miércoles, 18 de febrero de 2015

El mulato en el discurso del otro dominicano

 La identidad nacional dominicana en su vertiente esencialista propalada por los intelectuales de arriba, nos define como hispánicos (en oposición al negro y en olvido del mulato)… 



I 
Desde el mismo proceso de acriollamiento, el dominicano fundacional siguió pensando como el otro. Y aunque en términos raciales, ya era mulato  y nacional, de aquí, siguió pensando como los de allá. Fenómeno muy reiterado en América. Pero en nosotros fue más permanente. La identidad  del criollo dominicano fue siempre la hispánica. El ejemplo más elocuente lo encontramos en el domínico-español Antonio Sánchez Valverde, autor de Ideas del valor de la isla Española
II
Sánchez Valverde era un nativo que se creía español. Cosa que podríamos aceptar. Pero algo más: su libro estaba destinado a dar consejos al otro poderoso para que pudiera sacar más beneficio de la tierra que poseía y que, reconocido por el autor, había abandonado. El pensamiento de un hombre culto no pudo remontar la realidad: que si España no encontraba el valor que tenía esta posesión insular al igual que lo hallaba Francia en Saint-Domingue (Haití) era porque España no era ya la potencia atlántica que podía circular libremente estos mares, ni el entramado comercial que pudiera convertirnos en una nación moderna. 
III
El pensamiento de Sánchez Valverde, deudor de la etnología de su tiempo, es previsible: Raza, geografía, clima, población, política economía, descripciones morales que llevan a definir una identidad, en fin, elementos reduccionistas que fundan nuestros discursos culturalistas.


IV
Esto se puede notar en la réplica que hace a las ideas sobre el mestizaje racial del  francés (suizo) Veaves.  O cuando critica a los mulatos y su vida libertina, o contraria a lo que se esperaba dentro del orden  de dominación.

V
Sánchez Valverde no expone ninguna idea que pueda verse como la reivindicación de sector criollo alguno. Él es un criollo que se asume como español. Es otro que piensa como si fuera él mismo. Es su discurso el inicio de nuestro bovarismo colectivo. Su memorial al rey es el de un vasallo abandonado que busca ser rescatado por su amo.
VI
El discurso sobre la isla de Antonio Sánchez Valverde, como contraposición al desarrollo de la colonia francesa de Saint-Domingue, es el de una utopía esclavista. La isla tiene mucho valor, recursos en el momento como lo tuvo en el pasado (pasado sumamente mal administrado) y lo que debe hacer el Señor es sacar de la pobreza a esta élite hispánica e hispanizante tomando el ejemplo de la colonia francesa. Es, en fin,  el discurso del deseo de la oligarquía pobretona.
VII
Para la clase dirigente colonial, el despliegue que realizaba Francia de sus fuerzas productivas, de la racionalidad de la producción como acumulación absoluta de plusvalía; esa relación entre producción, destrucción de los cuerpos y degradación del otro convertido en animal, pudieron ser ejemplares para qué, con la ayuda  de la pluma del religioso, pensáramos ser como el otro explotador. La colonia francesa era un espejo donde el otro dominicano deseaba mirarse. 
VIII
La élite dominico-española se benefició del desarrollo de la colonia francesa gracias a la venta de ganado . Las viejas rencillas por las incursiones piratas, destrucción de ciudades o usurpación del territorio,  quedaron en un segundo plano ante el ejemplo de una colonia en la que el esclavista vivía, no solamente mejor, sino dentro de la nueva vida burguesa, en el Caribe y en la metrópoli. Mientras el amo español dormía la siesta en la misma esterilla con su esclavo, que no era más que un criado. De esa convivencia se ha llegado a postular la idea de una esclavitud patriarcal en el lado este de la Isla. 
IX
Alejo Carpentier, lector voraz de crónicas francesas, describía así enEl reino de este mundo, al colono español que pasaba la frontera por el Guárico, ciudad de El Cabo, que tenía ella sola más esclavos que todos los que Moreau de Saint-Méry pudo contar en la parte del Este. Los guisos del chef Henri Christophe, el maestro cocinero, “eran alabados por el justo punto del aderezo  —cuando tenía que vérselas con un cliente venido de París—, o por la abundancia de vianda en olla podrida, cuando quería satisfacer el apatito de un español sentado, de los que llegaban de la otra vertiente de la isla con trajes tan fuera de moda que más parecían vestimentas de bucaneros antiguos” (II, I).
X
De los siglos de miseria y relajamiento de las costumbres impuestas por los de arriba surge la figura del mulato; el mulato criollo dominicano no se asumió como hombre mestizo, sino como blanco. Para ser lo que no es, para compararse y ser blanco. La blancofilia (La comunidad mulata) es uno de los defectos colectivos de los dominicanos. Está avalada en un desprecio del negro; en un mirar al negro como otro y no como el resultado de lo que somos racialmente. La negrofobia funda nuestra narrativa identitaria como oposición.

