando a nuestros hijos, a las futuras generaciones, nacidas posiblemente en un ambiente más puro que el actual, propicio al florecimiento de aquellas virtudes raciales que fueron pasmo y envidia del mundo en pasados siglos. Sembramos en terreno árido y pedregoso, cuyo mantillo desapareció arrastrado por torrentes y tempestades desatados por las bajas pasiones. Labradores minifundistas, trabajamos de sol a sol en el cultivo de nuestra parcela, sin desanimarnos la desolación del latifundio hispano. Descansaremos satisfechos en el crepúsculo de nuestra vida si el leve jardín que cultivamos ha merecido algún que otro gesto de benevolencia.
Madrid, marzo, 1936.
Programa de higiene racial
Geneticistas y conductistas
Dos tablas maravillosas, joyas del Museo
del Prado, muestra del inmortal genio de Alberto Durero, representan a
nuestros primeros padres en momentos de plácida felicidad. Contempla
extasiado Adán la espléndida hermosura de Eva, que, fascinada por la
serpiente, no corresponde en aquel momento a la admiración y embeleso de
su compañero. Resplandecen los desnudos cuerpos de armonía en las
proporciones, impecabilidad de las líneas, exuberancia de la salud. La
florida adolescencia de la magnífica pareja no merecerá tilde del más
exigente de los eugenistas; y con dificultad comprendemos que de tan
bello tronco hayan brotado frutos como los monstruos retratados por
Velázquez. Si la Naturaleza prodiga tales fenómenos al cabo de los
siglos, débese a que el bello edificio humano ha sido corroído por las
injurias del tiempo y ha sufrido intoxicaciones e infecciones que
menoscabaron su primitiva belleza y salud, surgiendo en el transcurso
del tiempo tipos deformes.
Entendía Platón por Eugenesia el cultivo de la virtud en los padres para transmitírsela a los hijos como legado en aras de noble descendencia. Desde que Galton resucitó el vocablo, se ha escrito demasiado y se ha hablado mucho más todavía de eugenesia, deformando los primitivos conceptos del filósofo griego y del sociólogo británico. Se ha desfigurado equivocadamente el primitivo concepto eugenésico galtoniano, que por sus principios concedía a la eugenesia jerarquía de ciencia social, virando, impulsada por influencias materialistas, hacia una orientación arteramente biológica o antropológica, con la cual ha conseguido reducir sus horizontes, sin alcanzar verdadera independencia científica. Partiendo del postulado positivista de que el individuo debe ser sacrificado en beneficio de la comunidad, se ha circunscrito la eugenesia a la selección de los individuos antropológicamente perfectos, cometiendo para lograrlo graves atentados contra la libertad individual, pues con tales preceptos eugenésicos retrocedemos a tiempos de ominosa esclavitud, en beneficio de una pseudocivilización cuyas conquistas no han logrado, por cierto, la felicidad del hombre moderno.
Existen actualmente dos tendencias
doctrinales que aspiran ambas en igual manera al mejoramiento de la
personalidad humana, tendencias que olvidan en sus exclusivismos que la
formación de la personalidad humana depende a la vez de la herencia y de
los factores ambientales y externos que influyen en el desarrollo.
Proclaman los conductistas que la educación y el medio ambiente son
capaces de moldear a nuestro antojo el ser humano a los fines de obtener
el biotipo que deseamos: la educación lo sería todo; la herencia, nada.
Piensan, en cambio, los geneticistas y antropólogos que la herencia
impónese al hombre, y que la salud de la especie no puede encontrarse en
otra parte que en el mejoramiento de la herencia, importando muy poco
la educación y las influencias externas.
Medio ambiente y herencia participan en la formación y desarrollo del hombre, demostrando tanto la observación como la experiencia que la contribución proporcional de los factores exógenos y endógenos varía para cada individuo, sin que en la inmensa mayoría de los casos podamos determinar su fuerza respectiva. Ejercen los genes inexorable influencia sobre el individuo y le imponen caracteres cuyo desarrollo completo depende de que se dejen desenvolver libremente las influencias ancestrales o se modifiquen mediante fuerzas ambientales. Las semejanzas en la forma corporal, estatura, rasgos fisonómicos, temperamento y personalidad de hijos de los mismos padres, educados en igual manera, son de origen ancestral, pero siempre existirán entre ellos diferencias impresas por la actuación del medio ambiente.
Bases biológicas de la eugenesia
Persigue la eugenesia geneticista la
selección de los elementos procreadores, a fin de que padres
biológicamente perfectos procreen hijos sanos y mejoren progresivamente
las razas. Trátase de una selección de los genes, basada biológicamente
en una serie de principios, que, según Mestre Medina (Joaquín Mestre
Medina, Herencia y Eugenesia, Bilbao 1935), son los siguientes:
Tendencia natural de las especies a
conservarse en el tiempo, sin perjuicio de modificarse y poder
evolucionar por efecto de la selección, transmitiéndose, a la par que
esa facultad conservadora, los caracteres nuevos grabados en el germen
de las estirpes.
Conocimiento de un «substrátum» efectivo
de los fenómenos hereditarios, localizado en los cromosomas nucleares de
las células sexuales, perfectamente estudiado con la más exquisita
experimentación y universalmente admitido.
Sistematización matemática de los hechos
ocurridos en los cruzamientos, que parte de los trabajos de Mendel y que
ha demostrado su certeza al coincidir perfectamente con los modernos
resultados de la investigación cromosómica.
Reiterado estudio estadístico de hechos de
esta naturaleza, iniciado por la escuela galtoniana, indispensable para
substituir en el hombre los métodos experimentales, donde son
imposibles.
Descubrimiento de la teoría de las
mutaciones, explicativa de los cambios que el medio opera en el
patrimonio hereditario adquirido.
Existencia de fenómenos de contraselección
en los procesos degenerativos de las razas, compensados por la reacción
antidegenerativa natural.
Los precedentes postulados, principios o
fórmulas biológicas que sirven de base a la eugenesia geneticista,
surgen de la aplicación de una serie de métodos que permiten determinar
si un carácter es hereditario o adquirido, si en caso de ser hereditario
sigue o no las leyes mendelianas, base de la moderna genética.
De la exposición de los precedentes
principios infiérese que la eugenesia se fundamenta en el conocimiento y
aplicación práctica de las leyes de transmisión de los caracteres
hereditarios y adquiridos; pero para que sea una ciencia exacta precisa
probar si en nuestra especie rigen las leyes mendelianas de la herencia.
Parece lógico que el hombre esté supeditado a idénticas leyes
hereditarias que los mamíferos, animales pequeños y plantas; pero hasta
la fecha no han podido comprobarse en la especie humana las leyes de la
herencia con la misma facilidad que en otras inferiores.
Hemos de tener presente en primer término
que en el hombre compensa la selección natural en mayor escala que en
los animales, las diferencias biológicas transmitidas por herencia y que
tienden a mejorar la raza, debido a que la inteligencia preside la
lucha por la existencia. Por otra parte, el hombre hállase sumergido en
un medio ambiente artificial y que perjudica sus condiciones de
vitalidad, por entregarse a placeres y tóxicos que degeneran sus
propiedades biológicas transmisibles por herencia.
Tiene la selección natural por sí misma la
virtud de eliminar los caracteres hereditarios desfavorables, pero no
crea favorables, sino que vigoriza los existentes. Pero la intensidad y
las directrices de la selección las condiciona siempre el medio
ambiente, que el hombre puede modificar artificiosamente. Prácticamente
es imposible seleccionar los hombres, clasificándolos en vigorosos y
sanos y enfermos e inválidos, para cruzar los primeros e impedir la
procreación de los últimos, pues en los cruzamientos entre hombres
intervienen una serie de factores que impiden la perfecta selección.
En lo que a las enfermedades respecta,
prodúcese una selección relativa, puesto que el número de descendientes
del individuo enfermo disminuye en relación a los descendientes del
individuo sano. Sabemos que los sordomudos se casan más frecuentemente
que los ciegos, pero más raramente que los normales. Los asténicos e
hipoplásicos están afectos simultáneamente de debilidad constitucional y
genésica, disminuyendo con ello las probabilidades de procreación. La
mayoría de las enfermedades mentales y nerviosas trastornan en tan alto
grado la vida social del individuo, que las posibilidades de fecundación
descienden considerablemente. La selección de los homosexuales es
automática, por ser en ellos frecuente la infecundidad. Los psicópatas
tienen menos probabilidades de procrear que los normales, a causa de sus
frecuentes reacciones antisociales, y también por suicidarse con
frecuencia. Los morfinómanos suelen tener escaso número de hijos, por
hallarse inhibido su instinto genésico, al contrario que los
alcohólicos, cuya descendencia suele ser numerosa, pero de tan escasa
vitalidad que la mortalidad infantil es terrible en las familias de
alcohólicos.
La eugenesia ha de estudiar otros factores que los biológicos, pero como en ella es fundamental el conocimiento de la herencia, abordaremos inmediatamente tan interesante asunto.