XI
La identidad nacional dominicana en su vertiente esencialista propalada por los intelectuales de arriba, nos define como hispánicos (en oposición al negro y en olvido del mulato), católicos (en oposición a las religiosidad africana y negra que están en todo el territorio) y su vernáculo es el español (en oposición a todas expresiones regionales, criollo, cibaeño y todas las formas de habla construidas en la miseria y el abandono) como forma de garantizar nuestro eurocentrismo.
XI
En ella está el bovarismo que nos endilgara Jean Price-Mars y que Emilio Rodríguez Demorizi le refutara. Pero el complejo de sentirse otro no es sólo de los dominicanos. Es una de las formas en que se enmascara la identidad que nace en el proceso del tránsito de la colonial a la criollidad. El mulato no aparece como hombre importante hasta la independencia.
XII
Son muchos los mulatos que participan en la lucha contra el invasor haitiano. Pero la narrativa de la dominicanidad los ha hecho invisibles. No sólo como actores, sino que ha olvidado su color. Como si el color no fuera importante. Como si las élites no siguieran usando el prejuicio racial para imponer su dominio social y político. Y claro, dentro de su pobreza, como bien lo establece muy temprano Juan Bosch en Trujillo: causas de una tiranía sin ejemplo (1959). 
XIII 
Muchas veces, cuando se habla de prejuicio racial, se olvida el prejuicio social que aún existe en la República Dominicana. Tal vez como en ningún país antillano. El pobretón que se cree rico, blanco, católico y español, discrimina al otro por su estado social. El mejor retrato de esto lo realizó  en el siglo XVIII  Moreau de Sant-Méry, al describir el carácter al blanco español (blanco de la tierra) de esta manera: “El carácter de los españoles de Santo Domingo es en general una mezcla bastante rara de envilecimiento y de orgullo. Rastreros y serviles cuando es necesario, quieren  sin embargo aparecer arrogantes”. Pongo el énfasis en que no se refería al conjunto, sino a esa clase.
XIV
El dominicano no quiso ser haitiano, aunque el pasado del esplendor colonial francés en el norte lo sedujo. La élite “blanca” estaba fascinada con la colonia esclavista del norte porque le hubiese gustado ser como ellos; esclavistas como ellos y vivir en la holgura en que vivían los esclavistas franceses. No podía de ninguna manera asumir el proceso de independencia de Haití como algo favorable. Se impuso el rechazo y el prejuicio de las élites dominicanas. Luego de años de negocios y colaboración (podemos recordar el incidente de los revolucionarios mulatos Chavannes y Ogé, que pasaron la frontera fueron devueltos a Haití y sacrificados por la oligarquía blanca francesa). Esa fue una acción defensiva de clase, de los que comerciaban con los esclavistas del norte y de los que querían ser como ellos.

XV
Para muestra de lo que digo más arriba basta el sesgo de clase con que Antonio del Monte y Tejada narra en Historia de Santo Domingola revolución haitiana, como un acontecimiento trágico: “Cuadro horroroso era por cierto, el que ofrecía a los atónitos ojos de los habitantes, sin perdonar sus salvajes fautores sino á las mujeres, á las cuales reservaban para suerte mas terrible; siendo desde aquel momento general el desastre. Hombres y mujeres corrían dando gritos lastimosos y con los hijos en brazos, que procuraran sustraer de aquella horrible tragedia” (XI, 172-173).
XVI
Cosa distinta es el pueblo. No se debe analizar la historia como un bulto. Las acciones humanas están matizadas. El pueblo dominicano no existía como fuerza política (posiblemente todavía no exista). La gente dominicana no es una fuerza, repite ideologías. No es una masa culta. Los dominicanos son los náufragos de las vicisitudes históricas que viven. Posiblemente, los militares que llevaron a la frontera a los mulatos revolucionario Ogé y Chavannes fueran mulatos como ellos, pero mulatos pobres y sin educación y conciencia ni de clase ni racial. Con estos atributos ¿podríamos esperar una conducta distinta?
XVII
Cuando el pueblo dominicano entra en su etapa fundacional con la independencia de 1844, ya Haití no era el país esplendoroso que vieron las élites, sino una llama que amenazaba su propia seguridad, política e individual. Haití era un enemigo verdadero .. Y contra ese enemigo que buscaba apoderarse  por la fuerza de las tierras y de la manera de vivir de la gente del Este, se realizó la independencia. El pueblo dominicano, que no tenía conciencia de pueblo, tenía intereses y una formación básica distinta a la de los antiguos esclavos de una colonia para el capitalismo. 

XVIII
Los discursos de la clase dominante contra el negro son los mismos en ambos lados de la isla. Lo que llamamos pueblo dominicano no podía asumirse en la nueva república negra de Toussaint L’Ouverture aunque algunos vieran en su modernidad un paso de avance. La participación de los dominicanos en las elecciones de 1843 y en el parlamento haitiano, puso de relieve una unidad a la fuerza y una estrategia política extraordinaria de Duarte.
XIX
Haití actúo en Santo Domingo como un conquistador. No podemos confundir las acciones históricas con nuestros deseos de solidaridad y de hermandad con el pueblo haitiano, cosa muy propia de las últimas décadas. Haití en Santo Domingo fue una imposición contra las élites y contra el pueblo balbuceante dominicano. Duarte era un ser intermedio. Un pequeño burgués que buscaba crear una república moderna independiente. No solo de Haití, sino de toda potencia extranjera. Fallan los que creen que el proyecto de la independencia de 1844 fue un proyecto racista. Fue un proyecto moderno, dominicanista, defensivo; que buscaba reafirmar los valores que caracterizaban el pasado dominicano desde la colonia. La República nace débil y en un mar de contradicciones. Vino amargo, pero vino nuestro.
XX
El discurso sobre lo dominicano que funda el criollo Sánchez Valverde, recorre todo el tejido de las reflexiones letradas dominicanas. Desde el mito de la primacía de la isla; la idea de la colonia como un paraíso; la creencia en que nuestros problemas se debían al mestizaje y al mestizo como ser indefinido. El lugar común de las Devastaciones como el origen de nuestras desgracias colectivas, el problema de la población y la haraganería de nuestra gente. Todo eso que han llamado taras sociales.
XXI
La infravaloración del mulato en la historia dominicana es el producto de un pasado secuestrado por la oligarquía dominante, que siempre se ha creído: católica, blanca e hispánica. Pero es una oligarquía macaca, de mulatos empolvados (con el negro detrás de la oreja); parejeros pobretones que discriminan al otro negro. En fin, el discurso sobre la dominicanidad es una narrativa que pretende que el dominicano es otro. De ahí que no me está mal el calificativo de bovarismo que nos diera el historiador haitiano Jean Price Mars.

XXII
Américo Lugo reconoce que en el país no existen blancos, salvo algunos comerciantes extranjeros, todos somos negros y mulatos. El predominio del mulato en la cultura nuestra lo trabaja Pedro Andrés Pérez Cabral en La comunidad mulata. Obra poco leída y menos comentada en la cultura dominicana. Un verdadero pionero en los estudios de nuestra conformación racial, como lo fuera el historiador Carlos Larrazábal Blanco.
XXIII
Si para García Godoy, la indefinición en que se encontraba nuestro país se debía a la hibridez y a la presencia del mulato, para Francisco Ernesto Moscoso Puello, el país era esencialmente mulato, pero muchos se creían aún descendientes de los indios, “Como usted no ignorará, —decía a Evelina—los habitantes de la República Dominicana, somos en su mayoría mulatos, mulatos tropicales, que es un tipo muy singular de la especie humana…los dominicanos somos constitucionalmente blancos, porque ha sido a título de tales que hemos establecido la República” (Cartas a Evelina, II)
(Source: mediaisla.net)
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