Antropología social
La antropología social (O. V. Verschaner,
loc. cit.) es una ciencia dedicada al estudio de los fenómenos
antropológicos en los grupos sociales humanos. Investiga la antropología
social si la pertenencia a determinado grupo social está ligada a la
posesión de determinadas propiedades somáticas o psíquicas y si tales
propiedades distinguen a unos grupos humanos de otros. Tales grupos
sociales pueden estar unidos por propiedades biológicas o por las
características de determinada civilización. La tendencia moderna no es
considerar la familia propiamente dicha (padres e hijos) como grupo
social, sino como unidad biológica. La unidad social está constituida,
en el caso de la familia, por los lazos familiares establecidos por las
costumbres o las leyes, o los comunes amores y necesidades. Son factores
que agrupan a los hombres en unidades sociales: la amistad, la
profesión, las ideas políticas, &c.
La pertenencia de un individuo a un grupo
social hace que sea influido, en manera permanente o pasajera, por los
restantes sujetos del grupo. La influencia mutua será tanto mayor cuanto
mayores sean las trabazones sociales entre los individuos de la unidad
social. Puede decirse en términos generales que el incremento de la
civilización y de la técnica intervienen para que el hombre se halle
pesadamente envuelto en el medio ambiente social, mientras ha perdido
influencia el medio ambiente natural.
Las condiciones de la vida natural del
hombre han experimentado una modificación radical consecuentemente a su
vida en perpetua relación social. Quizás escape a tal influencia
ambiental la vida intrauterina, pero de todas suertes está sometido el
feto indirectamente a los daños que pueda sufrir la madre y también a la
vida de ésta durante la gestación.
Durante la vida extrauterina la influencia
del medio ambiente es directa y permanente. La alimentación artificial,
los vestidos infantiles incómodos y estrechos, la falta de aire y de
luz y tantos otros factores sociales pueden perjudicar el desarrollo del
lactante, mientras pueden influir beneficiosamente sobre el organismo
la lucha contra la mortalidad infantil, la difusión de las medidas
higiénicas en el pueblo, &c. Pasada la infancia, las circunstancias
ambientales sociales son muchas veces de decisiva influencia sobre la
raza: por ejemplo, la alimentación, el vestido, la vivienda, el
ejercicio, las influencias psíquicas paternas, docentes y de otros
hombres, la clase de trabajo, los goces de la vida, la posición social,
&c.
Las influencias ambientales mencionadas
hállanse en muchos casos determinadas por mecanismos sociales, de manera
que los grupos de individuos están influidos por el medio ambiente, en
su desarrollo, con arreglo al grupo social a que pertenecen, aunque sus
propiedades hereditarias sean semejantes. Pero hemos de determinar si
las distintas propiedades antropológicas de los grupos sociales son
transmisibles por herencia, perdiendo interés para el antropólogo si
tales investigaciones resultan negativas.
Interesa especialmente a la antropología
social el conocimiento de si las resultantes de las propiedades
individuales hereditarias de un grupo social humano pueden ser influidas
u originarse, total o parcialmente, por algunas o todas las condiciones
de vida externa del grupo. El problema es de trascendencia, puesto que
intentamos conocer la medida en que los cambios del medio ambiente
pueden producir variaciones en las propiedades biológicas hereditarias,
ya que en último término implican para el hombre un cambio en el medio
ambiente cada progreso en la civilización, cada adelanto en la técnica,
cada nuevo invento que mejore sus condiciones de vida. El descubrimiento
de la electricidad, del vapor, del transporte por el aire, significan
cambios en el medio ambiente, como también el de los rayos X, o el de
las ideas filosóficas y sociales de Kant, Spengler, Marx, Stalin,
&c. El comunismo, por ejemplo, ha determinado en Rusia un cambio
radical en las condiciones del medio ambiente, que quizás haya influido
sobre las cualidades biopsíquicas de la raza eslava.
Se ha valido la antropología social
especialmente de la estadística para formular algunas conclusiones
respecto a la condicionabilidad social del hombre en relación con sus
propiedades biopsíquicas; pero son todavía mucho más importantes las
investigaciones efectuadas en gemelos univitelinos, con objeto de
averiguar la importancia que el medio ambiente social ejerce en la
modificación de las cualidades hereditarias. Pártese del hecho, tan
conocido, de que los gemelos bivitelinos suelen presentar algunas
diferencias en sus caracteres antropológicos aunque estén sometidos a
idéntico medio ambiente y se dediquen a igual clase de trabajo. Los
gemelos univitelinos apenas se diferencian uno de otro en tales
condiciones.
Se observaron durante algún tiempo dos
gemelos univitelinos, de los que uno era grabador y otro aserrador de
árboles, ocurriendo al cabo de los años que el último se hacía mucho más
robusto y aumentaba sus diámetros transversales, también la talla,
mientras que el gemelo sometido a una vida sedentaria, aumenta de peso y
alarga su cuerpo.
Pudo también estudiarse un caso sumamente
demostrativo de cuatro gemelos, una de cuyas parejas era bivitelina y
otra univitelina, ambas sometidas durante la infancia al mismo medio
ambiente. Los gemelos univitelinos apenas podían diferenciarse, mientras
que los bivitelinos, no solamente presentaban diferencias en su aspecto
somático y medidas antropológicas, sino también diferían en que uno de
ellos mostraba aficiones y aptitudes para el trabajo mental, mientras el
otro se conformaba con el trabajo manual.
Hemos de llegar a la conclusión de que las
diferencias observadas en los gemelos bivitelinos son, en parte,
debidas a la herencia, y en parte al medio ambiente, mientras que las
que se observan en los univitelinos débense exclusivamente al medio
ambiente.
Segregación
Agradezcamos al filósofo Nietzsche la
resurrección de las ideas espartanas acerca del exterminio de los
inferiores orgánicos y psíquicos, de los que llama «parásitos de la
sociedad». La civilización moderna no admite tan crueles postulados en
el orden material, pero en el moral no se arredra en llevar a la
práctica medidas incruentas que coloquen a los tarados biológicos en
condiciones que imposibiliten su reproducción y transmisión a la
progenie de las taras que los afectan.
El
medio más sencillo y fácil de segregación consiste en internar en
penales, asilos y colonias a los tarados, con separación de sexos.
Cuentan la mayoría de los países en su archivo legislativo preceptos que
mantienen a criminales, delincuentes, mendigos y vagabundos encerrados
en establecimientos y en condiciones tales que sea imposible o difícil
la paternidad. Preténdese además modificar las condiciones
psicopatológicas de los internados a beneficio de una reeducación que
eleve sus aptitudes morales y para el trabajo.
Belgas e ingleses han prestado
extraordinaria atención al problema de la separación y reeducación de
los indeseables biológicos. Clasifícanse los tarados en grupos de
imbéciles, alcohólicos, perversos, peligrosos, &c., según su edad,
sexo, antecedentes psicopatológicos y demás circunstancias que impongan
una separación y régimen especial en la vida y reeducación. Durante el
tiempo previsto sométense los internados a una vida higiénica,
reeducación cultural, moral y aprendizaje remunerado de un trabajo,
concediendo, cuando llega el caso, períodos de libertad condicional y
vigilada. La privación definitiva de libertad o el alta llegan a su
tiempo, según el comportamiento del individuo y resultados obtenidos.
A primera vista, ningún método de
segregación de los indeseables puede ofrecer ventajas que superen al
internamiento en los asilos y colonias de reeducación; pero el método
ofrece graves inconvenientes y sus resultados no han sido, por
desgracia, muy satisfactorios.
La segregación ha de limitarse: por parte
de los inferiores biológicos, a los inválidos, que necesariamente han de
ingresar en los hospitales de incurables o vivir a expensas de la
familia; por parte de los tarados psíquicos, a los delincuentes
conocidos que no hayan escapado a la acción de la policía y a los
psicópatas menores de edad e incorregibles cuyos padres busquen en el
internamiento la paz del hogar y su tranquilidad personal. Los enfermos
mentales apresurase la familia a internarlos en el manicomio en seguida
que representen un peligro o una carga.
Ni en el grupo de indeseables somáticos ni
en el de los psíquicos es completa la segregación. Un repaso de la
lista de enfermedades y defectos transmisibles por herencia (capítulo
VI) nos informa de su infinito número y variedades y de la imposibilidad
de segregación en muchos casos, donde tampoco es necesaria. Mayor
importancia tendría la segregación de los inferiores biológicos minados
por la tuberculosis, la sífilis o las intoxicaciones, que necesariamente
han de engendrar una progenie paupérrima; pero ello es imposible, por
razones sociales y económicas fáciles de vislumbrar.
La segregación del grupo numeroso de
psicópatas antisociales es la que ofrece mayores escollos. Estos
individuos inestables, vagabundos, estafadores, dipsómanos, cleptómanos,
pendencieros, paranoides, pululan en los bajos fondos sociales, llevan
una vida ajustada a sus tendencias instintivas, sin estar sometidos a
ley alguna, mirados con indiferencia, si no con complacencia, por la
sociedad, para la que son peligrosos, no obstante lo cual tolera sus
malos hábitos.
En el supuesto de que una legislación
perfecta y la suficiencia de medios económicos permitieran la
segregación de los antisociales, no son, ciertamente, muy alentadores
los resultados obtenidos en la inmensa mayoría de estos sujetos. Luego
de haber pasado algunos años en el reformatorio y de haber guardado una
conducta normal, de haberse transformado el antisocial en un sujeto
moral y trabajador, al salir del establecimiento parece como si la
energía antisocial almacenada tuviera necesidad de expansión, y vuelven,
quizás con mayor pertinacia, a sus antiguos malos hábitos y costumbres.
No puede fundamentarse la higiene racial
en la segregación de los psicópatas antisociales; en primer término,
porque puede ocurrir que la descendencia no posea las taras de las
progenitores, además de que únicamente podremos impedir la reproducción
durante el espacio de tiempo, breve o prolongado, de permanencia en el
correccional o reformatorio.
En defensa de los imbéciles
Los imbéciles o inferiores mentales están
condenados a la segregación, y más modernamente a la esterilización,
contra la que se revuelven sociólogos, economistas, filósofos,
moralistas y hasta teólogos, sin que falten denodados paladines que
defiendan los postulados eugenésicos geneticistas.
Es muy difícil decidirse por uno u otro
campo: en primer lugar, por los amplios grados de la deficiencia mental,
y en segundo lugar, por la variedad y complejidad de los factores
etiológicos de la oligofrenia congénita o adquirida en los primeros años
de la vida.
Algunos propugnan la esterilización de los
individuos que no alcancen determinado grado de inteligencia, porque el
déficit intelectual coloca en condiciones de inferioridad para la lucha
por la vida, incapacita para subvenir a las necesidades materiales de
los hijos, e inhabilita para proporcionar a la prole la necesaria
educación. Adúcese también que la oligofrenia suele ser compañera
inseparable de la miseria, del alcoholismo, de la sífilis y de toda
suerte de lacras sociales. Como además suele ser muy numerosa la
descendencia de los débiles mentales, todavía aumentan las dificultades
para criar y atender la prole.
Admitimos
que el progenitor deficiente mental está en condiciones de inferioridad
respecto de las personas inteligentes para mantener y educar a sus
hijos; pero ¿sólo prosperan en la vida los inteligentes? Creemos todo lo
contrario, pues observamos frecuentemente que las dotes éticas y la
constancia en el trabajo suplen con exceso las escasas facultades
intelectuales, logrando mucho más el oligofrénico trabajador que el
holgazán inteligente. Son muchos los que desperdician sus talentos y
aptitudes, derrochando preciosas facultades en la frivolidad y el
escándalo, mientras que mediocres afanosos logran ascender en jerarquía
social gracias a la continuidad en el esfuerzo. Tenemos el ejemplo de
nuestros «indianos», aldeanos ni muy cultos ni muy inteligentes, que han
llevado a cabo magníficos negocios en Sudamérica y hoy ocupan puestos
de decisiva influencia social.
La herencia de la debilidad mental de
grado mediano o leve está por demostrarse de un modo concluyente.
Únicamente sabemos que el promedio de buenas capacidades es mayor cuanto
más elevado el nivel social de una familia; pero ello no quiere decir
otra cosa sino que las familias que tienen medios para educar a sus
hijos con buenos maestros logran en el transcurso de las generaciones la
elevación del nivel mental familiar.
El análisis de numerosos trabajos dedicados al estudio de la herencia de la debilidad mental llévanos a la conclusión de que la transmisión hereditaria no es un hecho fatal. Cierto es que en las familias oligofrénicas abundan los inferiores mentales, los psicópatas, los delincuentes, los amorales; pero escapan a la tara hereditaria elevado porcentaje de individuos. La abundancia en tales familias de degenerados débese más bien a la influencia de variadas causas exógenas, sobre las que debe intervenir tanto la eugenesia como la higiene mental, la higiene general, la sociología y la economía.
Eugenesia positiva
Hemos visto que la eugenesia geneticista
ofrece una orientación eminentemente negativa, pues sus medidas tienen
por objeto eliminar de la paternidad al mayor número posible de
inferiores biológicos y psíquicos. Cierto es que también alienta y
propaga la reproducción de los selectos biopsíquicos, pero sucede en la
práctica que tales selectos tienen escasas aficiones a la paternidad, o
muchas mujeres selectas son estériles, y también ocurre que los hijos de
padres seleccionados resultan raquíticos o tontos.
Sabida es la importancia, que la genética
concede al estudio de los caracteres transmitidos a los gemelos
univitelinos, pues son dos individuos distintos que se han repartido por
igual la masa hereditaria, y los cromosomas presentan idénticas
cualidades. Los gemelos univitelinos poseen la misma constitución
genética, y, consecuentemente, habrían de ser idénticos en su
configuración corporal, en su fisonomía, en su temperamento, en sus
reacciones caracterológicas, además de padecer también las mismas
enfermedades endógenas.
Dos gemelos univitelinos pueden ser tan
semejantes de cuerpo que difícilmente se distinguen uno de otro. En sus
hábitos y costumbres parecen también iguales. Cuando se trata de una
enfermedad endógena –por ejemplo, locura o hipertiroidismo–, pueden
incluso padecerla en las mismas fechas y con idénticos síntomas. Pero
cada uno de ellos tendrá una personalidad diferente, será distinto el
nivel intelectual, o uno más aplicado que el otro; también las aficiones
y aptitudes profesionales marchan por camino diferente. Tales
diferencias resultan de que la personalidad psicológica individual se
superpone, adapta, configura, y termina por subyugar a la personalidad
somática. La diferencia entre dos gemelos univitelinos será tanto mayor
cuanto más grande sea el nivel intelectual de uno de ellos, pues
únicamente se parecen las inteligencias rudimentarias o mediocres.
Racionalmente suponemos que el mejor medio
de impedir la degeneración de la raza será multiplicar los selectos y
dejar que perezcan los débiles, para que no predominen en la masa de
población. Si mejoramos los inferiores, si los colocamos en condiciones
favorables de subsistencia, perjudicaremos a los selectos, cuyas ideas e
inventos serán aprovechados por los degradados y mediocres, que,
nutriéndose a expensas de la actividad vital de los fuertes, terminan
por dejarlos exhaustos.
Dice Nietzsche en una de sus obras más
vulgarizadas, en el Ocaso de los Dioses, que «la compasión hacia los
degenerados, la igualdad de los derechos de los inferiores, constituye
la mayor de las inmoralidades, pues se tiene por moral lo contrario a la
naturaleza». Inhumano el concepto, tampoco refleja exactamente los
principios de la moral, al menos de la moral cristiana, predominante en
el mundo civilizado. Los inferiores orgánicos y mentales tienen tanto
derecho a reproducirse como los selectos, encargándose la Naturaleza de
velar por estos derechos con sus numerosas excepciones a las llamadas
leyes de la herencia.
A nuestro entender, para impulsar la
regeneración de la raza, mejor que selección de los biotipos,
perfeccionamiento de los fenotipos, mediante una acción constante sobre
cada individuo para mejorarlo física y moralmente. En esta acción
consiste la eugenesia positiva, pues otra es materialmente imposible, y
más imposible todavía reglamentar la reproducción de los humanos como la
de los animales.
Parécenos que mucho más que las
condiciones antropológicas de los progenitores influyen en la
descendencia, por razones que ampliamente expondremos, las ideas morales
y culturales del pueblo. Han fracasado los intentos de mejorar
artificialmente la calidad biológica de los inferiores. No creemos que
haya sido seguido de resultados prácticos el ensayo propuesto por Lossen
de actuar mediante los rayos Roentgen sobre los elementos germinales
contenidos en las glándulas sexuales. La técnica biológica moderna ha de
tardar mucho en lograr mediante artificios que una tara hereditaria de
carácter dominante se transforme en recesiva.
Observamos, por otra parte, que un cuerpo
social entregado a la baja sensualidad de las naciones decadentes, una
sociedad preocupada exclusivamente de su mejoramiento material, una
cultura fomentadora del egoísmo, una moral subjetiva e individualista,
podrán proporcionar, en el mejor de los casos, padres capaces de
engendrar magníficos ejemplares humanos desde el punto de vista de la
salud corporal, triunfadores en las olimpíadas, hércules atléticos; pero
también creará un pueblo bárbaro y materializado, de potentes músculos y
cerebro microgiro, esclavo de su fuerza física.
Sería absurdo un programa de mejoramiento
eugenésico del pueblo fundamentado en la eliminación de los indeseables.
Hay que mejorar los más aptos para el perfeccionamiento de 1a raza, lo
cual reclama una previa selección, por otra parte no siempre fácil de
efectuar. Frente a la selección natural, dominante en los gobiernos
oligárquicos y aristocráticos, tenemos la selección artificial, que
únicamente es factible en los países de organización estatal y marxista.
La experiencia esta a favor de la selección natural, de la
aristocrática, que favorece a los superdotados, pero simultáneamente
también a los inferiores biológicos, aunque sin perjudicarlos.
Múltiples son las pruebas a favor de la selección natural. Hace muchos siglos que llamó Teofrasto la atención acerca de la diversidad de costumbres, caracteres, vicios y virtudes de los griegos, no obstante estar situada toda la Grecia bajo el mismo cielo y educados sus habitantes de la misma manera. Enseña la sagaz observación del discípulo de Aristóteles que siempre existirán atletas y enclenques, estúpidos y genios, superhombres e imbéciles, por idénticas que sean las condiciones climatológicas, la alimentación y otros factores higiénicos que influyen sobre el individuo.
Eugenesia e higiene racial
Dice el profesor Fischer, de Berlín, que antes de planear los medios y
objetivos de una política nacional eugenésica, deben sacarse
conclusiones exactas acerca de lo que sabemos de las leyes de la
herencia, han de estudiarse las condiciones demográficas del país, y
tenerse también presentes las ideas culturales que influyen, consciente e
inconscientemente, sobre el pueblo. Tienen importancia los postulados
del profesor alemán, porque si bien es cierto que los grandes progresos
efectuados en los últimos lustros por la genética nos permiten formular
un pronóstico hereditario biológico, todavía ignoramos si los hijos
heredan las propiedades psíquicas de los padres, y en virtud de qué
leyes tiene lugar tal transmisión hereditaria. Acaso tenga razón
Mussolini para decir que, por no ser igualmente inteligentes el hombre y
el caballo, también han de ser distintas las normas de su crianza,
fundamentando en esta distinción su política racial.
Los políticos nacionalsocialistas inclínanse del lado del fundador
del fascismo, estableciendo fundamental diferencia entre eugenesia e
higiene de la raza, al contrario que los políticos liberales y
marxistas, quienes pretenden se olvide la palabra higiene de la raza,
para substituirla por la anodina de eugenesia. Ha constituido honda
preocupación de los directivos de la política nacionalsocialista el
estudio de todos los problemas biológicos relacionados con el
mejoramiento de la raza, polarizándolos en un aspecto higiénico social,
con el grave inconveniente de promulgar atrevidas medidas legislativas
por mera preocupación antisemita, tal la esterilización de los tarados
neuropsíquicos, que ya ha merecido en otro párrafo nuestra atención.
Quiere el doctor Mestre Medina (loc. cit.) que el verdadero concepto
de la higiene racial sea impersonal y sin fronteras, tendente al cuidado
y mejora de las generaciones humanas presentes; no con vista a las
pasadas, sino con la esperanza puesta en las futuras, para que ni se
agoten ni empeoren sus caracteres hereditarios, y a ser posible los
perfeccionen, ideas que el autor mencionado ha tomado de Graf, quien
considera que el punto de partida de todas las tendencias de la higiene
racial no está en la distinción entre las diferentes razas humanas, sino
en la selección de los potenciales hereditarios beneficiosos, para
evitar los perjudiciales.
El autor español última y repetidamente mencionado, no cree en la
existencia de una raza. Entiende por raza la población de una nación en
un momento cronológico, producto de las más diversas mezclas de
genotipos y de nuevos cruzamientos. Pronúnciase en contra de la llamada
comúnmente política racial, que más bien parece detener la evolución
natural de las razas precisamente en aquel punto en que nuestras
conveniencias nacionales o nuestra sensibilidad lo consideran más
agradable o conveniente, pero privándose quizá de conducirla a otro
mejoramiento. Considera la selección racista como una selección de
castas, retrógrada, pues al cruzarse genes de tipos antropológicos
distintos, no se perjudicarían y hasta sobrevendrían mejoras.
Si pudiéramos separar lo corporal de lo anímico, en la unidad
cuerpo-espíritu que constituye el hombre, tendrían sobrada razón Graf y
Medina; pero a la luz de la biología contemporánea, después de los
modernos estudios de la escuela de Kretschmer, francamente
evolucionista, confírmase la unión de cuerpo y espíritu mantenida por
Aristóteles y Tomás de Aquino. Llegados a tal conclusión científica, la
política racial hemos de orientarla en el sentido de mejorar el
fenotipo, no de conservar el genotipo, y el fenotipo es regional, local;
esto es, racial. No obstante lo dicho, los principios de la política
racial son universales, aplicables a todos los pueblos y a todas las
razas, progresando eugenésicamente el pueblo que mejor aplique los
principios en que creemos radica la higiene de la raza.
Los modernos pensadores hablan de higiene de la raza en el sentido de
un perfeccionamiento de los hombres superiores pertenecientes a ella,
mientras que la eugenesia limítase a la conservación de los genes sanos
de la totalidad del pueblo. El caudal hereditario de una raza está
corroído, en la esfera somática, por las infecciones o intoxicaciones
que haya podido sufrir el plasma germinal en el curso de las
generaciones, o por las agresiones de un medio ambiente poco apropiado
para la conservación del cuerpo; en la esfera moral y afectiva, está
constituido el caudal hereditario por virtudes y vicios, bondad y
perversidad, generosidad y egoísmo. La higiene racial exaltaría las
cualidades excelsas de la raza actuando conjuntamente sobre el individuo
y sobre el medio.
Han seguido los geneticistas el equivocado camino de proponer
exclusivamente medidas negativas, restrictivas, para mejorar la especie.
En cambio, la higiene racial, por hallarse sustentada por la higiene
mental tanto como por la física, se apoya en la biología, fundamenta sus
principios en la psicología aplicada, tiende a neutralizar también las
desviaciones instintivas de la personalidad que, deformando los
sentimientos, influyen sobre las restantes esferas de la actividad
psíquica. Por eso, en la defensa de la salud psíquica del pueblo
aparecen estrechamente unidas la moral tradicional y la higiene mental,
aunque sus medios sean distintos.
Higiene mental e higiene racial
Repetidamente hemos hablado en los precedentes párrafos, de
constitución biopsíquica, de personalidad, de genotipo y fenotipo,
conceptos que, para mejor comprensión de los principios de la higiene
racial, conviene explicar brevemente.
Los términos personalidad y constitución biopsíquica son
equivalentes, sinónimos también de carácter, definiéndose personalidad
como el conjunto de disposiciones hereditarias mediante las cuales se
caracteriza la idiosincrasia individual, desarrolladas y enriquecidas a
beneficio de la experiencia. El «genotipo» equivale al soma hereditario y
comprende todas las propiedades contenidas en las gónadas que se
transmiten a la descendencia según ciertas leyes. Denominase «paratipo» a
la totalidad de los factores ambientales que actúan sobre el ser
durante el curso de su evolución vital. De la actuación del paratipo
sobre el genotipo resulta el «fenotipo», entendiéndose por tal aquello
que nos ofrece un individuo en el momento de nuestra observación.
La personalidad está incluida en el fenotipo, elemento que comprende a
la vez cualidades físicas y psíquicas heredadas y adquiridas; en el
genotipo hallamos únicamente cualidades heredadas, por ejemplo, el
orgullo y la forma de la nariz de ciertas familias; en el paratipo,
únicamente cualidades adquiridas, verbigracia, la perversión moral
consecutiva a la encefalitis epidémica.
Es importante saber, porque en ello radica la esencia de la higiene
racial, que las propiedades constitucionales de las gónadas que imprimen
su carácter al genotipo, pueden modificarse gracias a la influencia del
ambiente, modificación que es tanto más profunda cuanto más precoz y
prolongadamente se ejerce la influencia ambiental sobre las propiedades
heredadas. Claro está que la modificación debida al ambiente puede ser
favorable o desfavorable para el fenotipo, siendo la misión del
higienista de la raza procurar que la modificación resulte beneficiosa
para el individuo y sus descendientes.
Colígese de las precedentes nociones el camino que debemos seguir en
la higiene racial: seleccionar y mejorar los genotipos, e impedir que
degeneren los fenotipos, evitando o neutralizando los agentes morbosos
que puedan actuar sobre aquéllos. La eugenesia geneticista hemos visto
que se ha orientado en un trabajo de selección; consiste, por una parte,
en anular los genotipos deficientes para que no se reproduzcan, y por
otra parte, en facilitar la abundancia de los mejores para que se
prodiguen. Pero esto no es suficiente, y para que el fenotipo sea
perfecto hemos de trazar amplio programa a la higiene racial, que actúa
principalmente sobre el medio ambiente, conforme quieren los
conductistas.
La atmósfera pura, presupuesto determinado grado favorable de calor y
humedad, favorece el desarrollo de las plantas cuando sus raíces
reciben de la tierra el suficiente alimento. También el hombre se
desarrolla espléndidamente cuando la higiene crea condiciones
ambientales propicias, pero no solamente físicas, sino también morales,
pues hemos de atender al alma y al cuerpo si queremos que las tendencias
instintivas perjudiciales al desarrollo de la personalidad no anulen
otras tendencias que contribuyen a su perfeccionamiento. Para ello es
preciso que el individuo se halle continuamente sumergido en una
atmósfera sobresaturada de moralidad, a gran tensión ética, con objeto
de que sus emanaciones se incrusten en el fenotipo y se transformen en
fuerzas instintivas susceptibles de transmitirse hereditariamente.
Pretende la higiene racial obtener genotipos perfectos a fuerza de crear
fenotipos ideales.
Cuando nos enfrentamos con la higiene racial en la forma que la hemos
concebido, rozamos constantemente las prácticas de la higiene integral,
pero principalmente las de la higiene mental, pues corresponde a ésta y
a la higiene racial señalar los rumbos de la educación infantil, con el
fin de modificar las tendencias afectivas perversas del niño y
substraerle a vivencias perniciosas; inculcar al joven principios éticos
y estéticos que le aparten de la sífilis, del alcohol y del
libertinaje; dirigir la educación sexual de la juventud para evitar la
formación de complejos afectivos subconscientes, espinas psíquicas causa
de futuras neurosis; elevar el nivel cultural del pueblo y dulcificar
las relaciones sociales, como medio de paliar los conflictos internos
creados incesantemente en la lucha por la vida. Siguiendo las prácticas
de la higiene mental, influimos sobre el porvenir de la raza, puesto que
pretendemos una educación del pueblo en principios de severa moral,
cultivamos sentimientos altruistas y mantenemos un ambiente espiritual
que permite, conforme al principio platoniano, transmitir a los hijos
los altos valores espirituales de los padres y obtener noble
descendencia.
Concepto de la raza
Los intelectuales materialistas se han revuelto contra el concepto,
netamente genérico, de la raza, que quieren aplicar en un sentido
estrictamente biológico. Todavía existen algunos pueblos, indios,
negros, judíos, japoneses, que, gracias a un aislamiento endogámico,
conservan relativa pureza. La mayoría de los pueblos hállanse
constituidos por el cruzamiento de genotipos diferentes y numerosos, no
pudiendo hablarse en ellos de raza, si concedemos al concepto una
aplicación exclusivamente zoológica.
Cuando Oswald Spengler habla de raza, no lo hace en el sentido que hoy está de moda entre los semitas de Europa y América, esto es, en un sentido darwinista-materialista. Dice el mencionado filósofo que la pureza de raza es un término grotesco, ante el hecho de que hace milenios que se han mezclado todas las especies y estirpes, habiendo acogido gustosas al extranjero, precisamente las estirpes guerreras, las más ricas y sanas en su porvenir. Lo que importa no es la raza pura, sino la raza fuerte que un pueblo integra. La mujer de raza no quiere ser «compañera» o «amante», sino «madre», y madre de muchos hijos. La mera reflexión sobre el número de hijos deseado o temido delata la extinción del instinto de perduración de la raza. El hombre quiere tener hijos esforzados que continúen y acrecienten en el futuro, más allá de su propia muerte, su nombre y sus hechos, lo mismo que él se siente heredero del renombre y de la obra de sus mayores.
Creemos, con Spengler, que lo que importa es la raza fuerte que
integra el pueblo o nación. Raza fuerte en cuerpo y en espíritu, como
tantas veces hemos repetido. Al hablar nosotros de raza, nos referimos a
la raza hispana, al genotipo ibérico, que en el momento cronológico
presente ha experimentado las más variadas mezclas a causa del contacto y
relación con otros pueblos. Desde nuestro punto de vista racista, nos
interesan más los valores espirituales de la raza, que nos permitieron
civilizar tierras inmensas e influir intelectualmente sobre el mundo. De
aquí que nuestro concepto de la raza se confunda casi con el de la
«hispanidad».
No podemos los españoles hablar de pureza del genotipo racial, menos
quizás que otros pueblos, pues las repetidas invasiones que ha
experimentado la península han dejado sedimento de variadísimos
genotipos. Mezclados los antiguos iberos con griegos y latinos, han
sufrido las invasiones africanas, las infiltraciones judía, germana,
gala e incluso nórdica, de manera que más que de una raza trátase de un
pueblo sometido a muchas influencias civilizadoras y cruces de
genotipos.
En la raza ibérica no existe unidad en el biotipo, y así el vasco nos ofrece una figura corporal, un temperamento y un carácter que le hacen muy distinto del andaluz, del catalán, del gallego y del castellano. Pero la raza ha rebasado los límites territoriales y ha poblado o repoblado muchas naciones americanas, infundiéndoles no solamente caracteres biológicos, sino ideas, hábitos, idioma, religión y cultura, de manera que el argentino, el peruano, el chileno, el mejicano, ofrecen tales semejanzas con el castellano, por ejemplo, que podemos hablar de unidad racial. Empero repetimos que no hemos de dar importancia ni al ángulo facial ni al color de la piel, porque lo que llamamos raza no está constituido exclusivamente por las características biológicas que pueden transmitirse al través del plasma germinal, sino por aquellas que son luz del espíritu, como el pensamiento y el idioma.
Depurada la civilización ibérica primeramente en el crisol
hispano-romano-visigótico, pulimentada por la influencia arábiga,
alcanza el máximo esplendor en el Siglo de Oro, para declinar, a partir
de entonces, en triste decadencia. A pesar de la decadencia política
internacional y de la merma del poderío guerrero, el pensamiento español
subsiste vigoroso y mantienen los pensadores españoles su prestigio
hasta mediado el siglo XVIII. Todavía iluminan el mundo chispazos del
ingenio hispano después de los grandes desastres que nublaron los
postreros años del rey inmortalizado por Velázquez y el reinado de su
cretino vástago. Consúmase la decadencia con la guerra de sucesión,
comenzando con la dinastía borbónica una invasión de aventureros,
cortesanos y lacayos franceses, irlandeses y saboyanos, carcoma de
España, culpables de la ruina de la filosofía hispana, baluarte de la
raza.
La política racial tiene que actuar en nuestra nación sobre un pueblo
de acarreo, aplebeyado cada vez más en las características de su
personalidad psicológica, por haber sufrido la nefasta influencia de un
círculo filosófico de sectarios, de los krausistas, que se han empeñado
en borrar todo rastro de las gloriosas tradiciones españolas. Somos en
la actualidad, tanto desde el punto de vista biológico como psicológico,
un pueblo inculto, arrivista, materializado. Podríamos remozarnos con
el recuerdo de glorias pasadas, pero hasta de esto se quiere
despojarnos, y una prensa a sueldo del marxismo internacional se ha
dedicado, con finalidades políticas, a derribar los ídolos de nuestra
historia. El hecho de substituirse en un grupo escolar el nombre de Lope
de Vega por el de un obscuro maestro argentino, revela claramente lo
que puede esperarse de nuestra «raza».
Necesitamos emprender denodada lucha higiénica contra los gérmenes
morbosos que carcomen la raza hispana para conducirla a la más abyecta
de las degeneraciones. No se trata de volver a los valores humanos del
siglo XV o XVI pura y simplemente. Trátase de reincorporados al
pensamiento, hábitos y conducta del pueblo, a los fines de sanear
moralmente el medio ambiente, de manera que se refuerce psicológicamente
el fenotipo para que no degenere el genotipo. La política racial
comprende en sus medios todo lo que enseña la biología y la higiene,
pero atiende como supremo fin a la civilización dimanada de la formación
filosófica, traducida siempre en sana moral del pueblo.
Se ha propuesto la segregación de los inferiores biológicos y
psíquicos, y se abren las puertas de la cárcel para que influyan en la
vida pública una serie de psicópatas antisociales y amorales. Se aísla a
las gentes afectas de enfermedades infecciosas y no a quienes
contaminan el cuerpo social con ideas disolventes que conducen a la
corrupción, la criminalidad y la locura. De esta suerte es imposible una
raza sana de cuerpo y de espíritu, impregnada del espíritu de la
hispanidad.
Concepto de la Hispanidad
Hemos llegado los españoles a un punto de nuestro desenvolvimiento
histórico sumamente delicado para el porvenir de la raza; pues o nos
dejamos arrastrar por las corrientes positivistas y materialistas que
dominan en la mayor parte del mundo, o, con los pueblos italiano y
alemán, volvemos a la demanda de nuestros valores espirituales y
raciales, que nos permitieron civilizar tierras inmensas, todavía,
ligadas a la Madre España, después de un siglo de independencia, por los
lazos de una civilización común.
Un patriota español residente en la Argentina, don Zacarías de
Vizcarra, propuso hace pocos años que el titulado Día de la Raza se
denominase en lo sucesivo Día de la Hispanidad. El concepto Hispanidad
comprende y caracteriza a la totalidad de los pueblos hispanos. Un
ilustre pensador, don Ramiro de Maeztu, recogió la idea del sacerdote
argentino, erigiéndose en paladín de la Hispanidad. Del libro Defensa de
la Hispanidad (Editorial Fax, Madrid 1934) recogemos las siguientes
ideas:
Desde que España dejó de creer en sí, en su misión histórica, no ha
dado al mundo de las ideas generales más pensamientos valederos que los
que han tendido a hacerla recuperar su propio ser. No hay un liberal
español que haya enriquecido la literatura del liberalismo con una idea
cuyo valor reconozcan los extranjeros, ni un socialista la del
socialismo, ni un anarquista la del anarquismo, ni un revolucionario la
de la revolución.
Lo que nos hace falta es desarrollar, adaptar y aplicar los
principios morales de nuestros teólogos juristas a las mudanzas de los
tiempos. El ímpetu sagrado de que se han de nutrir los pueblos que ya
tienen valor universal, es su corriente histórica. La corriente
histórica nos hacía tender la Cruz al mundo entero.
Hizo brillar el Padre Vitoria con su doctrina de la gracia la
esperanza de la salvación en todos los mortales. Con ello se salvó en el
hombre la creencia en la eficacia de su voluntad y de sus méritos, idea
que inspiró la legislación de las tierras americanas descubiertas. De
la posibilidad de salvación se deduce la de progreso y
perfeccionamiento, no solamente ético, sino también político. Es
comprometerse a no estorbar el mejoramiento de sus condiciones de vida y
aun a favorecerlo todo lo posible.
El ideal hispano está en pie. Lejos de ser agua pasada, no se
superará mientras quede un solo hombre en el mundo que se sienta
imperfecto. Cuando volvemos los ojos a la actualidad, nos encontramos,
en primer término, con que todos los pueblos que fueron españoles están
continuando la obra de España. Si ha de evitarse la colisión de Oriente y
Occidente, existe una necesidad urgente de que se resucite y extienda
por todo el haz de la tierra aquel espíritu español que consideraba a
todos los hombres como hermanos, aunque distinguía los hermanos mayores
de los menores.
Hace doscientos años que el alma se nos va en querer ser lo que no
somos, en vez de querer ser nosotros mismos, pero con todo el poder
asequible. Estos doscientos años son los de la Revolución.
El hombre inferior admira y sigue al superior, cuando no está
maleado, para que le dirija y proteja. El hidalgo de nuestros siglos XVI
y XVII recibía en su niñez, adolescencia y juventud una educación tan
dura, disciplinada y espinosa, que el pueblo reconocía de buena gana su
superioridad. Todavía en tiempos de Felipe IV y Carlos II sabía manejar
con igual elegancia las armas y el latín. Hubo una época en que parecía
que todos los hidalgos de España eran al mismo tiempo poetas y soldados.
Pero cuando la crianza de los ricos se hizo cómoda y suave, y al
espíritu de servicio sucedió el de privilegio, que convirtió la
Monarquía Católica en territorial, y a los caballeros cristianos en
señores, primero, y en señoritos luego, no es extraño que el pueblo
perdiera a sus patricios el debido respeto. En el cambio de ideales
había ya un abandono del espíritu a la sensualidad y a la naturaleza;
pero lo más grave era la extranjerización, la voluntad de ser lo que no
éramos, porque querer ser otros es ya querer no ser, lo que explica, en
medio de los anhelos económicos, el íntimo abandono moral, que se
expresa en ese nihilismo de tangos rijosos y resignación animal, que es
ahora la música popular española.
La historia, la prudencia y el patriotismo han dado vida al
tradicionalismo español, que ha batallado estos dos siglos como ha
podido, casi siempre con razón, a veces con heroísmo insuperable, pero
generalmente con la convicción intranquila de su aislamiento, porque
sentía que el mundo le era hostil y contrario al movimiento universal de
las ideas.
El mundo ha dado otra vuelta, y ahora está con nosotros, porque sus
mejores espíritus buscan en todas partes principios análogos o idénticos
a los que mantuvimos en nuestros grandes siglos. Y es que han fracasado
el humanismo pagano y el naturalismo de los últimos tiempos. El sentido
de la cultura en los pueblos modernos coincide con la corriente
histórica de España. Hay que salir de esta suicida negación de nosotros
mismos con que hemos reducido a la trivialidad a un pueblo que vivió
durante más de dos siglos en la justificada persuasión de ser la nueva
Roma y el Israel cristiano.
El espíritu de la Hispanidad fortalecerá los débiles, levantará los
caídos, facilitará a todos los hombres los medios de progresar y
mejorarse, que es confirmar con obras la fe católica y universalista.
Esencia de la raza
La esencia de la raza radica en el patriotismo. No puede existir Raza
mientras no haya Patria: habrá «población», pueblo, conjunto de
habitantes de un territorio, sin características psicológicas propias
que eleven y extiendan su pensamiento, y con ello su influencia, por
todo el universo.
El patriotismo es un concepto muy complejo, y cada cual lo entiende a
su manera. Comprende el patriotismo el territorio, la raza, los valores
culturales, tales como las letras, las tradiciones, las hazañas
históricas, la religión, las costumbres, etc… El concepto que tienen el
intelectual, el político y el aldeano de la patria es enteramente
distinto, apreciando unos el territorio, otros la raza, otros la cultura
y los elementos espirituales.
El hombre normal ama el territorio nacional porque es el que le ha
nutrido; quiere a las gentes de su raza porque son pedazos de su tierra y
porque las entiende mejor que a las de otros países; aprecia más los
valores culturales patrios porque los encuentra más compenetrados con su
tierra, su gente y su alma. Hoy puede decirse que en España ha
desaparecido aquel patriotismo instintivo que ya trató Cánovas de
despertar con su desesperada fórmula: «Con la Patria se está con razón o
sin ella, como se está con el padre y con la madre.»
Ha sido el espíritu patriótico el que ha levantado a los pueblos
caídos en la miseria y en la desgracia después de la catástrofe de la
Gran Guerra. Las razas que han sabido encontrarse a sí mismas, las
naciones que han mirado a su historia, los pueblos que han luchado por
la recuperación de sus valores espirituales y resucitado las antiguas
tradiciones, éstos, cual fénix, han renacido de sus cenizas y han podido
enfrentarse con el mundo entero para mantener su personalidad racial.
Mantiene el patriotismo el espíritu racial. El espíritu racial es
aquella parte del espíritu universal que nos es asimilable, por haber
sido creación de nuestros padres en nuestra tierra, patrimonio que nos
han legado para que lo incrementemos y enriquezcamos, no para destruirlo
y malbaratarlo. La raza es espíritu, España es espíritu, la Hispanidad
es espíritu. Perecerán las razas, las naciones y los pueblos que por
extranjerizarse no sepan conservar su espíritu.
El espíritu racista siempre ha estado latente en España, como lo
pregonan los expedientes de limpieza de sangre necesarios en pasados
siglos para habilitarse para los cargos públicos y pertenecer a las
corporaciones gremiales. Cierto es que la limpieza de sangre se refería
más bien al origen judío o morisco, pero era esto con objeto de asegurar
la pureza de la fe. El extranjero que se asimilaba el espíritu de la
hispanidad y la cultura hispana transformábase en exaltado patriota e
hispanófilo, incorporándose gustoso a nuestra raza.
Llama la atención Maeztu (loc. cit.) acerca de que siempre se han
manifestado contrarios a las supremacías raciales aquellos españoles no
creyentes. Una parte de ellos son resentidos, hostiles a nuestra
verdadera civilización, porque sus instintos les impulsan a combatir a
sangre y fuego todo aquello que sea selecto, a causa de que su plebeyez
espiritual impídeles formar en las filas de la aristocracia cultural.
Otros son pedantes infatuados, sectarios de escuelas filosóficas
extranjeras, astígmatas intelectuales que divisan deformado el campo
visual del pensamiento universal. Para éstos carece de valor la raza
hispana; les interesa tan sólo que sea fuerte la especie.
Es patriota quien quiere para su país la prosperidad, el respeto de
sus derechos y su verdadero lugar en el concierto mundial. El
patriotismo territorial es peligroso, porque hace olvidar que la vida de
los pueblos debe ajustarse a los principios generales del derecho y de
la moral. Si una nación roba y mata a otra por engrandecerse, somete a
su albedrío la moral universal, es innoble en su conducta, y su
pensamiento no adquirirá universalidad.
La raza es cuerpo y espíritu, y la política racial verdadera consiste
en vigorizar física y moralmente al pueblo, para que fructifique su
propio pensamiento tradicional, que por haber nacido de las
circunstancias ambientales constituye la raigambre histórica de su
existencia.
Regeneración de la raza
Sabemos que los caracteres hereditarios no se reciben exclusivamente
de los padres, sino que en la masa hereditaria individual intervienen
todos los ascendientes. De aquí que el saneamiento y regeneración
eugenésico de un pueblo o raza requiera que se actúe sobre la
«totalidad» de los individuos que le constituyen, y no limitarse a la
selección de padres aislados, pues las apariencias engañan
frecuentemente en biología, y la pureza de sangre –en sentido biológico–
es mucho más difícil de averiguar que la limpieza de sangre que se
exige para el ingreso en las Ordenes Militares aristocráticas.
La regeneración de una raza impone una política que neutralice el
daño que puede venirle al plasma germinal de los agentes patógenos,
tanto físicos como psíquicos, materiales como morales. Coincidimos con
los nacionalsocialistas en que cada raza tiene un significado cultural
particular, y unas características biopsíquicas que deben exaltarse en
sus facetas excelsas. Los españoles no tememos ni hemos temido enlaces
bastardos; nos hemos cruzado despreocupadamente con las más diversas
razas, sin perder nuestra individualidad, antes afirmándola, mientras
hemos conservado la esencia de la hispanidad que alimentaba nuestra
personalidad psicológica.
Lejos de nuestro ánimo propugnar una política racial enfocada en el
sentido endogámico de las sociedades primitivas. Nunca nos
pronunciaremos en contra de la mezcla de las castas superiores e
inferiores de nuestra raza. Pero abogaremos por una supercasta hispana,
étnicamente mejorada, robusta moralmente, vigorosa en su espíritu. Para
ello hemos de estimular la fecundidad de los selectos, pues en biología
la cantidad no se opone a la calidad.
Dícese que las razas peligran por el incremento en la reproducción de
los tarados y enfermos, e incluso afirma Grote que el médico no puede
ser higienista de la raza, pues al luchar en favor de la salud de
enfermos y degenerados, conserva la vida a individuos inaptos para
engendrar hijos robustos. Ya hemos dicho todo lo que teníamos que decir
acerca de la falibilidad de las leyes de la herencia y de los procesos
de degeneración y regeneración; también hemos combatido los métodos
propuestos por la eugenesia geneticista, habiendo de insistir todavía
sobre algunos puntos capitales.
No es cierto en absoluto que la degeneración de una raza sobrevenga
por contraselección, por ser menor la fecundidad da los individuos
normales y vigorosos que la de los deficientes físicos y mentales. Hay
una multitud de factores que influyen en la degeneración de la raza, por
lo cual creemos que la regeneración de la raza estriba en el aumento de
la natalidad, con objeto de que todas las clases sociales se
reproduzcan proporcionalmente, a fin de que se mantenga el equilibrio en
la transmisión de los valores raciales.
Compréndese que si es necesaria tal proporcionalidad en la
reproducción, impónese urgentemente y en primer término una radical
reforma social comprensiva de la totalidad de los factores físicos,
culturales y morales, que mejore las condiciones ambientales en que se
reproducen los individuos inferiormente dotados. Ha de abonarse el
terreno con abonos de la mejor calidad, para que las generaciones
futuras reciban rica savia, robustecedora principalmente de las
cualidades de los inferiores. Únicamente así podremos despojar a los
genes dañados de sus taras. Con suprimirlos nada adelantaremos, puesto
que persisten las condiciones nocivas del medio ambiente que actúan
sobre ellos perniciosamente.
Enemigos de la segregación y supresión de los tarados y enfermos,
partidarios de mejorar sus condiciones de vitalidad, no por eso creemos
que la higiene racial deba impulsar denodadamente la procreación de los
inferiores. Pero tampoco hemos de limitarnos a estimular la fecundidad
de los selectos. Nuestro programa tiende a despertar en los individuos
de todas las clases sociales un deseo de ascender a las jerarquías
selectas, aristocráticas de cuerpo y espíritu, ambicioso programa que
reclama la colaboración de sociólogos, economistas y políticos. Nos
referimos a los políticos de doctrina, no a los políticos de partido,
porque éstos ejercen una influencia funesta y demoledora sobre la raza.
La regeneración de la raza ha de sustentarse necesariamente en la
regeneración de la institución familiar, porque la familia constituida
con arreglo a los tradicionales principios de la moral cristiana
representa un vivero de virtudes sociales, una coraza contra la
corrupción del medio ambiente, un depósito sagrado de las tradiciones.
Si buscamos la exaltación de los valores espirituales del pueblo,
necesitamos de incubadora y de estufa que los haga germinar y florecer,
aun en contra de condiciones atmosféricas desfavorables. La familia
viene a ser una especie de célula en el cuerpo social que forma la raza.
El vigor y la salud de muchas células defiende al cuerpo de las
infecciones e intoxicaciones, además de prestarle vitalidad. Muchas
familias sanas y prestigiosas terminan por vigorizar una raza decadente.
Cultura y religión son consubstanciales con la familia cristiana, de
la que irradia hacia el ambiente una influencia depuradora moral que
consolida y mantiene los valores raciales. Las civilizaciones griega y
romana han subsistido veinte siglos gracias a la depuración efectuada
por el Cristianismo. El pueblo árabe, heredero también de la
civilización griega, sufrió al cabo de pocos siglos un colapso
degenerativo del que no ha logrado levantarse. Reflexionemos unos
instantes sobre las bases de la institución familiar tal como la
comprende el Catolicismo, y nos convenceremos del sólido apoyo que
encuentra en ella la regeneración de la raza.
Las familias no pueden ser selectas si los individuos que las forman
abandonan el autoperfeccionamiento de sus condiciones innatas de elevada
jerarquía biopsíquica. El potencial energético racial almacenado en
cada individuo necesita desarrollarse, para que no se extingan la
familia y la raza.
Autoperfeccionamiento de los preselectos
La raza que no quiere estar subyugada por los inferiores y débiles de
cuerpo y de espíritu debe engrandecer los biotipos de buena calidad
hasta lograr que predominen en la masa total de la población. Una raza
debe reproducir sus mejores elementos, no aniquilarlos, no asfixiarlos.
Ha de escoger los individuos de elevado potencial biopsíquico y
colocarlos en las mejoras condiciones posibles de desarrollo. Política
contraria a la democrática, que ha nivelado las clases sociales, en
beneficio de los inferiores, en perjuicio de los selectos, para
proporcionar medios de vida a la multitud de mediocres.
Precisa un automejoramiento de los selectos en potencia. Es necesario
que cada uno de nosotros modifiquemos nuestro modo de existencia,
imponiéndonos una disciplina mental, una austeridad, una moral y una
actividad altruista que nos haga dueños de nosotros mismos. Puesta la
mira en los elevados ideales de la hispanidad, autoperfeccionándonos
individualmente, llegaremos, por simpatía afectiva, a constituir grupos
sociales de idénticas tendencias, donde fermenten los deseos de
automejoramiento del «yo ideal» que todos nos hemos forjado.
Siempre que sintonizamos afectivamente con un tercero, tratamos de
imitarle en todo o en parte: fenómeno, elemento o proceso psíquico que
los psicoanalistas denominan identificación. El proceso de
identificación representa las primicias de las relaciones del niño con
sus familiares, pero se renueva en épocas ulteriores de la vida, cuando
advertimos comunidad de deseos e intereses en otras personas. Siempre
deseamos identificarnos con la persona a quien veneramos y que nos
entusiasma, debido a que tal persona es el «yo ideal» a que todos
aspiramos. Imitemos a los superselectos de la raza, a los personajes
egregios de la ciencia, de las letras y de las armas que nos han legado
el espíritu racial hispano. Nunca más identificarnos con toreros,
boxeadores o caudillos políticos, astros refulgentes de un día, pronto
sumidos en la sombra de la nada.
No es indiferente que el niño se identifique con el Gran Capitán o
con Charlot, que se entusiasme con el detective o con el bandido, con
Don Juan Tenorio o con Iñigo de Loyola. Infinitos los ejemplos de
grandes hombres influidos en su niñez por determinados héroes de la
antigüedad. Acaso las glorias de Napoleón engendráronse en su esfuerzo
por imitar las virtudes y los pensamientos aprendidos en las páginas de
Plutarco. Don Quijote hizo muchas locuras, pero aprendió caballerosidad
en los libros de caballería.
Divulguemos en el pueblo, en la masa juvenil principalmente, vidas
heroicas que puedan ser otros modelos de «yo ideal». Imite la juventud a
los selectos y superdotados, no a los ídolos de la plebe. Es la única
manera de dotar a la raza de una aristocracia espiritual que favorezca
el desenvolvimiento y desarrollo de las potencialidades raciales de
superior categoría.
Propone Carrel un eugenismo voluntario, haciendo comprender a los
jóvenes los peligros a que se exponen matrimoniando con personas en
cuyas familias existan antecedentes de cáncer, tuberculosis, &c.
Igualmente que los jóvenes saben escoger muchachas con dote y sacrifican
frecuentemente el amor a los intereses materiales, o se enamoran
solamente de ricas herederas, deben pretender muchachas con todas las
garantías exigidas por la eugenesia. El problema ofrecería muchas menos
dificultades si interviniera el médico de familia como consejero, pues
el consejo desinteresado del médico puede evitar muchas uniones que,
desde el punto de vista biológico, han de presumirse desgraciadas.
Conformes con la proposición del sabio francés, creemos que el
eugenismo voluntario debe comenzar por el mismo individuo, adiestrado
desde pequeño a someterse a las reglas de la higiene, además de
imponerse severa disciplina moral, para sustraerse a la influencia de un
medio ambiente deletéreo. La disciplina constituye el más fuerte
baluarte contra el contagio psíquico, por representar un elemento
imponderable de educación de la voluntad.
Somos partidarios de una disciplina social muy severa, divisando en
ella la salvación de la raza, por imponer a la masa las ideas de los
dirigentes responsables. La disciplina educa a las masas, por inculcar
el respeto a la jerarquía, que es el respeto a sí mismo. Pero, además,
contribuye al autoperfeccionamiento de los preselectos, por recibir y
dar ejemplo de subordinación.
Muchos son los métodos pedagógicos de formación del carácter y de
educación de la voluntad. Puede seguirse cualquiera de ellos, pues todos
son buenos, con tal de que desenvuelvan la inteligencia, el sentido
moral y la virilidad. El individuo aislado lucha con dificultad contra
un medio ambiente materializado y corrompido; necesita asociarse en
pequeños grupos con otras personas que pretendan igualmente el
automejoramiento eugenésico. Diez selectos fundaron la Compañía da
Jesús, cuya acción se irradia a todo el mundo y que tanto participó en
la civilización de los pueblos descubiertos a partir del siglo XVI.
Las Ordenes de Caballería, las Ordenes monásticas y otras
instituciones medioevales, nacidas en tiempos de lucha contra la
barbarie, eran rigurosas en las pruebas exigidas a los aspirantes y en
la conducta observada por sus miembros. Al relajarse los austeros
principios fundamentales, también cayeron tales instituciones en franca
decadencia. Quienes hayan alcanzado aisladamente cierto grado de
autoperfeccionamiento deben agruparse, al objeto de que el mutuo ejemplo
corrija las flaquezas y desfallecimientos.
La nación que quiera velar por el porvenir de su raza, debe crear una
aristocracia eugenésica, no constituida exclusivamente por atletas,
sino por selectos autoperfeccionados y ansiosos de superarse, tanto en
la esfera corporal como en la espiritual y moral. Ha de estimularse por
todos los medios posibles el desarrollo de las potencialidades de
elevada cualidad que se descubran en jóvenes y niños, en lugar de
permitir que se derrochen y esfumen en el libertinaje. Ello no quiere
decir que hayamos de proletarizar la cultura.
Proletarización de la cultura
Más de una vez nos hemos pronunciado contra la tendencia de aplebeyar
las profesiones liberales proletarizando la cultura. Ya hemos dicho en
otra ocasión que la ejecutoria de hidalgo puede no ser necesaria para
obtener el título de licenciado en Medicina; pero que la caballerosidad
es condición ineludible para convivir profesionalmente. Hemos protestado
contra las facilidades para lograr títulos universitarios. Ambiciones
comprensibles han apartado a muchos jóvenes del oficio de sus padres
para convertirlos en pseudoseñoritos titulados, en ejercitantes de una
profesión para la que carecen de aptitudes genotípicas.
Las profesiones liberales ejercen mágica atracción sobre el hijo del
artesano, del labrador y del menestral. Se ha roto la secular tradición
de que el hijo siga el oficio del padre, seguramente su mejor maestro.
Nada se opone a que el descendiente del portero luzca la toga del
letrado o la muceta del doctor, si la ha ganado en buena lid. Pero
alternar las glorias del foro o de la clínica con el mostrador del
padre, mercantiliza las profesiones. El genotipo contiene incrustadas
tendencias difícilmente eliminables en la primera generación.
En España carecemos de buenos artífices desde que los hijos del
obrero prefieren la oficina al taller, y cambian la blusa por la
americana. Han equivocado el camino en la inmensa mayoría de los casos,
pues no llegan a vivir tan desahogadamente como sus padres. Con
perjuicio del arte y de la industria española. Desaparecieren nuestros
maravillosos artesanos, tejedores de seda, repujadores de cuero,
tallistas de madera, cinceladores de metales, irisadores de azulejos que
todavía asombran al mundo con sus obras anónimas. Y somos tributarios
del arte y de la industria extranjeros, a cambio de tener abogados
cobradores del tranvía y médicos guardias de asalto.
No tratamos de adscribir la cultura a determinada clase social, ni de
impedir que las clases humildes tengan acceso a las profesiones
liberales. Combatimos el aplebeyamiento y proletarización de la cultura
mediante el método marxista de titular mediocres, empujando a quien
carece de aptitudes por el camino de las clases intelectuales.
Los intelectuales han de ser siempre la aristocracia de la raza. Nivelar la cultura general del pueblo, constituye una quimérica ilusión: siempre habrá superdotados e imbéciles. El hombre estúpido, holgazán, inconstante, inatento, voluble, caprichoso o amoral no tiene derecho a recibir una educación cultural superior, porque la desperdiciará. Los mediocres y los inferiores intelectuales tienen perfectamente definido su puesto social, en el que pueden prosperar y engrandecerse, pero nunca entre las clases intelectuales.
La «standardización» cultural de los humanos mediante los métodos
democráticos de educación termina por degenerar las razas. Es imposible
formar los inferiores por los mismos métodos que los superdotados. La
proletarización de la cultura hace que las universidades se conviertan
en escuelas de artes y oficios. Nadie se dedicará a las ciencias
especulativas, prefiriéndose las de aplicación práctica.
Afortunadamente, encierra la cultura imponente fuerza selectiva y es
la creadora de las castas raciales aristocráticas. Dentro de las esferas
culturales márcanse espontáneamente las jerarquías. Teólogos,
filósofos, matemáticos, juristas, biólogos, etcétera, forman en el
cuerpo social una especie de castas que viven cada una en su islote, sin
apenas mantener relaciones ambientales. Sus ideas e inventos son
recogidos por castas intelectuales inferiores, que los aplican a las
necesidades de la vida práctica. Inteligencias todavía más inferiores
han de contentarse con el trabajo manual.
No obstante la natural tendencia selectiva de las castas
intelectuales, necesita una raza que el nivel cultural general sea
elevado, en primer término para comprender el lenguaje de los selectos.
Además, la cultura adquirida influye sobre el genotipo a la larga, y por
eso en algunas aldeas todos son listos y en otras todos torpes. Vía
libre para la cultura de todas las clases sociales. Restricciones
–recuérdense los principios de la psicotecnia y selección profesional–
para que los deficientemente dotados no se introduzcan subrepticiamente
donde no son aprovechables.
Importa mucho al porvenir de la raza que el granjero, el artesano, el
menestral, el artífice eleven su cultura, para que no se proletaricen y
desciendan al analfabetismo del jornalero. También el jornalero debe
recibir la suficiente instrucción para que aspire por su propio
esfuerzo, constancia en el trabajo e inteligencia a llegar al grado de
pequeño propietario o maestro en el oficio que ejerce. Empero cuando
estas clases anhelan ascender a las intelectuales, entonces, como
forzosamente han de quedar en los grados inferiores a la
intelectualidad, por su masa tratarán de absorber a los mejor dotados,
llevarán la lucha de clases a las profesiones liberales y las
degenerarán proletarizándolas. Algunos pastores han llegado a poetas y
pintores, pero su producción ha sido mediocre en la inmensa mayoría de
los casos.
Más perjudicial todavía para la raza, proletarizar al profesor, al
sacerdote, al maestro, al investigador, etc…. Tratase de una clase que
en la vida social moderna debe considerarse aristocrática, para la que
debemos vindicar el respeto y la estimación, retribuyendo dignamente su
trabajo. Convertir a los intelectuales en proletarios, no solamente
constituiría una vergüenza eterna para la civilización científica, sino
que aniquilaría la savia más rica de la raza. Al superdotado hay que
formarlo con especial cuidado, a fin de que se desarrollen en grado
óptimo sus aptitudes. Las clases intelectuales han de constituir en el
cuerpo social una minoría selecta, sin que por eso absorba a todas las
demás fuerzas vivas de la raza.
La proletarización de la cultura extingue la inteligencia y el
sentido moral de las masas, destruye la belleza y el refinamiento,
aplebeya las ideas, fomenta insensatas ambiciones, desplaza a muchos
biotipos del lugar social que les corresponde por sus aptitudes y
degrada, al fin, la raza.
El doctor Antonio Vallejo Nágera (1888-1960)
El coronel Antonio Vallejo Nájera era
el jefe de los Sevicios Psiquiátricos Militares de Franco. Nacido en
Nava, Palencia, en 1889, ha estudiadió Medicina en Valladolid e ingresó
en la carrera militar. Intervino en la Guerra de África y fue agregado
en la Embajada de España en Berlín. Posteriormente fue director del
sanatorio madrileño de Ciempozuelos. Él
dotó de base científica a la teoría política franquista, ya que afirmó y
constató que el “marxismo” era una enfermedad, prácticamente,
incurable. El 23 de agosto de 1938, el Caudillo autorizó la creación del
Gabinete de Investigaciones Psicológicas, cuya finalidad era investigar
las raíces biopsíquicas del marxismo.
(Source: princessewisigothe.wordpress.com, ricardodepereablog.wordpress.com)
ya mismo te denuncio el blogsucho maldita basura blanca conspiranoica y patridiota hijo de puta! me limpio el culo con tu patria con tu raza y con la ramera cerda perra zorra y doble prostituta de tu madre escoria! a volar por los aires como carrero blanco hijo de puta! puta españa de mierda! ni razas ni patrias ni estado ni mercado ni dios ni amo!
ResponderBorrarlas razas humanas no existen bestia de mierda! a leer burro!
y mas "guarro" sera el culo de la prostituta de tu madre cerdo!
https://www.google.com/amp/s/www.abc.es/ciencia/abci-explicacion-cientifica-no-existen-razas-humanas-201905231227_noticia_amp.html
sus respuestas no me importan y sus insultos risas y descalificaciones demuestran la basura que ustedes son.